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Podemos, pero qué exactamente

Fuentes: Madrilonia

Por estas fechas se cumplen cincuenta días de Podemos. Son pocos para emitir un juicio concluyente, pero suficientes para hacer una valoración inicial que en una coyuntura que no camina, vuela, resulta siempre urgente. Más allá de la mayor aversión estética que produzca, conviene ser sinceros. De todos los proyectos que han intentado traducir la […]

Por estas fechas se cumplen cincuenta días de Podemos. Son pocos para emitir un juicio concluyente, pero suficientes para hacer una valoración inicial que en una coyuntura que no camina, vuela, resulta siempre urgente. Más allá de la mayor aversión estética que produzca, conviene ser sinceros. De todos los proyectos que han intentado traducir la ola 15M en términos electorales (pues este es en definitiva el objetivo), Podemos es el único que ha logrado el impacto suficiente como para obtener representación. En sus propios términos ha sido un éxito. Y si hoy, enfrentados a las elecciones europeas, lo que se valora es el derecho de irrupción en el marco de un régimen político decadente y decrépito, pero cuyo sostén (el sistema de partidos) apenas se ha meneado, Podemos se sitúa como la mejor opción.

Valga decir que algunos de los que aquí firmamos, si finalmente deciden acudir sin Izquierda Unida a las europeas, quizás lo votemos sin mayor prejuicio. Valga también que aun cuando no en sus formas, compartimos el sentido de la oportunidad de la iniciativa. Esto, no obstante, no excluye la crítica: la valoración de un proyecto que no consideramos ni de lejos ajustado para aprovechar las oportunidades que encierra la crisis, ya terminal, del régimen del ’78 y que en última instancia se debe al 15M.

Se dirá que Podemos son muchas cosas: un grupo de notables formado por las principales personalidades de la Tuerka (Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Iñigo Errejón), un partido de extrema izquierda (Izquierda Anticapitalista) que no sin reticencias internas ha hecho cuerpo con el proyecto y una ya amplia constelación de precarias asambleas repartidas por un buen número de rincones del solar peninsular. Sobre los primeros, se debe reconocer que han sido el motor y el alma de Podemos, los promotores y sus caras visibles. Sobre IA que ha servido de tropa y mano de obra a la iniciativa, pero que en última instancia (y salvo futuras sorpresas siempre posibles) depende en casi todo de los primeros. Y sobre las asambleas, llamadas de forma algo bizarra Círculos Podemos, en honor a las Círculos Bolivarianos, se han fijado todas las atenciones; normalmente para apuntar al éxito del proceso, pero también para asegurar su «veracidad democrática». En este sentido se repite cierta «teoría del desborde». En sus propios términos: los Círculos proliferan, en su movimiento de expansión tienden a construir su autonomía y poco a poco extraen de ésta su propia organización, para finalmente desplazar a los que ahora pasan por sus representantes. Respecto a esta explicación habrá, sin embargo, que convenir que apenas podría haber sido más ingenua. Sí hay desborde este es únicamente el que se refiere al trabajo que supone ordenar una dinámica más bien caótica y dispersa, pero en absoluto al de un proceso de «radicalización» que tenderá inevitablemente a su organización democrática.

Se podrá decir también que en los Círculos Podemos hay gentes de toda condición y con las intenciones y proyectos más dispares. Esto es esencialmente un dato positivo, pero precisamente por su heterogeneidad y por su propia falta de organicidad, seguirán siendo una pieza subordinada (y esto a lo largo de toda la experiencia) de lo que constituye su único liderazgo posible: Pablo Iglesias y el grupo de La Tuerka. De hecho, nada es más fácil de «representar» que aquello que es incapaz de organizarse de forma coherente. Por eso, a la hora de valorar las posibilidades de Podemos, por muy interesante que consideremos la proliferación de Círculos, tenemos que considerar el proyecto sobre la pieza que conforman sus actuales líderes. Excluido, al menos de momento, el papel de IA y la incapacidad de los Círculos para articularse en torno a una posición propia y autónoma, el proyecto Podemos se debe comprender dentro de una matriz más bien izquierdista y populista que siempre por boca de sus representantes se podría resumir en torno a las siguientes afirmaciones.

1. «Nada con IU, nada fuera de IU». Podemos se sitúa a la izquierda. Aun cuando recoja mucho del lenguaje 15M -«no somos ni de izquierdas ni derechas»-, su apuesta se ubica en esta casa. No llama a otras puertas. La reivindicación de pedigree izquierdista, el uso de la imaginería de la Transición, hasta la estética es inequívoca. El dato sociológico es simple y lo han marcado analistas propios y ajenos: hasta un 20 % del electorado se ubica en la izquierda ideológica (posiciones 1-3 de un baremo 1-10). La presunción es que la mayor parte de este target no se siente representado por formaciones como Izquierda Unida y aún menos por el PSOE. Y esto a pesar de que según un reciente estudio de Metroscopia, más de un cuarto de los autoubicados en la extrema izquierda vota al PSOE y un sexto a IU. Sea como sea, la cuestión para Podemos es cómo recuperar la izquierda electoral, como traducirla en fuerza electoral. El problema reside, sin duda, en IU.

