La aparición de Podemos ha «desordenado» el panorama político. En una situación de bloqueo institucional, donde la inestabilidad parecía más ser fruto de la crisis de los viejos partidos que del surgimiento de nuevos agentes, Podemos aparece como la gran amenaza para los de arriba y la gran esperanza para los de abajo. Tras años […]
La aparición de Podemos ha «desordenado» el panorama político. En una situación de bloqueo institucional, donde la inestabilidad parecía más ser fruto de la crisis de los viejos partidos que del surgimiento de nuevos agentes, Podemos aparece como la gran amenaza para los de arriba y la gran esperanza para los de abajo. Tras años de movilizaciones y de dinámicas de lucha esencialmente defensivas, la marea de indignación que abrió el 15M busca dotarse de instrumentos para luchar por la conquista de cuotas de poder institucional, provocando un cambio de ciclo donde las clases subalternas ya no se conforman con protestar, sino que buscan convertir su propio relato en poder político. Un sector de la población comienza a creer, de nuevo, en la posibilidad de construir una sociedad igualitaria y democrática: la política ha sido profanada por la irrupción popular.
En este artículo intentaremos sintetizar algunas cuestiones: por qué se lanza Podemos, quiénes lo lanzan, la relación entre Podemos y las identidades de la izquierda, algunos elementos del discurso, las formas organizativas, y los retos de cara el futuro. Sin duda, se quedarán muchas cosas interesantes en el tintero: léase simplemente como una reflexión no acabada o una aportación al debate.
De la lectura de un momento a la creación de un acontecimiento
Rompiendo con la idea de que «hay que acumular fuerzas lentamente», el lanzamiento de Podemos responde a una visión que combina un análisis «objetivo» de la coyuntura política con un uso «subjetivo» de la misma. Por una parte, la coyuntura abre la oportunidad política: las luchas en defensa de lo público, el descrédito de las organizaciones sociales y políticas tradicionales, la burocratización de la izquierda institucional, la desafección y el hartazgo de amplias capas de la población, la búsqueda de una salida política a la movilización, son algunos de los síntomas que indican que un proyecto como Podemos puede tener éxito. Por otro lado, una coyuntura de estas características no conduce por sí misma a ningún tipo de alteración fundamental del orden político. La coyuntura debe aprovecharse mediante el gesto, para impulsar la construcción de sujetos que creen acontecimientos en función de las posibilidades existentes. La realidad deja de ser un puzle donde todas las piezas tienen que encajar: lo importante es ponerse a construir el puzle con las piezas que hay, aunque no encajen todas.
Lanzamiento con las fuerzas acumuladas
Podemos se lanzó entre personas agrupadas en torno a la tertulia de debate político «La Tuerka», con Pablo Iglesias como cabeza visible, y los y las militantes de Izquierda Anticapitalista. Dos culturas políticas diferentes se encontraban: una muy inspirada por los procesos latinoamericanos, con una hipótesis basada en la agregación popular en torno a una figura carismática convertida en el significante en torno al cual agregar múltiples descontentos y una «movimientista», basada en la voluntad de construir una alternativa rupturista desde abajo y a la izquierda, muy marcada por las experiencias del 15M y las mareas.
El uso de una figura pública «fuerte», más conocida por sus apariciones televisivas que por ser un líder del movimiento como puede ser Ada Colau, ha sido y sigue siendo controvertido. Pero más allá de los debates, hay que reconocer que sin la figura de Pablo Iglesias, Podemos no hubiera pasado de ser otro experimento sin poder de agregación popular más allá de los espacios militantes ya constituidos. Y me refiero a Pablo Iglesias como figura construida para resaltar un acierto innegable: detrás de esta figura hay una lectura sobre la necesidad de construir también en el plano mediático, dado el papel de los «mass media» en las sociedades actuales. Pablo Iglesias es el producto de una estrategia, pues aunque las oportunidades son siempre contingentes, hay que saber aprovecharlas. El mérito es de quien ha leído que había un hueco, una acumulación de fuerzas potencial en ese sentido y ha trabajado para convertir el potencial en algo concreto. La legitimidad de Pablo Iglesias en el liderazgo de Podemos emana de haber sabido construir, a través de los altavoces mediáticos, una vía de comunicación directa con millones de personas que se identifican con sus planteamientos. El debate no se articula en torno a la necesidad o no de un liderazgo de este tipo, que ha demostrado ser muy útil para impulsar un proyecto amplio basado en la auto-organización popular, sino que más bien los debates se dan en torno a cómo se combina ese modelo de liderazgo mediático con la cultura igualitaria y «desde abajo» que surge con el 15M. El intento, no exento de tensiones, de ir ensamblando ambas esferas explica buena parte del éxito de Podemos. Queda mucho por experimentar en ese aspecto.
