Al abordar el tema de la prostitución partimos de supuestos ideológicos muy dispares. Si además revestimos esta cla- ra distancia ideológica con un lenguaje de confrontación, va a resultar muy difícil hallar puntos de encuentro básicos para entablar un debate fructífero. El debate está estancado en los mismos argumentos falaces a los que se recurre […]
Al abordar el tema de la prostitución partimos de supuestos ideológicos muy dispares. Si además revestimos esta cla- ra distancia ideológica con un lenguaje de confrontación, va a resultar muy difícil hallar puntos de encuentro básicos para entablar un debate fructífero. El debate está estancado en los mismos argumentos falaces a los que se recurre una y otra vez en defensa de la legalización de la prostitución. Afirmar que algunas feministas pretenden victimizar a las prostitutas, hablar por ellas, avasallarlas o atentar contra su libertad individual significa arremeter contra la propia ideología feminista. Nosotras partimos de que todas las mujeres somos sujetos y agentes políticos con voz propia. No ponemos en duda que todas las personas tienen total libertad para hacer lo que quieran con su cuerpo, con su mente y con sus manos, para organizarse y para defender sus intereses labo- rales y sus opiniones. Tampoco se trata de someter a juicio nuestras elecciones individuales, mucho menos en estos momentos en los que tan difícil es guardar una mínima coherencia personal. Es muy triste que este conjunto de obvie- dades tenga que servir como punto de partida de una reflexión acerca de la prostitución por profundas que sean las di- ferencias ideológicas. Nuestro objetivo es principalmente cuestionar el negocio de la prostitución organizada, analizar quiénes son los verdaderos beneficiarios y, lo que es más importante, aportar un análisis político desde el feminismo del nuevo modelo social que está en juego. Nadie que conozca de cerca el feminismo puede afirmar que sus reflexiones políticas acerca del fenómeno de la prostitución tienen un trasfondo moral. Hace ya mucho tiempo que el feminismo resolvió las cuestiones de índole moral, echó por tierra las convenciones clásicas acerca de la sexualidad e inició su andadura en busca de la identidad (sexual) de las mujeres. El mito del amor romántico fue precisamente uno de los primeros en caer. Las mujeres somos las primeras que hemos sufrido el azote de la moral judeocristiana, del amor platónico y del modelo de familia tradicional, pero también fuimos las primeras en rebelarnos contra este sistema de valores que tanto nos perju- dicaba. El trabajo de identificar los mecanismos de represión (interna y externa) y deshacerse de prejuicios morales acerca del cuerpo se ha llevado a cabo básicamente desde el feminismo. Para muchas de nosotras este proceso, con todas sus contradicciones, divergencias y matices, constituye un camino recorrido para el que ya no existe vuelta atrás. Es imprescindible (re)conocer esta trayectoria para comenzar a pensar en otras claves. Es hora de dejar atrás la época del destape si queremos iniciar un debate social serio sobre temas como la prostitución o la pornografía. El concepto de libertad sexual que equivale a liberar los instintos de represiones morales es totalmente obsoleto y fundamentalmente masculino. Sería conveniente que los hombres comenzaran a trabajar y a reflexionar sobre su propia sexualidad y sobre el modelo sexual imperante, si realmente tienen una firme intención de superar desigualdades. Reivindicar el «libertinaje» o «las perver- siones» ha dejado de ser una transgresión para convertirse en norma. Todos nuestros deseos están ya materializados y disponibles en el mercado, desde el que no dejan de llegarnos invitaciones al placer. Lo verdaderamente preocupante es que en todas estas fantasías, listas para consumir, las mujeres seguimos encarnando representaciones al servicio del hombre en todas las variantes concebibles. La moda del amor libre y de la libertad sexual sigue favoreciendo invariablemente a los hombres. La libertad debiera serlo también para decidir no liberarse sexualmente según marcan las normas culturales vigentes. Si bien es cierto que existen corrientes dogmáticas dentro de la izquierda, algunas no atañen precisamente a la moral. Existe una corriente nostálgica anti-clerical que aún cree que el principal enemigo a batir sigue siendo la Iglesia o la moral judeocristiana. En un mundo donde las fuentes de opre- sión son tan diversas y los mecanismos de