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Prepotencia y estulticia de Occidente

Fuentes: Rebelión

Es erróneo decir que la política de las potencias de Occidente es de doble rasero, porque siempre tuvo uno solo, la prepotencia. Se trata del complejo de superioridad, con el que intentan justificar todas sus guerras imperialistas y de conquista.

Las cruzadas, organizadas por los reyes de Occidente y consagradas por los papas, fueron vindicadas con el pretexto de liberar Jerusalén de los musulmanes y la colonización del continente americano se hizo para cristianizar a los “indios paganos”. Lo real es que todos sus actos están basados en el racismo, el chovinismo y la exclusividad, que les permite actuar con absoluta impunidad en todas las latitudes del mundo y en todos los ámbitos de la política internacional.

Hablan con prepotencia cuando sostienen que durante la temprana Edad Media, la actual civilización vivió en la Edad de las Tinieblas -que se extiende desde la caída del Imperio Romano en el año 476 d. C. hasta el año 1000 y durante la cual fue notoria la disolución moral tanto de la nobleza como del clero-, lo que es falso, porque durante la Edad Media floreció en China la dinastía Tang, época que se caracterizó por el gran desarrollo artístico, cultural y científico de Asia, en España floreció la cultura del Islam y en India se desarrolló la astronomía y la matemática, igual que en la civilización Maya.

Son prepotentes cuando con el eslogan de libertad y democracia cumplen lo que sobre el imperialismo dijo Stalin: “Obtener las mayores ganancias mediante el robo de las riquezas de otros países, en especial, de los subdesarrollados; mediante el sistemático latrocinio de los pueblos atrasados, las guerras de rapiña y la militarización de la economía”, algo que Balzac plasmó en la máxima: “Detrás de toda gran fortuna hay un gran crimen”. Pero la burguesía francesa de su época lucró de manera insignificante en comparación con el saqueo masivo que ahora realizan los capitalistas.

Según Marx, el capitalismo está basado en la apropiación de la plusvalía, que a su vez se fundamenta en el axioma: comprar barato, vender caro y generar rentabilidad a partir de la producción no remunerada que el obrero crea por encima del valor de su fuerza de trabajo. El crecimiento del capitalismo es estimulado por mecanismos creados para que el capital se acumule en pocas manos. La riqueza y la pobreza están vinculadas y son generadas, entre otras causas, por la explotación del hombre por el hombre; la socialización de la deuda privada por parte del Estado; la exención de impuestos; los subsidios a las clases pudientes; la privatización de las empresas públicas en subastas en que el comprador da coimas a la burocracia que las remata por una bagatela. Así, sobre la base de desplumar la sociedad, cualquier corrupto hace fortuna, la riqueza se concentra en unos pocos privilegiados y se condena a sobrevivir en condiciones precarias a la inmensa mayoría de los seres humanos.

Por otra parte, el capitalismo es irracional porque con su accionar depredador, que niega las leyes de la lógica y el sentido común, se autodestruye, arrasa la naturaleza sin que importe el interés de la sociedad, preservar la vida y la biodiversidad; además, el modo de producción óptimo consiste en maximizar las ganancias en el menor tiempo posible, sin considerar los intereses de las diversas culturas y, menos aún, las necesidades de las generaciones venideras, sino la voluntad las multinacionales, a las que sólo importa la alta rentabilidad de sus inversiones y son las que controlan los sistemas productivos y los recursos naturales.

Se trata de un sistema basado en el lucro, en el que triunfa el que se apropia de las riquezas naturales a como de lugar, lo que es suicida y conduce al colapso global, pues se explota ilimitadamente un planeta limitado. Esta dinámica macabra propicia las condiciones para el calentamiento global, el agotamiento de los recursos no renovables y la extinción de las especies, a lo que se debe añadir el hambre, la exclusión social y el desempleo, que se extienden cual pandemia por el mundo.

La crisis es global: económica, ambiental y social. Se trata del fin del sistema capitalista, de la autodestrucción y el suicidio colectivo, por culpa de un sector de la humanidad que ignora la Razón Evolutiva del Universo. Todo avanza hacia el desenlace fatal, el final de la civilización actual.

