Yo creo que PODEMOS va a gobernar. Por eso, es urgente que tengamos claro qué es lo que tenemos que «poder». ¿Qué podemos? ¿Podemos acaso lo imposible? Tras las elecciones europeas escuché entre mis colegas del gremio de filosofía una muy interesante definición de populismo (pues, naturalmente, se veía en lo de PODEMOS una victoria […]
Yo creo que PODEMOS va a gobernar. Por eso, es urgente que tengamos claro qué es lo que tenemos que «poder». ¿Qué podemos? ¿Podemos acaso lo imposible?
Tras las elecciones europeas escuché entre mis colegas del gremio de filosofía una muy interesante definición de populismo (pues, naturalmente, se veía en lo de PODEMOS una victoria del populismo). El populismo, se decía, es «presentarse a las elecciones prometiendo lo imposible a sabiendas de que es imposible». Es una definición muy interesante. A mí se me ocurrió una variación inmediata: «llamo populismo a prometer lo imposible a sabiendas de que yo voy a hacer todo lo posible para que sea imposible». O mejor aún: «a sabiendas de que si yo quiero que sea imposible será imposible, porque aquellos a los que yo voto tienen la sartén por el mango». En este sentido, el Frente Popular en el 36 habría sido populista: ganó las elecciones prometiendo lo imposible. Para demostrar que era imposible, algunos se movilizaron bastante y montaron una guerra civil y cuarenta años de franquismo. Y así resultó imposible.
No deja de ser curioso, aunque sea anecdótico, que entre los que suelen subscribir esa definición, muchos saben de lo que hablan. Fueron ellos, precisamente, los que, de jóvenes, pidieron lo imposible siguiendo la estela del 68. «Pidamos lo imposible» y «La imaginación al poder» son unas divisas muy juveniles, pero se desgastan pronto con la edad. Pasan los años, y al final, eso suena a populismo.
El caso es que esa vía para desprestigiar a PODEMOS no les va a funcionar. Porque el diagnóstico no puede encajar peor. Ya les gustaría que PODEMOS fuera eso, pero no lo es. En muchos sentidos es más bien lo contrario. Los jóvenes de PODEMOS no han pedido ni piden lo imposible. Yo creo firmemente que el germen de PODEMOS remite a Juventud sin Futuro y después al 15M. Ahora bien, JSF no pedía lo imposible. Todo lo contrario, en cierta forma, sus reivindicaciones sonaban muy conservadoras: se reclamaba el derecho a un trabajo, a una pensión (¡y eran jóvenes!), a una vivienda, a una familia, a poder estudiar en una enseñanza estatal… Se trataba, más bien, de conservar todo aquello que los revolucionarios neoliberales estaban destruyendo, como por ejemplo, los derechos laborales más elementales. Unos jóvenes muy conservadores, por tanto, frente a unos revolucionarios muy poderosos. Ahora son ellos, la casta más rica del planeta, los que piden lo imposible. El 1% de la población mundial pide lo imposible al 99%. Y lo imposible se hace realidad todos los días. Eso lo comprobamos en facebook cotidianamente: no hay forma de distinguir ya las noticias en broma de las noticias de verdad. No aciertas ni una. El sólo hecho de que la estación de metro más emblemática de Madrid se llame Vodafone Sol es un experimento dadaísta irrealizable que, sin embargo, todos los días se hace realidad. La mera existencia de un ser como Cristobal Montoro a mí me parece científicamente imposible. No es posible que estemos gobernados por caricaturas. Pero lo estamos. Viéndolo ahora, uno diría que la existencia de Jose María Aznar es metafísicamente imposible, y, sin embargo, gobernó por dos legislaturas. Vivimos en un imposible cotidiano.
