Las extraordinarias circunstancias de los comicios del 21D dificultan las previsiones sobre su resultado. El desarrollo de la campaña y las novedades judiciales podrían trastocar las prospectivas, aunque no las tendencias de fondo aquí apuntadas. A estas alturas en unas elecciones, digamos «normales», casi la totalidad del voto estaría decantado y la campaña sería poco […]
Las extraordinarias circunstancias de los comicios del 21D dificultan las previsiones sobre su resultado. El desarrollo de la campaña y las novedades judiciales podrían trastocar las prospectivas, aunque no las tendencias de fondo aquí apuntadas.
A estas alturas en unas elecciones, digamos «normales», casi la totalidad del voto estaría decantado y la campaña sería poco más que un formalismo orientado a inclinar a un pequeño porcentaje de indecisos. Ahora bien, las excepcionales circunstancias que rodean a estos comicios provocan que tanto la campaña electoral, como los acontecimientos -políticos y judiciales- que pueden producirse hasta el 21 de diciembre, tengan una gran importancia para determinar el resultado electoral.
El paisaje político está dominado por la extrema polarización entre las tres formaciones independentistas, las tres formaciones constitucionalistas y el espacio intermedio representado por Catalunya en Comú; aunque en la práctica en todos los más relevantes acontecimientos de estas turbulentas últimas semanas -del «referéndum» del 1 de octubre a la aplicación del 155- se ha alineado con el bloque independentista.
En el marco de una elección racional, en los términos de Jürgen Habermas, el frente secesionista debería sufrir un severo varapalo en las urnas, derivado de sus promesas incumplidas, los engaños, falsedades e improvisaciones que ahora se han evidenciado. Sin embargo, el carácter de religión laica que adopta la independencia para la base social del independentismo -las clases medias formateadas ideológicamente durante el pujolismo- genera unan coraza mental y psicológica inmune a las críticas e incluso a las evidencias.
Además, el hecho de que más de la mitad del ejecutivo cesado esté en prisión y el resto haya huido a Bruselas alimenta extraordinariamente el tradicional victimismo del nacionalismo catalán. De manera que gran parte de su campaña electoral se centrará en la liberación de los presos y la denuncia de la «represión del Estado», eludiendo tanto asumir las responsabilidades por la desastrosa gestión del último mandato, como evitando plantear con claridad cuáles son las perspectivas del movimiento secesionista cuando se ha revelado la inviabilidad de la vía unilateral. En este sentido, una eventual liberación de los presos antes de los comicios podría tener algún efecto entre los votantes del bloque soberanista al despojarles de su supremo argumento electoral.
Aquí debemos mencionar un factor que puede resultar fundamental para el resultado de las elecciones. El movimiento secesionista cuenta con un núcleo duro, en torno al 30% o 35% del electorado, que en las anteriores elecciones «plebiscitarias» del 2015 sumó un 48% de los sufragios. De modo, que existe un independentismo de aluvión que entonces apoyó a candidaturas independentistas por diversos motivos circunstanciales, desde la enorme presión social entre las clases medias, amplificada por una campaña mediática sin precedentes de los medios de comunicación públicos y afines de la Generalitat, al voto de castigo al gobierno del PP. En cualquier caso, el 21D se comprobará hasta qué punto el movimiento secesionista ha logrado consolidar este electorado o parte de él emigra a otras opciones o incluso opta por la abstención.
Lucha por la hegemonía independentista
A diferencia de las plebiscitarias del 2015, ahora el PDeCat, la antigua Convergència, y ERC se presentan por separado, compitiendo con matices por un mismo electorado. En principio, todo hacía prever el holgado relevo de la hegemonía en el interior del nacionalismo catalán a favor de ERC. Ahora bien, el hecho que Carles Puigdemont se presente bajo las siglas de la candidatura del Junts per Catalunya, sin apenas representación orgánica del PDeCat, y aureolado por el título de presidente en el exilio podría acortar las distancias que actualmente separan en intención de voto a ambas formaciones.
Además, las torpezas de la secretaria general de ERC, Marta Rovira, que ha de llevar el peso de la campaña mientras Oriol Junqueras permanezca en la cárcel, puede favorecer aún más esta tendencia. Así, Rovira justificó la pasividad de los dirigentes de la Generalitat para implementar la Declaración Unilateral de Independencia (DUI), por las supuestas amenazas del gobierno central de utilizar la violencia y provocar muertos. Ello sin aportar pruebas y siendo desmentida por el lehendakari Íñigo Urkullu, el cardenal Juan José Omella y el Síndic de Greuges o Defensor del Pueblo catalán Rafael Ribó, mediadores entre los gobiernos catalán y español en la trascendental semana en que se proclamó la DUI y se aplicó el 155. Además, se negó a asumir la más mínima autocrítica de la estrategia independentista y no descartó volver a investir a Puigdemont, aunque no fuese la fuerza mayoritaria del bloque independentista.