Los notables conocen bien la mediocridad de esta organización, su abismal corrupción, las enormes dificultades que entraña cualquier proyecto de regeneración, manifiesto una y otra vez en el arrinconamiento de los «críticos» y de las figuras más amables y representativas de las nueva sensibilidad social como Alberto Garzón. Su apuesta no pasa, sin embargo, por generar un espacio político paralelo a IU. A pesar de que esta haya rozado el extraparlamentarismo antes de la crisis y a pesar de que su tope de crecimiento electoral sea desesperantemente bajo, incluso en condiciones tan «idóneas», Podemos nace bajo el peso de IU. Se trata de forzar a IU, mediante la amenaza de la competencia electoral, a que se avenga a un pacto que abra la organización a los críticos y a las nuevas fuerzas políticas que se han creado por fuera, en tanto dentro era imposible que medraran. Las suspicacias que generan las reuniones entre ambas organizaciones provienen precisamente de que apenas se puede esconder esta presunción. Mucho nos tememos que la cuestión no es la de saber si Podemos acabará en IU sino de cuándo lo hará. Todo habrá de quedar finalmente en la izquierda y dentro de la izquierda. El proyecto es, en definitiva, el de la recomposición de la izquierda.

La crítica en este punto es sencilla. Podemos va extraordinariamente por detrás de lo que representó el 15M. La cuestión no reside únicamente en que el acontecimiento 15M se realizara al margen de la izquierda realmente existente (o incluso contra ella), o que su significante clave fuera el de democracia, lo que en última instancia instancia remite al programa constituyente (también incluido en el revuelto discursivo de Podemos). El problema principal reside en la insolvencia no sólo de Podemos, sino del movimiento en general, para ensayar una traducción política del ciclo de las Mareas y del movimiento de vivienda (con la PAH en primer lugar) que resulte lo suficientemente fiel a la posición destituyente del 15M como para suscitar sus mismas simpatías y transversalidad, pero lo suficientemente audaz y coherente como para presentarse como una alternativa política, no sólo de gobierno, sino al régimen en su conjunto. Ante esta incapacidad, valga decir que entendida correctamente, las iniciativas tipo Podemos (pero también el PartidoX) nos devuelven invariablemente al estrecho campo de la sociología electoral. Y aquí, en el fondo, igual da que sea en clave tradicional (la izquierda auténtica, los nacionalistas convertidos en independentistas), o presuntamente nueva (los targets de clase media socializados en las redes, políticamente neutros y que valoran sobre todo la experticia). La búsqueda de «hueco» electoral se realiza sobre la base de rangos de población discretos: la izquierda desencantada, la clase media en crisis y en búsqueda de nuevas alternativas. Finalmente acaban jugando a la lógica partidista, pero en un terreno en el que acaban por no distinguirse demasiado de aquello que pretendían derribar.

El resultado no es el entusiasmo, sino su contrario. En el caso de Podemos, y en la clave hoy tan al uso de «producir emoción», prueban con la imaginería cultural y los viscosos materiales heredados del antifranquismo estudiantil middle class, hecho hegemónico en la Transición. Algo que sin duda le da soporte, pero que a muchos de los autoubicados en la izquierda les produce una inevitable atragantamiento.

2. En uno de los muchos tweets con los que se han resumido algunas de las charlas e intervenciones de Podemos se leía: «La patria es defender la soberanía». En palabras de Pablo: «Entendemos que la patria es el derecho de todos a tener una sanidad y una educación». Se trata seguramente de la parte más artificial del discurso de Podemos. Al subordinar el significante «democracia» a la «izquierda» (y con ello al perder toda posibilidad de mayoría), y con este el proceso constituyente al liderazgo electoral, se recupera una palabra que no ha tenido acerbo alguno ni en el 15M, ni en todo lo que ha representado el ciclo de luchas expresado en el movimiento global, el movimiento contra la guerra, las batallas de internet, las luchas migrantes… Todo queda resumido en ¡la patria!, palanca, al parecer, para la reconstrucción de una verdadera hegemonía. El presupuesto es que no se puede hacer nada si no «tienes a la «patria» de tu lado». Para un grupo de politólogos, abrazados como lapas a los vicios profesionales de una disciplina que se basa en los estudios comparados y en la construcción de tipologías (al fin y al cabo, la politología no deja de ser la rama superior de las ciencias de la administración y el derecho político), la circularidad del discurso se busca en aquellos «modelos» en los que el «patriotismo» ha funcionado. Y este se encuentra en América Latina, así como en los siempre recurrentes Cataluña y Euskadi.