PODEMOS, en cambio, es de lo más normal. Será por eso que sorprende tanto. A mí no es que me sorprenda, es que estoy enamorado. Veo las fotos de las asambleas y de los actos de PODEMOS y veo a un montón de alumnos míos que el curso pasado estaban en primero. Gente de veinte años que, no se sabe cómo, han construido un acontecimiento histórico, seguramente el más importante que ha ocurrido en este país desde la transición. Veo a los muchachos de Juventud Sin Futuro, a los estudiantes que lucharon contra el Plan Bolonia durante diez años de derrotas continuas. Y veo mucho profesor universitario. Muchos alumnos y muchos colegas, sobre todo de la Universidad Complutense. Cuando comenzó a presentarse el Plan Bolonia, en un acto convocado por el rector Carlos Berzosa, yo apunté que la UCM era una ciudad muy poderosa y que si la UCM decía no a Bolonia, muchas otras universidades plantarían cara también. Ahora se ha demostrado que, en efecto, la Universidad tiene mucho poder. En cierta forma -lo ha dicho Jose Luis Villacañas hace poco– esto que ha pasado con PODEMOS puede considerarse una venganza de la Universidad. Más que una venganza, un levantamiento de una Universidad que está harta de ver cómo se toma el pelo a la ciudadanía. Lo que ya pasaba en la lucha contra Bolonia, está pasando ahora a nivel global. Durante años tuvimos que aguantar -como decía Juan José Millás el otro día (…)- el blablabla ininteligible, vacío y ñoño, de las autoridades académicas, vendiéndonos la privatización y mercantilización de la Universidad con un marketing ridículo de frases hechas y tópicos hippieprogres: «una Universidad al servicio de la sociedad» (entiéndase, vendida a las necesidades del mercado), un pomposo «Espacio Europeo Superior para una Economía del Conocimiento» (léase, una reconversión económica de la Universidad para suprimir todos los departamentos que no sirvan a las empresas para aspirar dinero público), «un nuevo modelo educativo de la formación a lo largo de toda la vida» (es decir, el despido libre para todos los que no se acomoden a un reciclaje continuo), «el primado de las prácticas en la enseñanza» (o sea, la formación de un ejército industrial de reserva que está dispuesto a trabajar sin cobrar, sólo para formarse), el «becario en prácticas» (el trabajador que ni sueña con cobrar), el bucólico «modelo educativo del aprendizaje», frente al caduco «modelo de la enseñanza magistral» (o lo que es lo mismo: la ocasión de desfuncionarizar la enseñanza, amortiguando cátedras y plazas de titular), el diseño flexible y personal -tan divertido y apasionante- del propio itinerario académico (es decir, la supresión de las profesiones protegidas por convenios colectivos), la «movilidad europea» como prioridad (al tiempo que se hace todo lo posible por suprimir las becas Erasmus), y blablabla y blablabla; «no se trata de poner a la Universidad al servicio de las empresas, sino al servicio de la ciudadanía», decía Gabilondo, cuando era ministro; pura palabrería; y luego muchas mentiras: los másteres tendrán precios públicos (ya se ha visto, sí), las tasas no subirán (idem); promesas y promesas de que lo no rentable tendrá un lugar de honor en la academia (sí: mientras que la financiación pública se condiciona a la previa obtención de financiación privada, en lo que, a la postre, no es si no una forma de financiar proyectos empresariales privados con dinero público, utilizando a la Universidad estatal como un cajero automático que permite a las empresas aspirar los euros de los impuestos y hacerse gratis con todo un ejército de trabajadores -a los que se llama, pomposamente, «becarios de investigación»- pagados con el dinero de los impuestos de otros trabajadores).
Durante diez años de lucha antibolonia, vimos que todo este blablabla, era respondido por estudiantes que lejos de pedir lo imposible (más bien pedían que se les permitieran conservar una Universidad normalita, con sus virtudes y defectos de toda la vida), habían hecho lo que parecía imposible: traducir las ponencias en inglés de las cumbres de la OMC sobre educación, estudiarse los BOEs, los libros blancos, los documentos sobre Universidad de las patronales europeas y del Círculo de empresarios español. Y habían llegado a la conclusión de que se les estaba tomado el pelo. El espectáculo fue patético y grandioso. En todos y cada uno de los debates que -con mucho trabajo- lograron forzarse, las autoridades gubernamentales de educación hacían el ridículo con sus frases hechas y sus palabras vacías de lameculos, mientras que estudiantes de veinte años les sacaban los colores citando profusamente en sus argumentos todos los documentos que esas autoridades, en muchas ocasiones, ¡ni siquiera sabían que habían firmado!
