El PVC (cloruro de polivinilo) – llamado a menudo simplemente «vinilo» – es uno de los materiales plásticos más versátiles que prevalecen actualmente en la sociedad moderna. También es el más peligroso. El PVC se utiliza en una amplia gama de aplicaciones, tan sorprendentemente diferentes que es difícil hablar de él como si fuera un […]
El PVC (cloruro de polivinilo) – llamado a menudo simplemente «vinilo» – es uno de los materiales plásticos más versátiles que prevalecen actualmente en la sociedad moderna. También es el más peligroso.
El PVC se utiliza en una amplia gama de aplicaciones, tan sorprendentemente diferentes que es difícil hablar de él como si fuera un sólo material: el PVC se utiliza para envases como botellas de agua mineral, contenedores, cajas y láminas transparentes para envolver alimentos.
Residuos tóxicos disfrazados
Se utiliza para artículos de consumo como tarjetas de crédito, discos y juguetes; en construcción, para marcos de ventanas, puertas, paredes, revestimientos, tuberías y desagües; en las casas en suelos, papeles pintados, persianas venecianas y cortinas de ducha; en la oficina para mobiliario, carpetas, encuadernaciones, bolígrafos, etc.; se utiliza en la industria automovilística, especialmente en soldaduras; en hospitales en productos desechables; como aislante de cables y alambres; como imitación de piel; en muebles de jardín, etc. En fin, ¡se ha convertido en una parte de nuestras vidas!.
¿Por qué, entonces, suscita más preocupación ecológica que cualquier otro plástico? La respuesta es que un trozo de tubería o un juguete de PVC, aparentemente inofensivos, son producto de una industria altamente tóxica y peligrosa, ya que la producción de PVC va unida a la producción de cloro hasta un nivel jamás igualado por ningún otro material.
El cloro, en un principio considerado como un subproducto residual de la producción de sosa cáustica, es un producto químico altamente reactivo que debe combinarse con otros materiales. Algunos compuestos de cloro se encuentran en la naturaleza – el ejemplo más obvio es el cloruro de sodio, o sal común. Pero el cloro fabricado mediante el proceso clorocáustico es bastante diferente.
Este gas cloro es muy reactivo, por lo que debe combinarse con compuestos orgánicos (compuestos que contienen carbono) creando compuestos organoclorados, que son tan extraños en los sistemas naturales que los organismos vivos no saben cómo hacerles frente cuando entran en el ecosistema.
Sin embargo, en sólo unas décadas la industria química moderna ha distribuido cada año millones de toneladas de organoclorados en nuestro medio ambiente. El proceso global representa una catástrofe medioambiental de la mayor envergadura posible. Algunos organoclorados relacionados con daños sobre la salud y el medio ambiente tienen nombres familiares: los PCBs – que paralizan la capacidad reproductora de los animales salvajes – se prohibieron a finales de los años setenta, aunque la mayor parte de los millones de toneladas producidas todavía circulan por el medio ambiente; productos como los halones y CFCs continuarán destruyendo la capa de ozono el próximo siglo, incluso con la prohibición inmediata de su fabricación; pesticidas como el DDT y lindano todavía siguen fabricándose. Los organoclorados han estado involucrados en algunos de los peores desastres químicos de la industria como los de Seveso y Love Canal.
Se reconoce universalmente que son tan peligrosos que poco a poco están siendo eliminados y están siendo prohibidos su producción y su uso.
En 1990, el Consejo Alemán de Expertos en Temas Medioambientales, declaró: «Tanto los químicos, como los ingenieros de proceso de la industria y de las universidades, creen cada vez con más firmeza, que el crecimiento dinámico de la industria del cloro durante la década de los cincuenta y sesenta representa un error decisivo en el desarrollo industrial del siglo veinte, que no habría ocurrido de haberse tenido entonces el conocimiento actual sobre el daño medioambiental y los riesgos sobre la salud producidos por la química del cloro».
