La movilización de decenas de miles de personas año tras año por los derechos de presas y presos es un acontecimiento político y social de primer orden, infrecuente o impensable en otros países. A quien más y a quien menos de las decenas de miles de personas que ayer se manifestaron en Bilbo le habrán […]
La movilización de decenas de miles de personas año tras año por los derechos de presas y presos es un acontecimiento político y social de primer orden, infrecuente o impensable en otros países.
A quien más y a quien menos de las decenas de miles de personas que ayer se manifestaron en Bilbo le habrán hecho esa pregunta. De hecho, muchas de ellas se la habrán hecho incluso a sí mismas, en la duda de si coger o no el coche, el autobús, el tren o el metro este año, a la vista de la nieve que ocupaba buena parte del país y de que las previsiones anunciaban chaparrones.
Para muchos, la respuesta es bien sencilla: «Porque nos da la gana. Porque queremos que los presos y presas, y sus familiares, sepan que no están solos. Que seguimos queriéndolos. Que año tras año no les olvidamos».
Para otros muchos, la contestación viene dada por su defensa de los derechos humanos. Todos los derechos para todas las personas. Porque entienden que a las presas y presos vascos se les está aplicando un tratamiento vengativo; que lejos de cumplir con el cliché de que «todos tienen que ser iguales y los de ETA no tienen por qué tener privilegios», se les somete a una política penitenciara colectiva, en lugar de aplicárseles la ley penitenciaria. No es lo mismo política que ley. De hecho, hablar de política significa en este caso someter la ley.
Otros se manifestan desde la posición política de que el conflicto vivido en Euskal Herria debe superar la fase de la violencia y el dolor, para entrar en el terreno de la democracia.
Cada cual por sus razones, o por la suma de varias de ellas, decide acudir a esta manifestación de primeros de enero, hasta convertirla en la movilización más multitudinaria que año tras año se produce en Euskal Herria. Cuando algunos políticos, normalmente de partidos unionistas, dicen que hay que hablar de los problemas y preocupaciones de la ciudadanía, deberían tener en cuenta cuál es el problema o preocupación por el que más gente se moviliza.
Suele presentarse esta manifestación como «la tradicional», «la de cada año», y con ello ciertos medios tratar de reducirla a un carácter ritual que les evita hacer el análisis político de por qué sigue movilizando a decenas de miles de personas, haga el tiempo que haga, que en enero nunca suele ser apacible.
Sin embargo, el contenido político de la pregunta no está en «el porqué», sino en el para qué, en ese «no sirve para nada». En primer lugar, sirve para que quienes sufren en sus propias carnes la política penitenciaria encuentren esta semana el calor de las decenas de miles de corazones que ayer palpitaron al unísono con ellos. Solo esto ya sería razón suficiente para dejar la comodidad de una tarde de sábado y manifestarse.
Sirve además para evidenciar una realidad que tantas veces pasa desapercibida o se oculta. Para que esta ocupe un espacio, quizá pequeño, en medios de comunicación internacionales. Cada una de esas líneas, cada una de esas fotos, es un factor de incomodidad para quienes desde Madrid y París se empeñan en socializar el sufrimiento y, además, pretenden dotarse de una superioridad moral.
Sin estas movilizaciones, sin la acumulación de fuerzas y sensibilidades de los últimos años, la cuestión del acercamiento no estaría, por ejemplo, en el pacto de Gobierno entre PNV y PSE. Hoy por hoy, PP y UPN son los únicos partidos que apoyan la dispersión. No es un dato menor.
A buen seguro, a muchos de los que ayer llenaron el recorrido de la manifestación les parecerá insuficiente la posición política sobre los presos de PNV y Elkarrekin Podemos, y no digamos nada de la del PSE. Pero, sin embargo, es una noticia inédita hasta ahora la posibilidad de que en el Parlamento de Gasteiz -y debería ser también en el de Iruñea- sea posible llegar a un acuerdo ampliamente mayoritario en torno a esta cuestión.
Sare ya anunció que, además de los movimientos que pueda haber entre partidos, está trabajando en una propuesta que cuenta con el aval de expertos juristas, y su deseo de que no solo tenga un carácter declarativo, sino que a través de una proposición de ley intente cambiar la legislación actual.
Como esa no es empresa fácil, bien está dotarla del empuje explícito de las decenas de miles de personas que ayer se mojaron en Bilbo, y del respaldo implícito de una mayoría social del país que ya no solo se evidencia en los sondeos de opinión, sino también en los debates públicos entre políticos.
Para mover a Madrid y París primero hay que movilizar Euskal Herria, sus calles y sus instituciones. Para que Mariano Rajoy y François Hollande liberen el candado de la venganza penitenciaria, antes hay lograr que Iñigo Urkullu, Uxue Barkos, Andoni Ortuzar, Idoia Mendia, Nagua Alba y otros sientan el empuje social de que también ellas y ellos deben dar pasos.
Para eso sirven movilizaciones masivas como la de ayer. Para eso hay quien conduce su coche 150 kilómetros para llegar a Bilbo, con el objetivo de que nadie más tenga que hacer 1.000 kilómetros para hablar a través de un cristal con su hija, su hijo o su pareja. Y, todavía más doloroso, para que ninguna niña o niño más se juegue la vida en la carretera para ver a ama o aita.