Bien. Muchos de esos estudiantes ahora se han volcado en PODEMOS. Y el fenómeno se está repitiendo pero, esta vez, a nivel de política general. ¿Por qué se piensan en el PSOE o en el PP que PODEMOS ha logrado surgir de este modo de la nada, con unos cuantos miles -y no millones- de euros? Pues por una sencilla razón. Porque la ciudadanía ha escuchado por primera vez argumentos sinceros y llenos de contenido, enfrentándose al ruido ininteligible del bla-bla-bla ininterrumpido de nuestra casta política. Lo dijimos ya mil veces con el asunto de Bolonia. Estudiantes y profesores nos pasamos diez años reclamando tres o cuatro horas de televisión para debatir en público sobre el asunto, convencidos de que no hacía falta más para demostrar que nos estaban estafando. Nunca nos concedieron esa oportunidad. Tras años de una continuada movilización en las calles, tras centenares de detenidos y un buen puñado de heridos, se nos concedió, por fin, la palabra, en un programa que se llamaba 59 segundos. Incluso esos segundos habrían bastado, pero, para entonces, el plan Bolonia ya era una realidad sin marcha atrás.
¿Quién iba a pensar que el mismo fenómeno se iba a repetir a nivel de política global en todo el país, de forma masiva, contundente y victoriosa? El peso de la Universidad en PODEMOS -y muy en especial de la Facultad de Filosofía y de Políticas de la UCM- es innegable. Alumnxs y profesorxs. Y de nuevo se repite el fenómeno: el bla-bla-bla de la casta no tiene nada que hacer frente a los argumentos que PODEMOS ha sacado a la luz. No se resiste una hora seguida de confrontación pública. En esto no es posible agradecer lo suficiente a Pablo Iglesias que durante años se haya dejado la piel discutiendo en solitario con todo tipo de malas bestias. El efecto ha sido incuestionable. Un grandísimo sector de la población ha sabido distinguir muy bien quién les estaba argumentando de verdad y quién les estaba vacilando. Y ese efecto político ha sido una bola de nieve: la población dará la victoria electoral a PODEMOS porque está harta de que la tomen por imbécil.
Volviendo a esa tan interesante definición de populismo. «Presentarse a las elecciones prometiendo lo imposible». O sea: algunos -y mira por dónde son, sobre todo, los discípulos de Fernando Savater, los sempiternos y autoproclamados defensores de la democracia parlamentaria y el estado de derecho- comienzan por considerar imposible que se cumpla la Ley. Por eso, durante toda una década, su hazmerreir favorito fue Anguita, ese peligroso izquierdista que se limitaba a pedir y pedir que se cumpliera la Constitución. Ahora repiten la jugada con PODEMOS. Porque, PODEMOS, la verdad, tampoco parece que esté pidiendo la Luna. En la mayor parte de los temas -por lo que yo puedo apreciar-, parece que PODEMOS se conformaría con que se cumpliera la Ley. Lo decía Luis Alegre hace unos días. Muchos puntos considerados utópicos en el programa de PODEMOS se pueden financiar con medidas tan insólitas, revolucionarias y radicales como, sencillamente, haciendo que se aplique la Ley. Para lograr la jubilación a los sesenta años, por ejemplo, bastaría con hacer que las 3000 empresas mayores de este país tributaran al tipo que tienen asignado por ley (es decir, al 30 %, cuando ahora logran mediante todo tipo de argucias tributar efectivamente al 3,5 %). ¿Esto es utópico? ¿Es utópico pedir que se cumpla la Ley? Quizás. Pero entonces ¡podían haberlo dicho antes! En lugar de escribir libros y columnas periodísticas cantando las alabanzas del imperio de la Ley, podía haberse advertido que el capitalismo de la sociedad capitalista funciona, sencillamente, al margen de la ley y que pedir cualquier otra cosa es utópico o populista. Que, por tanto, el imperio de la Ley está hecho para vigilar y disciplinar a los pobres, y que no se puede soñar con otra cosa. Si se hubiera dicho bien alto, a lo mejor la población habría sacado sus conclusiones. Se entiende que Emilio Botín o Florentino Pérez no tienen por qué desvelar las reglas del juego que los hace ricos. Pero esos intelectualillos bienintencionados que les hacen el juego sucio en los periódicos y los medios de comunicación, podían tener un poco más de dignidad, la verdad.
