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¡Privaticen la Casa Real!

Fuentes: Rebelión

Da grima ocuparse, otra vez, de estos asuntos de la corte de los milagros de la familia Borbón, pero la sucesión de sus despropósitos no deja otra alternativa. Es así. Porque, mientras seguimos (sentados, claro) esperando la versión de los aplicados funcionarios de la Casa Real que justifique el último capricho de Juan Carlos de […]

Da grima ocuparse, otra vez, de estos asuntos de la corte de los milagros de la familia Borbón, pero la sucesión de sus despropósitos no deja otra alternativa. Es así. Porque, mientras seguimos (sentados, claro) esperando la versión de los aplicados funcionarios de la Casa Real que justifique el último capricho de Juan Carlos de Borbón, (ya saben: fue a Rumania a matar osos, en viaje de Estado), y llueven los comentarios de crítica en todo el país a esa carísima excursión -aunque la complaciente prensa española de gran difusión no se haga eco en sus páginas del escándalo-, la concesión de los Premios del presunto heredero nos ha traído nuevos motivos para hacerlo.

Como signo de los nuevos, y preocupantes, tiempos que corren para la monarquía, el esperpento de la cacería de osos ha llegado al Parlamento: tanto Izquierda Unida, como Esquerra Republicana y el Partido Nacionalista Vasco, han presentado preguntas al gobierno para aclarar los pormenores de la excursión (¿quién paga esos vergonzosos caprichos de Juan Carlos de Borbón?, preguntan, con toda lógica). Como era de esperar, la Mesa del Congreso ha rechazado las preguntas presentadas, porque la mayoría de sus integrantes (diputados del PP y del PSOE) deben pensar que ni el gobierno ni la Casa Real tienen por qué aclarar esas cuestiones.

Al mismo tiempo, en Oviedo, Felipe de Borbón, cansado de guerra, recogía los halagos de los cobistas y aduladores habituales, que doblan el espinazo sin avergonzarse, y, con la desfachatez a la que se han acostumbrado en su familia, dirigía a los asistentes a los premios un soporífero discurso en el que, entre otras perlas, afirmaba que había formado una familia para «compartir el hermoso afán de servir a España con plena entrega, leales a nuestra historia y comprometidos con el futuro de nuestra sociedad.» No acabó ahí. Afirmó, también, que España es «una de las sociedades más justas, prósperas, libres y más avanzadas del mundo en la defensa de los derechos humanos». Después, se fue a descansar, agobiado por la lectura de los folios y feliz porque el ayuntamiento de Oviedo decidía financiar esa Fundación Príncipe de Asturias con seiscientos mil euros (cien millones de pesetas), seguramente porque no encuentra mejor destino al dinero de los asturianos.

Si no lo hubiéramos visto y leído, pensaríamos que esos dislates de cacerías y palabras hipócritas perpetradas por los más significados miembros de la familia Borbón, eran una broma. Servir a España, dicen. Siguiendo el guión, los periódicos dedicaban páginas al enredo asturiano del presunto heredero, mientras pasan de puntillas sobre las actividades del padre, poco presentables. Es lo que hay, que dicen ahora. De manera que, envueltos en las genuflexiones de esa itinerante y peculiar corte de los milagros, que los cortesanos más desvergonzados dicen que no existe mientras les ríen las gracias, padre e hijo seguían su particular camino de servicio a España. Siempre han sido unos patriotas.

Así que, vista la comedia, ya me disculpará el lector, que, a veces, me levante algo airado. Porque, ese monarca campechano, desocupado y licencioso, ¿dónde cree que está? ¿Y, ese Felipe, en qué país cree que está viviendo? Mientras el país chapotea en la mugre de la televisión basura; mientras los grandes negocios continúan haciéndose a través de la persistente corrupción del mundo empresarial; mientras continúan los accidentes mortales de trabajo que sitúan a España a la cabeza de Europa en las estadísticas de siniestralidad laboral; mientras la Iglesia católica sigue chantajeando al Estado; mientras la ignominiosa explotación de millones de inmigrantes no merece el menor gesto de los poderes del Estado ni de los tribunales; mientras aumenta el subempleo de los jóvenes, con salarios de miseria; mientras el derecho constitucional a la vivienda se convierte en una burla y los precios de los pisos alcanzan niveles de escándalo; mientras los avariciosos empresarios (disculpen el pleonasmo) siguen destrozando el medio ambiente, como si fuera suyo, y exigen, además, que el Estado les subvencione; mientras los banqueros (de momento, presuntos delincuentes) siguen sin rendir cuentas a la justicia por los numerosos fraudes y delitos cometidos; mientras continúan sin ser desmanteladas las infames bases militares norteamericanas que Franco cedió a Washington; mientras se siguen manteniendo (¡veinticinco años después!) numerosos signos de la dictadura franquista, monumentos incluidos, y España guarda miles de cadáveres en las cunetas de las carreteras, sesenta años después del final de la guerra civil, entre muchas otras cosas, el último Borbón, satisfecho, se va de caza por Europa, sacrificándose por el país, y el presunto heredero nos da lecciones de progreso.

Sólo por esas actitudes, que cubren de vergüenza a un país que se pretende moderno, debería exigirse que la ridícula Casa Real -que gasta los recursos que el país no tiene- se desmantelase de inmediato, dejase de cobrar millones de euros del presupuesto público y fuese mantenida exclusivamente por el bolsillo de su titular. Después de todo, y puesto que Juan Carlos de Borbón es un decidido partidario de las privatizaciones, ahí encontraría un campo adecuado para ejercer sus inclinaciones. Así que, si ustedes me permiten, lanzo formalmente la idea: que privaticen la Casa real. Que se la queden ellos, y que la familia Borbón, las amistades peligrosas que los acompañan, los obispos, los empresarios de carroña, los aduladores profesionales de la corte, los financieros corruptos y los generales de la OTAN, se reúnan en ella y nos dejen tranquilos para siempre.