Las masivas movilizaciones a favor del clima, en particular la espectacular movilización espontánea de la juventud belga 1/ , han provocado un terremoto a todos los niveles de la sociedad. Asociaciones, sindicatos, partidos, aparato estatal: todos están profundamente sacudidos, porque nadie sabe verdaderamente cómo responder a la pregunta de fondo: ¿cómo limitar y detener la […]
Las masivas movilizaciones a favor del clima, en particular la espectacular movilización espontánea de la juventud belga 1/ , han provocado un terremoto a todos los niveles de la sociedad. Asociaciones, sindicatos, partidos, aparato estatal: todos están profundamente sacudidos, porque nadie sabe verdaderamente cómo responder a la pregunta de fondo: ¿cómo limitar y detener la actual catástrofe climática?
Esta desorientación generalizada es el producto de la contradicción puesta a la luz por Naomi Klein: en aras de defender los intereses capitalistas, desde que hace 25 años fueran prevenidos, los gobiernos del mundo entero no han hecho nada (o casi nada), de forma que ahora ya no es posible salvar el clima sin tomar medidas contra los intereses capitalistas (« Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima «. N. Klein, 2015 ).
En este contexto de movilización social por abajo y de perplejidad en la cumbre, estamos viendo a todo tipo de buenos samaritanos ofrecer sus servicios. Ya conocíamos a las y los numerosos ingenieros que proponen tecnologías milagrosas que supuestamente permitirían, sin intervenir sobre el crecimiento y las ganancias, una transición energética ventajosa tanto para los capitalistas como para quienes son explotados por éstos (humanos y no humanos). También conocíamos a economistas que proponen una solución milagrosa que supuestamente financiaría esta transición sin dolor, haciendo funcionar la máquina de hacer billetes y exigiendo un pequeño esfuerzo a todo el mundo. Ahora sale a la luz una nueva categoría de especialistas: las y los juristas.
«Ley especial clima»: los políticos en avalancha
La semana pasada, especialistas de derecho medioambiental de diferentes universidades belgas (U-Saint Louis, UGent, KUL, UCL) hicieron pública una proposición de «ley especial sobre el clima». Se supone que este texto responde a las demandas de la calle: que, finalmente y de forma rápida, el poder político adopta, antes de la disolución del Parlamento, las medidas que se imponen para transmitir un planeta no demasiado deteriorado a las generaciones futuras. Y, en todos los ámbitos, hay gente que se alegra: sin duda, esa es la solución ¡sí a la ley del clima!
Espoleada por la competencia preelectoral ya en marcha, la clase política ha saltado sobre la ocasión. El partido Verde ha sido el más rápido: Ecolo y Groen han presentado la proposición de ley redactada por las y los universitarios modificándola en una cifra: el 55% de reducción de las emisiones de gas con efecto invernadero en lugar del 65% propuesto por las y los académicos (Volveremos más adelante sobre esta modificación, muy reveladora del apoyo de esos partidos al capitalismo verde).
El PS, el SP.a, el MR y el CdH no han tenido otra solución que sumarse a ese texto. Algunas declaraciones que se oyen a cuenta de ello son monumentos de mala fe. La palma del oportunismo político corresponde sin duda a la patética y arrogante Marie Christine Marghem: ¡se ha atrevido a reclamar la maternidad del texto de las y los universitarios! Pero de cerca le sigue el jefe del grupo MR en la Cámara: en efecto, David Clarinval (un destacado negacionista del cambio climático) ha denunciado el apoyo de su partido al texto planteado por los Verdes. Y ¿por qué? Porque todos los partidos, todas y todos los electos, con el MR a la cabeza, solo tienen en la cabeza una cosa: las elecciones del mes de mayo.
así pues, del lado francófono, tenemos una unidad nacional PS-ECOLO-MR-CdH en torno a la proposición de ley redactada por las y los académicos. Esta unidad nacional es incluso casi completa puesto que el PTB, que denuncia con razón la maniobra de Ecolo-Groen, apoya también el texto de las y los científicos y presentará la versión original, la que prevé el 65% de reducción de las emisiones… ¿Será adoptada esta ley? En absoluto. Porque del lado flamenco la situaciòn es muy diferente: la NVA no quiere ni oír hablar de una ley sobre el clima; la Open VLD encuentra que el texto de las y los académicos da demasiada importancia a los poderes públicos; en cuanto al CD&V, cuya ministra flamenca del medio ambiente se destaca por amenazar a las y los estudiantes de secundaria y las y los agitadores que, en su opinión les manipulan, no está, por decirlo así, ni a favor ni en contra, sino todo lo contrario.
