Aquel domingo no fue otro día más en el calendario. Mucho menos para el futuro de Cuba. El rápido repaso a los anales sugiere aludir a uno de los pasajes cruciales en la historia patria. El 10 de marzo de 1952 se instaló en el poder Fulgencio Batista y Zaldívar tras el golpe de estado […]
Aquel domingo no fue otro día más en el calendario. Mucho menos para el futuro de Cuba. El rápido repaso a los anales sugiere aludir a uno de los pasajes cruciales en la historia patria.
El 10 de marzo de 1952 se instaló en el poder Fulgencio Batista y Zaldívar tras el golpe de estado militar contra el corrupto, aunque constitucionalmente presidente electo, Carlos Prío Socarrás.
Con el suceso, aupado por EE.UU., se derogó la Constitución de la República, vigente desde 1940, y se estableció la dictadura feroz caracterizada por la brutal represión y que acentuó los males de aquella república mediatizada.
Esa ola represiva encontró la necesaria respuesta en la denominada Generación del Centenario del natalicio de José Martí, Apóstol de la independencia de Cuba, cuya memoria no dejaron morir aquellos jóvenes dirigidos por el abogado Fidel Castro Ruz.
La hazaña protagonizada por aquel grupo de revolucionarios el 26 de julio de 1953, cuando asaltaron los cuarteles Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, y Moncada, en Santiago de Cuba -segunda fortaleza militar del Ejército-se asentó por siempre en la historia.
La masacre de la mayoría de los asaltantes y las anormales circunstancias del juicio (Causa 37) a cargo del Tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba en el cual se procesaron a los sobrevivientes, conmovieron a la opinión pública.
En octubre de aquel año (13 y 17) arribaron a la entonces Isla de Pinos los seguidores del Maestro. Largas condenas debían cumplir en el Presidio Modelo, 26 de los más de 150 valientes que libraron el desigual combate.
D os que ya no están: los pineros Mariano Rives y Cecilio Soto hablaron con orgullo de aquellos aciagos días.
Se inició la lucha, primero, como Comité de Madres de los Presos Políticos, para transformarse luego en Comité de Familiares, y finalmente en Comité Pro-Amnistía, al que Mariano y Cecilio se sumaron, porque entre los 26 combatientes encarcelados también estaba el entrañable amigo: Jesús Montané Oropesa, pinero de cepa.
Pronto el clamor popular por la liberación de estos jóvenes se extendió. La dictadura no pudo desconocerlo aunque Batista consideró que era aventura aislada.
La coyuntura política a la sazón torció el panorama al presidente golpista. Como parte de la campaña electoral contra Grau, Batista hizo mínimas concesiones a fin de crear el clima propicio para la celebración de elecciones.
Entre los asuntos que tuvo en cuenta figuró la Ley de Amnistía Política, de la cual fueron excluidos los moncadistas.
Sin embargo, el movimiento surgido desde finales de 1953 y en el que participaron el Partido Socialista Popular (PSP) y la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), adquirió amplia dimensión que influyó a favor de la inclusión en la amnistía de Fidel y los moncadistas.
«En aquel momento Fidel no era ni remotamente la figura que tendría en nuestra historia. Y Batista estaba confiado en que con su gesto consolidaba su posición «democrática» como presidente «electo» el 1 de noviembre de 1954, comentó Mario Mencía, historiador estudioso del tema.
La presión de la opinión pública y especialmente las movilizaciones obligaron a Batista a firmar, el seis de mayo de 1955, el decreto de amnistía, el número 113 y no todos sus acólitos estuvieron a favor.
«(…) Fidel Castro y su grupo han declarado reiterada y airadamente, desde la cómoda cárcel en que se encuentran, que solamente saldrán de esa cárcel para continuar preparando nuevos hechos violentos, para continuar utilizando todos los medios en la búsqueda del poder total a que aspiran», sentenció Rafael Díaz Balart, entonces titular del Interior.
La respuesta a semejante vileza apareció publicada en la revista Bohemia en carta en la cual Fidel aclaró la posición de principio de los combatientes: «Preferimos mil años de prisión a una libertad sin decoro.»
Transcurrirían 17 días. Desde temprano familiares y pobladores, entre ellos Mariano y Cecilio, aguardaron la excarcelación de los revolucionarios.
A las 11 de la mañana, aproximadamente, fueron testigos de la salida del grupo. Descendieron la escalinata, sonrientes y con los brazos en alto, Fidel y Raúl Castro, Juan Almeida Bosque, Armando Mestre, Agustín Díaz Cartaya y otros.
Abiertas las puertas de hierro del presidio, quedaron en libertad los luchadores el 15 de mayo de 1955, gracias a la presión popular de quienes confiaron que aquel domingo no sería uno más en el calendario, sino punto de giro en la historia de Cuba