Cuando en 1920 el padre de Juan Alonso se asentó en aquel lomerío tuvo que talar monte para abrir el solar donde construiría su rústica vivienda; 70 años después solo se veían árboles en las cañadas, y las tierras erosionadas se negaban a seguir alimentando a la familia. Pero ya Juanito no era el analfabeto […]
Cuando en 1920 el padre de Juan Alonso se asentó en aquel lomerío tuvo que talar monte para abrir el solar donde construiría su rústica vivienda; 70 años después solo se veían árboles en las cañadas, y las tierras erosionadas se negaban a seguir alimentando a la familia.
Pero ya Juanito no era el analfabeto que de joven se dedicaba a la crianza de cerdos, pastoreaba ovejas, cultivaba tabaco y viandas, para que mensualmente viniera la carreta enviada por uno de los mayorales de la hacienda Cortina a recoger la tercera parte de todo lo producido.
Aunque llegó a noveno grado «obtenido a partir de que en 1960 se construyera la escuela rural donde en horas de la noche una maestra traída de Artemisa le enseñó las primeras letras», la observación del clima y del comportamiento de la tierra, que ahora era de su propiedad, le llevó a buscar alternativas.
Comenzó a crear barreras vivas mediante la siembra de hierba de Guinea, faragua y piñón en franjas transversales a la pendiente de la loma, y su finca comenzó a diferenciarse de las restantes en el barrio de Ramón Gordo.
«Al ver lo que estaba haciendo por iniciativa propia, se me acercaron unos compañeros del CITMA y empezaron a asesorarme. Introduje también el kingrás y el vetiver, pues a la vez que detienen la erosión sirven para alimentar a los animales en tiempo de sequía», expresa el experimentado campesino.
Un impulso a su esfuerzo innovador recibió de la Dirección Provincial de Suelos del Ministerio de la Agricultura, que en el año 2001 decidió apadrinarlo; desde entonces el ingeniero Víctor Díaz ha hecho de la finca de Juanito su segunda casa.
Así nació el proyecto para fomentar la primera finca agroecológica de la provincia, que sirve de referencia para lograr la sostenibilidad de las producciones de montaña.
Según Víctor, el principio de la finca agroecológica es irradiar a todo el movimiento campesino serrano conocimientos sobre la conservación y mejoramiento de los suelos. Las experiencias logradas allí se han extendido a 100 caballerías en cinco municipios.
Es una verdadera escuela que contribuye a la investigación y desarrollo de técnicas de cultivo; la Facultad de Montaña de la Universidad Hermanos Saíz la utiliza para impartir clases prácticas y, como principal resultado productivo, aumentar los rendimientos en un 50%.
Las tierras de Juanito se extienden por 26 hectáreas; cinco forman parte del proyecto agroecológico, igual cantidad se dedica a forestales , una a frutales y el resto es reservado para pastoreo. En un pequeño apiario hay 18 colmenas de abejas «de la tierra».
Hemos extraído hasta 42 litros de miel en un año, la cual donamos con fines medicinales. Pensamos llegar a tener 200 enjambres de estos laboriosos animalitos, dice Juanito, quien con 65 años de edad es socio de la Cooperativa de Crédito y Servicios Alfredo Núñez, ubicada en los límites del municipio de Los Palacios con Consolación del Sur. Sus expresiones son las de un hombre que estudia los fenómenos y les busca explicación, como cuando afirma: «Tenemos que ir a la energía renovable, pues dentro de 100 años no sabemos si todavía quedará petróleo y para hacer sostenible la montaña hay que mejorar los suelos y cuidarlos; tenga en cuenta que para crear una pulgada de capa vegetal, la naturaleza tarda un siglo.
«Cuando mi padre llegó aquí llovía regularmente; siendo yo joven cultivábamos 100 000 matas de tabaco de secano en estas lomas y se obtenían altos rendimientos; ahora las sequías son tan intensas que afectan incluso a la yuca». Él aprovecha todas las posibilidades para elaborar fertilizante orgánico e incorporarlo a la tierra, una vez detenida la erosión.
Es un extensionista nato, sus experiencias las traslada a otros campesinos y las da a conocer a los niños y jóvenes mediante talleres organizados en las escuelas, «porque ellos son el relevo, los que pueden inculcarles a los padres estas ideas que serán las que garanticen la supervivencia del hombre».