Luis Posada Carriles ha actuado como comúnmente actúan los seres humanos: suelen regresar a la casa del padre. El hogar paterno -lo sabemos- es una especie de retaguardia segura, abierta, y ante el fracaso, cuando en ningún sitio nos quieren, uno suele volver al nicho de nacimiento y formación. ¿Le negará W. Bush el amparo […]
Luis Posada Carriles ha actuado como comúnmente actúan los seres humanos: suelen regresar a la casa del padre. El hogar paterno -lo sabemos- es una especie de retaguardia segura, abierta, y ante el fracaso, cuando en ningún sitio nos quieren, uno suele volver al nicho de nacimiento y formación. ¿Le negará W. Bush el amparo paterno? ¿Lo abandonará negándole el asilo político que le pide esa criatura engendrada por la CIA?
Podrá haber muchas respuestas. Unos apostarán al sí; otros al no. Y a mí, que me gusta meter las manos en el fuego, contaminarme con las dudas, arriesgar el prestigio en una palabra, me parece que ya obtuvo el asilo. Si no el oficial, el otro, esto es, la anuencia, la vista gorda, el dejar hacer. Lo recibió desde cuando ingresó en territorio norteamericano y se ubicó en Miami. En esa ciudad plana y acuática, habitáculo también de terroristas y drogas, ha de estar según las noticias y evidencias más confiables. Miami es el paraíso de los hijos pródigos. Ningún cubano que alguna vez haya servido a los Estados Unidos, en nombre de cualquiera de sus sucesivas administraciones desde 1959, tiene prohibido entrar y residir en Miami, aunque el mundo esté lleno de carteles con una cara fosca, lombrosiana, y debajo la demanda del Viejo Oeste: Se busca.. Miami es la casa del padre.
No necesito presentar a Luis Posada Carriles. La prensa mundial lo conserva hace años en sus archivos. Y entre sus faenas más reconocibles nadie duda de su participación -como autor intelectual y suministrador de medios- en la voladura de una nave de Cubana de Aviación, en 1976, que estalló unos 20 minutos después de alzar vuelo de Brigetown, Barbados, en su habitual ruta comercial. A bordo transportaba los tiradores del equipo juvenil cubano de esgrima y otros viajeros de diversas nacionalidades. Recientemente, en el 2000, fue acusado en Panamá de preparar un atentado contra la vida de Fidel Castro en la universidad de la capital del istmo. Condenado, la presidenta Mireya Moscoso lo amnistió antes de abandonar la presidencia, como regaló a la millonaria «confederación terrorista» llamada Fundación Nacional Cubano Americana, y en acatamiento al gobierno invisible de los Estados Unidos. Mucho antes, en 1985, convicto del acto terrorista de Barbados, Posada Carriles se fugó espectacularmente de su prisión en Venezuela: por la puerta de salida y diciendo adiós a los carceleros.
Tengo en mis manos una autobiografía de Luis Posada Carriles. Después de repasar cada una de las habitaciones de su currículo, he sentido los estremecimientos del horror. No intento ser patético. Pero cualquiera que se sienta incapaz de asumir los encargos del represor, del que come y echa pasto a su cuenta corriente a costa de los quejidos ajenos, se espanta ante los datos primordiales de un verdugo. Nuestra sensibilidad prefiere la posición de la víctima antes que la del torturador. Pero en Miami prefieren proteger a los torturadores como una forma de pagarles los servicios, que no pueden enmascarar, y mucho menos en el expediente de Posada Carriles. Porque este jamás ha negado su historia. De modo que ningún juicio racional podrá dudar de las acusaciones que Fidel Castro ha reiterado en las últimas semanas. El propio victimario lo admite en un libro publicado en Miami en 1994, titulado Los caminos del guerrero.
Posada Carriles, a quien sus amigos llaman Bambi, nació en Cuba en 1928. Los créditos básicos de su existencia comienzan al registrarlo como empleado de la empresa transnacional norteamericana Firestone, en La Habana Y continúa describiéndolo como colaborador de la policía del dictador Fulgencio Batista; entrenador de la Brigada 2506 que desembarcó y fue derrotada en Playa Girón; ranger con grados de segundo teniente, en Fort Bennig, Georgia; agente de la CIA y colaborador del FBI; profesor de manipulación de explosivos; organizador de teams de infiltración en operaciones comandos contra objetivos cubanos; jefe de departamento de la Dirección de Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP), en Venezuela; jefe del departamento de «ayuda humanitaria» del Departamento de Estado de los Estados Unidos en Ilopango, Honduras, y director de agencias de seguridad en Guatemala..
Más. Mucho más. Y les ahorro el tiempo. El propio Posada va confirmar ese palmarés. Oigámoslo. Y si no bastara, abramos en Internet la dirección http://www.latinoamericanstudies.org/caminos-guerrero.htm. Está ahí el texto completo.
