Tiene su miga el intercambio de acusaciones que los dos principales partidos españoles protagonizan en estos días. Y la tiene, antes que nada, porque no deja de ser gracioso que el PP acuse al PSOE de atizar las movilizaciones callejeras. Si la réplica socialista –en franco recordatorio de cómo el PP se puso años atrás […]
Tiene su miga el intercambio de acusaciones que los dos principales partidos españoles protagonizan en estos días. Y la tiene, antes que nada, porque no deja de ser gracioso que el PP acuse al PSOE de atizar las movilizaciones callejeras. Si la réplica socialista –en franco recordatorio de cómo el PP se puso años atrás en manos de los obispos para sacar a sus huestes a las calles– es lógica, resulta imposible liberarse de la intuición de que retrata bien a las claras las miserias en las que se halla inmerso el principal partido de la oposición.
Porque, y vayamos a ello, esta estimulante figura intelectual que es el señor Pérez Rubalcaba ha tenido a bien señalar que mientras el PP se manifestaba con la conferencia episcopal, nuestros socialistas lo hacen con los sindicatos. Mala opción estratégica es ésta que coloca al PSOE del lado de unos sindicatos alicaídos, a años luz de la capacidad de movilización y de la energía que han demostrado en repetidas ocasiones nuestras ultramontanas autoridades eclesiales. ¿No tendrá mejores aliados el señor Pérez Rubalcaba?
Claro es que, bromas aparte, y luego de certificar que populares y socialistas se entregan con desparpajo a juegos maniqueos en los que son innegables maestros, conviene recordar lo que en estas horas parece evidente: mientras, por un lado, la creciente indignación que se revela en las calles es una respuesta biológica a la condición de las políticas que defiende el PP –no es preciso, para explicarla, buscar instigaciones ni conspiraciones–, por el otro se halla casi siempre muy lejos de las capacidades de movilización y de la cortedad de miras que el PSOE arrastra. Si dejamos de lado la respuesta, alicorta y desvaída, de los sindicatos mayoritarios, que una vez más parecen entregados a la tarea de cumplir burocráticamente con el expediente, lo que se huele en las calles está muy lejos de lo que han reivindicado y reivindican los cuadros de un partido, el socialista, que está mucho más cerca del PP que de los jóvenes, y no tan jóvenes, que empiezan a llenar airados las calles.
Aun así, lo suyo es que recupere un aviso que, semanas atrás, formulé en relación con un riesgo que pende sobre el movimiento del 15 de mayo: el de una suerte de abrazo del oso desde el Partido Socialista que invitaría a éste, orgánicamente o por decisión individualizada de sus militantes y simpatizantes, a desembarcar en el movimiento para convertir éste en un ariete dirigido contra las políticas del Partido Popular. Estemos con los ojos bien abiertos y ratifiquemos la radicalidad contestataria del 15-M frente a cualquier intento de supeditar sus acciones a los intereses de una fuerza política, el PSOE, que ha demostrado sobradamente lo que es. Tan sobradamente que el simple hecho de que CCOO y UGT no vean ningún problema en el currículo del recién incorporado a sus procesiones deja bien a las claras dónde estamos.
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