Per l’amic Jordi Torrent, un erudit internacionalista que em va aproximar al pensament de Cornelius Castoriadis. El título del nuevo artículo de Josep Ferrer Llop [JFL] (y de sus compañeras y compañeros Teresa Mira Lozano, Santi Lapeira Gimeno, Francesc Matas Salla, Jordi Presas Vidal, Jordi Gutiérrez Suárez, Elvira Duran Costell, Josep M. Armengou Iglesias, […]
Per l’amic Jordi Torrent, un erudit internacionalista que em va aproximar al pensament de Cornelius Castoriadis.
El título del nuevo artículo de Josep Ferrer Llop [JFL] (y de sus compañeras y compañeros Teresa Mira Lozano, Santi Lapeira Gimeno, Francesc Matas Salla, Jordi Presas Vidal, Jordi Gutiérrez Suárez, Elvira Duran Costell, Josep M. Armengou Iglesias, Miquel Àngels Escobar Gutiérrez) habla de secesiones y rupturas: «Por una doble ruptura democrática: separación amistosa, cambio de régimen.» Algunos pasajes se leen (y reciben) muy bien, mejor incluso. Podría por fin plantearse, señalan, un auténtico federalismo/confederalismo democrático de los pueblos ibéricos que no estuviera basado en la imposición ni en el dominio sino en el reconocimiento mutuo. ¿Dónde hay que apuntarse para ello? En cambio, otras reflexiones y algunos nudos de lo que aspira a ser (sin conseguirlo siempre) una argumentación no parecen transitar por el mismo sendero de fraternidad.
A estas alturas, comentan ya de entrada JFL y amigos/as, el movimiento soberanista catalán debería despertar respeto, si no comprensión, en el resto del estado. Respeto, desde luego; comprensión, en algunos aspectos, no en otros (y más o menos como está sucediendo en nuestra propia casa). Ya nadie puede dudar, sostienen los autores, de que se trata «de un movimiento democrático y de libertad, una marea cívica y popular». Lo de marea cívica y popular recuerda a otras mareas y, para decir la verdad, uno piensa inmediatamente que las finalidades son muy pero que muy distintas, aléficamente alejadas. Nada o muy poco que ver Engels con Herder.
Lo de movimiento democrático y de libertad, más allá del uso descafeinado o poco interesante de esos términos, permite cuanto menos un poco de discusión. Uno no ve, por mucho que se empeñe, que el movimiento secesionista catalán tenga nada que ver con la libertad si se entiende ésta como emancipación real de los pueblos. ¿Qué pintarían en una empresa humana, liberadora y humanista de esta características gentes como Mas, Mas-Colell o Felip Puig por ejemplo? ¿Individuos de ese talante poliético, de esa cosmovisión neoliberal, talmúdicamente propagada, apostando por un sendero de libertad considerada como autodeterminación personal, al igual que de democracia no demediada entendida ésta como real poder ciudadano?
Más allá de los procedimientos democráticos seguidos hasta ahora, cuanto menos en la superficie del proceso (no siempre en su cocina o en la «cosa en sí»), es obvio que la finalidad central del movimiento pasa por la formación de un nuevo Estado del que apenas se tienen noticias. Se habla últimamente, por parte de algunos portavoces del movimiento, de República catalana aunque no siempre ha sido así. Se desconocen otros atributos de ese estado y todo parece indicar, como es natural dada la heterogeneidad del movimiento, la existencia de desacuerdos más que esenciales entre las fuerzas independentistas. Así que ignoramos y acaso ignoraremos las notas centrales del nuevo Estado que se quiere crear.
Añado además, admitiendo por supuesto que no apunto a las aristas nucleares del movimiento, que hay en él claras manifestaciones de etnicismo antidemocrático que llegan a considerar no catalanes a ciudadanos y ciudadanas que viven en este país simplemente por no hablar frecuente o únicamente en catalán o por no defender una idea de catalanidad próxima a la acepción más o menos dominante. Hemos pasado del catalán es todo aquel que vive y trabaja (o intenta hacerlo) en Catalunya (que excluiría de hecho a un sector importante, el más rentista, de las clases dominantes propias) al catalán es todo aquel que lucha por la independencia y tiene la estelada en su corazón. No hace falta dar referencias que están en la mente de todos.
