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Reseña

Prisiones interiores y exteriores en «La jaula» de Javier Serrano

Fuentes: La República Cultural

a novela ofrece perspectivas diferentes y paralelismos sociales sobre la represión

Casi al comienzo de la lectura de La Jaula me preguntaba a mí mismo acerca de las posibilidades que existen de que ocurra algo similar a lo que Javier Serrano nos plantea en su narración. La conclusión es para mí muy clara: el planteamiento no tiene mucho de ficción desde el punto de vista humano, en tanto que la parte ajena al comportamiento (aquella que se refiere más a la descriptiva del entorno) es la más próxima a un relato de ficción, que recuerda en cierto modo a aquellos relatos de Bradbury, salvo que estos no ocurren en un espacio estelar, sino el más terrestre y devastado de los lugares. Tampoco es que el lugar sea imposible, sino que el conjunto de la situación se hace poco probable, aunque el autor se ocupará de darle credibilidad por medio de su envolvente narrativa del detalle.

El planteamiento

Estamos en medio de un desierto, nadie sabe qué hay más allá. El más acá es una prisión peculiar: no tiene puertas ni barrotes, pero nadie trata de huir. Y ¿por qué se evita la huída? Por un precepto que asume que todos deben cargar con las culpas del conjunto de reos, y que cada cual debe vigilar a los demás. Hasta tal punto se afina el sistema que no hay guardias, sino que los propios reclusos han establecido las jerarquías sociales, donde los vigilantes van incluidos en el paquete.

El personaje principal, Bastián, es un ser introspectivo que, encontrándose en un lugar donde lo único que puede hacer es mirarse a sí mismo como uno más, trata de buscar en su interior lo que le diferencia del resto. A partir de ahí, sólo cabe una posibilidad: lanzar la mirada al exterior, allí donde no se puede llegar porque está prohibido. Esa ansiedad es la que, por una parte, nos conducirá a través de su aventura, y por otra, nos instigará a pensar en las limitaciones que nos autoimponemos en una sociedad perturbadoramente coactiva.

Una joven editorial, Eutelequia, publica esta novela del escritor madrileño Javier Serrano, demostrando determinación a la hora de hacer las cosas: el riesgo a la hora de publicar, desde el contenido hasta el diseño, en un formato que, siendo muy atractivo dentro de la colección que recoge este volumen, no entra en los «cánones oficiales». Encaja muy bien con la intención de un autor que nos sitúa en una sociedad paralela a la que conocemos, donde todo se resuelve de manera natural salvo una cuestión: la libertad. Serrano nos confiesa públicamente que a la hora de la construcción le preocupa tratar dos aspectos: el espacio y el tiempo. Ambos los aborda de forma negativa, tratando de crear siempre una atemporalidad, a la vez que logra conseguir casi de forma constante la completa desubicación del relato.

A lo largo del texto van quedando expuestas al lector, tanto las limitaciones propias, como las colectivas. Son situaciones que, analizadas con raciocinio, quedarían patentemente vacías de contenido, pero que a diario vemos aplicadas en nuestro entorno vital sin percatarnos de la forma de dejarnos llevar por costumbres o por miedos irracionales.

Habrá quienes crean que se enfrentan a un clásico de reos y guardianes que luchan contra una sociedad que les reprime de manera brutal. Nada más alejado de la realidad, aquí los roles están por crearse, por describirse y concretar el futuro que depara una sociedad viciada en su ausencia de libertad. Y es al autor al que le ha correspondido generar los roles principales, aunque el final abierto es la clave del logro definitivo, que corresponderá descubrir y repensar a quien decida embarcarse en el viaje de esta lectura.

Algunos símbolos

El sueño del protagonista, ese pájaro enjaulado que se le aparece a Bastián cada noche. La verdad es que, por las connotaciones que rodean a sus apariciones, lo imagino más como un ser de viñeta de humor gráfico, apenas dibujado en trazos, que como un ave real y desamparada en una jaula. Es más bien como un pajarraco sorprendido, atónito por estar donde se encuentra… Hay que estar atentos a sus apariciones, porque van marcando los cambios en la vida del protagonista y en su entorno, o bien unas reiteraciones que señalan un statu quo.

Encontramos otros dos emblemas más dentro de la historia de La jaula, uno es la inmensidad (la infinitud) de los paisajes que rodean esa limitación de muros que representa la prisión, y que supongo que se muestran así, precisamente para contrastar espacios cerrados con territorios ilimitados, y cautiverio con libertad.

El otro emblema es el de la torre central de la prisión (espero no estar desvelando nada con esto), que recuerda un poco a esa ciudadela o el castillo de Kafka, que es inalcanzable, tal vez por un mito que crea la mente humana, o tal vez como realidad. Una torre que, según aclara el autor durante la presentación, es el eje central de una serie de círculos concéntricos que deciden y controlan cómo se desarrolla la vida a partir de ese entorno: otro símbolo del control absoluto.

Sobre la estructura y el desarrollo

Durante las primeras páginas del libro, una de mis grandes preocupaciones se centraron en la necesidad de conocer cómo resolvería el desarrollo de la historia, ya que se hace complicado entender hacia dónde puede derivar la línea argumental una vez descrito el ambiente en el que aterriza Bastián. Y es que el engaño se encuentra en el mismo inicio: la importancia del personaje no está en su historia pasada o presente, sino en la misma necesidad de encontrar un futuro, un punto en el horizonte hacia donde pueda conducir su propio relato: si él no lo encuentra, el lector no será capaz de hallarlo.

Así, en una especie de continuo viaje a Ítaca como el que Kavafis describe en su poema, Bastián transita por su condena que no siempre puede ser calificada de castigo (no al menos castigo ajeno), sino como otro avatar más de su vida, que le lleva a olvidarse de quién ha sido, para convertirse en el que es.

Además de sus colaboraciones en laRepúblicaCultural, lo cierto es que conocí a Javier Serrano como escritor de relatos en una recopilación titulada Al otro lado del espejo,…. Seguramente es ese mundo de cuentos y cuentistas el que tiene una notable influencia en la manera de abordar el diseño de esta novela, de manera que pequeños capítulos (en ocasiones tan breves como microrelatos) van configurando las situaciones en las que se desenvuelve el personaje. A veces cabe preguntarse si es a partir de esa influencia, o si la brevedad de los capítulos responden más bien a la posibilidad de dejar al público lector un espacio de reflexión sobre los interludios que existen entre cada capítulo. Y es que nos encontramos ante una narración que, sin tener tal pretensión, consigue involucrar a quien la lee, haciéndole reflexionar y analizar sus opiniones al respecto de la lectura. No tanto en el sentido de la propia jaula que cada cual lleva en su exterior y en su interior (como tal vez presupone su autor), sino también con respecto a la situación de prisión que vemos en nuestro entorno inmediato o en otros más lejanos.

Como curiosidad, con respecto al personaje principal, puede que por la coincidencia de nombres, me recuerda al J. F. Sebastian, de Ridley Scott en Blade Runner: creador genético que fabrica sus propios compañeros/juguetes (no al J.R. Isidore de Phillip K. Dick). No quiero mediatizar al lector, pero interesado por saber si hay alguna influencia en este caso (un hombre con limitaciones que busca el modo de superarse, un fabricante de seres humanoides o de muñecos que le sirven de ancla a la vida…), el autor me reconoce que tal vez haya influido algo, pero que tal vez sea más un recuerdo del nombre del protagonista de La historia interminable (Michael Ende), porque se dedica a recoger en una base de datos los nombres que le llaman la atención, y este fue uno de ellos.

Fuente: http://www.larepublicacultural.es/article5069.html