«En una época, nuestros «amigos» norteamericanos nos entrenaron y adiestraron en el uso y manejo de armas, explosivos y técnicas incendiarias. (…) La Agencia Central de Inteligencia (CIA), enviaba explosivos (C3), lapiceros de tiempo, mecha, cordón detonante, detonadores y todo lo necesario para actos de sabotaje. En aquel tiempo (1960), este tipo de actividades eran conocidas con el nombre de «Acción y Sabotaje». El cubano que desafiaba al régimen, poniendo en peligro su vida, el que se infiltraba en la Isla procedente de Miami para organizar los cuadros de la Resistencia y traer armas y explosivos, era admirado y considerado un soldado de la patria y un héroe de la contrarrevolución.
«(…) Los guerreros han realizado ataques comandos a instalaciones dentro de Cuba, desembarcos, sabotajes a embajadas y misiones diplomáticas, hostigamiento a la flota pesquera por comandos navales y hundimiento de barcos cubanos y de sus aliados. Años atrás, la pregonada neutralidad del país (de los Estados Unidos, nota de L.S.) no era violada cuando nos entrenaban para invadir Cuba; tampoco cuando la Agencia Central de Inteligencia infiltraba comandos y saboteadores a Cuba, llevando armas y explosivos para sus acciones.
«Al regreso de la frustrada invasión (Playa Girón, Cuba, nota de L.S.), me incorporé a los Comandos L, el grupo de Tony Cuesta y Ramón Font, donde tratamos de hacer operaciones comandos. El gobierno americano, como parte de un nuevo plan, ofrecía a los miembros de la Brigada recientemente regresados de Cuba la incorporación al ejército americano. Otra vez los entrenamientos, las esperanzas y las frustraciones. Me gradué de segundo teniente y me asignaron al mando de un pelotón compuesto por soldados americanos. Después de dos años de estar en el ejército (…), renuncié a mi comisión y comencé a trabajar para la CIA.
«El campo de batalla, entonces, lo mismo estaba en el territorio cubano, que en cualquier punto de la tierra. Sin saberlo ni proponérmelo, me convertí en soldado universal (…) recomendados a diferentes gobiernos, para actuar como instructores de personal en el campo de la lucha antisubversiva o como asesores en materia de seguridad nacional y métodos modernos de investigación criminal.
«En el desarrollo de este propósito y estas luchas, mi vida se consumía entre una operación y otra, con largos intermedios de inacción, aburrimiento y frustración, hasta que me llegó la oportunidad histórica de trasladarme a Venezuela, país amado en el que pasé la mayor parte de mi vida adulta. Inicialmente fui contratado como instructor de la Dirección General de Policía (DIGEPOL) venezolana y asesor especial en asuntos de Seguridad Pública (…) Por las demandas imperativas de esa lucha, la DIGEPOL se convirtió de cuerpo represivo del delito político para el que estaba originalmente diseñada, en la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP). Dentro del esquema, llegué a ocupar el cargo de Comisario Jefe de la División General de Seguridad, con la responsabilidad directa sobre las Divisiones de Armas y Explosivos, Seguimiento y Vigilancia, Protección de Personalidades y Medios Técnicos. Desde mi posición, combatí sin tregua a los enemigos de la democracia venezolana (…) La policía, cuya fuerza principal estaba en los delatores, detenía, allanaba e interrogaba utilizando los métodos más duros de persuasión. Como dice el dicho: «Se estaba jugando al duro y sin careta.
Pero Luis Posada Carriles está descontento. Se siente mal pagado por la humanidad después de mojarse las manos y el alma en tanta sangre. Lamenta en su libro que «Lo que ayer era considerado como un acto de valor y patriotismo, llamado «acción y sabotaje», hoy se llama «terrorismo» y se nos persigue y encarcela por los mismos actos».
Vista, pues, la muestra, el desenfado, incluso la satisfacción del hombre que cree haber cumplido con su deber, este articulista ha de escribir una nota al pie. Toda esa confesa cadena de actos de violencia, de violación de la soberanía de varios países y de la integridad humana, siempre ha recibido el nombre de terrorismo. Sin embargo, como en los Estados Unidos clasifican el terrorismo en «malo y bueno», puede comprenderse que Posada Carriles ejerció el «bueno», es decir, el que sirve a la geopolítica del imperialismo norteamericano.
Por un tiempo, hasta el 2000, Posada Carriles vivió en Honduras. No era conveniente que residiera en Miami. Había cierta vergüenza en las administraciones de entonces. Ya, al parecer, tras la última prisión, el Bambi no se siente seguro lejos de la casa del padre. Y allí sigue. Posiblemente el presidente W. Bush no se dé por enterado. O quizás haya un juicio de ficción. O una orden de expulsión que nadie ejecutará. Tal vez no sea necesaria tanta etiqueta. Después de los bombardeos y ocupaciones de Irak y Afganistán, qué le importa al tigre-padre una raya más.