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Populismo convergente

Fuentes: Rebelión

Original en catalán en el blog CATerètic, traducción castellana del propio autor

A propósito del artículo Por qué soy soberanista de Artur Mas publicado en la edición digital de La Vanguardia el 24 de abril de 2016

(http://www.lavanguardia.com/opinion/20160424/401320280021/por-que-soy-soberanista.html)

Ya hasta da pereza, cuesta ponerse. Si no fuera porque la dimensión que ha adquirido el asunto insulta hasta a la inteligencia más elemental, tendría más sentido dedicarse a hacer sudokus, entrar en Facebook a escudriñar miserias ajenas, leer las «noticias» en yahoo news o ir a Pilates. Como de todas formas hay que sumergirse en el flujo catártico de vez en cuando, remojarse en el espíritu emocional de la época, y puesto que no vamos a misa, escribimos para evidenciar una vez más una perogrullada: en La Vanguardia han perdido todo decoro y sentido de la verdad y Artur Mas parece que no lo haya tenido nunca. Ha sido una semana apoteósica para el rotativo, con lecciones dignas de figurar en un curso acelerado de sinvergüenza profesional, lejos de la ética periodística clásica, de la que parece que nadie se acuerda.

Nos encontramos con la columna de Mas cerrando una semana en la que se han podido leer auténticas barbaridades antidemocráticas y «crónicas» sesgadas y superfluas en La Vanguardia. Por ejemplo, Màrius Carol, el director de la publicación, defendía en un editorial que las instituciones supranacionales debían intervenir en Brasil porque hay demasiado en juego y la globalización no tiene tiempo que perder por culpa de países sin suficiente «tradición democrática» (no sabemos con qué o quiénes pretendía compararlo, la verdad…). El mismo día aparecía una supuesta «crónica» en la que el enviado «especial» explicaba, queriendo hacer pasar la parte por el todo, que en el centro comercial donde hizo su trabajo de campo, en una zona nada desfavorecida de Río, la gente opinaba que Dilma Rousseff era un fraude y debía marcharse. Según el cronista, esas palabras eran vertidas también por personas que habían apoyado al gobierno brasileño anteriormente. Sin aportar ni un solo dato más ¿Se le puede llamar a esto periodismo? Sin contextualizar en base a evidencias contrastadas, sin profundizar lo más mínimo y, por lo tanto, sin matizar el sesgo subjetivo que es inevitable, el enviado al «terreno de los hechos», nos endosa una bola (de heces) monumental y el diario para el que trabaja lo publica sin inmutarse.

Pero lo que nos mueve a teclear estas líneas hoy es todavía peor. El día después de Sant Jordi, momento emocional clave en el calendario-imaginario catalán, La Vanguardia publica una columna de opinión de Artur Mas. Al lado de su nombre figura la siguiente filiación: «PRESIDENT DE LA GENERALITAT» (!!!!????). <>, dirán. No es excusa. Para empezar, seamos serios: si se le encomienda una tarea a alguien, sea éste becario o no, debe ser alguien con un nivel suficiente de preparación, supervisión y, sobre todo, de remuneración y reconocimiento. Eso, si se espera que dicha persona haga bien su trabajo. Con premeditación o sin ella, el lapsus de filiación es culpa vuestra, vanguardistas.

La cosa no se queda ahí. No se trata tan sólo de una cuestión de trato preferencial y baboso en tiempo y forma. Cuando uno se adentra en el meollo, en las justificaciones histórico-emocionales que aduce Mas para haber acabado siendo un «soberanista», cualquiera con un mínimo de decencia debería ponerse a llorar por el grado de engaño, falta de rigor y de estima por su pueblo que demuestra el que ha sido (sí, lo ha sido: ya no lo es) President de la Generalitat de Catalunya. De esto no tiene la culpa La Vanguardia, evidentemente, pero dado que Mas ya anuncia «futuras entradas» que darán continuación al artículo de hoy, no podemos dejar de recelar mínimamente (o máximamente).

Les invitamos a leer el artículo y a contrastar lo que piensen después (una vez reposado y revisado el sentimiento que les despierte su lectura) con las críticas que se han dirigido a Podemos y a las confluencias, acusándolos de «populistas». Aclaramos que para nosotros el término en sí no tiene nada de malo, pero es obvio que en los grandes medios se ha usado una acepción reduccionista y peyorativa del mismo, que incluye una gran ambigüedad, manipulación de los sentimientos del pueblo, superficialidad, maquiavelismo malentendido, etc. No queremos aquí llevar a cabo una defensa del populismo (de lo que se ha encargado recientemente Carlos Fernández Liria con gran contundencia y deshaciendo todo equívoco) sino constatar que Mas también es un populista de tomo y lomo, que a diferencia de las fuerzas emergentes de la izquierda y asemejándose a Ciudadanos, es un populismo de derechas anti-plebeyo. Aclaramos también, por lo complicado de los tiempos que corren, poco aptos para confiar en que las sutilezas lleguen a buen puerto, que nos consideramos soberanistas y, además (aparte, como consecuencia, pero no necesariamente), no tenemos problema alguno a la hora de imaginarnos una Catalunya independiente si así lo quiere la mayoría del pueblo catalán, bien informado y libre para manifestarse a favor o en contra (noten, pues, que hay una serie de cláusulas deseables, no tan fáciles de cumplir).

