«Pero ¿cómo vivir en presencia del mal, aunque sus obras correspondan al pasado, puesto que el mal posee, como el bien, un continuo que fluye de su fuente hacia atrás y hacia adelante en el tiempo y lo infecta todo?» se pregunta Alberto Manguel (1). Un monumento es algo menos inocente de lo que a algunos […]
«Pero ¿cómo vivir en presencia del mal, aunque sus obras correspondan al pasado, puesto que el mal posee, como el bien, un continuo que fluye de su fuente hacia atrás y hacia adelante en el tiempo y lo infecta todo?» se pregunta Alberto Manguel (1). Un monumento es algo menos inocente de lo que a algunos prebostes del Partido Popular gustaría. La palabra latina monumentum no significa otra cosa que «recordar», una etimología que se encuentra en todos los idiomas que la han recogido y que también podemos encontrar en la raíz de la voz alemana Denkmal : un monumento, pues, se construye para recordar un personaje o un acontecimiento que, por su trascendencia histórica o por sus méritos personales (supuestos o probados) merece de ser recordado y aun celebrado. Por esa razón se fabrican con materiales duraderos y se instalan en un lugar público -plazas, parques, avenidas-, determinando la circulación de las personas en su derredor. Pueden tener un carácter religioso o político (cuando no ambas cosas de consuno), pero desde siempre los monumentos se han construido para honrar a los vencedores de la historia (lo contrario sólo comenzó a darse de manera relativamente reciente). Una perogrullada, ciertamente, pero vale la pena tenerla presente, ya que una de las primeras cosas que se producen no por casualidad con los cambios de régimen político es el derrocamiento de los monumentos del viejo orden. En una dirección o en otra.
Sucedió cuando el 12 de marzo de 1871 la Comuna de París acordó la demolición -efectuada el 8 de mayo- de la columna de Vendôme, fundida con los cañones tomados por Napoleón después de la guerra de 1809 para celebrar la victoria en Austerlitz, por su condición, como escribió Engels, de símbolo de chovinismo e incitación al odio entre naciones. Después de haber ahogado a la Comuna en sangre, Adolphe Thiers ordenó reconstruirla y perseguir al pintor communard Gustave Courbet, acusado de ser el instigador del derribo, para que corriese con los gastos de la operación.
Sucedió tras la revolución rusa, cuando los bolcheviques desmantelaron la mayor parte de las estatuas de los zares y Lenin propuso a Anatolii Lunacharskii, comisario político del pueblo en el departamento de instrucción pública (Narkompros) un plan de «propaganda monumental» para sembrar las plazas de Moscú de estatuas y monumentos a los revolucionarios y a los grandes luchadores del socialismo, adaptando una forma de arte nacionalista a fines socialistas (2).
Sucedió en la guerra civil española, cuando las Juventudes Libertarias del barrio de Gràcia derribaron el 20 de diciembre de 1936 el monumento al general Prim en el Parque de la Ciutadella, por haber bombardeado su barrio en el pasado. El bronce de la estatua fue fundido y convertido en balas y armamento. Al terminar la guerra Frederic Marès reconstruyó la estatua sin planos del original.(3) Tres meses después, el presidente de la Generalitat de Catalunya, Lluís Companys, inauguró la efímera Estatua al Soldado Desconocido -modelada por Miquel Paredes en colaboración con el escultor Adolf Armengod, los dibujantes Josep Alumà y Marcel·lí Porta y el escenógrafo Joaquim Bartolí- en homenaje al Ejército Popular en la céntrica Plaça Catalunya.
Sucedió en Alemania, cuando los nazis vandalizaron, entre muchos otros, el monumento diseñado en 1926 por Ludwig Mies van der Rohe y Edward Fuchs a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg en el Zentralfriedhof Friedrichsfelde de Berlín, que en 1983 fue sustituido por una sencilla estela funeraria diseñada por Günter Stahn y Gerhard Thieme con la leyenda Die Toten mahnen uns [Los muertos nos advierten]. Derrotado el Eje, se procedió a retirar todos sus monumentos. Hoy los nombres de Josef Thorak, Georg Kolbe o Otto Winkler, por citar sólo a tres de los escultores que pusieron su mediocre talento al servicio del nacionalsocialismo, nada dicen al público. Solamente Arno Breker sobrevivió a la caída del III Reich esculpiendo retratos para los capitanes de industria alemanes.