Cuando el árbol oculta el bosque
A la espera de comno continúe este culebrón político-parlamentario, ¿qué contiene esta proposición de ley especial? Todo el mundo puede hacerse una idea leyendo el texto, que es de libre acceso 2/ . Lo primero que llama la atención es un punto positivo de este texto: los objetivos de reducción de las emisiones en 2030 y 2050 son realmente ambiciosos, a la altura de lo que es necesario para evitar que la catástrofe se transforme en cataclismo. Pero hay que evitar que el árbol oculte el bosque. A falta de puntos de referencia, la ambición de esos objetivos podría ser engañosa. Este riesgo es tanto más grande cuanto que el espíritu general del texto es completamente claro y no cuestiona la situación actual. En resumen, para las y los autores:
1. El acuerdo de París sobre el clima es un buen acuerdo;
2. la política de la Unión Europea para aplicar este acuerdo es una buena política, ambiciosa;
3. Bélgica infringe esta política;
4. la ley especial intenta ponerla por el buen camino, bajo la dirección de un comité de expertos designados por las Universidades.
Ahora bien, el acuerdo de París no es un buen acuerdo. Es verdad que ese texto fija por objetivo mantener el incremento de la temperatura «muy por debajo de 2ºC a la vez que se continúan los esfuerzos por no superar los 1,5ºC». Pero eso no es mas que una declaración de intenciones (que los gobiernos del mundo entero no están concretando: sus planes clima nos abocan a un calentamiento de 3ºC o más) y el diablo está en los detalles.
El diablo, en este caso, es lo siguiente: el acuerdo de París se basa en la idea de equilibrar las absorciones y las emisiones de carbono a nivel mundial en 2050 (es lo que significa la práctica la expresión «neutralidad carbono»). Ahora bien, el texto no precisa qué absorciones se pueden tomar en cuenta en este equilibrado.
Mecanismos de mercado y tecnologías milagrosas
¿Por qué esto es tan importante? Por dos razones.
La primera: el acuerdo de París mantiene la posibilidad para los contaminantes del Norte de comprar créditos de emisión a los países del Sur. ¿De dónde vienen estos créditos? De las absorciones de carbono por los ecosistemas forestales, o por plantaciones industriales de árboles, o reducciones de emisiones derivadas de las inversiones de desarrollo limpio realizadas por compañías del Norte.
En claro: las empresas de los países desarrollados pueden continuar emitiendo demasiado carbono a condición de compensar este exceso comprando derechos para contaminar. ¿Por qué esto es un problema? Porque hay innumerables pruebas de que esta compensación se hace en detrimento de los pueblos del Sur, en particular de las y los campesinos, así como de los pueblos indígenas que viven del bosque y mantienen el bosque. También hay innumerables pruebas de que a menudo las reducción de emisiones debida a las inversiones limpias son ficticias y en realidad permiten a las empresas del Norte realizar estupendos beneficios, con la excusa de protección del clima.
La segunda: el acuerdo de París no excluye el despliegue de las tecnologías de emisiones negativas o de la geoingeniería. Al contrario: el recurso a esas tecnologías está implícito en el acuerdo. Está implícito también en el informe del GIEC elaborado de cara a las negociaciones de París (el quinto informe de evaluación, AR5): en efecto, el 95% de los escenarios de estabilización del clima sintetizados en este informe están basados en la hipótesis del despliegue masivo de esas tecnologías.