Por otro lado, todo hace prever un descenso de la representación parlamentaria de la CUP. En parte por su apoyo incondicional a la extinta Junts pel Sí que ha generado malestar entre los sectores más izquierdistas de la formación, como por el hecho que un apreciable sector de electores del ala izquierda de ERC votaron a la CUP en la pasada legislatura como muestra de su disconformidad con el pacto con Convergència en la lista unitaria de Junts pel Sí.
La conjunción de estos factores podría conducir a la pérdida de la mayoría absoluta del bloque secesionista.
Pugna constitucionalista
Los tres partidos constitucionalistas, que apoyan la aplicación del 155, tienen a su favor el incremento de la movilización del electorado antiindependentista. Si en las plebiscitarias de 2015 la participación ya fue muy elevada, en torno al 75% del censo electoral, ahora ésta podría incrementarse en cinco puntos que irían mayoritariamente hacia estas formaciones.
Aquí se aprecia una sorda pugna entre Ciutadans y PSC por ser la lista más votada en el interior de este bloque. En las plebiscitarias del 2015 se apreció un notable trasvase de votos del PSC a C’s, pues muchos electores de los barrios periféricos percibieron a la formación naranja como la opción de nítido rechazo a la secesión, frente a las divisiones y ambigüedades de los socialistas catalanes. Ahora esta percepción se ha modificado por la postura de firmeza del PSC frente al secesionismo. Además, hemos de tener en cuenta que la mayor parte de la base social del electorado contrario a la secesión son los habitantes de los barrios de la periferia, tradicionales votantes de formaciones de izquierda. Esto favorece al PSC, dada la deriva conservadora de C’s, y que se vería fortalecida si Pedro Sánchez y especialmente Josep Borrell participan activamente en la campaña de Miquel Iceta.
En otro orden de cosas, la inclusión del anterior cabeza de lista de Unió Democràtica de Catalunya, Ramon Espadaler, representante del catalanismo no independentista busca atraer a la candidatura socialista a aquellos sectores de este espectro refractarios con la deriva secesionista del PDeCat. Justamente esta era la apuesta del exconseller Santi Vila que se postuló para liderar a la antigua Convergència para ofrecer una imagen moderada de la formación, frente al «radicalismo» de Puigdemont. De manera que estos sectores del catalanismo conservador podrían, en esta ocasión, inclinarse por el voto útil a favor del PSC que se proyectaría como la única formación capaz de tender puentes entre las polaridades de ambos bloques encarnadas por ERC y C’s.
La balanza de los Comunes
Estos comicios no se presentan excesivamente favorables para Catalunya en Comú, cuyas dos terceras partes de su electorado se declara no independentista. Esto se contradice con la orientación de esta formación que, a pesar de su leitmotiv, «ni DUI, ni 155», se ha escorado en todo el procés a favor del bloque secesionista. Este posicionamiento se ha visto incrementado por la reciente ruptura del pacto de gobierno con el PSC en el Ayuntamiento de Barcelona, lo cual ha sido interpretado por propios y extraños como una condición para propiciar un pacto postelectoral con ERC. Esto podría propiciar que una parte de sus electores vuelva al PSC de donde proceden la mayor parte de sus votantes.
Ahora bien, las declaraciones de Marta Rovira asegurando que si consiguen formar gobierno se orientarían a consolidar la República catalana, perseverando en la línea unilateral, se configura como un obstáculo insalvable para materializar este pacto. Unas manifestaciones claramente contradictorias con la posición de Joan Tardà, del ala izquierda del partido, que consideró impracticable la vía unilateral, argumentando que no existía una mayoría social para ello, y mostrándose partidario de volver a la pantalla del referéndum pactado con el Estado, en un período más o menos largo, pero que necesariamente pasaría por una cambio en la correlación de fuerzas en las Cortes españolas. Un planteamiento que, sin duda, está concebido para facilitar el pacto postelectoral con los Comunes.
En cualquier caso, incluso con una pérdida de representación parlamentaria de Catalunya en Comú, todo parece indicar que serán la fuerza decisiva para decantar la balanza entre los dos bloques. No obstante, dependiendo de cuál sea la línea que se imponga en ERC, del 21D podría surgir una correlación de fuerzas donde resulte imposible alcanzar una mayoría para formar gobierno y obligue a la repetición de las elecciones.
Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/perspectivas-preelectorales-catalanas/