Las medidas gubernamentales contra la crisis son más bien el resultado de un cambio de modelo social. Poco o nada tienen que ver con una recuperación en sentido estricto: no se va a volver a un estado anterior, y las reformas vienen para quedarse. Además, se aplican con un grado nada desdeñable de alevosía y […]
Las medidas gubernamentales contra la crisis son más bien el resultado de un cambio de modelo social. Poco o nada tienen que ver con una recuperación en sentido estricto: no se va a volver a un estado anterior, y las reformas vienen para quedarse. Además, se aplican con un grado nada desdeñable de alevosía y triquiñuela lingüística. La «garantía de futuro» de las pensiones, diseñada por Báñez y sus expertos, huele a trapacería bancaria del tipo de las hipotecas suelo y las preferentes.
Lo que pasa es que la mentira no viene sola, sino con un ropaje de conceptos mucho más elaborado. Se dice que las pensiones son insostenibles porque hay un envejecimiento progresivo de la población. Y ese envejecimiento -se viene a sugerir- es imparable porque se ha asentado el mito de la progresión incontestable de la esperanza de vida, que como la antorcha de la civilización nos conduce a un futuro edénico. Pero hay varias trampas más publicitarias que dialécticas en este razonamiento.
En cuanto a la insostenibilidad del sistema por razones económicas, incluso si se diera el riesgo de desequilibrio generacional, hay otros (Torres, Navarro) que arguyen con acierto en su contra.
En cuanto al envejecimiento de la población en sí, está reconocido por estudios demográficos que se debe sustancialmente al descenso de la natalidad, y no a la esperanza de vida, que solo colabora en una proporción más bien pequeña. Por otra parte, si desciende la natalidad es más bien por las condiciones de vida de los países desarrollados, y a menudo por la escasez de ayudas gubernamentales al crecimiento demográfico: y ahí volvemos a topar con el atraso de España en políticas sociales.
Preservación de la vida, no alargamiento de la longevidad
No obstante lo dicho, suele sugerirse desde todos los organismos estatales y desde los medios de comunicación que en efecto es el aumento de la esperanza de vida lo que empieza a desbordar los presupuestos económicos. El concepto de esperanza de vida es además presentado en sentido absoluto, y no relativo a una mera estadística. Es decir, se da a entender que nuestro sistema occidental (capitalista) está logrando ensanchar los límites temporales de los individuos de la especie humana: la longevidad. Es música de violines muy apropiada a la filosofía del fin de la historia. Funcionan muy bien las noticias periódicas proferidas como siempre en los telediarios por crédulos y sonrientes presentadores. Desde la caída del muro de Berlín y hasta la crisis financiera, el capitalismo-burguesía se arrogó como en sus mejores tiempos todos los medros de la historia reciente y la esperanza de vida, malentendida, continúa encandilando.
La verdad es que el concepto de esperanza de vida no es más que la media de los años a los que mueren todos los individuos de una población en un tiempo y un espacio determinados. Naturalmente la altísima mortalidad infantil hasta el siglo XIX determina que la media de vida para épocas anteriores, llevada a cabo mediante un cálculo bastante conjetural, sea muy baja. A lo que hay que añadir la endeblez de la medicina, la insuficiente higiene en el parto y en la enfermedad, epidemias, hambrunas, etc. Fenómenos parejos o de impacto semejante ocurren en países subdesarrollados; a los cuales, dicho sea de paso, los recortes económicos actuales poco a poco nos acercan.