El PVC fue patentado en 1913 como el primer producto sintético. Durante los años treinta, grandes cantidades de cloro empezaron a ser asequibles en la Alemania nazi como consecuencia de un programa concebido para que Alemania no dependiese del algodón importado en caso de guerra. Este programa se concentró en la producción de rayón y para ello se necesitaron grandes cantidades de sosa cáustica de la industria clorocáustica. Tras experimentar durante años con estabilizantes, lubricantes y suavizantes, se descubrió que se podían fabricar fibras a partir del PVC. Estas fibras tenían además la ventaja de utilizar el exceso de cloro producido por la industria clorocáustica. Lo que previamente había sido un residuo tóxico subproducto d ella fabricación de la sosa cáustica se convertía ahora en un producto vendible.
En unos años, el PVC se había convertido en Alemania en el material sintético más importante además del polietileno. Los años cincuenta se caracterizaron por el olor de los suavizantes, sobre todo los qu contenían PVC.2 Los años sesenta vieron un increíble aumento en la producción de PVC. Desde entonces, al ser prohibidos otros productos fabricados con cloro como los PCBs y los CFCs, y al estar decreciendo la utilización del cloro como desinfectante, cada vez hay más cloro que necesita encontrar un «sumidero», tal como dice la industria.
El PVC es el «sumidero» y su uso está creciendo a la vez que el resto de los usos del cloro decrecen – actualmente el PVC suma un 30% de la producción global de cloro.
El PVC crea problemas medioambientales en todo su ciclo de vida: durante su producción, debido a la intervención de gran cantidad de sustancias tóxicas, durante su uso, debido a la migración de aditivos tóxicos, y su eliminación, terminando en los vertederos (contaminando el suelo y aguas subterráneas) o en las incineradoras (emitiendo sustancias tóxicas al aire).
A la industria del PVC le gustaría que creyésemos que sus productos mejoran la calidad de nuestras vidas; pero Greenpeace, junto con científicos y ecologistas de todo el mundo, considera al PVC singularmente dañino durante su producción, utilización y vertido. Necesitamos reemplazar el PVC con materiales más benignos para el medio ambiente.
Debido a que todos utilizamos estos productos cotidianamente, debemos ser conscientes de sus consecuencias tanto para nosotros como para el medio ambiente en el que vivimos.
Es necesaria la presión de los consumidores, administraciones y empresas conscientes, que mediante su elección de compra, pueden defender el medio ambiente. En este sentido, desde Greenpeace llevamos varias campañas sobre el PVC:
* Envases: «BOICOT AL PVC». Cada vez más los envases que se utilizan en alimentación son de PVC. Esta campaña está dirigida para eliminar o reducir los envases de este material y en particular los que se utilizan para embotellar agua.
* Productos Hospitalarios: El DEHP es un plastificante que se utiliza para la fabricación de una amplia gama de artículos hospitalarios de PVC blando (bolsas de sangre, bolsas de líquidos intravenosos, etc). El contacto con este ftalato es especialmente preocupante; en primer lugar, por los niveles significativos de exposición y en segundo lugar, por las particulares características de los pacientes, en especial niños, recién nacidos o adultos con enfermedades crónicas, que los hace mucho más vulnerables a los efectos tóxicos de estas sustancias químicas.
* Construcción: «PVC NO GRACIAS». La construcción es uno de los sectores en el que más se utiliza el PVC; en nuestros hogares podemos encontrar este material en puertas y ventanas, cables, tuberías, etc.. Esta campaña presenta alternativas a todos sus usos.
* Juguetes: «JUEGA SEGURO. NO COMPRES PVC». Los niños y las niñas pueden ingerir sustancias peligrosas presentes en los juguetes de PVC durante su uso habitual. Muchos gobiernos y empresas ya están eliminando este plástico de todos sus productos. Esta campaña va dirigida a conseguir una eliminación total de los juguetes de PVC blando para niños y niñas menores de 3 años.
* Ciudades libres de PVC: UNA «CONTAGIOSA» INICIATIVA EUROPEA. Esta iniciativa que comenzó en la ciudad alemana de Bielefeld, cuenta ya con más de 50 municipios en España. Se hace un llamamiento a los Municipios para que desde los Ayuntamientos tomen medidas para la eliminación de todos los usos del PVC, como envases y embalajes, materiales de construcción, juguetes y equipamientos de oficina.