“La mejor corona que adorna a una persona no son sus joyas, sino sus valores”, Calístenes de Olinto, historiador griego, sobrino de Aristóteles.
Se cuenta de Jenofonte, discípulo de Sócrates, que, al enterarse del fallecimiento de su primogénito en batalla, se limitó a pronunciar este breve comentario de estoica aceptación: “Sabía que lo engendré mortal”. Quienes hemos seguido los pasos y trayectoria del emérito Juan Carlos I, no nos ha pillado de sorpresa su trayectoria vital y monárquica: sabíamos que era un “Borbón”. Decía Bertrand Russell que “los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible; los políticos, por hacer imposible lo posible” y, siguiendo la lógica de Russell: quien heredó la Jefatura el Estado de Franco, no podía comportarse de forma muy distinta de la línea que le marcó y le confió el dictador; habla de él con cariño, con una relación filial; lo elogia valorando su inteligencia y sentido político; las alabanzas con las que, en sus memorias, define su relación con él, reinterpretando el franquismo sin ningún tipo de crítica, son la clave.
A la espera de su publicación en España -las librerías en Francia lo han publicado en francés-, para algunos, tal vez uno de los libros más esperados del año: las memorias en primera persona del emérito Rey de España Juan Carlos I, con el título “Reconciliación”– habrá que esperar hasta el 3 de diciembre, cuando la editorial Planeta lo publique en español, dejando pasar así la celebración del 50º aniversario de la monarquía parlamentaria. Sin esperar a su venta, hace ya varios días que se han empezado a filtrar algunos momentos de lo que, según su subjetiva opinión, fue su vida, desde su infancia en el exilio hasta su retiro voluntario en Abu Dabi.
Según su coautora, Laurence Debray, experta en la Transición española y gran admiradora de la figura “política” de Juan Carlos I, el rey emérito le pidió que fuera a Abu Dabi a visitarle para avanzar en un proyecto que le rondaba en la cabeza: sus memorias. A partir de entonces, Debray estuvo un par de años visitando al rey emérito en su nueva residencia emiratí donde, asegura la autora, estaba “muy solo”. Durante sus visitas, el que fuera jefe del Estado durante 40 años le iba deslizando la idea de escribir sus memorias y le fue seduciendo para el proyecto. La autora ya había escrito sobre él anteriormente. Durante los años 90 decidió estudiar historia en la Sorbona y el trabajo de fin de grado se lo dedicó al papel del rey Juan Carlos en la transición española. Más tarde, en el año 2000 publicó su investigación con el título “La forja de un rey”, libro que marcó el inicio de su relación con el monarca. Más tarde, en 2013, publicó “Juan Carlos de España: rey, demócrata y amigo de Francia”, un retrato político y humano del monarca.
“Le Figaro”, el diario más longevo de Francia, apoyó a Debray a escribir las memorias con el fin de que los españoles recordaran todo lo que el Emérito había hecho por España, a pesar de los últimos escándalos. Ella le confesó que “no se veía capacitada para ese proyecto”; pero Juan Carlos le insistió y finalmente, en septiembre de 2022, Debray se mudó con su familia a Abu Dabi para comenzar unas de las memorias más esperadas del último lustro en España. “Escribir el libro en primera persona era algo inédito para mí -confesó Debray-, pero me parecía magnífico que él pudiera contar su verdad”. De ahí que, según ella, el título de dichas memorias, Reconciliación, no era casual. Ya lo dijo Séneca, nuestro filósofo romano: “Es mejor incordiar con la verdad que complacer con la adulación”. Y no serán pocos los que, a pesar de la amnesia que, sobre parte de su vida, narra en estas memorias, alaben y aplaudan el contenido del libro. Sin embargo, según opinión de algunos que ya lo han leído, las consecuencias de estas memorias han abierto dudas y debates sobre interrogantes no explicados, pues si pretendía lavar su imagen y allanar su vuelta a España, ha conseguido lo contrario. Su “Reconciliación” está resultando un relato incómodo para su familia, para España y para la historia.