Para los firmantes, así lo señalan, es sintomático de este carácter democrático y de libertad la reciente firma de convenios de la ANC, la Asamblea Nacional(ista)de Catalunya, con organizaciones sindicales [creo que tan sólo con la CONC, pero tanto da si me equivoco] y con la FAVB (Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona). Para otros ciudadanos en cambio, para el que suscribe por ejemplo, es no sólo un error (de la CONC, de la FAVB) sino un verdadero horror, un ejemplo de desvarío e insensatez políticos. ¿Cómo es posible que una organización obrera, no nacionalista casi por definición, y una federación que agrupa o intenta agrupar a todos los ciudadanos y ciudadanas de la ciudad de Teresa Pàmies y Francisco Fernández Buey desde una perspectiva crítica y rebelde, firmen acuerdos con una fuerza marcadamente independentista, con fuerte y generalizado componente antiespañol (sea lo que fuere lo que se enmarque dentro de la palabra «España»; Machado, García Lorca, Cernuda, Julián Grimau o Enrique Ruano no excluidos), con una fuerza, decía, más que organizada, bien dotada económicamente y generosamente relacionada con instituciones centrales (gobierno de la Generalitat, Parlament) que, en ocasiones (no digo siempre), parece considerar no catalanes, según manifestaciones de su presidenta, la señora Carme Forcadell, ex ERC (¿no lo es ahora?), a ciudadanos que viven en Cataluña y que tienen orientaciones políticas que tampoco a mi me provocan ningún entusiasmo poliético (todo lo contrario más bien)? ¿No recuerda un poco, digo un poco nada más, aquello de los buenos y los malos españoles? ¿Serán algunos los buenos catalanes y seremos otros los malos catalanes, los apátridas incluso, los botiflers, los colaboracionistas, los agentes de la reacción en el seno del movimiento nacionalista? Con una organización-movimiento que tiene estas y otras características muy afines, ¿tienen que llegar a pactos y acuerdos los sindicatos obreros y las federaciones de vecinos insumisas? Vivir para ver y discrepar.
Por otra parte, añaden los firmantes, ANC es claramente transversal, sin que pueda ser tildado simplistamente de izquierdas o de derechas. De acuerdo, sin tildar a nadie de nada. ¿Qué sea transversal es forzosamente algo positivo siempre y en toda circunstancia? No lo parece si pensamos en otros movimientos nacionalistas. Por lo demás, ¿transversal-transversal o transversal-clase-media-pequeña-burguesía? ¿Dónde están las clases trabajadoras catalanas, sea cual fuere su origen, en este movimiento transversal?
La guinda del pastel: «Las eventuales acusaciones de insolidaridad o de fronterismo resultan insustanciales cuando las agresivas estructuras estatales han arruinado todo tipo de pactos y continúan derribando los logros de autogobierno alcanzados.» Que las políticas del gobierno del Estado, en este y otros ámbitos no sean un ejemplo de nada (o más bien contraejemplo de pura e inadmisible reacción) es un punto más que aceptable. Tienen razón por supuesto JFL y sus amigos al señalar esa justa crítica. ¿Pero de eso se infiere la corrección, comprensión o admisión de eventuales muestras de insolidaridad o de fronterismo? Sería algo así como afirmar que dado que unas supuestas instituciones de Lleida abonan a veces políticas agresivas e inadmisibles, entonces los de Barcelona y alrededores nos montamos un chiringuito aparte, nos «secesionamos», rompemos el demos catalán, y organizamos el Estado de Barna-la-millor-botiga-del-món. Y los y las de Lleida que se lo monten como puedan. ¡A nosotros plim! ¿Es eso o algo parecido a eso?
En esta situación, y en otras también deberían haber añadido, «resulta intolerable el inmovilismo que equivale a perpetuar la voluntad de dominio y asimilación». Por su parte (¿por su parte?), añaden, «resultan nada creíbles las vías autollamadas reformistas, cuyos reiterados fracasos culminaron en la sentencia del TC de 2010 y cuyas voces sólo se han despertado cuando el soberanismo ha elevado el tono reivindicativo». ¿Esto es un argumento? Si una vía de carácter federalista o afín no resulta triunfadora momentáneamente porque las fuerzas de la España rancio-conservadora se oponen a ella con todas sus fuerzas y con muchos miedos generados y extendidos, entonces cogemos las velas, damos una patada a gentes hermanas que sufren la misma opresión y nos vamos a otro puerto nosotros solitos. ¿No habría que insistir, no habría que buscar otras estrategias más fraternales y resistentes? ¿Por qué es sólo razonable la secesión y la ruptura del demos general?
