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Corre un virus llamado misoginia

Peligra la vida por el excesivo «riesgo-país»

Fuentes: Rebelión

Corre un virus por España que amenza seriamente con elevar el riesgo-país a cotas insostenibles para la vida. Se llama misoginia y la voracidad con la que se reproduce la convierte en una pandemia que, de no ser atajada, podría frustrar cualquier atisbo de inteligencia social necesaria para generar alternativas a este modelo de sociedad. […]

Corre un virus por España que amenza seriamente con elevar el riesgo-país a cotas insostenibles para la vida. Se llama misoginia y la voracidad con la que se reproduce la convierte en una pandemia que, de no ser atajada, podría frustrar cualquier atisbo de inteligencia social necesaria para generar alternativas a este modelo de sociedad.

El riesgo soberano, o lo que es lo mismo, la medida estimada del riesgo de impago de la deuda de género contraída por este sistema, multiplica exponencialmente el nivel de involución y degradación humana; lo que acelera la exposición al riesgo de violencia machista y la vertiginosa caída de este país en el foso de la moral reaccionaria y retrógada.

El diagnóstico ya lo conocíamos hace 5 años, antes del estallido de la crisis global. El problema era, y sigue siendo, el de la deuda pública o soberana contraida por el sistema heteropatriarcal con las mujeres. Aún siendo la mayoría de la población las mujeres tenemos menores posibilidades de satisfacer las necesidades básicas como la alimentación o la vivienda para hacer realidad un proyecto de vida autónomo.

Salarios más precarios, múltiples jornadas de trabajo, menor trabajo remunerado, mayor incidencia de la pobreza y mayor propensión al deterioro de la salud han sido las realidades más palpables para gran parte de la población femenina; todo ello, aderezado por la práctica exclusión de sus intereses, conocimientos y capacidades en la toma de decisiones politicas y económicas.

La observación de cómo evolucionan los indicadores de riesgo aporta una evidencia desalentadora ante el excesivo coste de oportunidad que asumen las mujeres en España, respecto a otros países, como por ejemplo, Islandia. Este diferencial de mayor riesgo lo pagan muchas de ellas con su propia vida.

La misoginia institucional es ‘la mano visible’ del desmantelamiento de las políticas de igualdad, bajo el amparo del nuevo fundamentalismo neoliberal de déficit cero. Y el neomachismo actúa como carburante que hace que vaya calando la sensación de total impunidad de quien pisotea, incumple y alardea de la vejación en el tratamiento hacia las mujeres. Hasta quienes actúan como representantes de las instituciones y del gobierno se mofan de los derechos de las mujeres, atreviéndose a dar un barniz de ‘normalidad’ al abuso, acoso sexual y a la violación de las mujeres. Lo hemos comprobado recientemente con dos situaciones vergonzosas y denunciables que deslegitiman por sí mismas a las instituciones afectadas.

Ahora resulta que, según la Audiencia Provincial de Madrid , besar en los labios de forma furtiva, acariciar las nalgas y escribir cartas expresando abiertamente el deseo sexual a dos empleadas no constituye delito de acoso sexual ni intención del mismo. Vamos que sólo les ha faltado decirles a las dos mujeres (por cierto, ambas en estado de depresión) afectadas por los tocamientos y coacciones sexuales: ‘venga, venga, que ni fue para tanto ni hay que sentirse humilladas, sino casi, casi agradecidas por esa muestra e interés emocional del jefe’.

También se ha encargado el presidente del Consejo General de la Ciudadanía en el Exterior, de recordarnos que las leyes son como las mujeres, están para violarlas .

Y no ha pasado nada; porque ellos son así, ¡con dos cojones! Hubo quien se limitó a pedir que se disculpara, quizás sin ser consciente de la rotundidad del mensaje que se estaba trasladando: el rancio consentimiento implícito respecto a que las mujeres somos instrumentos para el consumo, cuerpos sexuados, desposeídos de voluntad propia, para ser disfrutados por ese ‘orden superior’ que legitima el sistema patriarcal.

La factura es tremenda; tanto por lo abominable de las declaraciones como por el lapidario mutismo de amplios sectores sociales. Aunque bienvenida, resultó indignante la demora en la re – acción de parte de los movimientos, partidos , sindicatos y grupos supuestamente progresistas, ecologistas, independentistas o altermundistas supuestamente implicados en la construcción de otro mundo posible. Es evidente que más allá de los discursos, el principio de equivalencia humana está fuera de sus prioridades reales de agenda.

Si el reconocimiento y la soberanía de las identidades, de los pueblos y de las culturas no integra la defensa de los derechos de las mujeres hasta su plenitud, ¿de qué otro mundo estamos hablando? Dejemos de marear la perdiz e incluyamos de una vez los derechos de las mujeres en las alianzas por la defensa de los derechos humanos, porque son parte indispensable de estos.

No es de extrañar que muchas empecemos a inquietarnos por quién defenderá nuestros derechos mientras estemos vivas y que, ante la sospecha de no ser consideradas compañeras de viaje en condiciones de igualdad, veamos la necesidad de articular respuestas de acción colectiva desde el feminismo en red.