¿Pero cómo evitarlo si las explicaciones y las recetas que los especialistas formulan carecen de objetividad, pues se enmarcan dentro del esquema clásico de ciclos de depresión seguidos de etapas de abundancia? Esta visión les impide caer en cuenta de que la Tierra se encuentra al borde de su capacidad de sustentación y ya da señales de no soportar más su pesada carga; pero ellos, enceguecidos por el dogma, no ven que el mundo se derrumba y que se requiere formular un nuevo paradigma que salve a las especies y al planeta. No comprenden que el desarrollo basado en el crecimiento material es insostenible, pues consume los recursos de la naturaleza por encima de su capacidad de reposición.

Es hora de redefinir el lucro, el bienestar común, el beneficio individual y todo aquello, incluida la tecnología, que nos ha traído al borde de la hecatombe. Se hace indispensable formular un nuevo estilo de vida basado en la conservación de las especies. Este nuevo paradigma, que conlleva el respeto a la naturaleza y la biodiversidad, haría factible mejorar la calidad de vida, y se expresa sencillamente: la Razón Evolutiva del Universo nos ha dado inteligencia para que conservemos el mundo y actuemos sin temor en esta empresa. La ciencia, la religión y la filosofía deben generar la luz que permita a los pueblos distinguir el bien del mal y para derrotar el poder de los monopolios, que está destruyendo al hombre y la naturaleza.

Por eso es incorrecto hablar de que el cambio climático, el impacto ambiental y la emisión de contaminantes destruyen el planeta sin relacionar estos fenómenos con el sistema capitalista que los genera. Quien omite esta concatenación es cómplice, pues no se puede hablar de las víctimas, el planeta y la humanidad, sin identificar a los culpables, las empresas que provocan la destrucción del medio ambiente.

Uno de los pocos mandatarios que trata la crisis mundial es el Presidente Putin. En el Club Internacional de Debates Valdái, donde se discutió acerca de la “Conmoción global: ser humano, valores y Estado”, habló sobre los problemas actuales: “Todo el mundo dice que se ha agotado el modelo de capitalismo existente, que hoy es la base de la estructura social en la inmensa mayoría de los países. Dentro de su marco, ya no hay forma de salir de una maraña de contradicciones cada vez más enredada. En todas partes, incluidos los países y regiones más ricas, la desigual distribución de la riqueza material agrava la desigualdad… El capitalismo salvaje no funciona”.

Dijo que se vive una época de transformaciones profundas y fundamentales, que el dominio de Occidente en los asuntos mundiales, que comenzó siglos atrás y a finales del siglo XX se convirtió en casi absoluto, se está transformando en un sistema mucho más diverso, transición que se debe lograr pacíficamente; que respecto a los poderes del Estado, para resolver los problemas existentes, se debe aprender de la experiencia de China, donde las instituciones del mercado funcionan con mayor eficacia y están al servicio de la sociedad; que la lucha por la igualdad, tal como se la entiende en Occidente, “se ha convertido en un dogmatismo agresivo al borde del absurdo… Contrarrestar las manifestaciones de racismo es algo necesario y noble, pero la nueva cultura de la cancelación, producto de la lucha contra el racismo, se convierte en la denominada discriminación inversa, que junto con el énfasis obsesivo en estas cuestiones acaba dividiendo más aún a las personas”; que la discusión sobre los derechos de género de hombres y mujeres se ha convertido en una fantasmagoría total. En varios países europeos estos pasos se llevan por error bajo la ‘bandera de progreso’, pero que la idea del derecho del niño para determinar su género se encuentra “al borde de un crimen de lesa humanidad”.

Compara la intolerancia de Occidente con la de los bolcheviques, que no aceptaban ninguna opinión diferente de la suya e intentaron destruir valores que se formaron durante largos siglos. Son prácticas que Rusia ha dejado atrás. En su lugar abogó por el “conservadurismo racional”, cuya importancia política aumenta en las condiciones del mundo actual, por ser una línea de conducta más razonable.

Sería bueno que sus palabras calmaran la prepotencia de Occidente y fueran el preludio de un cambio que permita a cada país, sobre la base de sus valores morales, progresar conservando sus tradiciones; que nadie dicte lecciones y cada cual viva según sus costumbres ancestrales, algo parecido a decir “hagan lo que gusten, pero déjennos vivir a nuestra manera”, lo que valora el pasado de cada pueblo, por reflejar sus características nacionales. Este es el meollo del conservadurismo racional del Presidente Putin y el mundo debería reunirse alrededor de su idea.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.