Según los que ya lo han leído, trasladando retazos del mismo, en un momento de sinceración, Juan Carlos reconoce que “mi padre siempre me aconsejó que no escribiera mis memorias, pues los reyes no se confiesan. Y menos, públicamente. Sus secretos deben permanecer sepultados en la penumbra de los palacios”. En la historia de las monarquías, escribir para dar su versión de los hechos, es algo inédito. De ahí que se haya preguntado: ¿Por qué le desobedezco hoy? ¿Por qué he cambiado de opinión? Y su respuesta, poco objetiva con la realidad, ha sido: “Porque siento que me han robado mi historia”. Pero con una inexplicable contradicción; las publica primero en Francia (no se puede olvidar que allí surgió la dinastía de los Borbones), tal vez porque en Francia las opiniones serían más amables con él, mientras que en España seguro que van a ser más críticas y molestas.
Juan Carlos, nieto de Alfonso XIII, según sus palabras, trata de reconciliarse con su pasado, su familia y España. El libro navega entre los dos exilios que marcan el principio y final de su vida: el obligado, en Estoril, y el voluntario, en Abu Dabi. En su relato transitan muchos de los protagonistas más destacados de la historia contemporánea y en el crepúsculo de su vida, lejos de su familia, se dispone a hacer su última confesión: “No tengo derecho a llorar”, escribe. Y se justifica diciendo que tiene derecho a buscar su anhelada “reconciliación” con el país que tanto ama y añora; y, reconociendo que su publicación es en sí un acontecimiento histórico inédito, intenta reparar esa situación.
Según parte de la prensa que ha hecho ya lectura y análisis del libro, por lo que en él cuenta, el título “Reconciliación” contradice en parte lo que en él escribe. Si la reconciliación es el restablecimiento de la armonía y la concordia entre personas o grupos que estaban enfrentados, si la reconciliación implica dejar atrás conflictos y reparar las relaciones, la memoria del Emérito padece amnesia, pues según la opinión de algunos que ya lo han leído, más parece un ajuste de cuentas en favor suyo que reconciliación y memoria histórica. Los medios de comunicación y las redes sociales especializados en monarquías llevan días diseccionando sin tapujos las cuestiones más espinosas del libro: el vínculo casi paternofilial que tuvo el monarca con Franco y su connivencia con la dictadura; su papel en el 23-F; su fortuna y sus finanzas opacas; sus relaciones extramatrimoniales; y hasta sus diferencias personales con Felipe VI, con su nuera, la reina Letizia o el actual gobierno del PSOE.

Al escribirla en primera persona -se sincera- “ha decidido dar cuenta de su historia después de casi cuarenta años de reinado”, porque el traslado a Abu Dabi, parte de la opinión publicada y, por qué no, sus propios errores han acabado por ensombrecer su trayectoria y sus aportaciones fundamentales al éxito de la democracia española. En Reconciliación profundiza en su figura como rey, explorando los años de exilio, el peso del pasado y la búsqueda de redención, colocando el mensaje de que su intención es reconciliarse con su país, relatando en detalle una parte privada de su vida pública, silenciando, con amnesia voluntaria, lo que no le ha convenido: su fortuna y sus amantes.
No hay que olvidar que el mayor activo de una institución democrática y de una monárquica, cuyos privilegios son inmensos, no es otro que su ejemplo moral. Aunque el sentido común alberga principios básicos que nos permiten conocer lo que es correcto de lo que no lo es, existen situaciones en lo que lo bueno no siempre resulta evidente. Por desgracia en el mundo actual los medios de comunicación, o las memorias de un ex monarca, pueden ofrecer una realidad que, en muchas ocasiones, no coincide con los hechos; y no se trata solo de que falseen la realidad, sino que ignoren una parte o que la sustituyan a conveniencia. Afirmaba Alexis Carrel, en su obra La incógnita del hombre, que “cuando desaparece el sentido moral de una sociedad, toda la estructura social decae y va hacia el derrumbe; –y añadía-, lo mismo sucede en el hombre, ese desconocido, que, cuando carece de ética su vida es un descontrol”.
