La Unión Europea es una de las regiones más ricas del planeta. Es rica porque la mayoría de los países que la constituyen tiene un PIB alto. Esto es valorado como algo positivo, porque el PIB indica que el capital de los países y sus economías crecen. Los indicadores económicos, como el PIB y el […]
La Unión Europea es una de las regiones más ricas del planeta. Es rica porque la mayoría de los países que la constituyen tiene un PIB alto. Esto es valorado como algo positivo, porque el PIB indica que el capital de los países y sus economías crecen. Los indicadores económicos, como el PIB y el PNB, contabilizan el conjunto de bienes y servicios producidos, computando también como positivos los impactos negativos de la economía en el medio ambiente y la sociedad.
La UE es tan «rica» (en términos monetarios) que es, después de los Estados Unidos, la mayor consumidora de recursos naturales del mundo, así como una enorme productora de residuos. También ocupa el segundo lugar en cuanto a la transformación y consumo de energía, lo que la convierte en la segunda emisora de gases de efecto invernadero del planeta en términos absolutos (cerca de un cuarto del total de las emisiones históricas) y per cápita, con su correspondiente responsabilidad al cambio climático.
Durante los últimos años, la Unión Europea viene priorizando los aspectos económicos de la Agenda de Lisboa, lo cual se ve refrendado con el Tratado homónimo, enfrentándose así a las diferentes necesidades ambientales y sociales. Para conseguirlo, busca convertir la economía de la Unión Europea en «la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, antes del 2010, capaz de un crecimiento económico duradero acompañado por una mejora cuantitativa y cualitativa del empleo y una mayor cohesión social» [1]. Además promete un «desarrollo sostenible de Europa basado en un crecimiento económico equilibrado, en una economía social de mercado altamente competitiva […], y en un nivel elevado de protección y mejora de la calidad del medio ambiente».
Envuelto en un bonito papel, lo que plantea la UE es un caramelo imposible de ser digerido. El Tratado de Lisboa es en términos sociales y ambientales un eufemismo. Sencillamente porque la lógica del crecimiento económico ilimitado y la lógica de la naturaleza o del mantenimiento de la vida son totalmente opuestas.
La realidad demuestra que cuanto más crecen las economías más biodiversidad se pierde, más se calienta el clima o más profundas son las desigualdades sociales y de género [2]. De este modo, los indicadores económicos (como el PIB y el PNB) pueden ser interpretados a la inversa, y muestran la rapidez con la que se está disminuyendo la «riqueza real» de la vida, como es, por ejemplo, la salud de los ecosistemas o la calidad de las relaciones sociales.
Nuestro modelo económico, el de la UE, es un modelo altamente insostenible y suicida: La producción y el crecimiento económico no pueden crecer infinitamente en un planeta con recursos naturales limitados. De hecho, recientemente se ha superado la biocapacidad global del planeta [3]. Además se basa en un modelo de desarrollo (o como dice Vandana Shiva, de «mal desarrollo») que genera unas desigualdades sociales cada vez más grandes dentro de los países, pero sobre todo entre los países enriquecidos del Norte y los países empobrecidos del Sur.
El Decrecimiento optimista
A partir de las observaciones y las críticas de nuestro modelo de vida occidental, ha ido surgiendo una corriente optimista que se hace entender dentro de la «joie de vivre», la alegría de vivir. Se trata del Decrecimiento.
La corriente del Decrecimiento denuncia el modelo de vida occidental de consumo desmesurado y de crecimiento ilimitado de los mercados. Tiene su origen en la crítica social y ecológica de la economía capitalista, aunque también recoge muchas otras influencias del feminismo y reflexiones llegadas desde países del Sur. Su propuesta principal es la de desaprender, cambiar la mirada sobre la realidad y desprenderse de nuestro modo de vida insostenible [4]. El Decrecimiento no es un objetivo en sí mismo, sino un medio hasta alcanzar parámetros de sostenibilidad. La propuesta y el lema del Decrecimiento se puede resumir en «necesitamos menos, para vivir mejor».
Para las sociedades de los países enriquecidos del Norte, el Decrecimiento significaría desacoplar el bienestar del crecimiento económico y reducir la producción y el consumo. Para los países empobrecidos del Sur significaría eliminar las imposiciones que obligan a imitar las pautas del mal desarrollo y fomentar la construcción de sociedades autónomas [5]. Para poder lograr un Decrecimiento de forma pacífica y equilibrada hace falta cambiar nuestra mirada y redefinir y revalorar ciertos conceptos que hasta ahora se han entendido a través de la lógica del mercado, como lo son por ejemplo el concepto de Trabajo, de Bienestar o de Riqueza.