Sucedió en la revolución húngara de 1956, cuando los obreros y los estudiantes derribaron el monumento a Stalin en Városliget, dejando sólo las botas sobre el pedestal (parecida suerte corrieron las estatuas del Shah en la revolución islámica en 1979), sucedió con la caída de los regímenes del llamado «socialismo real» a principios de los 90, cuando se desmantelaron cientos de monumentos de dirigentes soviéticos -algunos de los cuales ahora Vladimir Putin planea rehabilitar (4)- y también con la invasión estadounidense de Irak, cuando el ejército derrocó la estatua de Saddam Hussein en la plaza Firdus de Bagdad.
Y sucedió, por descontado, cuando, consumado el golpe de estado, el régimen franquista eliminó cualquier rastro de la democracia republicana de las calles españolas: nombres, placas y monumentos. Por eso no puede más que causar estupor las reticencias del PP y sus aliados políticos en muchos de los municipios del Reino de España a este aspecto concreto del proyecto de recuperación de la memoria histórica, si es que de verdad apoyan esa normalización democrática del país -el cual, como ha declarado en alguna ocasión Ian Gibson, nunca descansará en paz hasta que rinda cuentas con su pasado- y no meramente de boquilla. Del argumento, si es que se le puede llamar así, esgrimido por Esperanza Aguirre contra la decisión del auto de Baltasar Garzón de que por juzgar retroactivamente a los responsables del golpe de estado «también debería juzgar a Napoleón» podría decirse lo que Raventós de la intervención de Rosa Díez en las Cortes españolas el 16 diciembre, a saber, que se trata de una «frase para enmarcar en el museo de las imbecilidades políticas con especial mención honorífica».(5) No se puede presentar este argumento «histórico», por calificarlo de algún modo, y pretender que el Valle de los Caídos deba ser conservado en razón a su antigüedad, como si hablásemos, pongamos por caso, de las pirámides de Giza o la columna de Trajano. Mucho menos, salvo que se quiera hacer gala de un hiriente mal gusto estético, pretender que los monumentos franquistas -que, muy lejos de los resabios futuristas del fascismo italiano, seguían un férreo modelo neoclásico, castizo y castrense, acorde con la mística nacionalcatólica del régimen- tienen valor artístico alguno. Ninguno de estos argumentos resiste a la analogía con el resto de países europeos que, habiendo sufrido el fascismo, se desembarazaron de sus monumentos -¿alguien se imagina a la CDU/CSU protestando por la retirada de una estatua de Adolf Hitler?- y sólo pueden ser mantenidos si se considera, como hacen los historiadores revisionistas y también algunos politólogos ingenuos, que el franquismo fue un «régimen autoritario» o cualquier otro circunloquio con el que no pronunciar la palabra tabú, pues sabido es que de aquellos lodos vinieron estos barros, y quizás alguien hasta se acuerde de los esqueletos de los armarios de personajes como Manuel Fraga Iribarne o Rodolfo Martín Villa, alias «la porra de la Transición«.
Afortunadamente, el Partido Popular no gobierna en Barcelona. Así que el pasado 17 de febrero, por ejemplo, se iniciaron las obras de derribo del monumento a José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, en la avenida Joan Tarradellas, un monolito negro de 18 metros de altura erigido el 29 de octubre de 1964 en conmemoración del treinta aniversario de la fundación del partido fascista. (6) El yugo y las flechas fueron retirados ya en 1981, pero el monumento seguía ahí hasta hace poco: una herida mal suturada, ejemplo, como ha escrito Katia García-Antón para el catálogo del artista madrileño Fernando Sánchez Castillo,de esas «huellas del pasado cercano quedan a menudo absorbidas de forma incongruente en el tejido urbano y son olvidadas por la memoria colectiva de sus ciudadanos.» «En cierto sentido -prosigue- dichas huellas suponen un desafío mudo a la vuelta, milagrosamente tranquila, de España a la democracia. Lo que de ello resulta es una confusa combinación de rechazo hacia el régimen de la dictadura junto a una tolerancia de muchos de sus restos materiales. (…) Pero, paradójicamente, a medida que la ‘dinastía’ fascista española va cayendo en el olvido, sus restos físicos, incrustados en la ciudad como huellas indelebles de un pasado persistente, afloran de modo más evidente a la superficie de la ciudad en forma de búnkeres urbanos olvidados, fosas comunes, nombres de calles que no han cambiado, estatuas ecuestres y otros monumentos.» (7)