Por otro lado, un sector de la izquierda radical (radical en el sentido de buscar soluciones de raíz a problemas endémicos) ha sido capaz de poner sus (pequeñas) fuerzas militantes al servicio de la apertura de un espacio incontrolable por cualquier organización, que busca vincular a nuevos sectores sociales más allá de posiciones políticas predefinidas. De lo que se trata es de poner la organización al servicio del movimiento, abandonando la idea de que se «interviene desde fuera» o de que existen campos políticos fijos. La tarea consiste en formar parte de experimentos masivos, asumiendo contradicciones, y unas formas más impuestas por los ritmos reales que fruto de un trabajo paciente y organizado. Muchas veces eso genera ciertas tensiones entre militantes fuertemente ideologizados y el desarrollo político de un movimiento compuesto mayoritariamente por gente sin experiencia militante, donde los vínculos muchas veces no se establecen en base a la militancia tradicional. El riesgo de desacople entre los núcleos militantes (que no necesariamente provienen de una organización en concreto, pues hay militantes de muchos tipos) y esa base social difusa y amplia de Podemos es real y siempre está presente en un movimiento que, por sus propias características, cuenta con múltiples y variadas formas de vinculación y participación. Quizás sea necesario un cierto cambio de mentalidad, para que además de ser «protagonistas» políticos, los militantes asuman también una cierta vocación de enlace con toda esa gente que se identifica con Podemos, pero que no está dispuesta a sumirse en dinámicas activistas.
Poner «el hacer» antes del «ser» para volver a «ser»
La derrota de la izquierda tradicional (caída del muro, adaptación de la socialdemocracia al neoliberalismo, impotencia de la izquierda radical) ha provocado que, al contrario que en épocas precedentes en Europa, la simbología «roja» no sea el elemento de identificación a través del cual se expresa el descontento anti-capitalista. Lo que pasa a ser central como elemento a fijar es lo que «hay que hacer», por encima de lo «que se es» a priori. Por decirlo en palabras de Miguel Romero, «es posible e importante crear una organización política cuya fuerza y unidad se establezca más allá de la ideología, concentrándonos en la definición de las tareas políticas centrales».
Eso no significa ni mucho menos que esa prioridad del «hacer» impida la reconstrucción de identidades, pues en política siempre hay una relación de tensión con el pasado, una fuerza que nos impulsa que viene de muy atrás, como explicaba Walter Benjamin. No hay más que ver la fabulosa recuperación del mitin como teatro político que ha hecho Podemos: puños en alto, Carlos Villarejo citando a Engels, Teresa Rodríguez saludando las luchas locales de los trabajadores, las canciones de combate o Pablo Iglesias aludiendo a lo mejor del movimiento obrero.
Esa concepción del mitin como espacio vivo, performativo, condiciona la evolución en el plano estético-discursivo de Podemos: en este teatro «de nuevo tipo» en el que se han convertido los mítines de Pablo Iglesias y otras caras públicas del movimiento, el público no solo observa admirado, sino que también actúa, presiona, vive. Esa apertura de espacios para la expresión popular, el gran mérito de Podemos, ha permitido el reencuentro del pueblo de izquierdas consigo mismo, pero también ha obligado a la izquierda a salir de su letargo identitario. Podemos se ha movido en ese equilibrio, tenso y precario, permitiendo al proyecto partir de la izquierda, abrir un nuevo campo más allá de esa identidad, para luego recomponerla, pero sin encerrarse nunca en ella. Ser de izquierdas vuelve a estar de moda, porque ya no es algo que se viva en soledad y con un símbolo en la solapa.
El juego de los conceptos
Podemos ha logrado un equilibrio difícil para la izquierda: aparecer como «lo nuevo» sin dejar de retomar esa fuerza que emana de mirar al pasado buscando inspiración. Utilizaremos dos ejemplos: la introducción «desde fuera» del vocablo «casta» y por otro lado, el ataque a uno de los pilares del régimen constitucional del 78, el PSOE, a partir de la disputa de la identidad «socialista.»