La propuesta del Decrecimiento es tan necesaria como evidente, pues desarrolla sus propuestas entorno a los conceptos positivos de convivencia, proximidad, autocontención, altruismo y suficiencia. Nos hace ver que otro mundo es posible y nos indica por dónde ir. Frente a las recetas de «más de los mismo» o «huida hacia delante», el Decrecimiento tiene un largo camino por recorrer para seguir profundizando en las reflexiones, creando nuevas alianzas y forjando múltiples iniciativas. En ese sentido el Decrecimiento debe fortalecerse a través de las disciplinas que hacen resaltar sus posibles carencias, y es aquí donde el feminismo toma la palabra.
Lo primero que salta la vista es que la gran mayoría de los textos, los manifiestos, los libros que constituyen la base intelectual del Decrecimiento han sido escritos por autores masculinos. Estos autores a su vez se han basado principalmente en otros pensadores (hombres) anteriores. Esta observación, que puede parecer banal, ha influido en buena medida en que, a día de hoy, la influencia real del pensamiento feminista en el discurso del Decrecimiento no sea algo palpable. Esto no significa que los defensores del Decrecimiento no admitan que las aportaciones del Feminismo sean importantes y necesarias. Muy al contrario, afirman que es imprescindible incorporar una perspectiva feminista bien orientada, aunque la tendencia general sea la de esperar que esta labor la aporten las feministas «desde fuera». Debemos cambiar la mirada también respecto a la incorporación de la perspectiva de género y meter en cada etapa del análisis y de la formulación de propuestas el paradigma feminista que se alía, completa y retroalimenta el paradigma ecologista. Este texto es un acercamiento en esta dirección.
Un modelo cargado de deudas
Poner en entredicho el modelo capitalista de crecimiento ilimitado implica cuestionar también el paradigma del patriarcado como sistema social y moral que lo sustenta. Podemos analizar el funcionamiento del mercado, los mecanismos por los que el PIB sube, el endeudamiento de los bancos multinacionales, etc., y las repercusiones que estos procesos tienen en las vidas de las personas y en la destrucción del medio ambiente. Pero si no partimos de una crítica profunda y real a su sistema de valores y a la jerarquización social que genera, no estaremos abordando la raíz del problema. El patriarcado, no olvidemos, preexiste al capitalismo y fue una innegable ayuda para que éste prosperara y se arraigara con fuerza. Un planteamiento ecofeminista abogaría, en primer lugar, en unir ciertos discursos feministas y ecologistas hacia un objetivo común: la sostenibilidad de la vida, que sólo es posible despojando a los seres humanos de todos los sistemas de opresión, sean estos externos o internos.
El pensamiento androcéntrico propio del patriarcado se caracteriza por dividir la complejidad de la realidad en pares dicotómicos, opuestos y jerarquizados. En esta lógica se establece la oposición entre Cultura-Naturaleza, Hombre-Mujer, Razón-Emoción, Público-Privado, Trabajo productivo-Trabajo reproductivo, etc. La parte izquierda de estos pares corresponde a lo considerado tradicionalmente como masculino y la parte derecha se refiere al mundo simbólico de lo femenino. Esta ecuación también nos dice que lo masculino tiene más valor que lo femenino, minusvalorado e invisibilizado en nuestra sociedad Occidental.
Como podemos imaginar, este pensamiento dicotómico es limitado y reduccionista, ignorando que la realidad es mucho más compleja y enriquecedora. Veamos la parte femenina: Naturaleza, Mujer, Emoción, Espacio Privado y Trabajo doméstico. En estas equivalencias se dan dos procesos perversos: (1.) La equiparación de la naturaleza con las mujeres, despojándolas a éstas de su capacidad de raciocinio y pensamiento. Algunas autoras hablan de la ‘naturalización de las mujeres’ y la ‘feminización de la naturaleza [6], un proceso que considera tanto al ecosistema como a las mujeres como materia prima; y (2.) La colocación de los trabajos de cuidado y mantenimiento de la vida (ya sean éstos procesos ecosistémicos o humanos) en la parte inferior de la escala de valores. En este sentido, el patriarcado y el capitalismo se han apropiado de la naturaleza y del cuerpo de las mujeres, cosificándolos y utilizándolos para sus propios beneficios. En esta denuncia radica el discurso de todos los planteamientos ecofeministas.