Con esa misma voluntad, el consistorio municipal tiene planeado retirar en breve la escultura a la victoria obra de Frederic Marés de la plaza Joan Carles I -confluencia de Diagonal y Passeig de Gràcia, popularmente conocida como «El cinc d’oros» o «El llapis» (por su obelisco)- y eliminar el escudo preconstitucional que figura en su base. Hasta aquí, bien. El problema surge cuando uno acude a los libros de historia para comprobar que el obelisco estuvo originalmente coronado por la estatua de una mujer tocada con gorro frigio y un ramo de laurel en la mano -alegoría de la República-, una obra de Josep Viladomat hoy exiliada en la plaza Llucmajor, mientras su molde original duerme el sueño de los justos en algún sótano municipal. El conjunto monumental estaba dedicado, a mayor abundamiento, a Francesc Pi i Margall, presidente de la efímera Primera República, cuya figura recordaba un medallón, obra de Joan Pie, instalado en su base. El 13 de abril de 1939, el recién nombrado ayuntamiento franquista ordenó su retirada y la sustituyó por el monumento actual, del que muy pocos barceloneses conocen la historia. La cuestión, pues, queda en el aire: ¿que se hará con el monumento de la plaza Joan Carles I? ¿se dejará el pedestal vacío? ¿se sustituirá por otra obra escultórica?
Como soy de la opinión que las autoridades deben rendir cuentas a los ciudadanos y no lo contrario, como a menudo quieren hacernos creer, le dirigí una carta directamente al alcalde de mi ciudad, Jordi Hereu Boher, el pasado 9 de enero. «Si queremos que este necesario ejercicio cívico sea realizado en su plenitud y no sólo parcialmente», le escribí, «la retirada del monumento debería ir necesariamente acompañada de la reinstauración del monumento de Josep Viladomat en honor a la República inaugurado por el presidente de la Generalitat Lluís Companys el domingo 12 de abril de 1936 y que la alcaldía franquista retiró el 13 de enero de 1939, así como del medallón en honor a Francesc Pi i Margall, presidente de la Primera República española, obra de Joan Pie. El fotógrafo Josep Maria Pérez Molinos recogió esta inauguración, cuyas fotografías han estado recientemente reproducidas en Catalunya en guerra i postguerra (Barcelona, Viena, 2005), prologado por el actual conseller Joan Saura. En consonancia, el nombre de la plaza habría de ser, legítimamente, «Plaça de la República» o «Plaça de Francesc Pi i Margall».» Añadí que como «los cambios de nombre de plazas y calles suponen inevitablemente una molestia rutinaria para los ciudadanos durante las primeras semanas, este cambio podría someterse a un referéndum ciudadano.» ¿Por qué no? Al fin y al cabo esta figura legal está ya contemplada para la próxima votación sobre el futuro trazado de la Diagonal entre Francesc Macià y Glòries (8). Por lo demás, con ello seguiríamos el modelo de una ciudad tan admirada por su modernidad como Berlín, «cuyos ciudadanos decidieron democráticamente cambiar el año pasado el nombre de Hochstraße por el de Rudi-Dutschke-Straße en el barrio de Kreuzberg.» (9) Un ejercicio democrático así «sería sin duda un reconocimiento a los luchadores contra el fascismo justamente en el año en que Barcelona conmemora el 70 aniversario de la entrada de las tropas franquistas en la ciudad.»
La respuesta se hizo esperar un mes -yo ni siquiera creía que llegaría- pero finalmente apareció en mi buzón, firmada por el propio alcalde. Tibia y políticamente correcta, puede ser, pero tampoco hay que obviar que hablamos de quien ha mantener constantemente el equilibrio entre diferentes sensibilidades políticas y que hubo ya de recibir en el pleno las críticas del Partido Popular, que confundió (¿interesadamente?) una exposición sobre el azaroso recorrido de la fotografía de Alberto Korda de Ernesto ‘Che’ Guevara devenida en icono popular y aun comercial, y que había pasado antes por el Victoria & Albert de Londres, con una exposición que ensalzaba a la figura misma del Che (10). La carta, que reproduzco en su integridad, dice así:
Barcelona, 9 de febrero del 2009
Estimado Sr. Ferrero:
Me pongo en contacto con usted a raíz de la carta que me dirigió hace unos días sobre el obelisco de Diagonal con Passeig de Gràcia. Querría señalar que desde el Ayuntamiento estamos llevando a cabo dos tipos de acciones para la retirada de los símbolos franquistas de Barcelona.
