El homo sapiens ha estado luchando con sus efectos sobre la naturaleza desde los días del Paleolítico y las primeras grandes extinciones realizadas por las bandas de cazadores. Pero no fue sino hasta los años setenta que estos efectos se empezaron a experimentar como una gran crisis ecológica que amenaza el futuro de todas las […]
El homo sapiens ha estado luchando con sus efectos sobre la naturaleza desde los días del Paleolítico y las primeras grandes extinciones realizadas por las bandas de cazadores. Pero no fue sino hasta los años setenta que estos efectos se empezaron a experimentar como una gran crisis ecológica que amenaza el futuro de todas las especies. El movimiento ecologista moderno nació en ese momento, con sus Días de la Tierra, partidos verdes y ONGs innumerables señalando una nueva, ecológicamente consciente, época que se había levantado para luchar contra la amenaza planetaria.
El optimismo de esos tempranos años ahora se ha marchitado totalmente. A pesar de ciertas intervenciones útiles, como el mayor reciclado de basura o el desarrollo de zonas verdes, o de la aparentemente creciente masa de regulaciones gubernamentales, en las ONG’s medioambientales y los programas académicos se ha verificado el paso global de la decadencia ecológica. De hecho, desde que el primer Día de la Tierra fue proclamado, se ha empeorado en áreas cruciales como las emisiones del carbono, la pérdida de arrecifes y la deforestación de la Amazona; todo ello actualmente se ha acelerado y ha empezado a asumir un carácter exponencial. ¿Cómo explicar este molesto hecho? ¿Por qué la conciencia que debería inspirar los esfuerzos más vigorosos para ir más allá de los límites de ambientalismo actual no se amplió? Quizás Margaret Thatcher debe considerarse aquí. En los años tardíos de los setenta, la misma década que iba a introducirnos en la era medioambiental, la «Dama de Hierro», primera ministra del Reino Unido, anunció el surgimiento del «TINA,» la sigla para su eslogan «No Hay Ninguna Alternativa» («There Is No Alternative») a la sociedad dada, y ciertamente ninguna alternativa de la clase prevista por la primera oleada de activistas ecologistas.
Lo que había pasado era que ese ambientalismo había extraviado el punto, y estaba tratando con síntomas externos en lugar de atacar a la enfermedad básica. Thatcher no lo deletreó en detalle pero no hubo ninguna equivocación de lo que ella tenía en mente y sostenía: «No Había Ninguna Alternativa al Capitalismo» -o, más exactamente, para el renacido, duro y afilado, tipo de capitalismo que se había instalado durante los años setenta en lugar del capitalismo del Estado benefactor que había prevalecido por más de un siglo. Ésta era una respuesta deliberada a una seria crisis de acumulación que había convencido a los líderes de la economía global a que instalaran lo que conocemos hoy como neoliberalismo. Thatcher fue emblemática, junto con Ronald Reagan en el EE.UU., de su cara política. El Neoliberalismo es un retorno a la pura lógica del Capital; no es ninguna tormenta de paso sino la verdadera condición del mundo capitalista que habitamos. Ha barrido las medidas que habían inhibido la agresividad del Capital y los ha reemplazado con una desnuda explotación de la humanidad y la naturaleza. Al derribar las fronteras y límites de su acumulación se le conoce como «globalización,» y es celebrada por ideólogos como Thomas Friedman como una nueva época de progreso universal sostenido por las alas del mercado libre y la mercantilización de todo. Esta guerra relámpago o bombardeo neoliberal acabó con las débiles reformas liberales que los movimientos medioambientales de los años setenta habían ayudado a poner en orden para verificar la decadencia ecológica. Y como estos movimientos no han desarrollado ninguna crítica al Capital, o una muy pequeña, flotan sin esperanza en un tiempo de crisis acelerada.
De modo que es el momento de reconocer la insuficiencia absoluta de las premisas básicas de ambientalismo de la primera ola y sus formas de organización. Hay una cierta urgencia de este reconocimiento, para advertir los cambios profundos y de hecho sin precedentes en la existencia humana por la crisis ecológica. Y este camino que se ha abierto ahora ante nosotros puede atribuirse al Capital mismo, que nos pone sobre la huella del caos ecológico. Mientras hay muchas y complejas evidencias correspondientes a la responsabilidad del Capital en la crisis ecológica, lo cierto es que únicamente se mantiene una tendencia arrasadora: el capitalismo requiere el crecimiento incesante de la producción económica, y como este crecimiento sirve a la causa del Capital pero no a las necesidades humanas reales, el resultado es la desestabilización continúa de su integral relación con la naturaleza. La razón esencial de esto depende de la diferencia distintiva del capitalismo con todos los otros modos de producción, esto es, que éste está organizado alrededor de la producción del propio Capital -de una entidad completamente abstracta, cuantitativa y numérica sin límite interior. Por lo tanto, arrastra al material mundo natural, que tiene límites muy definidos, junto con él en su enloquecida búsqueda de valorizar el valor, de valor y plusvalor, y no puede hacer nada más.
No tenemos ninguna opción frente al hecho de que la crisis ecológica pronostica un cambio radical. Pero podemos escoger el tipo de cambio, el cual puede ser para la vida o para la muerte. Como Ian Angus lo pone en su página electrónica, «Clima y Capitalismo», la opción es bastante simple: «EcoSocialismo o Barbarie: No hay ninguna tercera vía» (Para aprender sobre ello y/o unirse a esta lista, contacte con Angus en: [email protected]).