En plata: las multinacionales podrán continuar emitiendo carbono en exceso si compran derechos de emisión provenientes de la puesta en marcha de las tecnologías que retiran carbono de la atmósfera o que reflejen los rayos del sol antes de la entrada en la atmósfera. ¿Por qué esto es un problema? Porque esas tecnologías son hipotéticas y algunas de ellas pueden ser claramente peligrosas. No ofrecen ninguna garantía de que la retirada del carbono será efectiva, suficiente y definitiva. Además y sobre todo, la principal de esas tecnologías, la bioenergía con captura y almacenamiento del carbono (BECCS) es una bomba de relojería social y ecológica. La BECCS consiste en quemar biomasa en lugar de combustibles fósiles para producir electricidad y almacenar el CO2 producido por esta combustión en capas geológicas profundas. Además de que nadie puede certificar que ese CO2 permanecerá educadamente cautivo en las entrañas del globo, un despliegue masivo de la BECCS colocará a la agricultura ante una opción temible: ¿producir biomasa energética o producir con qué alimentar a la población mundial? En el capitalismo, esta disyuntiva será zanjada por el beneficio; no hay mucho más que decir…
De una parte, mecanismos de mercado para compensar las emisiones por créditos de emisión, de otra, tecnologías de aprendices de brujo (a las que conviene añadir el desarrollo insensato de lo nuclear): estas dos respuestas están en el corazón del intento del capitalismo verde para responder al desafío climático sin poner en cuestión la vaca sagrada del crecimiento, indisolublemente ligada a la competencia por el beneficio de un sistema capitalista que sigue basado en un 85% en los combustibles fósiles. Por esta razón, estas dos respuestas estarán en el corazón de las luchas en los decenios que vienen. Están ya en el corazón de las luchas en numerosos puntos del globo en los que los pueblos indígenas, las y los campesinos y las clases populares en general luchan con firmeza contra la apropiación por el capital de la capacidad de la selva de captar el CO2 (los proyectos REDD y REDO+) contra los nuevos proyectos de extracción petrolera, y contra el extractivismo en general.
Principio de precaución y justicia climática: ausentes del texto
Volvamos ahoira a la proposición de ley de las y los académicos. Este texto no dice nada de estas dos cuestiones. Nada. Peor aún: tampoco dice nada respeto al compromiso de los países ricos de otorgar cien mil millones de dólares al año a los países del Sur, vía el Fondo verde para el clima, para ayudarles a hacer frente al calentamiento del que no son responsables. Y ¿por qué el texto no dice nada de estas cuestiones súper importantes? Porque su única ambición es poner a Bélgica en sintonía con la política climática de la Unión Europea, una política neoliberal basada en los dogmas del crecimiento, de la libre competencia, del beneficio… y de las relaciones neocoloniales con los países del Sur global.
Por consiguiente, el texto de ley de las y los académicos no respeta dos principios clave que deberían estar en la base de una política climática digna de ese nombre. El principio de precaución (no se despliegan tecnologías que puedan ser peligrosas) y el principio de justicia Norte-Sur (en la jerga climática: principio de las responsabilidades diferenciadas).
El no tener en cuenta la justicia Norte-Sur es particularmente chocante. De hecho, significa que las y los autores se acomodan al neocolonialismo climático que marca cada vez más claramente la política del capitalismo verde.
¿Justicia social? Seamos precisos por favor
El tercer principio que debería fundar la política climática es el de la justicia social: el mundo del trabajo no tiene que pagar la factura de la transición, pues la responsable del desastre es la carrera por el beneficio de la que el propio mundo del trabajo es víctima.
El texto de las y los académicos no se calla sobre este asunto: dice que la justicia social debe constituir un principio de la política climática. ¿Es suficiente? No. No, porque el texto se basa, sin ponerlas en cuestión en absoluto, en las reglas y los tratados de la Unión Europea, cuyo objetivo estratégico consiste en destruir los sistemas de protección social para flexibilizar y precarizar al máximo el trabajo.
En estas condiciones, sería muy imprudente contentarse con una pequeña frase general sobre la importancia del principio de justicia social. Lo mínimo sería que ese principio fuera explicitado en términos concretos: garantía del empleo, de las rentas, de la protección social, del derecho al trabajo.
Sin esta explicación, todo el mundo, incluso el MR y Clarinval, puede reclamarse de la justicia social: bastará con concretarla en algunas pequeñas medidas que atenúen los gastos de la transición para las personas más desfavorecidas ¡y listo!
Para las y los políticos gestores del Capital la proposición merece la pena. Haciéndola suya, su objetivo es evidente: recuperar y desactivar la fantástica movilización de la juventud y de decenas de miles de ciudadanos y ciudadanas, una movilización que potencialmente pone en el banquillo a la política neoliberal.
Maniobras de todo tipo
Para eso sirve, por tanto, la unión sagrada de los partidos francófonos alrededor de la proposición de ley especial: para poner fin a la diversión [las movilizaciones] y salvar la política neoliberal sobre el clima… y sobre todo lo demás. Salvarla cualquiera que sea la coalición en el poder del lado francófono tras las elecciones de mayo.