Un ejemplo de la potencia discursiva de Podemos se ve claramente en la introducción del término «casta», un concepto suficientemente ambivalente y difuso como para fijar un eje antagonista, en un contexto donde los causantes de la debacle social se muestran invisibles o individualizados. Tradicionalmente, en la teoría política de matriz marxista, el término «casta» se ha utilizado para referirse a aquellas capas de la población cuyo poder emanaba de su relación con el Estado, mientras que «clase» se relacionaba con la posición en los medios y relaciones productivas y de propiedad. «Casta» puede recoger esa fusión entre poder económico y los aparatos del Estado típica del periodo neoliberal, producto de la invasión financiera de campos de gestión estatal que durante el periodo del «Welfare» reproducían las conquistas sociales de la clase trabajadora. «Casta» se convierte en esa representación, sencilla y directa, de los responsables económicos y políticos de la miseria, de la fusión entre los poderes públicos y privados: podría convertirse en sinónimo de lo que el movimiento obrero denominó «burguesía». Esta capacidad del término «casta» de simbolizar la fusión entre poderes económicos y políticos tiene también su base material en el movimiento real: remite a aquel lema que inició el 15M que recordaba que «no somos mercancía en manos de políticos y banqueros». Un término tan ambiguo como «casta», sin esas experiencias colectivas previas, podría haberse convertido también en la representación falsa de todos los males, un recurso populista que oculta a los auténticos responsables de la crisis, como ha ocurrido en Italia, donde el principal abanderado de la lucha contra la «casta», el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, ha terminado pactando con UKIP (el partido de extrema derecha vencedor de las últimas elecciones europeas en Gran Bretaña) en el parlamento europeo; un pacto aprobado, por cierto, mediante un referéndum online. Eso no desprestigia ni el uso de referéndum online (sin duda, una de las herramientas más útiles para ampliar la participación popular) ni el uso del término «casta», pero nos recuerda que el peso decisivo lo tienen los procesos sociales colectivos, que son los que definen el significado de un significante y determinan el uso en uno u otro sentido de los mecanismos de participación online.
No hay que olvidar tampoco que el duelo entre «la casta» y la «gente» se produce dentro de unas relaciones estructurales de dominación y explotación capitalistas: la «casta» es explotadora, pero se sostiene y reproduce en un marco sistémico. Es la acción política de la gente la que puede desalojar a la «casta», pero no solo para sustituirla por una nueva capa de gobernantes «más justos», sino para desarticular esas relaciones (relaciones entre el ser humano y el medio ambiente basadas en la rapiña, expropiación de la riqueza generada por el trabajo por unos pocos, relaciones de opresión heteropatriarcales) que determinan la vida social. La potencia de Podemos está en que el concepto no va desligado de la acción real, y así abre la posibilidad de ligar la lucha contra «la casta» a la posibilidad de superar las estructuras y relaciones que permiten y condicionan la reproducción de «la casta». En ese proceso de lucha se generan elementos de auto-organización popular, nuevas relaciones sociales que cuestionan las impuestas por la sociedad capitalista: la lucha contra «la casta» se hace cooperando, debatiendo y en común, frente a la competencia, aislamiento y soledad que ofrece el neoliberalismo.
Por otra parte, Podemos ha tenido la audacia (ligada a la posibilidad abierta por la fragilidad de las lealtades políticas establecidas por el régimen del 78) de lanzarse a la disputa de las bases sociales del PSOE. El PSOE ha funcionado durante las últimas décadas como el principal instrumento partidario en la integración de las clases subalternas en el Estado Español, un papel muy ligado a su subordinación y fusión con los aparatos del Estado. Los mecanismos para esa integración han sido múltiples. Destacan sus vínculos con los sindicatos hasta una política de reformas basada en estimular un modelo económico que combinaba las ayudas europeas a cambio de desindustrializar el país, la activación de la deuda como instrumento compensador del estancamiento salarial, o la financiarización del sistema productivo. El colapso de ese modelo, a partir de la crisis de 2008, ha significado también una dura erosión de su referencialidad social para todo ese sector de la clase trabajadora que anteriormente veía al PSOE como un mal menor frente a la derecha. Podemos ha sabido retomar el término «socialista» para posicionarse como una alternativa frente a la ruina de la «marca original», incluso a través de recursos como «jugar» discursivamente con el hecho aleatorio de que el líder de Podemos y el fundador del PSOE comparten nombre. Podemos acusa al PSOE de abandonar sus objetivos fundacionales, y llama a recuperarlos en el marco de la construcción de un nuevo sujeto político. Los socialistas pueden así recuperar el orgullo de serlo, pero fuera del PSOE, percibido como un marco caduco y en descomposición.
