La declaración ante el Congreso de los Diputados del ahora presidente de la patronal bancaria y antes subgobernador del Banco de España, Miguel Martín, no tiene desperdicio. En su opinión, en España ha sido la economía real la que ha puesto en riesgo al sistema bancario y no al revés, como todo el mundo cree. […]
La declaración ante el Congreso de los Diputados del ahora presidente de la patronal bancaria y antes subgobernador del Banco de España, Miguel Martín, no tiene desperdicio. En su opinión, en España ha sido la economía real la que ha puesto en riesgo al sistema bancario y no al revés, como todo el mundo cree.
Ya comentaba en un artículo anterior la campaña de intoxicación orientada a hacer creer que la banca es una víctima más, en lugar de la directa responsable de la debacle financiara que asola al mundo y que ha provocado una crisis en la economía real quizá sin precedentes. Estas declaraciones son una manifestación palpable de tal empeño.
¿Acaso se puede mantener con fundamento que la banca española conforma un sistema completamente ajeno a lo que sucede en los mercados financieros mundiales? ¿Acaso es imaginable que lo que aquí pueda estar ocurriendo es independiente de lo que pasa en la economía financiera internacional y que lo que ocurre en el sistema bancario mundial nada tiene que ver con el nuestro? ¿Puede creerse que la financiación de la burbuja inmobiliaria española ha sido un fenómeno completamente distinto al de otros países y no, incluso, más grave, aunque quizá no se haya producido exactamente a través de los mismos recurso? ¿Y es factible que el endeudamiento privado que ha propiciado principalmente la banca, entre otras cosas como consecuencia de la demonización del público, no haya tenido consecuencias sobre sus niveles de solvencia y que no tenga nada que ver con la incapacidad que ahora muestra para desempeñar la función que teóricamente le corresponda? ¿Acaso pueden estar de acuerdo con la patronal bancaria las docenas de miles de personas, empresarios y consumidores, que no obtienen sino negativas cuando ahora solicitan créditos que permitirían evitar que la actividad económica se hunda sin remedio?
Pueden parecer preguntas de respuestas obvias pero me temo que a la postre terminen por tener las que le conviene a la banca porque su poder y capacidad para convencer se está mostrando bastante mayor que el del gobierno y el del partido que lo sustenta.
Por un lado, el discurso de los banqueros parece demagógico pero es que el gobierno y las organizaciones de izquierda apenas si está logrando transmitir a la ciudadanía una percepción clara y alternativa de lo que está ocurriendo. No puede bastar con que el gobierno reclame tímidamente a los banqueros que se esfuercen o que se impliquen con las políticas del gobierno.
En realidad, los banqueros españoles están haciendo perfectamente su labor, ganar dinero, Ahí están los beneficios que acaban de declarar justo cuando el resto del país se tiene que apretar el cinturón o incluso pierde el empleo.
Lo que ocurre es que esa función está mostrando ser incompatible con la que necesita la economía nacional en estos momentos (y quizá en todas las circunstancias).
Los del «el afán de lucro insoportable» de quien habló el presidente Zapatero en alguna ocasión no pueden ser otros que estos banqueros con los que se sienta en La Moncloa, pero es que lo que hacen no es del todo recriminable si se aceptan los principios que gobiernan nuestro sistema económico. Hacen justamente lo que la mayoría de los profesores enseñan y recomiendan a sus alumnos nada más llegar a cualquier facultad de ciencias económicas o escuela de negocios: maximizar su beneficio individual.
La cuestión a la que tendríamos que enfrentarnos pero que en los últimos años se nos ha convencido para que dejemos de lado es si conviene dejar que los intereses generales, que ahora vemos hasta qué punto están severamente lesionados, pueden quedar al albur de ese afán.
Por el contrario, si nos enfrentamos sinceramente a lo que está ocurriendo quizá no nos quedara más remedio que reflexionar autocríticamente. ¿Por qué no hacerlo? ¿por qué no reconocer, por ejemplo, que haber renunciado a la banca pública (pero no a cualquiera, como ha corrido con las cajas, sino a una banca exclusivamente al servicio de la actividad productiva y bajo un control social auténticamente democrático) solo ha beneficiado a los bancos privados que se hicieron con ella, y que esa renuncia nos está dejando ahora atados de pies y manos?
Se echa de menos esa reflexión pero también la pedagogía. Pedagogía para explicar con más claridad lo que de verdad está sucediendo, para que no sean solo los grupos de opinión que directa o indirectamente controlan los bancos los que proporcionan claves para entender los orígenes de la crisis y sus verdaderas consecuencias. Y para que pueda forjarse un criterio moral colectivo que ponga a cada uno en su sitio, haciendo que todos soportemos la cuota parte de responsabilidad que podamos tener en la generación de los problemas sociales.
Claro que es también evidente que para ello se necesita también mayor lucidez, información más rigurosa y mejor asesoramiento. No es fácil que un gobierno pueda estar tomando hoy medidas eficaces contra una crisis como ésta cuando menos de un año antes, cuando ya todo el mundo la reconocía, se afirmaba que «no hay riesgo de crisis económica».
La anticipación no es una demanda caprichosa sino seguramente lo que permite que los ciudadanos adquieren el plus de confianza que los gobiernos necesitan en las circunstancias difíciles y lo que da la seguridad que se precisa para que todo no se venga a bajo a poco que las cosas se pongan peores de lo que se estaba pensando.
Y no es que no haya habido anticipación por parte del gobierno sino que desgraciadamente se ha ido constantemente detrás de los acontecimientos, y me temo que eso esté dando lugar a que a muchos ciudadanos les cueste ya demasiado trabajo recuperar la empatía con él.
El presidente del gobierno se refirió hace poco a los estados de ánimo como componentes esenciales de la vida económica. Y lleva razón, pero es precisamente por eso que debería cuidar en mucha mayor medida los que crean los errores continuados en las previsiones económicas, las medidas de ida y marcha atrás y, sobre todo, la constatación de que los principios se tornan ramas voladizas que van de un lado a otro según el soplo de quienes tienen más fuelle e influencia social.
Es verdad que a estas alturas y dado el contexto que las políticas internacionales han creado en los últimos años, un gobierno que quisiera ser auténtica, e incluso moderadamente socialdemócrata se enfrenta a limitaciones quizá insalvables. Pero es justamente por eso por lo que hay más razones que nunca para relanzar los proyectos socialdemócratas a los que tantas veces alude el Presidente Zapatero, y no solo en el ámbito de las políticas sociales sino también y sobre todo en el de la política económica.
Precisamente porque hay limitaciones para avanzar hacia nuestros ideales es por lo que hay que avanzar hacia ellos con más fuerza y reivindicarlos con más firmeza.
Basta ver dónde nos han llevado el dejar de aplicarlos. Solo engañándonos a nosotros podemos admitir que la situación que vivimos no tiene nada que ver con la renuncia a los impuestos más justos y progresivos, a la equidad fiscal y a los instrumentos más potentes de redistribución, a la centralidad del empleo decente y a la satisfacción y la seguridad en el empleo, a la presencia pública en sectores como el financiero o el industrial, al predominio de la actividad económica real…
¿Por qué empeñarnos entonces en seguir una vía que nos ha llevado a este descomunal fracaso?
Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada (Universidad de Sevilla). Su página web: http://www.juantorreslopez.com