Confundir a la gente dando gato por liebre, o lo que es lo mismo, «soberanismo» por «independentismo», es un reduccionismo digno de las técnicas más depuradas del constructivismo o lo que también se ha dado en llamar Teoría del Discurso. Mas pretende dicotomizar el espacio político entre soberanistas y no soberanistas para forzar así a las fuerzas de izquierda que defienden el derecho a decidirlo todo (soberanía en todos los ámbitos) a verse absorbidos por la órbita independentista, bajo su tutela (o al menos eso espera él). Al mismo tiempo le da vueltas a la tuerca hasta pasarla de rosca mediante una alquimia reduccionista tout court, convirtiendo el término soberanía en sinónimo de creación de un nuevo Estado. Fantástico y vomitivo, all at once. Así, acompañándose de ilustraciones de jóvenes castellers que llevan grandes estelades atadas al cuello (cosa completamente suicida tratándose de castellers: si el peso de la torre se transmitiese a un pie mal colocado sobre una superficie adherida al cuello, más extensa que el típico pañuelo que llevan, podría suponer su muerte instantánea por asfixia o dislocación cervical), trata de convencer a la plebe (así nos considera, como buen populista aristocrático de derechas que es) de que Catalunya necesita transformarse en un nuevo Estado, en el que las instituciones deberían estar en manos de soberanistas como él. Ese tipo de soberanistas que han vendido (muy cara) su alma a los poderes financieros, yugulando todo intento (como el del Ayuntamiento de Barcelona), de devolverle a la gente, independentistas o no, las instituciones ¿De qué soberanismo hablamos entonces? Según Mas, de uno que debería cumplir por lo menos estos criterios: <>. Piensen, por favor, si estas expresiones, en boca de un personaje como Mas, son o no son significantes «vacíos» o «flotantes». ¿Radicalidad democrática? ¿Como colocar a dedo a Puigdemont en la presidencia? ¿Voluntad de diálogo? ¿Como exigir la renuncia de los diputados «díscolos» de la CUP? ¿Más rigor que gesticulación, cuando escribe un artículo tal en un día como éste; cuando la rueda de prensa de su «adiós» (mejor dicho, «hasta pronto») fue una demostración impresionante de puesta en escena, digna de House of Cards? Recuerden el tono de las preguntas que le hicieron al EX-President, el orden en el que se sucedieron, el tiempo que dedicó a cada una de ellas, la apostilla políglota final, etc. ¿Coincidencia? Sí, mucha. Tanta como que su artículo salga el domingo después de St Jordi… De todas formas, deberían ser motivo de una reflexión aún más profunda los porqués de que ahora el Grupo Godó, que no se ha mostrado para nada partidario del «procés» durante todo este tiempo, manteniendo sin fisuras su línea en defensa de los intereses del capital catalán (obviamente aliado del español), ahora le concede espacio a Mas en tal privilegiado formato ¿Porque vende mucho? Es una razón, pero insuficiente ¿Qué pretende Mas realmente? ¿Qué relación existe entre su intervención público-periodística y las recientes conversaciones de Puigdemont con Rajoy? Convirtiéndolo todo en «soberanismo», ¿no busca tal vez desacreditar la palabra y con ella a sus defensores para que cualquier proceso de carácter soberanista naufrague? Él siempre podrá viajar a Austria, Holanda o Dinamarca, sus ejemplos predilectos. Según afirma en su artículo, su ideal sería un Estado <>. Menudo sinvergüenza. A impulsar y defender contra viento y marea proyectos como Barcelona World, que nos condenan a vivir del turismo en la precarización más abyecta y al desperdicio de la educación superior de forma sistemática, en especial la pagada con dinero público, ahora le llama «creatividad y originalidad». Mire, señor ex-President, aunque su respuesta será con toda certeza que eso era así antes, pero ahora que nos encaminamos a la independencia las cosas cambiarán, pero necesitamos un Estado propio, sus palabras caerán en el vacío populista carente de paliativos. Su «sentido» no sólo depende del uso que le quiera dar a las palabrejas ni de las tribunas que le ofrezcan para hacerlo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.