La operación es puramente discursiva, de laboratorio. De forma congruente a la recuperación del patriotismo, la desesperada búsqueda de un sujeto que sirva de aglutinante político de una multiplicidad que se considera condenada y dispersa se encuentra en la vieja figura del «pueblo». Recuperan así una vieja tradición de los nacionalismos de izquierdas, que en España ha sido marginal, pero que ha tenido sus propias pruebas, la última vez por parte de los entonces jóvenes socialistas antes de su llegada a la Moncloa en 1982. Entonces eran anti-OTAN, luego ya se sabe.

Sin que nos podamos ocupar ahora de los casos vasco y catalán, en los que al nacionalismo de izquierdas debería reservársele una crítica más bien dura respecto de su capacidad democratizante, la clave es América Latina. Pero el ajuste es aquí también mediocre: ¿hay alguna traducción posible de la tradición antiimperalista y antioligárquica, de base indigenista y popular de Latinoamérica a los nacionalismos europeos de base imperial, oligárquica y burguesa? ¿Responde la situación de empobrecimiento de las clases medias europeas con la de las poblaciones de los «barrios», favelas, morros, villas, conurbanos de las grandes ciudades latinoamericanas? ¿Se corresponde en términos culturales y subjetivos con el componente «patria»? Y sobre todo ¿tiene esto algo que ver con el 15M que en definitiva es el factor determinante en el desencadenamiento de la crisis política? Se dirá que el 15M habló del 99 %. Pero esto es no es el «pueblo», es la mayoría de la población definida en términos contables, lo que incluye a casi todos (con toda su heterogeneidad) frente a la oligarquía financiera. Se trata explícitamente de una denominación estadística, no sustantiva. Incluye a migrantes, españoles, catalanes, vascos, y por extensión europeos y norteafricanos, pero sobre todos a aquellos para los que la cuestión nacional no figura en el centro de su identidad (y que por cierto somos la mayoría). Esta es su ventaja y su acierto. El 99 % nos remite directamente al problema de la democracia hoy, que sólo en determinadas tradiciones políticas se corresponde con el significante «pueblo».

Un dato más: hablar de patria asociada a derechos sociales, en el marco de unas elecciones europeas, no deja de ser algo más bien pobre y extemporáneo. Se dirá que reivindicar la «patria» permite arrebatar una palabra crucial a la «derecha» y especialmente a la ultraderecha, prevenirnos del mal que asola Europa y trazar bien el campo del enemigo político significado por Alemania. ¿Pero podemos seguir asumiendo el horizonte de un proyecto de nacionalismo de izquierdas? De acuerdo con sus tradicionales ensoñaciones, el socialismo nacional se compone de políticas keynesianas, monedas nacionales, estalización de la banca, pleno empleo… O dicho de otro modo, un mundo viejo, que no volverá, y siempre blindado a los no nacionales.

Europa es hoy, ante todo, una constelación de metrópolis mestizas y complejas sujeta a través de sus Estados a la disciplina financiera europea. Cada una de estas metrópolis es únicamente una pieza, una provincia, en el marco del concierto global integrado. Cualquier Europa política que resulte hoy pensable tiene que partir de esta materia prima y no de entidades más bien metafísicas como puedan ser los «pueblos». De igual modo, cualquier proyecto social que piense en el reparto de la riqueza tendrá que pensarse en clave cuando menos europea. Esta debiera ser la batalla central en unas elecciones europeas. Conviene repetirlo: tristemente no lo es.

3. «La «gente» quiere y necesita referentes». En palabras de su líder mediático: «En situaciones excepcionales no vale con hablar hay que comprometerse». Los ya casi dos meses de Podemos han estado basados en un permanente paripé diseñado no tanto para la construcción de un liderazgo, como para confirmarlo. Se trata de una marca de la casa: las declaraciones de Pablo en la que, «sacrificado», daba ese crucial paso porque «se lo habían pedido»; la pretensión de celebrar unas primarias abiertas cuando realmente no hay nadie que puede servir de alternativa a los liderazgos ya consolidados dentro de una organización que se ha levantado a iniciativa de las mismas personas que luego habrían de confirmarlas como sus representantes…; o la última, la petición de Pablo al Círculo de la Universidad de Madrid para que le proponga como candidato, o lo que es lo mismo, a su propio grupo de afinidad. Se trata, una y otra vez, de una teatralización de «democracia interna» que nos podíamos haber ahorrado. Tampoco resultaba necesario recurrir a la permanente apelación «ciudadana» cuando lo que se quiere es simplemente romper el arco electoral con una iniciativa que podríamos considerar de «marca».