Si entendemos el «sentido común» desde el punto de vista de Gramsci, es decir, como síntesis entre la ideología de la clase dominante y las conquistas contra-hegemónicas de los subalternos en su lucha contra esa ideología dominante, no cabe duda de que la ambivalencia discursiva de Podemos permite recoger buena parte del capital histórico acumulado tanto por las luchas y la historia del movimiento de los oprimidos. Pero esa ambivalencia (imprescindible y tan útil para un proceso de agregación popular masiva) se verá enfrentada también a retos dictados por la agenda política imperante, una agenda, que no olvidemos, sigue marcada por hechos heterónomos a las acciones de Podemos, aunque Podemos ya sea un factor en la ecuación. ¿Qué pasará el día de la consulta catalana? El sentido común imperante entre muchos (la mayoría, podríamos decir) de los que se identifican con Podemos no se orienta precisamente a apoyar el derecho de los catalanes a decidir, a pesar de que algunos de los dirigentes de Podemos hayan defendido el derecho a decidir de los catalanes. Va a hacer falta mucha pedagogía y valentía para que no se imponga en España el sentido común dominante, es decir, el de la unidad de España, pero por lo menos Podemos ha abierto la posibilidad de que esa situación se resuelva en un sentido democrático.
Las formas no se inventan
Es una característica de las épocas de reflujo que la izquierda haya intentado integrar a la gente en sus estructuras, en vez de ir a las estructuras que genera la gente. Es comprensible, hasta cierto punto. Si no hay movimiento, no hay a donde ir, por lo que llega el repliegue y el aislamiento. Por eso, muchas veces son poco materialistas e injustos los ataques gratuitos tan de moda entre ciertos sectores contra la izquierda que ha resistido a toda la oleada neoliberal pre-15M. La tragedia no es esa resistencia, que no merece más que respeto. La tragedia se suele dar cuando se da un cambio de época, cuando el movimiento irrumpe en la historia. Los intentos de no desaparecer en periodos de reflujo o crisis del movimiento muchas veces se concretan en burocracia, porque sin presión desde abajo, son las instituciones dominantes las que presionan desde arriba. Así, las organizaciones tradicionales de la izquierda han tendido a convertirse en aparatos conservadores, debido a la presión que generan los vínculos con los aparatos del Estado, y a las dinámicas resistencialistas basadas solo en la lucha electoral.
Cuando irrumpe de nuevo el movimiento popular, todas esas rutinas son puestas en cuestión. La marea 15M fue precisamente esa irrupción del movimiento tras el desierto y la apatía neoliberal. La vuelta a lo colectivo, a la creación de formas organizativas que respondieran a los problemas de la mayoría de la población. Unas formas que buscan responder a la realidad cotidiana de la gente. Emmanuel Rodriguez en su «Hipótesis Democracia», describe a la perfección las formas que propone (e impone) el movimiento 15M: «amplio, asambleario, amorfo, en la calle y en la red. Espontáneamente, su forma se adapta a la de un movimiento constituyente en el que puede participar cualquiera. Las asambleas son abiertas y puede participar cualquiera».
Podemos tiene su fuerza precisamente en no tratar de imponer formas, sino en permitir retomar las que ya se habían experimentado en las plazas, abriendo espacios de participación para la gente. Eso explica la capacidad que tiene de sumar Podemos: no se pide a la gente que se integre en una estructura predefinida, sino que se ofrece un espacio a configurar. Eso diferencia a Podemos del resto de organizaciones políticas. Con Podemos, hablaríamos más bien de auto-organización, de un «hazlo tu mismo», opuesto al modelo de las organizaciones políticas de la izquierda tradicional, donde la relación entre militante y estructura está preconfigurada de antemano.
