El pasado 22 de abril, comenzó en Madrid el macrojuicio contra 24 presuntos integrantes de la red Al-Qaeda acusados de colaborar con la célula que atentó, el 11 de septiembre de 2001, contra las Torres Gemelas en Nueva York y contra el Pentágono en Washington. Aunque la mayoría de los acusados no son españoles, y […]
El pasado 22 de abril, comenzó en Madrid el macrojuicio contra 24 presuntos integrantes de la red Al-Qaeda acusados de colaborar con la célula que atentó, el 11 de septiembre de 2001, contra las Torres Gemelas en Nueva York y contra el Pentágono en Washington. Aunque la mayoría de los acusados no son españoles, y aunque los crímenes no se cometieron en España, el Ministerio de Justicia de Madrid considera que el terrorismo es una plaga universal. Y que, por consiguiente los Estados democráticos deben combatirlo juzgando a los terroristas cualquiera que sea la razón del crimen y cualquiera que sea el país donde se ha cometido.
No hay «buen» terrorismo o «mal» terrorismo. Ningún pretexto justifica que se asesine a civiles no combatientes. Y desde Albert Camus sabemos que matar a un inocente por defender una causa justa no es defender una causa justa, sino matar a un inocente.
Así lo ha reconocido la ONU en la Resolución 1373 aprobada después de los atentados del 11 de Septiembre, que obliga a los Estados miembros, entre otras cosas a no proporcionar ningún apoyo, activo o pasivo, a entidades o personas que participen en la comisión de actos de terrorismo, y denegar refugio a quienes financian, planifican o cometen actos de terrorismo, o prestan apoyo a esos actos, o proporcionan refugios.»
Al parecer, en Washington, el presidente Bush no lo entiende así. A pesar de haber lanzado una «guerra infinita contra el terrorismo» –que ha servido de pretexto para atentar contra los derechos humanos en el penal de Guantánamo o en la cárcel de Abu-Ghraib–, George Bush sigue estableciendo diferencias entre un terrorismo «malo» (el islamista) y un terrorismo «bueno» (el de aquellos que agreden a los adversarios de Washington).
Una prueba más de ese doble rasero la ofrece el caso del terrorista Luis Posada Carriles. Autor intelectual de la voladura de un avión de la compañía Cubana de Aviación, en 1976, que costó la vida a 73 inocentes, este anticastrista radical fue juzgado y condenado en Venezuela. Escapó después de una cárcel de ese país. Volvió a organizar un atentado contra Fidel Castro en Panamá. Junto con su cómplice Orlando Bosch, fueron de nuevo detenidos, enjuiciados y condenados. Pero, en agosto de 2004, estos terroristas reconocidos y confesos fueron indultados por la presidente panameña Mireya Moscoso.
Durante un tiempo no se supo del paradero de Posada Carriles. Se le creía en algún país de América central bajo protección de la CIA. Pero se acaba de revelar que se encuentra en territorio estadounidense, en Miami. Sus cómplices, Santiago Alvarez y José Pujol, también connotados terroristas, fueron quienes organizaron y ejecutaron la operación de introducir a Posada en Florida utilizando la embarcación «Santrina», propiedad del primero, desde Isla Mujeres, en el estado mexicano de Quintana Roo. El representante demócrata por Massachusetts, William Delahunt, acaba de pedir en carta a la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes una investigación sobre la presencia de Posada Carriles en Miami
Para la comunidad internacional, se trata de un hecho gravísimo. El 26 de agosto de 2003, George W. Bush afirmó en publico : «Si alguien protege a un terrorista, si alguien apoya a un terrorista, si alguien alimenta a un terrorista, es tan culpable como los terroristas.»
¿Cómo puede, en ese caso, Estados Unidos acoger al terrorista Posada Carriles y protegerlo, sin contradecir la declaración del presidente Bush, y sin violar la Resolución 1373 de la ONU?