Posiblemente, nunca hayamos llegado a tener como nación, es decir, como comunidad política y ciudadana, una realidad democrática afianzada, no solo en las instituciones políticas y en los métodos de elección de los gobiernos, sino en la conciencia y en el conocimiento de una mayoría social real. Creo que jamás habitó de verdad entre nosotros […]
Posiblemente, nunca hayamos llegado a tener como nación, es decir, como comunidad política y ciudadana, una realidad democrática afianzada, no solo en las instituciones políticas y en los métodos de elección de los gobiernos, sino en la conciencia y en el conocimiento de una mayoría social real. Creo que jamás habitó de verdad entre nosotros una educación democrática entendida esta como un compromiso personal con lo común, y una predisposición a comprender las razones del otro, y a aceptar que uno no puede tener toda la razón durante todo el tiempo, ni es posible que los demás estén siempre en el error
Sobre una realidad sociológica que, en términos culturales y educacionales, era fruto de 40 años de dictadura, se puso en marcha una transición democrática que dio por obvia la adhesión del conjunto de la población a los valores constitucionales, en base a un relato de resistencia popular al franquismo y a un anhelo de libertad de las masas que, por desgracia, solo era verdad referido al heroísmo de sectores muy minoritarios de la clase obrera y del mundo de la cultura, liderados, casi en solitario, por militantes del Partido Comunista de España, y del PSUC en Catalunya. Sin embargo, esa leyenda quedó establecida como cierta dando lugar, no solo a una lectura falsa de la realidad de la sociedad española de ese momento, cuyas consecuencias están dando la cara hoy, sino a la enorme iniquidad moral y política que significó la falta de reconocimiento de la deuda que la nación tenía contraída con todos aquellos hombres y mujeres que de verdad lucharon contra la dictadura, y que pagaron su inconmensurable valor y entrega, con muchos años de cárcel, de torturas y de muerte. Y no solo ellos, sino también sus familias, fueron víctimas de toda clase de padecimientos y carencias.
Políticamente, esa injusticia se reflejó en los resultados de las primeras elecciones generales del 15 de junio de 1977, que si bien expresaron una conformidad mayoritaria con la reforma democrática, el partido que las ganó, con 165 diputados, fue la UCD, creado por el franquismo reformista, mientras el PCE, autentico protagonista de la lucha por la libertad, solo consiguió 20 diputados.
Quiero decir con todo esto que, de hecho, la mayoría de los españoles, vivían habituados al régimen de Franco, y aunque es cierto que una vez muerto el general aceptaron con esperanza el paso a la democracia, ni tenían conciencia antifranquista y democrática, ni un compromiso de participación, política, ni tampoco de ruptura cultural con el franquismo.
Pero lo peor de todo, es que esa carencia de conciencia democrática y ciudadana, no ha sido superada en absoluto en estos 40 años de Constitución. Y eso a pesar de que la izquierda ha gobernado la mayor parte de ellos, amén de su hegemonía en el campo de la cultura, de la educación; en los medios de comunicación, en el funcionariado y en el sector público en general. Por el contrario; el analfabetismo político, la falta de interés participativo, y la incultura mayoritaria, no solo no han desaparecido, sino que se han transmitido a gran parte de las nuevas generaciones, que solo parecen contemporáneas en lo que se refiere a los hábitos consumistas y a los modismos indumentarios. Ahora, incluso, los ignorantes se enorgullecen de serlo; se aburren con cualquier cosa que suene a cultura, a política, o a compromiso social, y parecen convencidos de que solo merece la pena saber de aquello que les sirve para pasárselo bien o para encontrar un trabajo que les permita pasárselo mejor.
Para la mayoría de los españoles, democracia solo es apostar con el voto por alguien que promete solucionar tus problemas, que te cobrará menos impuestos, o que te subirá la pensión. Votar, por lo tanto, se ha convertido en un mero ejercicio de transacción mercantil, carente de cualquier vinculo empático de tipo ideológico, cultural o político. Hasta el nacionalismo catalán, que se nos presenta como símbolo de un afán indentitario, se construyó bajo el lema «España nos roba»
Por eso el populismo, lo ha tenido fácil para triunfar. Las elecciones son subastas en las que se puja por los votos, y sus dueños no dudan en reconocer que se lo venden al que más le ofrezca. Es el populismo en estado puro. En realidad siempre estuvo entre nosotros. Es como la venganza póstuma de Franco, a la que se han ideo adhiriendo todos los partidos y todas las ideologías, porque huele a poder. Ahora nos gobierna su versión de izquierdas, y la de derecha aguarda su turno. Pero todo es lo mismo. Si las elecciones fueran secretas y ganaran los otros, ni siquiera lo íbamos a notar. El populismo no es una ideología, sino una estrategia para alcanzar el poder, basado en la política basura, pero tan exitosa como la telebasura. El precio lo estamos pagando en la configuración de una democracia caudillista, plebiscitaria, prebendaría, y demagógica. Hay que seguir luchando, pero duele mucho que manden los malos y que digan que son de los tuyos.
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