En este país –continuaba diciendo Luis alegre-, el fraude fiscal es del 24 % (y el 80 % de ese volumen corresponde a las grandes fortunas). El caso es que, la media europea es del 12 %. ¿Qué pasa? ¿Hace falta un Che Guevara, un Trotsky y un Bakunin? ¿Qué se necesita para hacer realidad esa fantasía utópica, para lograr que la media española de fraude fiscal sea la media europea? No hace falta ninguna revolución descerebrada ni insensata. Hacen falta inspectores de Hacienda. Los datos hablan por sí sólos: en España hay 1 inspector por cada 1958 trabajadores. En Francia, 1 por cada 942, en Alemania, 1 por cada 750. Los inspectores de este país, se quejan de que les faltan recursos. También se han quejado de que han recibido instrucciones de no intervenir. En realidad, los inspectores de Hacienda de este país están furiosos. Son un colectivo desesperado al que no se ha dejado trabajar.
¿Y cuántos colectivos hay en este país deseando poder hacer bien su trabajo? ¿Es una utopía insensata y populista crear las condiciones políticas para que puedan hacerlo? Me consta que hay un ejército de inspectores y subinspectores de Hacienda deseando que les den la orden de inspeccionar de verdad a los que de verdad defraudan. Del mismo modo, no me cabe duda de que hay un ejército de periodistas deseando ser periodistas de verdad, periodistas hartos de que se les obligue a mentir y a ocultar información. ¿Es un disparate utópico crear las condiciones estatales para el ejercicio libre de esa profesión? No, no lo es: bastaría con un sistema de acceso público a la profesión semejante al que siempre se ha practicado en la enseñanza estatal. Los periodistas gozarían así de tanta libertad de cátedra como los profesores (o sea, de mucha). Y entonces, el periodismo podría liberarse de las presiones empresariales y de las presiones gubernamentales. ¿Imposible o utópico? En absoluto: no creo que nadie pueda decir que la enseñanza estatal es gubernamental y lo que es posible para la enseñanza debería ser posible para el periodismo.
Seguro que existe, también, un ejército de peritos contables buscando trabajo que podrían perfectamente asesorar al poder judicial para resolver las demandas de delitos económicos. Y seguro que hay también un ejército de abogados en paro deseando ejercer su profesión para proteger judicialmente en el turno de oficio a los más necesitados y para demandar a los más invulnerables poderosos. Esto no puede ser el mundo al revés. No puede ser que mi amigo Tinito la Calma lleve seis años en la carcel por pasar unos gramos de hachís y resistirse a los malos tratos policiales, al tiempo que millares de bárcenas millonarios se pasean por el mundo como si fueran aforados de sangre azul. No se puede hablar de Estado de Derecho cuando la Justicia no sirve más que para meter en la cárcel a la gente pobre.
¿Y cuantos médicos y médicas, cuántos enfermeros y enfermeras, auxiliares de hospital están deseando poder hacer bien su trabajo? ¿Cuántos profesores y profesoras? ¿Cuántos jueces y juezas harían bien su trabajo si tuvieran más recursos? Son una marea de gente, una marea blanca, verde y negra. ¿Esta es la utopía populista de la que se hablaba? ¿Lograr que la gente que ama su profesión y sabe ejercerla tenga unas condiciones profesionales dignas para poder hacerlo?
¿Y los jóvenes? ¿Es una utopía lograr que los jóvenes mejor formados de la historia de España tengan que emigrar para trabajar de camareros en Alemania o en Laponia? ¿No es esto un increíble despilfarro de capital humano, como suele decirse? ¿Es una utopía lograr que haya profesores y médicos? ¿Es una utopía intentar, por ejemplo, que haya un verdadero turno de abogados de oficio en este país, que funcione con eficacia y dignidad? Quizás sea imposible, pero entonces que no se vuelva hablar jamás de Estado de Derecho ni de Imperio de la Ley. Sin abogados de oficio no puede haber justicia ninguna. Si ellos fallan, falla la Constitución.
