Vejada, manipulada, incluso diana de abusos como salidos de calenturientos seguidores del marqués de Sade, la mujer representa una deuda en la conciencia de un mundo donde el sexo colgante todavía deviene patente de corso, carta de triunfo, aunque los dueños reales no lo reconozcamos o, reticencia en guardia, soslayemos el tema, el mea culpa. […]
Vejada, manipulada, incluso diana de abusos como salidos de calenturientos seguidores del marqués de Sade, la mujer representa una deuda en la conciencia de un mundo donde el sexo colgante todavía deviene patente de corso, carta de triunfo, aunque los dueños reales no lo reconozcamos o, reticencia en guardia, soslayemos el tema, el mea culpa.
Imágenes terribles, como las de la ablación femenina, se tornan pan diario. Y no causan el impacto que debieran. Unos 130 millones de adolescentes -y más maduras- han sido sometidas a esa monstruosamente tradicional -o tradicionalmente monstruosa- extirpación del clítoris, vórtice del placer, para que se despojen de la libido y guarden «mayor fidelidad al hombre», por lo general un polígamo de pensamiento romo y rotundo vientre sedentario, cuya esposa o futura esposa, concubina, padecerá muy probablemente hemorragia prolongada, infección, infertilidad. Cuando menos. Porque la muerte es otra posibilidad real.
Pero la mutilación genital resulta sólo botón de muestra en un fenómeno extendido. ¿Qué decir del hecho del cuerpo trocado en mercancía, tan valiosa como la fuerza de trabajo que ofrenda el proletario a las arcas del patrón?
Cuánto dolor por la mujer semidesnuda o desnuda -maja lasciva- que aparece en miríadas de spots televisuales, como para que alcance a verse a sí misma cual objeto y concluyamos deshumanizando el sexo, y nos convirtamos en borregos de un sistema universal enajenante y cosificador.
¿Más datos? Prolijos en los informes de UNICEF, por ejemplo. «Entre el 20 y el 50 por ciento de las niñas y mujeres de todo el mundo (sufren) violencia física por parte de un miembro de la familia» (…) Del 40 al 60 por ciento de los abusos sexuales dentro del seno familiar son cometidos contra niñas menores de 15 años (…) Las niñas son abortadas en países donde la cultura favorece al hijo varón…»
Increíblemente, «matar en nombre del honor continúa siendo costumbre en numerosas naciones; y el pretendido honor puede responder a un supuesto adulterio, una relación amorosa del pasado, o contactos con un hombre no aceptado por la familia».
Y pensar que el predominio del varón a escala planetaria se basa en un aserto de sofista empedernido: «Somos el sexo fuerte.» ¡Sexo fuerte! Cómo tildarlas de débiles, aun por elipsis, cuando el número de Ellas en la actividad económica global se ha elevado desde el 54 por ciento, en 1950, hasta el 67 por ciento, en 1996. Y conociendo que sobrepasarán el 70 por ciento en el año 2010 y que ya producen más de la mitad de los alimentos del orbe.
A simple vista, apreciamos un contrasentido que arrastra la humanidad desde que el patriarcado sustituyó al matriarcado. Y digo esto al recordar a un filósofo proclamando, en el espíritu de la dialéctica, que el esclavista se transforma en esclavo, sin tener conciencia de ello.
De acuerdo con esa lógica, se discriminan a sí mismos los varones que, en el complejo Planeta Azul, discriminan a las mujeres. Porque extirpándoles el clítoris, o sus derechos, se extirpan Ellos la posibilidad de redimirse, de enaltecerse a los ojos de Dios -en el caso de los creyentes-, o ante el inapelable tribunal de la conciencia propia y de la colectiva -en el de ateos, agnósticos y descreídos.
En lo personal, cobijo la esperanza de que la situación expuesta se trueque en pesadilla; en pesadilla bienhechora, por su llamado a la acción, para tantos y tantos que haríamos legión y lograríamos el «milagro» que borre de golpe y porrazo el falocentrismo actual.
Medito sobre esto mientras arropo a Beatriz, en la torrentosa, ininterrumpida manera de dormir de sus años. Beatriz, ajena a la tristeza que me posee, encarnizada, cuando rumio esa pena del mundo que es la mujer vejada, manipulada. Discriminada.