Esa gran ventaja no está exenta de problemas. Los problemas más inmediatos vienen provocados por la necesidad de configurar estructuras propias, capaces de operar de forma práctica, de adaptarse a los tiempos impuestos por la vida cotidiana. El reto es adaptar la participación a la vida, y no la vida a la participación. Para eso, la definición de estructuras puede ser útil para que tras el momento de euforia inicial no se pierda el impulso democrático. Está por ver si esa generación de estructuras es capaz de penetrar desde abajo hasta arriba. Por las propias características del proyecto (lanzado «desde arriba»), el espacio desde donde se dirige el proyecto está «cerrado». De ahí que nos encontremos de facto con dos procesos paralelos en Podemos que no se interrelacionan. Uno por abajo, experimental, creador, abierto y uno por arriba, cerrado, mucho más rápido a la hora de operar, que lanza decisiones al conjunto de Podemos Existe la necesidad de equilibrar progresivamente esa relación entre «arriba» y «abajo» sin perder de vista lo que se mueve en los márgenes, generando mecanismos de control y decisión que recorran todo el espacio de Podemos. El nuevo periodo que se abre, con Podemos vinculado a las instituciones (y a sus recompensas materiales), es también un marco abonado para un proceso acelerado de burocratización si no hay un control fuerte desde la base, si no se construyen canales que fluyan de arriba a abajo y de abajo a arriba. Eso no significa liquidar la capacidad decisoria de los espacios ejecutivos, pero sí establecer la posibilidad de elegirlos y controlarlos asambleariamente, introduciendo principios de rotatividad y revocabilidad, buscando un equilibrio entre la autonomía de los círculos y el conjunto del proyecto. El discurso de Podemos ha hecho mucho énfasis en la participación y el control democrático con el objetivo de alterar la lógica de la representación: toca crear las condiciones que se han descrito.
No hay que esconder las tensiones que se generan en un espacio tan heterogéneo como Podemos. Las tensiones solo se pueden gestionar si se genera un marco estable, en permanente apertura y lo suficientemente fuerte como para generar una nueva cultura política que haga que todos los debates sean canalizados por estructuras democráticas, surgidas desde la base, permeables a la sociedad. Esos mecanismos tienen que tener como objetivo la disputa política con las clases dominantes, por lo cual no pueden ser paralizantes. Pero a la vez deben integrar lo que diferencia a Podemos de la simple eficacia tecnocrática.
Una de las grandes diferencias de Podemos con otras formaciones es que los mecanismos que vinculan a la gente permiten decidir, opinar y aspiran a resolver debates políticos. Para ello, más allá del impulso generado por la ilusión inicial, se hace necesaria una nueva cultura que acabe con la vieja política basada en las familias, las redes informales o las reuniones en los pasillos. Estas estructuras solo se pueden construir si el poder (que al fin y al cabo es una ficción, un acuerdo consensual que todas las partes aceptan) emana de estructuras visibles, transparentes, basadas en reglas claras y sencillas. Este tipo de mecanismos son los más útiles para generar una identidad común basada en «el hacer político», no excluyente, de pertenencia al proyecto, por encima de siglas previas, grupos de afinidad o simplemente, no adscripción identitaria. Este es el reto interno más importante al que se enfrenta Podemos: pasar de la suma entusiasta a la política del día a día sin perder vitalidad, energía, emoción y democracia. Difícil, pero posible.
El reto es ganar
Una de las grandes apuestas de Podemos era romper la dicotomía entre lo electoral y los procesos de lucha y auto-organización. Durante todo el proceso previo al 25M, Podemos construyó un movimiento político electoral masivo, con vocación de continuidad, en un contexto en donde las movilizaciones callejeras estaban en reflujo, con la excepción del repunte de las Marchas de la Dignidad. Por un lado, este «proceso constituyente» no hubiera sido posible sin la acumulación de fuerzas provocada por muchas movilizaciones anteriores, que siempre marcan la conciencia de épocas posteriores. Pero también es cierto que Podemos ha utilizado las elecciones para reordenar el campo político, pues por primera vez no se planteó la batalla electoral con una «guerra de posiciones» con las fuerzas acumuladas, sino como una «guerra de movimientos» rápidos, que buscaba sumar nuevos sectores sociales no vinculados a la acumulación de fuerzas producto de las movilizaciones anteriores. Producto de ese uso de los procesos electorales se han conformado los círculos, los cuales han vivido y actuado en la campaña electoral como agentes de una movilización: buscaba votos a la vez que se abrían espacios para la auto-organización popular.