Al partir del paralelismo entre la dominación de las mujeres y la naturaleza, podemos afinar la mirada en el análisis del Decrecimiento. La lógica de mercado y de crecimiento ilimitado tiene, como hemos descrito, consecuencias desastrosas tanto para la sostenibilidad ambiental como para grupos de poblaciones en situación de vulnerabilidad. Desde el ecologismo social se ha creado el concepto de ‘deuda ecológica’ para denunciar el daño social y ambiental de los países occidentales en terceros países a través de sus patrones de producción y consumo. Las regiones periféricas aportan la mayoría de los recursos y son donde soportan mayores tensiones causadas por el estilo de vida capitalista. Este concepto pone a debate las desigualdades de los intercambios económicos y de sus impactos ecológicos, y es una herramienta que puede servir para prevenir mayores daños, reparar, compensar y reconocer ese desequilibrio [7]. Si incorporamos una perspectiva feminista, tendremos que ver que la deuda ecológica no afecta a toda la población por igual: son las mujeres de los países periféricos las que más acusan sus consecuencias. Además, también son las mujeres (de todas partes del mundo) las que generan las condiciones y realizan las tareas necesarias para el mantenimiento de la vida, (parto, crianza, cocina, limpieza, etc.), condiciones de las que los varones dentro del patriarcado se han beneficiado sin corresponder ni valorar este trabajo. La existencia de este intercambio desigual de trabajo es denominada «deuda de los cuidados».
Al hilo de estas ideas llegamos otro paralelismo: ‘huella ecológica’ y ‘huella civilizatoria’ (o ‘huella de los cuidados’). El primero de los términos traduce a unidades de superficie la captación de recursos por parte de un país, una empresa, una persona, etc.; y el segundo, «sería la relación entre el tiempo, el afecto y la energía amorosa que las personas reciben para atender a sus necesidades y las que aportan para garantizar la continuidad de otras vidas humanas» [8]. En la sociedad capitalista-patriarcal, los hombres tienen por lo general un balance negativo (porque reciben mucho más cuidado, apoyo y cariño del que ofrecen a otras personas) y, por tanto, una deuda mayor contraída con las mujeres.
La Unión Europea, a pesar de su retórica igualitaria, al anteponer la Estrategia de Lisboa con un modelo de desarrollo basado en la producción y la competitividad feroz, está contribuyendo de manera importante, al crecimiento de la deuda de los cuidados y de la huella civilizatoria.
Si miramos la propuesta del decrecimiento teniendo en cuenta estas herramientas de análisis es probable que las medidas que se tomen para llegar a una situación de sostenibilidad sean, cuando menos, más inclusivas, equitativas y, valga la redundancia, sostenibles.
¿Decrecer el tiempo de trabajo?
Retomemos los pares dicotómicos del paradigma patriarcal; encontramos uno que hace referencia al trabajo: Trabajo productivo vs. Trabajo reproductivo. Una vez más actúa el sesgo androcéntrico que nos dice que el trabajo productivo es el que tiene valor, el que produce PIB, el que se cuantifica, el que se paga con dinero. Al reproductivo, en cambio, no se le asigna una cuantía, no se tiene en cuenta, no se visibiliza, casi no existe. Y desde su invisibilidad es el que hace posible que el sistema funcione y que la vida exista y se mantenga (volvemos al paralelismo con la Naturaleza). El trabajo entendido como un par dicotómico niega la existencia y la importancia de uno de los trabajos, esenciales por cierto, que se oculta bajo la omnipresencia del ‘empleo’. Un ejemplo: la creciente precarización del empleo para fomentar la competitividad ha obviado la imposibilidad de conciliarlo con el mundo doméstico, lo cual ha aumentado la presión sobre las vidas de millones de mujeres. Es más, aunque nunca se llegara a aprobar, sólo el hecho de que en el seno de la UE se propusiera implementar jornadas laborales de 65 horas, muestra el desprecio absoluto por todos los trabajos de cuidados (¿quién y en qué condiciones los harían?). Por este motivo, desde las teorías feministas se aboga por hacer una redefinición de la palabra ‘trabajo.’ [9]
En las propuestas sobre decrecimiento se suele abordar el trabajo desde la visión tradicional, lo cual supone un límite a las propuestas de cambio. «Vivir con menos para vivir mejor» implica reducir de manera drástica la demanda de energía y el consumo, imitar el funcionamiento de la naturaleza y vivir de las energías limpias, y distribuir las riquezas. Parece entonces obligado que se reduzcan (o que desaparezcan) las horas de trabajo destinadas a producir bienes materiales innecesarios, y reducir en general, el resto del trabajo. Tendríamos así más tiempo para otras actividades, como el ocio, el tiempo libre, y los momentos de relación y creación. Sin embargo, este planteamiento resulta insuficiente. Si reducimos las horas y la carga de trabajo (productivo) aumentaremos necesariamente las horas de trabajo (reproductivo) pues habrá muchas ocupaciones que antes se externalizaban y que son necesarias.
