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Preguntas que deja una ola

Fuentes: Rebelión

El sorpresivo escenario japonés pone en evidencia lo peligroso de la tecnología nuclear. En medio de la incertidumbre por el desenlace de esta tragedia surgen incógnitas que ayudan a repensar el modelo de desarrollo energético vigente. Un pedazo de mar ha abofeteado a una de las sociedades más tecnificadas del mundo, sino la de mayor […]

El sorpresivo escenario japonés pone en evidencia lo peligroso de la tecnología nuclear. En medio de la incertidumbre por el desenlace de esta tragedia surgen incógnitas que ayudan a repensar el modelo de desarrollo energético vigente.

Un pedazo de mar ha abofeteado a una de las sociedades más tecnificadas del mundo, sino la de mayor avance en este terreno. Aquella que con su mágico y seductor universo de dispositivos digitales más se ha alejado de la naturaleza primigenia, recuerda con su tragedia al resto del mundo la verdadera dimensión del hombre.

Porque al fin de cuentas, y aunque al sujeto que se imagina poder someter toda fuerza natural le cueste verlo, lo que ahora ha quebrado al Japón es sólo una ola… por más monstruoso o feroz que haya sido su paso.

Una ola que ha activado la amenaza de un descalabro nuclear infernal. El mundo en vilo mira las columnas de humo alzarse. Impávidos los televidentes alimentan la incerteza contemplando a este pueblo hace unos días admirado, y que hoy mira el rostro a la muerte: ¿cuál será el desenlace?

Los informes que llegan desde Oriente son confusos o contradictorios. En un polo, las lógicas negativas del gobierno nipón llamando a la calma. En el otro extremo, quienes sostienen que «Desde el bombardeo atómico de la Segunda Guerra mundial sobre Hiroshima y Nagasaki, nunca el país había sufrido un nivel de radiactividad en la atmósfera tan elevado» [1] .

Las semanas y los años dirán…

Pero más allá del veredicto que aporte el tiempo, y en medio de la urgencia del grave panorama actual, surgen inquietudes que trascienden a esta dolorosa tragedia en sí: ¿será que a toda experiencia basada en la razón científico-técnica moderna, tarde o temprano le estallan en las manos sus propias contradicciones?

Porque la catástrofe -además de sensibilizar y aunque en general se piense en apocalipsis antes que en las paradojas del tecnicismo- recuerda aquello de la irracionalidad de la razón. Japón, un gigante artificial montado de un día para otro sobre una diminuta isla oculta a Occidente en el Pacífico, hecho modelo de sociedad, riqueza y crecimiento, hoy busca sus cadáveres en el lodo y eleva sus oraciones.

Devastado hace unas pocas décadas por la fusión atómica [2] , ciegamente ha creído en la misma tecnología para alumbrar a su gente y fabricar sus autos. Más de cincuenta centrales nucleares lo constituyen en uno de los países con mayor desarrollo e inversión en esta tecnología [3] . Pero ahora las bombas penden de un hilo en su patio. ¿Ironías de la historia, negligencia, o simple casualidad?

La mano de quien esto escribe no está movida por ninguna nostalgia cavernaria negadora del conocimiento y sus productos, ni por la defensa a la ira de algún dios -cualquiera sea- enfurecido con quienes han osado desafiar su tamaño. No es el sentimiento de que al fin se castiga al impío pueblo que olvidó sus sabias raíces milenarias y se volcó al consumo de mercado. No es oportunismo morboso articulado desde un cómodo sillón al otro lado del mundo, mientras millones de sujetos lloran su inconmensurable desdicha.

Estas palabras están motivadas, en cambio, por una dolorosa pregunta. Interrogante que se actualiza con la impotencia ante el desgarramiento ajeno: cómo alejarse al fin de esa vida supuestamente feliz, pero sometida a que la lógica secreta de sus máquinas no revelen un día su destino insujetable. O dicho en términos positivos, cómo hacer un mundo menos ficcional, cómo imaginar y crear una existencia forjada a la medida del hombre.



[1] La radiación nuclear alcanza la metrópoli de Tokio. David Brunat. 16 de marzo de 2011. En: www.rebelion..org/noticia.php?id=124393

[2] Las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki por Estados Unidos dejaron en 1945 más de ciento cincuenta mil muertos inmediatos e infinidad de secuelas aún hoy padecidas.

[3] No obstante, a 2004 la fuente nuclear cubría sólo el 6 por ciento del consumo energético japonés. El Atlas II. Le Monde diplomatique edición Cono Sur. 2006. p. 18.