No voy a responder a esa interrogante, que cada uno saque sus conclusiones. Tampoco voy a hacer preguntas similares para no dispersar la concentración de los que me honran leyendo estas líneas. Me limitaré a los hechos y haré una narración lo más simple y clara posible. Sabido es, por los que se preocupan por […]
No voy a responder a esa interrogante, que cada uno saque sus conclusiones. Tampoco voy a hacer preguntas similares para no dispersar la concentración de los que me honran leyendo estas líneas. Me limitaré a los hechos y haré una narración lo más simple y clara posible.
Sabido es, por los que se preocupan por conocer lo que está pasando, que Jordi Sánchez, presidente de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) está sufriendo constantemente vejaciones, burlas, humillaciones, con la pasividad de los funcionarios, desde que entró, el pasado 16 de octubre, en el conflictivo módulo cuatro de la cárcel de Soto del Real.
Sus castigadores pertenecen al «Clan de los Gordos», peligroso grupo criminal de etnia gitana que hizo fortuna con el tráfico de heroína. Y, no sólo esta banda se ensaña con él, sino también otros delincuentes que braman -acercándose a él- el himno nacional y el himno de la legión.
Jordi Pina, el abogado del preso político acusado de sedición, cree que los Gordos la han tramado con él porque le consideran un ser débil, vulnerable, al que se puede vejar impunemente.
En todos los grupos hay -lo que se estudia en psicología- un líder (el más fuerte) y un chivo expiatorio (la víctima) que los matones eligen para descargar su odio y mala leche. Esa gentuza suele ingerir bebidas y alimentos envenenados (de ahí viene la palabra alimaña) o actúa así por haber nacido (o haberse metido) en un infierno del que no se puede salir.
Al parecer Jordi Sánchez ha denunciado su situación a los oficiales de prisión, pero se le trata como a un apestado que, «si sufre un humillante clavario, por algo será». Se puede decir -sin pretender ofender a la prensa del establishment- que es como si hubiera caído, con el beneplácito de la casta, en manos de la Santa Inquisición.
No ocurrió lo mismo con el teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero, quien fue tratado a cuerpo de rey el tiempo que pasó en la cárcel1 . Tras la intentona de golpe de Estado del 21-F fue internado en una celda, con todas las comodidades propias del rango, del Castillo de la Palma de Mugardos (El Ferrol, la Coruña).
Al alto mando de la Guardia Civil se le trataba, incluso, con admiración. No sólo los carceleros veían en él a un ángel caído en desgracia, sino también muchos españoles apegados al pasado. Esa franja social, que todavía se pavonea por sus feudos, lamentaba «la muerte prematura» de Franco y que su héroe hubiera fracasado en su intento de salvar España.
Los que quieran conocer los privilegios que tenía Tejero en la cárcel que consulten la hemeroteca. Yo me limitaré a contar una anécdota real (información de altos cargos castrenses, cuyos nombres no voy a revelar) que nos da una idea del país en el que vivimos.
Los citados militares comentaron -en una conversación entre amigos, de la que por casualidad fui testigo-, que entre las visitas que recibía Tejero en Mugardos había un grupo de monjitas que solían llevarle tarteras llenas de mejillones, primorosamente preparados, pues las hermanas de la caridad sabían que era uno de sus platos favoritos.
Los oficiales retirados comenzaron a reírse al recordar un día en el que uno de los carceleros obligó a una monjita a probar un mejillón (en plan de broma) para cerciorarse de que no estaban envenenados. Me imagino que allí todo hacía gracia. Tejero sólo había intentado un golpe de Estado con pistola alzada en el Congreso de Diputados. Además, intentó la asonada a lo grande, a lomos de elefantes blancos, cual Aníbal atravesando los Alpes.
Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para pedir a todos: la derecha, el centro y la izquierda, que hagan un esfuerzo por parar la creciente ola de odio que recorre el país. Ha llegado la hora de dejar las banderas en casa, tanto la española como la estelada (la estrellada), y sacar sólo la blanca. Ha llegado la hora de «dejar las canciones patrióticas» e intentar cantar, rompiendo las fronteras, el Himno a la Alegría de Ludwig Van Beethoven.
Nota:
1 A Tejero se le concedió la libertad condicional en septiembre de 1993. Actualmente tiene 85 años de edad.
Blog del autor: http://www.nilo-homerico.es/
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