En realidad, esa es una paráfrasis de lo que la gran Rosa Luxemburg dijo al principio del siglo XX, que real disyuntiva de la humanidad estaba entre «Socialismo o Barbarie». Esto es una gran verdad. El fracaso de las revoluciones socialistas (de manera inmediata, como en el caso de Luxemburg y el levantamiento espartaquista en Alemania, y después con el fracaso de los otros socialismos del siglo XX, sobre todo aquellos organizados alrededor de la URSS y China), ha sido una condición para el presente triunfo del capitalismo bárbaro, con sus guerras interminables, la pesadilla del consumismo, el ensanchamiento entre ricos y pobres -y muy significativamente, con la crisis ecológica. De modo que la elección humana nos remite a lo mismo, excepto que la barbarie capitalista significa ahora ecocatástrofe. Esto es así porque la capacidad de la Tierra para limpiar los efectos de la producción humana se ha sobrepasado por el caos de su sistema productivo. Cualquier movimiento para la transformación social en nuestro tiempo tendrá que poner en primer plano este problema, porque la misma noción de un futuro depende en delante de si podremos resolverlo o no.
Por esta razón, un socialismo digno del nombre tendrá que ser ecológicamente -o para ser más exactos, «ecocéntricamente»- orientado, es decir, tendrá que ser un «ecosocialismo» consagrado a restaurar la integridad de nuestra relación con la naturaleza. La distinción entre ecosocialismo y los socialismos de la «primer época» del último siglo no es meramente terminológica, como si para el ecosocialismo simplemente se necesitara el control obrero sobre el aparato industrial y alguna buena regulación medioambiental. Se requiere el control obrero en el ecosocialismo como en el socialismo de la «primera época,» porque los productores son libres sólo si trascienden al capitalismo. Pero el aspecto ecológico también propone un nuevo y más radical problema que pone en cuestión el mismo carácter de la propia producción.
La producción capitalista, en su búsqueda interminable de ganancias, busca convertir todo en mercancía. Sólo de este modo la acumulación puede continuar expandiéndose. Al liberarnos de la tiranía de la propiedad privada sobre los medios de producción, con el socialismo, sea de la primera época o como ecosocialismo, se haría posible interrumpir la tendencia mortal de ese canceroso crecimiento, el cual es determinado siempre por la competencia entre los capitales para ganar la porción más grande del mercado. Pero eso dejo abierta la pregunta de lo que se producirá, y cómo, dentro de una sociedad ecosocialista.
Es claro que la producción tendrá que cambiar: de ser dominada por el intercambio -el camino de las mercancías- a otro que sea dominado por el uso, esto es, por la directa satisfacción de necesidades humanas. Pero esto, a su vez, requiere una definición, y en el contexto de la crisis ecológica, «uso» sólo puede significar aquello que considera como necesidades esenciales lo que supere la crisis ecológica -que es la más grande necesidad de la civilización en su conjunto, y por consiguiente para cada mujer y hombre dentro de ella. De ahí se sigue que los seres humanos sólo pueden florecer en circunstancias en las que el daño a la naturaleza que el Capital le ha inflingido sea superado, por ejemplo, dejando de emitir carbono a la atmósfera. En la medida en que la «naturaleza» es el juego interrelacionado de todos los ecosistemas, la producción dentro del ecosocialismo debe orientarse hacia la reparación del daño de los ecosistemas y de hecho, promoviendo ecosistemas florecientes. Esto podría traer consigo granjas racionales, por ejemplo, o -ya que somos criaturas naturales que viven ecosistemáticamente, en comunidades- relaciones humanas ecológicamente dirigidas, incluyendo la crianza de los niños, las relaciones entre los géneros y de hecho, la totalidad espiritual y estética de la vida.
Este artículo está lejos, por ser demasiado breve, de permitir el desarrollo de estos temas. Pero por lo que se ha dicho hasta ahora debe estar claro que hablando de ecosocialismo estamos diciendo mucho sobre lo que nuestra economía o tecnología deben cambiar. Ecosocialismo no es ninguna materia completamente económica, tal y como no era una mera cuestión económica el socialismo o el comunismo en la perspectiva de Marx. Es necesario precisar la transformación radical de la sociedad -y de la existencia humana- que Marx previó como la próxima fase en la evolución humana. De hecho, así debe ser si acaso vamos a sobrevivir a la crisis ecológica. Ecosocialismo es el indicador de, entonces, un modo completamente diferente de producción, uno en el que los trabajadores libremente asociados producen ecosistemas florecientes en lugar de mercancías. Definitivamente, esto plantea mucho más preguntas que respuestas, lo cual es la medida de cuán profunda es la crisis ecológica. ¿Qué, después de todo, parecería la vida si dejáramos de emitir enormes cantidades de carbono en la atmósfera y permitiéramos que el ecosistema del clima pueda re-equilibrarse, es decir, ser sanado? ¿Cómo sería, realmente, vivir completamente como humanos en armonía con la naturaleza dados los tremendos horrores hechos por nuestro sistema de sociedad? No hay ninguna certeza del resultado. Pero hay una certeza que nosotros tenemos que construir: debe haber una alternativa.
Habrá una reunión para fundar una organización Internacional Ecosocialista este próximo 7 de octubre, en París.
Por favor avise Joel a [email protected], o Ian Angus a [email protected] para una información más extensa.
* From New Socialist:
http://www.newsocialist.org/index.php?id=1321
* Uno de los más recientes libros de Joel Kovel es El Enemigo de la Naturaleza (The Enemy of Nature, 2nd edition forthcoming 2007, Zed).