Nunca se había hablado tanto de la Tierra como en los últimos tiempos. Hasta parecería que la Tierra acabara de ser descubierta. Los seres humanos han hecho un sinnúmero de descubrimientos, pueblos indígenas escondidos en las selvas remotas, seres nuevos de la naturaleza, tierras distantes y continentes enteros. Pero la Tierra nunca fue objeto de […]
Nunca se había hablado tanto de la Tierra como en los últimos tiempos. Hasta parecería que la Tierra acabara de ser descubierta. Los seres humanos han hecho un sinnúmero de descubrimientos, pueblos indígenas escondidos en las selvas remotas, seres nuevos de la naturaleza, tierras distantes y continentes enteros. Pero la Tierra nunca fue objeto de descubrimiento. Fue necesario que saliésemos de ella y la viésemos desde fuera para descubrirla como Tierra y Casa Común.
Eso ocurrió a partir de los años 60 con los viajes espaciales. Los astronautas nos revelaron imágenes antes nunca vistas. Usaron expresiones c_onMovedoras como «la Tierra parece un árbol de navidad colgado en el fondo azul del universo», «es bellísima, resplandeciente, azul y blanca», «cabe en la palma de mi mano y puedo taparla con mi pulgar». Otros tuvieron sentimientos de veneración y de gratitud y rezaron. Todos regresaron con un renovado amor por la buena y vieja Tierra, nuestra Madre.
Esta imagen del globo terrestre visto desde el espacio exterior, divulgada diariamente por las televisiones del mundo entero, suscita en nosotros un sentimiento de sacralidad y está creando un nuevo estado de conciencia. En la perspectiva de los astronautas, desde del cosmos, Tierra y Humanidad forman una única entidad. Nosotros no vivimos solamente sobre la Tierra. Somos la propia Tierra que siente, piensa, ama, sueña, venera y cuida.
Pero en los últimos tiempos se han anunciado graves amenazas que pesan sobre la totalidad de nuestra Tierra. Los datos publicados el 2 de febrero que culminaron el día 17 de noviembre de 2007, por el organismo de la ONU, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, junto con los impasses recientes de Bali nos indican que ya entramos en la fase del calentamiento global con cambios abruptos e irreversibles. El calentamiento puede variar de 1,4 a 6 grados centígrados dependiendo de las regiones terrestres. Los cambios climáticos son de origen antrópico, es decir, su principal causante es el ser humano que ha dado vida a un proceso industrial salvaje.
Si no se hace nada, iremos al encuentro de lo peor y millones de seres humanos podrán dejar de existir sobre el planeta.
Como hemos destruido irresponsablemente, ahora debemos regenerar urgentemente. La salvación de la Tierra no caerá del cielo. Será fruto de la nueva corresponsabilidad y del renovado cuidado de toda la familia humana.
Dada esta situación nueva, la Tierra se ha vuelto, de hecho, el oscuro y gran objeto del cuidado y del amor humano. No es el centro físico del universo como pensaban los antiguos, pero se ha vuelto en los últimos tiempos el centro afectivo de la humanidad. Sólo tenemos este planeta para nosotros. Desde aquí contemplamos todo el universo. Aquí trabajamos, amamos, lloramos, esperamos, soñamos y veneramos. A partir de la Tierra hacemos la gran travesía rumbo al más allá.
Lentamente estamos descubriendo que el valor supremo es asegurar la pervivencia del planeta Tierra y garantizar las condiciones ecológicas y espirituales para que la especie humana se realice y toda la comunidad de vida se perpetúe.
En razón de esta nueva conciencia hablamos del principio-Tierra. Es el fundamento de una nueva radicalidad. Cada saber, cada institución, cada religión y cada persona debe plantearse esta pregunta: ¿Qué hago yo para preservar la matria común y garantizar que tenga futuro dado que viene siendo construida desde hace 4.300 millones de años y merece seguir existiendo?
Porque somos Tierra no habrá para nosotros cielo sin Tierra.