Si yo tuviera que resumir en una sola frase el programa de PODEMOS -y creo que no ando desencaminado a la hora de interpretar el clamor popular que les votará-, diría que esa frase es «Que se cumpla la Ley». ¿Qué Ley? Por mi parte, me conformaría con que se cumpliera cualquier ley, con tal de que fuera una ley. Aspiraría a algo más, desde luego, aspiraría a que las leyes fueran buenas. Pero que se cumplieran las malas leyes ya sería un avance inédito. Para que las empresas tributen un 30 % no hace falta el comunismo, hace falta que se cumpla la ley. Si tributaran sólo un 25 %, según pretenden las nuevas malas reformas legales del PP, sería de todos modos un éxito social inimaginable. Cualquier ley es mejor que la ausencia de ley. Pero es que, además -Anguita tenía toda la razón-, nuestras leyes no son de las peores, sino que son, en realidad, bastante pasables. Si se cumplieran, el resultado sería asombroso.
El clamor popular que -no me cabe duda- dará la victoria a PODEMOS, ha caído en la cuenta de que, en este país, hay toda una casta que, sencillamente, vive fuera de la ley. No es que el rey sea inviolable, es que la mayor parte de las decisiones que determinan nuestra vida cotidiana, casi todas las cosas importantes, se deciden fuera del parlamento, en un espacio sin ley. Las personas normales viven sometidas a la ley. El dinero y sus propietarios viven en un vacío legal, en una franja de inviolabilidad, en un paraíso no sólo fiscal sino también legal. La ley no está hecha para la gente rica. Sólo cuando los ricos se pelean entre sí, ocurre que, a veces, alguno de ellos pasa algun rato por la cárcel. Mientras tanto, las cárceles están, como siempre lo han estado, llenas de pobres.
PODEMOS no se puede reducir a un partido político. Es un movimiento social muy hetergóneo que está pidiendo algo enteramente sensato: que se cumplan las leyes. Luego, a la hora de legislar y hacer leyes mejores, sin duda, surgirán en PODEMOS todo tipo de tendencias, todo tipo de confrontaciones de todos los colores, quizás varios partidos políticos distintos. Pero yo creo, que al final, el verdadero juego democrático de este país se va a jugar en el interior de PODEMOS. Y fuera de PODEMOS no va a quedar más que una oposición golpista, muy poderosa, sin duda, poderosísima, pero golpista. Porque no debemos engañarnos: esa gente no va a permitir así como así que los perroflautas del 15 M se hagan con el pastel que les ha hecho multimillonarios y se dediquen a administrarlo según las legislaciones de un verdadero Estado Social y de Derecho. No, claro que no, no van a mandar a un Tejero al Congreso. Pero recurrirán a otras tácticas, como ya se ha hecho en Grecia. Un gobierno de concentración nacional, un tecnócrata impuesto por la UE, una desestabilización continua con tintes de revolución naranja en las calles, sin descartar juegos más sucios aún. Yo, que Pablo Iglesias, intentaría hacerme con una escolta eficaz, la verdad.
No se puede decir que no sea un programa sensato. Hay que preguntase más bien, qué se quiere decir y qué se quiere defender -incluso a quién se está defendiendo- cuando se lanzan acusaciones de populismo. Hay que poner las cartas sobre la mesa: ¿es populismo pretender que la casta económica y política de este país tenga que cumplir la ley? ¿Era populista Eduardo Galeano cuando en los años setenta diagnosticaba el problema fundamental de América Latina diciendo que, ahí, para «dar libertad al dinero, las dictaduras encarcelan a la gente»? A Latinoamérica le ha costado mucho aprender la lección, muchos años, muchas muertes, muchos torturados y desaparecidos, mucha pobreza. Pero se reaccionó y el continente se ha llenado de esperanza. En Europa estamos ahora frente al mimo problema. Pero sabemos cuál es el antídoto. No es una utopía obligar a los poderosos a cumplir la ley. A veces se consigue. Y el efecto es una bola de nieve que no se detiene. En resumen, que sí se puede. Claro que se puede.
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