Para poder aumentar las horas de trabajo de los cuidados de una manera justa y equitativa es necesario que primero se den tres condiciones básicas. En primer lugar, se tienen que visibilizar dichos trabajos, que engloban desde el parto y la crianza, hasta el cuidado de ancianas/os, de personas dependientes, pasando por las tareas cotidianas de compra (o recogida de alimentos) preparación de la comida, proporción de la vestimenta, etc. Son trabajos a los que hay que devolverles, en segundo lugar, un valor y un reconocimiento. Y para ello se les tiene que devolver el gusto y el placer de realizarlos, aunque muchas veces sean trabajos costosos y dolorosos. En último lugar, tiene que haber un reparto equitativo de estos trabajos entre hombre y mujeres. No es posible una sociedad que siga avanzando sin corresponsabilidad. Actualmente ‘la crisis de los cuidados’ responde a varias situaciones: mujeres que se han incorporado al mercado laboral que han doblado o triplicado sus jornadas (porque mantienen los trabajos domésticos), mujeres que concilian su trabajo y su casa con la ayuda de familiares (normalmente mujeres), o mujeres que externalizan sus tareas domésticas a otras personas, normalmente mujeres extranjeras que a su vez dejan a sus hijos e hijas al cuidado de otras mujeres (lo que se denomina la ‘cadena global de los cuidados’). Y este es otro punto donde la economía feminista, que es de donde han nacido estas teorías, tiene mucho que aportar al ecologismo social.
Propuestas para poner la vida en el centro
Para poder cambiar la mirada y llegar a una sociedad sostenible e igualitaria, tenemos que redefinir y revalorar los aspectos que forman la base de nuestra sociedad y damos por hecho. En la actualidad, el mercado constituye el epicentro de nuestra sociedad y todos los conceptos claves son definidos respecto a él: cuando hablamos de trabajo, nos referimos casi exclusivamente al trabajo remunerado, el empleo, cuando hablamos de riqueza, nos referimos a la riqueza en términos monetarios y cuando hablamos de bienestar, nos referimos a los niveles de consumo, etc. Para poder llegar a una sociedad sostenible e igualitaria, hace falta cuestionar ese papel prioritario que otorgamos al mercado y poner la sostenibilidad de la vida en el centro de nuestro análisis de la realidad. Así podremos redefinir y revalorar los conceptos básicos de nuestro sistema socioeconómico occidental.
La propuesta de la economía feminista de poner en el centro el mantenimiento de la vida es más sostenible ya que el consumo deja de ser el motor de la sociedad. Además va de la mano de la propuesta del Decrecimiento, que aboga por reducir el mercado, la producción y el consumo, para vivir mejor con menos y valorar las pequeñas cosas de la vida que nos dan alegría.
No hay que exigir el pleno empleo, sino la redistribución de los trabajos remunerados y sobre todo, los no remunerados. Esta exigencia parte de la observación de que cuando los hombres se quedan sin empleo, se quedan parados en el sentido literal de la palabra. No pasan a asumir los trabajos del hogar y de cuidados, sino que estos trabajos los siguen realizando mayoritariamente las mujeres. Como dicen las economistas feministas: No queremos más ‘lunes al sol’, sino una redistribución real de los trabajos.
El Decrecimiento propone construir otras formas de vida basándose en las relaciones sociales, la cercanía, la austeridad, la vida en común y la ralentización del tiempo. Elementos que lejos de ser limitantes son los que enriquecen la vida y la llenan de alegría. No son nuevos los estudios que apuntan que la felicidad subjetiva no está asociada al consumo y al dinero sino más bien a la vida comunitaria donde prima la relación [10]. El Feminismo añade que además se trata de construir formas de vida que tienen como sustrato el cuidado colectivo, reconociendo que las personas somos seres vulnerables e interdependientes. La propuesta de la Cuidadanía [11] permite entender los trabajos de cuidados más allá de las prácticas que generan una vida sostenible. Es reconocer que «la vida vivible está por construir en la interacción con otros, que la vida se dirime en la vida misma y que no puede procurarse fuera de la vida (en los mercados)». La Cuidadanía implica un derecho a cuidar, a no cuidar por obligación y ser cuidada/o, sin que esto signifique subordinación para las mujeres.
El Decrecimiento y la Cuidadanía reclaman el derecho y las posibilidades de reorganizar nuestra sociedad de forma colectiva y de crear colectivamente nuestra propia vida de forma sostenible. Aparte de las propuestas teóricas, existen propuestas concretas, que podemos llevar a cabo en nuestro día a día. Los grupos autogestionados de consumo de productos ecológicos, los bancos de tiempo, las tiendas sin costes, el disfrute de la naturaleza de una forma respetuosa, la construcción de comunidades de convivencia, de comunidades de aprendizaje o los grupos de crianza, son sólo algunos ejemplos de llevar a la práctica el Decrecimiento y la Cuidadanía.