La iniciativa Podemos parte de un problema real: la pluralidad que llamamos movimiento 15M o post15M tiene una escasa capacidad de organización política. Pero su contribución no reside tanto en solventar este problema, aunque los Círculos pueden ser el embrión de algo más interesante, como la de proponer una herramienta electoral y ofensiva frente la enorme resistencia del sistema de partidos. Todo ello, no obstante con errores graves de diseño, especialmente por su decisión de mantener una matriz izquierdista que tiende a reabsorberlos en IU.

Si se plantea el problema en términos más exactos, la debilidad de Podemos, lo que en última instancia refleja la pobreza del actual debate político (al fin y al cabo somos unos recién aterrizados en «política») descansa sobre dos nudos que parecen el mismo pero que si se quiere deshacer requieren técnicas y trabajos distintos. El primero es el de la organización política, esto es, el de la composición de un sujeto con capilaridad territorial, transversalidad social y un proyecto propio y alternativo de organización política. Esto no se compone en dos meses, lleva tiempo madurándose, arranca de la marginalidad de los movimientos sociales y parte de bases más bien reactivas a asumir esta dimensión de la política. El 15M, no obstante, nos lo ha presentado como una posibilidad y ha puesto sobre la mesa unos contenidos que se ajustan a una clave democrática y constituyente; esto desgraciadamente ocupa un lugar secundario en Podemos. El segundo es el de crear un instrumento electoral capaz de abrir la situación y de conquistar posiciones institucionales que en última instancia deben servir a esa organización.

En términos gramscianos, que gustarán a la dirigencia de Podemos, el problema no es otro que el del partido y la hegemonía. Con una definición muy anterior a su tiempo, el partido era para Gramsci la organización de los partidarios que se agrupaban en torno a otra idea de sociedad y Estado. El partido no era sólo la organización política sino que incluía prensa, técnicos y expertos (los intelectuales), cultura e incluso una forma de arte. El partido era en definitiva un embrión de aquello que ya propugnaban y que primero tenía que conquistar amplias capas sociales (hegemonía). Nuestro acierto reside en no confundir el «partido», hecho de elementos amplios y constituyentes, con «su parte» electoral. De esto es consciente el propio Pablo cuando dice que si hubiera una sociedad civil organizada él no sería necesario. La cuestión es que sin esa sociedad civil no hay posibilidad de superar esta forma de democracia.

La «operación populista», de inspiración latinoamericana, pretende servir de puente entre la desorganización de la sociedad civil y la rabiosa necesidad de tener expresión electoral. Se trata de un «atajo» que en determinadas condiciones puede resultar interesante, pero que como todo populismo presenta el problema de que en última instancia implica un «salto en el vacío». Sin «organizaciones populares» autónomas y capaces de pensar y proponer una estrategia propia, toda la iniciativa quedará en manos de la voluntad de un pequeño grupo y de una idea vaga y abstracta (según su mejor teórico: un «significante vacío», receptor de demandas de lo más disperso). De hecho uno de los aspectos más significativos de Podemos es que realmente no hay mucho que discutir: ni programa, ni contenidos, ni ideas precisas. Todo esta confiado a unas pocas palabras: izquierda, patria, Pablo Iglesias.

A nuestro parecer en este punto, como en muchos otros, la retórica populista tampoco está a la altura. Deberíamos incluso negar la mayor. Valga decir que el 15M fue manifiestamente crítico no sólo con la clase política, el régimen o la Transición, sino con el principal elemento de la democracias actuales: la representación. He aquí su mayor contribución: la posibilidad de pensar en términos de una radicalidad que avanza sobre elementos de democracia directa. Lejos pues de que se necesiten «referentes» y «personalidades», lo que necesitamos es organización y proyecto.

En definitiva, caso de que Podemos, o de una forma mucho más improbable otra formación nueva, consigan un eurodiputado será sin duda un éxito para ellos, y una buena noticia para el movimiento. Desgraciadamente, de esto no se deduce mucho más. Nuestro reto no es el de obtener un pequeña porción de representación o el de presentar una batalla por la recomposición de la izquierda, sino el de hacer cuajar el frente social, amplio y mayoritario, que se expresó en el 15M y en las simpatías a las Mareas y el derecho a la vivienda, en una opción constituyente de cambio de régimen. Por eso, caso de que obtengan éxito habremos de saludar a los nuevos eurodiputados, pero inmediatamente les tendremos que preguntar ¿qué estás dispuesto a hacer por esto?

Emmanuel Rodriguez, Almudena Sánchez Moya, Isidro López, Diego Sanz Paratcha y Pablo Carmona

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