Testimonios de algunas mujeres que asistieron a la Marcha del Miércoles Negro, la convocatoria del Paro Nacional de Mujeres del pasado 19 de Octubre. Sus análisis y reflexiones de lo acontecido.
Recuerda cuando hace casi tres décadas empezaba a trabajar con grupos de ayuda mutua de víctimas de violencia machista en una salita que les prestaban en la parroquia Nuestra Señora de la Piedad, en Temperley. Por entonces, a esas mujeres que abrían la puerta con timidez y pedían ayuda, se las nombraba como «golpeadas», mujeres golpeadas, sin conocer en aquel tiempo que la violencia machista asumía otras formas, más allá del cachetazo o la trompada. Ni las propias víctimas las nombraban aunque las sufrían. «Las empezamos a visualizar con la escucha en el trabajo grupal. En ese espacio y de esas mujeres aprendimos mucho y comprobamos que solo veíamos la punta del iceberg», cuenta Marisú, psicóloga social, cofundadora de la Fundación Propuesta a fines de los ochenta, pionera en el sur del conurbano en la atención de esta problemática desde la sociedad civil.
Marisú tiene el llanto fácil desde el miércoles. Mira los diarios, los noticieros, y se quiebra. «Hace días que no paro de lagrimear», confiesa. Dice que tiene emoción por la respuesta masiva a la convocatoria y dolor, a la vez, por más femicidios, por la discriminación histórica que sufren las mujeres en la sociedad y genera ese caldo de cultivo que habilita las violencias machistas, que muchos no ven o no quieren ver.
Página/12 consultó a voces de distintos ámbitos para seguir pensando, en mosaico, las imágenes que trascienden los reclamos de #NiUnaMenos y #VivasNosQueremos, que se replicaron esta semana en tantísimas ciudades de todas las provincias y más allá de las fronteras, en países latinoamericanos, de EEUU y Europa. Desde que empezaron a ofrecer los grupos de ayuda mutua a víctimas de violencia de género, en la Fundación Propuesta recibieron, escucharon y brindaron atención a más de 5.000 mujeres. Todavía sigue abierto el grupo en la parroquia de Temperley, y desde mediados de los noventa abrieron otros más en un espacio cedido por el Club Atlético Lanús.
Algunos años tuvieron sede propia en Remedios de Escalada pero la tuvieron que cerrar por falta de fondos. Siempre Marisú y otras voluntarias, con larga trayectoria en la cuestión, trabajando a pulmón, con escaso o nulo apoyo del Estado provincial, a pesar de las numerosas promesas, y que desde los mismos municipios cercanos -y a veces incluso, los tribunales- les derivan mujeres, y más mujeres, para que en la ONG se hagan cargo de su atención. Antes se decía violencia familiar, doméstica, recuerda Marisú.
El lenguaje fue escarbando en las causas profundas, para mostrar que la desigualdad es la otra cara de la violencia machista. El miércoles negro estuvo en la plaza Grigera, la principal de Lomas de Zamora, frente a la Municipalidad, para participar en la movilización local. A los setenta y pico de años, Marisú chupó frío y lluvia, como miles de mujeres vestidas de negro, de todas las edades, que desafiaron las condiciones climáticas en la zona metropolitana, para decir basta. «Hemos avanzado en la concientización pero falta mucho camino por recorrer. Los femicidios y su crueldad nos interpelan. Y no podemos perder tiempo. Logramos leyes, y tenemos servicios de atención pero faltan políticas públicas que garanticen la continuidad de los servicios, y eso significa presupuesto.
Tenemos leyes que penalizan a los femicidas pero falta más compromiso de quienes deben aplicarlas. La presencia de muchas jóvenes en el Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario y en las marchas nos gratifica y nos da esperanzas, porque son futuro», analiza Marisú. Todavía se acuerda cuando en las reuniones con amigos o familiares, en los noventa, cuando intentaba sacar el tema del trabajo que hacían desde la Fundación, y compartir las dramáticas historias de mujeres «golpeadas» que recibían, sus interlocutores preferían cambiar de tema, se levantaban, la silenciaban. «Y ahora el tema está en la tele», dice, y se vuelve a emocionar. Y es lo que sienten otras veteranas del activismo contra las violencias machistas.
No soy yo, somos muchas
Mirta marchó el miércoles. «Ver tantas mujeres con paraguas, o bajo el sol, caminando, incansablemente, por un ¡basta! Como si mucha gente hoy comenzara a comprender, a necesitar un cambio, a decirle basta al horror. Como si estuviésemos hablando otra lengua, más poderosa que aquella primitiva, como si las muertes, las investigaciones, las leyes, los tratados internacionales, las calles, los encuentros, las familias, comenzasen a tomar un sentido común, a hablar un mismo idioma. Como si aquellos sonidos guturales se hubiesen transformado en una cadencia que recorre la columna vertebral de paraguas entrelazados y solidarios. Sentí alegría, emoción. Lloré, lloré y lloré, qué terrible y maravilloso proceso estamos viviendo», apunta Mirta, con la emoción, como Marisú, a flor de piel.
Subjetividades
Vernos
Tuvieron que escucharnos. Tuvieron que prestarnos atención. Y dentro de todo lo doloroso que tiene esta lucha, que se haya visibilizado me parece alucinante. Es un cambio cultural importante. Y no sólo para las mujeres. Durante estos días hablé con varios amigos varones que querían ir, querían participar. De hecho fui con uno de ellos que decía que estaba no sólo para apoyar, sino para pedir perdón, por las veces que había ejercido violencia de género sin saberlo. Él, como tantos otros y tantas otras, como muchos, se está repensando, nos estamos repensando, y cada vez somos más. Todos y todas estamos atravesados por el machismo, y vamos aprendiendo todo el tiempo. Es un trabajo diario. Pero vale la pena», acota.
-Sí, claro, se puede. A veces es difícil, pero se puede. El tema, como siempre, es de qué lado te parás. De qué o de quién te reís. Y qué estás diciendo. En el medio de toda esta bronca por tener que salir a pedir que no nos maten, alguien salta con un chiste machista, y no sólo no te causa gracia, te parece una falta de respeto. Porque no es sólo un chiste. Es un pretender que nada cambie. Es minimizar lo qué está pasando, qué estamos diciendo, qué exigimos. Es invisibilizarnos una vez más. No es un chiste, es violencia.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-312471-2016-10-23.html
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