Aquí no ha pasado nada. Pelillos a la mar… Eso, pasar pagina apresuradamente, es lo que pretenden los dos partidos principales y los medios afines después de ese «lo siento, no volverá a ocurrir» ante las cámaras de la televisión del privilegiado por antonomasia en este país. Pero no será así. Por muchos méritos (todo […]
Aquí no ha pasado nada. Pelillos a la mar… Eso, pasar pagina apresuradamente, es lo que pretenden los dos partidos principales y los medios afines después de ese «lo siento, no volverá a ocurrir» ante las cámaras de la televisión del privilegiado por antonomasia en este país.
Pero no será así. Por muchos méritos (todo cocinados desde fuera para robustecer el icono de la monarquía) que se le atribuyan, este personaje coronado, para muchos y cada día más, es un intruso. La voluntad del dictador muerto en la cama fue respetada por las fortunas y el ejército, por interés personal las primeras y por ideales el segundo. Así es cómo se reintrodujo furtivamente la monarquía y a este fantoche. El pueblo estuvo coaccionado psicológicamente por la amenazante presencia de un ejército entonces más franquista que Franco. En semejantes condiciones el pueblo español aprobó una constitución lamentable y de urgencia que aquellas mismas fuerzas se niegan a volver a someter al criterio hoy día sereno de ese mismo pueblo.
Pues bien, por muchos méritos que se le atribuyan -decía antes-, tanto su controvertido prestigio personal como el interés de público por la institución se han derrumbado con estrépito.
Aquí, en último término, ha ocurrido lo que tantas veces sucede a muchos personajes públicos. Y es que lo mismo que la buena fama labrada durante media vida, se pierde en un instante por verse incolucrado en un delito o por una acción tenida en el concepto público por desvergüenza, este cazador de elefantes ha caído demasiado bajo. Carece del más mínimo tacto. Lo evidencia que no ha comprendido que su aventura no serviría, en el caso de conocerse, como así fue, más que para remover el vergonzante asunto de su yerno ladrón al que él no es ajeno.
El caso es que ya no se puede parar algo que va pendiente abajo. La institución monárquica es como un meteorito que va al choque de la atmósfera, la cual se encargará de desintegrarlo. Es cuestión de tiempo. La monarquía nunca debió volver, y el tiempo es implacable con todo lo que fue forzado a renacer a destiempo.
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