La “Reconciliación” de las memorias del ex monarca no ha hecho más que reabrir heridas: los medios llevan días diseccionando las memorias del emérito, que hasta finales del siglo pasado disfrutó del tabú del silencio sobre su vida privada. Pero los medios ya no callan y la opinión pública es más severa; la Corona ya no tiene tan fácil esconder sus polémicos errores bajo las alfombras de palacio. Era de esperar que quien fue rey supiera que el futuro histórico de la Corona debería prevalecer por encima de su propia reivindicación o “reconciliación” como él titula. Con estas memorias, le ha faltado magnanimidad y prudencia.
Un desprecio frívolo en el uso del lenguaje es un ejemplo de lo que muchos llaman “la amnesia histórica”. No importa mentir; no importa cambiar de criterio, lo que importa es que la mentira de cada momento parezca verosímil y servirse de ella cuando les conviene y tener amnesia cuando no les interesa. Según narra la mitología griega, en sus memorias, el ex monarca se ha bañado en el río “Leteo”, río mitológico del que escribieron Virgilio en la Eneida y Platón en La República, cuyo nombre significa “olvido”, un afluente del Hades; quien se bañaba en sus aguas sufría de amnesia y olvido. La publicación de sus memorias ha sido una temeridad; si para unos su aportación histórica a la transición ha sido innegable, para otros, su vida y sus escándalos posteriores empañan su legado; al leerlas, su amnesia es patológica. Si don Juan Carlos cree que la España de hoy es injusta con él, con la pretendida “Reconciliación” de sus memorias, tal vez no lo consiga; lo que se espera de alguien que fue rey es que haga un ejercicio de entereza y que esperara a que fuese la historia la que lo juzgase. Habría sido un digno último servicio, pero, por algún motivo, ha renunciado a despedirse con un gesto de magnanimidad y de prudencia. Mas que vender sus memorias lo que, según algunos críticos consideran, ha pretendido lavar su imagen y dar su versión de la historia; es decir: reivindicar su legado y pasar de puntillas por su pasado más problemático y polémico.
El “efecto boomerang” es un fenómeno en el que una acción o mensaje tiene un resultado contrario al esperado, a menudo porque una tentativa de persuasión genera una reacción opuesta. Pocos españoles desconocen el origen de esta imperativa frase “¿Por qué no te callas?”. Mientras José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno en aquella época, intervenía en la Sesión Plenaria de la XVII Cumbre Iberoamericana de jefes de Estado en Santiago de Chile, el 10 de noviembre de 2007, el presidente venezolano de entonces, Hugo Chávez, trataba de interrumpirle insistiendo en descalificar al expresidente José María Aznar, al llamarle reiteradas veces “fascista”. Al ver que Chávez no callaba, el Rey Juan Carlos, visiblemente enojado, espetó a Chávez, señalándole con la mano: “¿Por qué no te callas?”. La frase fue una respuesta a las interrupciones constantes de Chávez durante el discurso del entonces presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, y el incidente se convirtió en un fenómeno mediático mundial.
La inscripción del frontispicio del Templo de Apolo en Delfos “¡Conócete a ti mismo!”, ha sido la divisa de numerosas escuelas religiosas, morales y filosóficas que han cifrado la sabiduría en el autoconocimiento. Nadie es sabio si no se conoce a sí mismo. Escribir unas memorias como si fueran un ajuste de cuentas de la historia, además de frivolizar o banalizar, es confiar en la mala memoria de la gente. Es verdad que en España hubo un pacto de silencio tácito durante muchos años sobre la vida del ex monarca. Eran los directores de los grandes medios de comunicación los que decían a sus redactores: “¡Ojo con lo que escribes sobre la familia real, no queremos problemas!”. Era una institución que se acababa de recuperar y había que ser cuidadosos con ella.
Si don Juan Carlos cree que la España de hoy es injusta al criticarlo, lo que se espera de alguien que fue rey es que haga un ejercicio de entereza y que espere a que sea la historia la que lo juzgue. La “omertà o inmunidad legal” de la que disfrutó el rey Juan Carlos es ya cosa del pasado; que no olvide ese cuento de Hans Christian Andersen, “El traje nuevo del emperador”, también conocido como “El rey desnudo”, y se aplique la recomendación que en su momento él hizo a Hugo Chávez: “¿Por qué no te callas?”.