Pero ese valor estadístico mide la capacidad de la civilización para preservar la vida frente a la muerte, no un alargamiento real del ciclo vital de la especie humana, o longevidad, que, hasta que descubrimientos más biogenéticos que meramente médicos no consigan el milagro (si es que es posible), ha sido invariable para nuestra especie desde hace cien mil años: sobre los 70-80, con la posibilidad de alcanzar los 120. Una población con una esperanza de vida baja, 20-30 años, puede contar igualmente con un número alto de ancianos, y cuyas edades se prolonguen con relativa facilidad hasta los setenta. La OMS calcula una esperanza de vida de 20 años más para la población que ahora tiene 60, dos más que en 1990, porque se suman dos datos: el promedio general del año de muerte, aumentado en las dos últimas décadas (por factores no relacionados todos con la vejez: como el descenso de la mortalidad en las etapas anteriores de la vida), y, en particular, la mejoría en la calidad de vida en la tercera edad. En todo caso, preservación, no agrandamiento de los límites de la existencia o de la longevidad. Y para la preservación son necesarios precisamente los servicios sociales que ahora mismo se recortan. Nueva vuelta de tuerca en la perfidia del discurso del neoliberalismo: dar por hecho que ensanchamos la longevidad para poder descuidar la esperanza de vida.
Oscurecimiento de épocas pre-capitalistas
Pero aún hay más. Se inocula la especie de que dicho progreso ha dilatado también las sucesivas etapas de la vida. No es tan raro oír en un documental o leer en alguna revista de historia que los antiguos romanos, o los antiguos griegos, alcanzaban la vejez a la temprana edad de sus treinta. Dicha visión, tergiversadora y absurdamente ignorante, tiene la virtud de inspirar repugnancia y un sedativo sentimiento de complacencia en la época que vivimos. En una época como la nuestra que exalta una juventud más bien piterpanesca, la repugnancia por esa caducidad nos invita además al estudio de cualquier momento anterior de la humanidad con una cierta sorna y sospecha: como si ninguna idea proveniente de esos turbios siglos pudiera ayudarnos a entendernos a nosotros mismos y nuestro presente. La inmensa variedad de matices en la historia del pensamiento se convierten en meros achaques o conductas simpáticas de otras especies inferiores, vistas a través de los barrotes zoológicos del pasado, que arrastraban una existencia precaria, prematuramente decrépita. Es también una manera de ensombrecer períodos como la Antigüedad (con media de vida de 29-30 años), en la que hubo indicios de comunismo (sin ir más lejos en el mismo Platón, que murió sobre los 80 años), de anarquismo (en Zenón de Citio, que frisó los 70, o en el cinismo de Diógenes de Sínope, que alcanzó aproximadamente los 80, en las condiciones de vida que los cínicos se daban a sí mismos) y múltiples formas de libertad social o especulativa; y no digamos épocas posteriores, como la Ilustración, con una esperanza de vida alrededor de los 40 (Diderot, 70; D’Alembert, 65; Rousseau, 66 años; pero Voltaire, anterior a ellos, 83 años), o incluso del siglo XIX, sobre los 50 (Marx, 64; Engels, 74; Bakunin, 62; Owen, 87), siglo que según esa visión aún no sería lo suficientemente civilizado, léase, beneficiado por el capitalismo.
La burguesía ha acostumbrado a echar sobre los tiempos anteriores a su acceso completo al poder (s. XIX) una imagen deformada de excesivo oscurantismo, pésimas condiciones de vida, regímenes absurdos y violencia desaforada, con la cual intenta impedir que los ciudadanos comunes y los ideólogos de izquierda beban del pasado para prevenirse del presente y pongan en duda algunos aspectos de la modernidad vendida por el sistema.
Ese propósito de desvincularnos del pasado pre-capitalista además de reducir la perspectiva ideológica viene a redundar en el cuento de la insostenibilidad de las pensiones. De las dos falacias, la segunda, la de que alargamos las etapas de la vida, como si de pronto pudiéramos barrer de ella la vejez, ayuda también a la aplicación de la postergación de la edad de jubilación.
La conclusión de todo esto es que la clase media, halagada por ser admitida en el vagón de cabecera de la historia, gracias a la burguesía, va siendo apeada a la fuerza, si es posible usando las mismas bellas palabras con que se la llamó a colaborar. Ahora la idea es enfrentar a una parte de la clase media contra otra, y si es posible, contra los más débiles, los ancianos. No vendría mal a la izquierda más socialdemócrata andarse con cuidado con esos hermosos frisos eutópicos con que la nueva burguesía hechiza y ceba a la clase media cuando las cosas van bien.
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