También, concluyen en este punto, resulta insuficiente la simple aceptación del derecho a decidir. No basta. Sin planes pro-activos para antes y después de su ejercicio. Falta según ellos «una voluntad clara de diagnosticar el problema, dilucidar responsabilidades y encontrar soluciones». Sus propuestas.
Empiezan con este curioso tono. Hay que aceptar de una vez por todas (¿de una vez por todas? ¿Y eso por qué?) que la cerrazón de unos, debe ser el gobierno central y sus proximidades, y la tibieza de otros (¿estarán hablando de CiU o del tripartito?) han dinamitado las propuestas de convivencia y han hecho ya imposible un estado común. ¿Imposible un estado común? ¿Dónde está la demostración de esa imposibilidad? Basta apuntar, señalan, «que cualquier iniciativa en este sentido debería asumir, por lo menos, el Estatuto del 2006 (aprobado por el Parlamento español y refrendado por el pueblo catalán), cosa impensable actualmente por parte de las fuerzas políticas hegemónicas». Las fuerzas políticas hegemónicas son ahora fuerzas institucionalmente hegemónicas, pero panta rei (¿) decía el clásico, todo fluye, y nadie puede afirmar en estos momentos que no haya deseos por parte de una sector cada vez más importante de la ciudadanía de Sefarad y de numerosas fuerzas políticas de avanzar mucho más pronto que tarde por vías de aproximación, solidaridad y de hermanamiento.
Aceptada esa premisa prosiguen (pero ¿cómo se puede aceptar esa premisa?), «la izquierda trasformadora debe promover la separación amistosa como una salida democrática y la menos mala de las posibles, poniendo el acento en minimizar los costes económicos, sociales y sentimentales». Ni es la menos mala de las posibles ni ha estado nunca en la tradición. Por lo demás, promover la separación es regalar al PP y a Ciutadans a miles y miles de ciudadanos y ciudadanas catalanes que son y han sido de izquierdas (y no sólo de boquilla sino en su praxis, en su vida) pero que, en cambio, no son nacionalistas ni independentistas, están más que desesperados políticamente y difícilmente puede identificarse con una programa de secesión, se vista con ropajes de izquierda o sin ellos (Es innecesario decirlo pero, por si acaso se me entiende mal, no hablo de mí en este último comentario).
No sigo, para no cansar, con lo de la «herida territorial abierta tres siglos atrás» que cuesta leer en un documento firmado por gentes de izquierda que no se mueven en las heladas y más que extrañas aguas de un historicismo, más o menos informado, que tira algo-mucho para atrás. La creencia de que la secesión de Cataluña «abre la posibilidad de arrumbar con el régimen que desde hace siglos viene sufriendo el pueblo español» es un lema que pretende influir en voluntades indecisas olvidando la derechización «patriótica», más que probable, que a medio plazo y durante años se produciría en el resto de Sefarad por no hablar de la inmensa división interna que se generaría en nuestra propia comunidad y que dividiría más o menos por la mitad al pueblo catalán.
(Entre paréntesis: si es el pueblo español, incluido el catalán supongo, quien sufre ese sufrimiento, ¿no debería ser este pueblo quien emprendiera conjuntamente la urgente y necesaria tarea de emancipación? ¿No es acaso el 22 M, la marcha por la dignidad del pasado sábado y su prolongación, un sendero que señala ese camino de unión y solidaridad? ¿Qué sentido tiene romper ese demos, separarse de esa comunidad resistente y rebelde?)
La secesión de Catalunya, comentan los autores, «es el símbolo de un fracaso secular en la acción de gobierno de un régimen basado en al absolutismo y el clericalismo, de las clases dirigentes que lo han apoyado y de los partidos que le han dado cobertura». ¿Están entre esas clases dirigentes, las clases dirigentes catalanas? ¿A que sí? ¿A qué no puede ser de otro modo? ¿No han habido partidos catalanes que han dado cobertura a ese régimen clerical y autoritario?
Ha de marcar la secesión, prosiguen, «el punto final de una monarquía desprestigiada, de una Constitución obsoleta y de un bipartidismo cómplice». ¿Sólo bipartidismo? ¿Siempre del mismo color? ¿Y CiU? ¿No apoyó CiU al primer gobierno Aznar y a los gobiernos más derechistas de Felipe González? ¿No sigue apoyando CiU leyes antiobreras en el actual Parlamento español? ¿No es don Miquel Roca, una gran patum de CiU, un hombre más que próximo a los Borbones? ¿Qué política hegemonizan en Catalunya con el apoyo de ERC, el antiguo partido de Carme Forcadell más que hegemónico en ANC y en la Comisión de Transición Nacional?