poder y de explotación cada vez más complejos, la izquierda tiene contrincantes mucho más peligrosos y menos visibles que una Iglesia caduca que se cae por su propio peso. Más relevante es, por ejemplo, la crítica al esquema dialéctico del análisis de clase hecha por feministas y otros colectivos minoritarios por excluir y silenciar en su discurso y en sus prácticas otras formas de opresión. Estamos de acuerdo en que la izquierda tiene asuntos importantes que resolver, y uno de ellos pasa, sin duda, por eliminar cualquier funcionamiento sexista que detecte en su seno y adoptar variables feministas sin apropiarse de un discurso político autónomo, histórico y con un cuerpo teórico propio. Apelar a la vez a la libertad del individuo y a la justicia social y/o establecer los grados de intervención del Estado siempre ha sido problemático, pero este es otro debate pendiente. Al hablar de feminismo, deslindar el terreno privado del ámbito público o pretender separar la acción política del plano íntimo es un grave error. Algo inherente a la lucha feminista es practicarla en el salón de casa, en el trabajo, en el entorno social, en la calle y en la cama. Supuestamente, hombres y mujeres somos totalmente libres para decidir sobre nuestro cuerpo en igualdad de condiciones. Sin embargo, el hecho de que sean mayoritariamente mujeres las que se prostituyen y de que los hombres sean los compradores es ya un indicador claro del tipo de modelo sexual imperante. La prostitución es una realidad social que la mayoría de los hombres acepta como algo natural e inamovible. Los hombres de derechas prefieren que permanezca en la sombra para mantener el juego de la doble moral que sustenta su visión del mundo. Los hombres de izquierdas desean que se legalice en defensa de los derechos de las trabajadoras y para liberar al resto de los seres humanos del yugo de la moral retrógrada. Ambos planteamientos son conservadores y evitan analizar el fenómeno de forma global, porque esto implicaría sacar a la luz ciertos mecanismos de poder inaceptables desde una óptica feminista. No existen suficientes garantías de que la legalización vaya encaminada a proteger los derechos de las prostitutas y no a preservar los intereses económicos de una industria muy bien asentada. Es importante buscar otros enfoques y determinar claramente la responsabilidad social de las partes implicadas. El modelo sueco exime de toda responsabilidad a la prostituta y penaliza legalmente al cliente. Otro problema muy paradigmático es la paternidad no reconocida de muchas hijas e hijos de pros- titutas. Aunque se legalice la prostitución, el hombre-cliente seguirá clasificando su descendencia en legítima o ilegítima, exento de toda responsabilidad y con el consiguiente perjuicio social y económico para madres e hijos e hijas, que seguirán sin poder exigir ningún tipo de compensación. Sabemos que, bajo la máscara de la igualdad formal, siguen funcionando esquemas de desigualdad y opresión en todos los ámbitos. Que- remos hacer un análisis serio sobre las implicaciones que puede tener la legalización de la prostitución sobre el colectivo de mujeres. Consideramos que la prostitución no puede desvin- cularse de otras formas de opresión. Existen demasiados datos acerca de los abusos, el maltrato y la violencia que sufren muchas mujeres inmersas (voluntaria o involuntariamente) en este negocio que no deben obviar- se, y que no creemos que solventará la legalización. Los poderes económicos que controlan este mercado y su posición a favor de la legalización también merecen todo un capítulo aparte. Sólo queda aclarar que no es lícito plantear el debate como una guerra abierta contra las prostitutas cuando lo que se pretende es hacer un análisis del fenómeno de la prostitución en toda su complejidad. Cualquiera que conozca bien las «artimañas del patriarcado» debería ser consciente de que la más habitual y peligrosa ha sido siempre la de sembrar la discordia entre mujeres. Incluso desde una postura ideológica contraria, nos gustaría leer otro tipo de reflexiones a favor de la legalización. Queremos que se expongan argumentos que hagan avanzar el debate, que detallen concretamente medidas a corto y largo plazo destinadas a mejorar las condiciones socioeconómicas de las prostitutas. En este contexto, tenemos que ver cómo son una vez más los hombres quienes enarbolan la bandera de la libertad, en nombre de las mujeres y de toda la humanidad, esta vez a favor de la prostitución. –