Por una parte, está en marxa la campaña para las comunidades de propietarios que voluntariamente soliciten la retirada gratuita de las placas con el yugo y las flechas u otras referencias franquistas de la fachada de sus fincas.
Por la otra, desmontaremos aquellos monumentos de titularidad pública municipal que contienen simbología franquista. Para hacerlo, la Comisión de esculturas y los respectivos Distritos estudiarán caso por caso y tomarán las decisiones que se deriven. En este contexto, he hecho llegar una copia de su escrito a los responsables de la Comisión para que tengan en consideración sus comentarios.
En último lugar, le informo también de que he trasladado su propuesta de cambio de nombre de la plaza Joan Carles I a la Ponència de Nomenclàtor, para su consideración. Este órgano, integrado por los representantes de diferentes sectores municipales, estudia las propuestas y tramita la aprobación, llegado el caso, de nombres para las vías públicas realizadas por cualquier persona, entidad o por el propio Ayuntamiento.
Le agradezco que me haya hecho llegar sus aportaciones, y no dude que desde el Ayuntamiento somos muy conscientes de la importancia para la ciudad y de los sentimientos que despierta en muchos de nosotros la recuperación y reparación de la memoria histórica.
Cordialmente, Jordi Hereu Boher
Todo queda ahora en manos del Ayuntamiento. O de los ciudadanos de Barcelona. ¿Qué es lo que queremos? ¿La «Plaça de Joan Carles I» o la «Plaça de la República»? ¿Un nombre que no decidió nadie o el nombre legítimo que nos fue arrebatado por una sublevación militar apoyada militar y económicamente por las potencias nazifascistas? ¿Una memoria histórica a medias o completa? Sólo hay que proponérselo.
NOTAS:
(1) Alberto Manguel [2000], Leer imágenes (Madrid, Alianza, 2003), p. 306
(2) Susan Buck-Morss [2000], Mundo soñado y catástrofe. La desaparición de la utopía de masas en el Este y el Oeste (Madrid, A. Machado, 2004), p. 59
(3) < http://www.ub.es/geocritc/ciutadella.htm >.
(4) «Stalin back in favour as new statue goes up in Moscow», The Scotsman, 20 de enero del 2005, < http://thescotsman.scotsman.com/world/Stalin-back-in-favour-as.2596566.jp >; ya en 1998 la Duma aprovó la restauración del monumento al conde Felix Dzerzhinskii, fundador de la temible policía política, derribado en 1991.
(5) «Chomsky, la condena (o no) de los atentados de ETA y la libertad de expresión», Daniel Raventós, Sin Permiso, 21 de diciembre de 2008, < http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2245 >
(6) «A José Antonio le queda poco en Barcelona», Público, 17 de febrero de 2009, < http://www.publico.es/espana/201476/jose/antonio/queda/barcelona?pagCom=2 >.
(7) Katya García Anton, En las alas de la historia. Fernando Sánchez Castillo, introducción a Fernando Sánchez Castillo, Rich Cat Dies of Heart Attack in Chicago (Madrid, Turner, 2004), p. 17
(8) «Todos los habitantes de Barcelona votarán el futuro de la Diagonal», La Vanguardia, 23 de enero de 2009, < http://www.lavanguardia.es/ciudadanos/noticias/200090123/53625217068/todos-los-habitantes-de-barcelona-votaran-el-futuro-de-la-diagonal-hereu-jordi-portabella-francesc-m.html >
(9) «Kreuzberg Stra ß e darf nach Dutschke bennant werden», Süddeutsche Zeitung, 21 de abril de 2008, < http://www.sueddeutsche.de/panorama/225/439967/text/ >
(10) «El PP catalán cree que el Che no merece una exposición porque ‘defendía métodos violentos'», ADN, 19 de septiembre de 2007, < http://www.adn.es/local/barcelona/20070918/NWS-1101-PP-exposicion-violentos-defendia-catalan.htm >
Àngel Ferrero es licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente realiza el doctorado en esa misma universidad y escribe artículos de crítica cultural en la revista SINPERMISO.