Podemos ha nacido con un horizonte concreto: desalojar a los partidos del régimen de las instituciones. Pero eso no significa necesariamente «ganar». Ganar es poder gobernar, es más, es dotar a las clases populares de mecanismos para el auto-gobierno, a la vez que se desaloja del poder a las clases dominantes desmantelando sus mecanismos de dominación. Esto no se consigue por decreto, ni de un día para otro, es un proceso que en esta coyuntura histórica solo puede iniciarse con una victoria electoral. Podemos necesita prepararse para ello, afrontando las campañas electorales desde un prisma ofensivo mientras, paralelamente, se prepara para abordar la cuestión del gobierno más allá de lo discursivo. ¿Alguien duda de que el programa de Podemos encontrará resistencias por parte del capital financiero internacional, de los grandes empresarios, o de la casta vinculada a los aparatos del Estado? ¿Cómo gobernar ayuntamientos endeudados por las políticas neoliberales? ¿Cómo resistir una fuga de capitales, reacción más que posible ante la implantación de una fiscalidad fuertemente progresiva? Se hace necesario construir poderes populares preparados para resistir esa presión que se desatará en caso de ganar las elecciones. Las amenazas catastróficas de los grandes medios de comunicación no solo se combaten con desmentidos verbales: la mejor forma de combatirlas es un pueblo con confianza en sí mismo, preparado para ejercer el poder.
Los círculos Podemos son uno de los espacios imprescindibles para afrontar esa tarea. Hay que aclarar previamente que los círculos no son mecanismos de poder popular: son herramientas, una más, para la construcción de ese poder popular al servicio de un gobierno de los ciudadanos. Se trata de mantener relaciones constantes y cercanas con la gente en los barrios, centros de trabajo y de estudios, evitando limitarse a las consultas cibernéticas, muy útiles e imprescindibles para agilizar mecanismos decisorios, pero incapaces de construir una política «cálida», fundamentada en la deliberación colectiva y en la construcción de comunidades arraigadas en la vida cotidiana de los territorios. Se trata de combinar las formula virtuales y las presenciales, utilizando todos los instrumentos a nuestro alcance para construir, vincular y fomentar la participación de la mayoría social. Eso no significa, ni mucho menos, que los círculos deban tomar todas las decisiones que afectan a Podemos, pero sí que deben participar en la elaboración de las preguntas a la ciudadanía, para evitar que solo unos pocos definan lo que se puede responder. Solo así, los círculos se convertirán en espacios abiertos, permeables a la sensibilidad y problemas de los y las de abajo.
Los círculos también pueden ser ese vínculo entre todo el capital acumulado en el seno de la sociedad civil y las instituciones. Las tareas son concretas: hablar con las organizaciones sociales no solo para solidarizarse con ellas, sino para recoger sus experiencias de cara a la elaboración de una alternativa de gobierno (las Mareas Blanca y Verde o la PAH tienen una valiosa experiencia que debería ser la base de unas políticas públicas al servicio del conjunto de la sociedad), generar vínculos entre las fuerzas vivas de los barrios y ciudades, visibilizar problemas ignorados por las autoridades, convertirse en un lugar de encuentro abierto para todos los vecinos, ser mecanismos para la formación política de una ciudadanía que necesita aprender en común a gobernarse a sí misma..
Todo movimiento transformador tiene muchas patas. El electorado es una de ellas. Los activistas son otra. Sin duda, los portavoces y las caras públicas representan otra imprescindible. Hemos hablado de elecciones, de herramientas discursivas, de cómo utilizar la energía activista para construir poder popular. Pero queda una cuarta pata por activar: la gente «invisible», quienes viven al margen de esa expresión de la vida pública que es la política. Para eso es necesario entender Podemos como un campo fluido, lejos de la rigidez de la política tradicional, que solo concibe la construcción de los sujetos en base a las expresiones visibles. Nos queda el reto inmenso de ser la esperanza de los que no creen en nada, de los que viven al margen del ejercicio de la política, de ser la ilusión de los que viven desencantados. Esa potencia social no se expresará hasta que una fuerza política como Podemos haya demostrado que no defraudará. El mayor reto de Podemos es generar confianza en un mundo lleno de suspicacias, donde todo está fallando y nada es excesivamente creíble. Porque si esa confianza no la genera Podemos, pueden aparecer los monstruos, las pulsiones totalitarias, los falsos ídolos. La responsabilidad es quizás excesiva para una fuerza tan joven, pero real. A todos y a todas nos toca estar a la altura.
Brais Fernández es militante de Izquierda Anticapitalista y participa en Podemos.