En este juego politiquero, el tejemaneje del partido Verde sobre la cifra de reducción de las emisiones es escandaloso, y es muy revelador de sus intenciones. En efecto, según el informe especial de GIEC publicado en octubre pasado, permanecer por debajo de 1,5 ºC de calentamiento solo es posible si las emisiones mundiales netas (teniendo en cuenta las absorciones) disminuyen el 58% entre 2020 y 2030 (sin esta reducción vertiginosamente drástica, habrá que recurrir a las tecnologías de emisiones negativas y quizás a la geoingeniería). Ahora bien, realizar tal reducción a nivel mundial implica que los países desarrollados disminuyan efectivamente sus emisiones alrededor de un 65%, como está propuesto en el texto de las y los académicos. ¿Por qué las y los Verdes han reemplazado esta cifra por un objetivo del 55%, inferior al objetivo necesario como media mundial? Porque quieren llegar al poder, gestionar este capitalismo putrefacto, y porque para ello están dispuestos y dispuestas a comprometerse incluso con Michel, Marghem y Clarinval.
Sin embargo, para desmontar la maniobra de la unión sagrada, no basta, ni mucho menos, con permanecer fiel al texto académico original sobre los objetivos cifrados de reducción de las emisiones, como hace el PTB. Tanto más cuanto que las reducciones de este tipo (e incluso una reducción del 55%) en un plazo de diez años apenas son realizables sin salir del crecimiento y del productivismo. En particular, se trata de suprimir las producciones inútiles y nocivas, así como los transportes inútiles, lo que necesita al mismo tiempo un programa social anticapitalista de reducción radical del tiempo de trabajo sin pérdida de salario, un programa público de formación/reconversión de la mano de obra con mantenimiento de las conquistas sociales, etc. Ahora bien, en lugar de decir esta verdad, el PTB participa en la confusión general con su gran revolución del hidrógeno 3/ .
Más allá de la polémica creada por la manipulación de las cifras por las y los Verdes, la proposición de ley especial de las y los académicos es, en sí misma, inaceptable. Con su silencio, este texto opta cínicamente por la política capitalista de salvar el clima a costa de los pueblos del Sur y de sus ecosistemas. Con su falta de garantías que concreten el principio general de justicia social, deja el campo libre a la política neoliberal europea de destrucción de las conquistas sociales. En fin, con el simple hecho de su existencia, esta ley, decididamente muy especial, sirve objetivamente para sacar la cuestión climática de la calle y hacerla entrar tranquilamente en el recinto parlamentario.
En la calle, la movilización por el clima atiza todas las movilizaciones, todas las revueltas, anima poco a poco los debates sobre la convergencia de las luchas (sindicales, sociales, feministas, medioambientales, anticoloniales). En el Parlamento, las y los políticos se dedicarán a intentar ocultar los problemas. Para ello sí que se puede confiar en ellos y ellas: es su especialidad. No les dejemos. La joven sueca Greta Thunberg llama a una jornada de acción el 15 de marzo. Respondamos ¡presente! de forma masiva. ¡No a la unión sagrada, si a la convergencia de las luchas!
Notas:
1/ Ver https://vientosur.info/spip.php?article14595 . El jueves 14 de febrero el periódico Le Monde bajo el título de «En Bélgica, el movimiento de la juventud por el clima sacude la vida política», informaba de que varios miles de personas han reclamado de nuevo actos contra el cambio climático. El movimiento pone a la ecología en el primer plano de la campaña electoral en curso». El movimiento se ha extendido igualmente a Francia, también con repercusiones políticas. Este invierno ha habido movilizaciones juveniles y otro tipo de acciones con el mismo tema en Suecia, Australia, Suiza y Canadá ndt15/02/2019.
2/ http://www2.usaintlouis.be/public/comcom/presse/proposition_de_loi_speciale-fr.pdf?fbclid=IwAR0fUUzmz_WMZ-WCFuszAMryI3mUXcJ7eeNkrLBzcGx4mR4b3bfyJiX-U6c
3/ https://vientosur.info/spip.php?article14486 El falso milagro de la «revolución del hidrógeno»
Texto original en francés: https://www.gaucheanticapitaliste.org/pour-le-climat-union-sacree-ou-convergence-des-combats
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur
Fuente: https://vientosur.info/spip.php?article14606