Es la culminación, así finalizan este punto, «de siglos de dilapidación de recursos, de pobreza y desequilibrios territoriales, de incapacidad para gestionar un imperio o para estructurar un estado, de extorsión lingüística y cultural contra la diversidad, de represión de los movimientos renovadores y de tolerancia hacia los autoritarios.» ¿Se puede hablar de extorsión lingüística pensando en la actual situación del catalán en Catalunya? ¿De verdad es buena la descripción? ¿Es cuestión de gestionar bien un Imperio o más bien de no construirlo? Sea como fuere, hablando de pobreza, uno mira la historia de Catalunya y la actuación práctica, no retórica, de sus clases dirigentes y no ve que tengan mucho que envidiar en sus actitudes a otras clases desalmadas. ¿O no es el caso? ¿No hubieron franquistas en Catalunya? ¿No se recuerdan las acciones patronales en las primeras décadas del siglo XX? ¿No hubieron esclavistas catalanes?
Se requiere por tanto, es el último punto del artículo, una alternativa política «sobre la base de una nueva relación cooperativa entre las naciones y estados ibéricos, una regeneración progresista de las estructuras sociales y económicas y un relevo profundo en las clases dirigentes». No sé si la palabra «progresista» es la más adecuada pero tanto da. Lo de revelo profundo de las clases dirigentes parece apuntar a grandes triunfos populares; debe ser así porque se afirma que «sólo la izquierda transformadora puede liderar esa alternativa». Para ello, se sostiene, debe liberarse de sus propios prejuicios políticos (¿qué prejuicios?, ¿el federalismo?, ¿el no independentismo? ¿Eso son prejuicios?) y sentimentales añaden. A ver, a ver, un momento: ¿sentimentales? ¿La izquierda debe abandonar sus «prejuicios» sentimentales, sus sentimientos de unión y fraternidad con los otros pueblos de Sefarad? ¿Su amor por Castelao, por Aresti, por García Lorca, incluso por Vicent Andrés Estallés que formaría parte de esa España de la que separarse? ¿No será más bien lo contrario? ¿No es eso lo que señala precisamente la movilización del 22M? ¿No se trata de unirnos con un programa común de lucha y emancipación? ¿No éramos todos Gamonal o el triunfo de la marea en defensa de la sanidad pública de la comunidad de Madrid? ¿No todos somos los trabajadores/as de Panrico de Santa Perpetua?
Una vez más, «la movilización popular ha tomado la iniciativa con una rapidez y una determinación que están dejando atrás a buena parte de los teóricos y de los políticos orgánicos», añaden. Ignoro a quienes se están refiriendo con esos de políticos y teóricos orgánicos (tengo alguna sospecha). Sea como sea, así finalizan el texto, «aún es tiempo de reaccionar y de rectificar, afrontando las nuevas realidades: la izquierda transformadora debe asumir esa doble ruptura no sólo como inevitable, sino como conveniente y hasta como necesaria.» Pues mejor no: una de esas dos rupturas, no la del cambio de régimen por supuesto, ni es conveniente, ni es inevitable, ni es necesaria, ni nunca ha sido una finalidad de la tradición emancipatoria. ¿Por qué? Porque, se diga lo que se diga, no es una salida de izquierdas ni tiene nada que ver con nuestros valores y finalidades.
Por cierto, hablando de movimientos democráticos y de libertad. ¿Estuvo presente ANC en la gran movilización social del 22M? ¿Estuvo en alguna marcha por la dignidad Carme Forcadell? ¿Había muchos obreros en la manifestación y eso molestaba un poco? ¿No eran tal vez de los suyos? ¿Clases bajas tal vez y españolas? ¿ANC publicó siete o diez comunicados de apoyo que no llegaron a mis ojos o esa lucha, esa resistencia, esa gran movilización popular, no iba con ellos, no estaba en sus planes?
Nota:
[1] www.sinpermiso.info, 23 de marzo de 2014
Salvador López Arnal es nieto del obrero cenetista asesinado en el Camp de Bota de Barcelona en mayo de 1939 -delito: «rebelión»- José Arnal Cerezuela.
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