Traducido por Eva Calleja
Ante el desastre climático que nos acecha, algunos defienden la «adaptación profunda», que debemos prepararnos para un colapso inevitable. Sin embargo, esta manera de pensar tiene unos defectos muy peligrosos. Amenaza con ser la profecía que acaba cumpliéndose al diluir nuestros esfuerzos para realizar un cambio positivo. Lo que realmente necesitamos ahora es una transformación profunda. Todavía tenemos tiempo de actuar: debemos aceptar este imperativo moral.
De vez en cuando, la historia tiene su manera de forzar a la gente ordinaria a enfrentarse a un encuentro moral con el destino, que nunca habían esperado. Allá en los años 30, cuando Adolf Hitler se alzó con el poder, aquellos que volvieron la cabeza cuando veían que se golpeaba a judíos en la calle no esperaban que, décadas más tarde, sus nietos les miraran con repugnancia diciendo «¿Por qué no hiciste nada cuando tuviste la oportunidad de detener el horror?»
Ahora, casi un siglo después, aquí estamos de nuevo. La suerte de las futuras generaciones está en juego, y cada uno de nosotros necesitamos estar preparados para, algún día, enfrentarnos a la posteridad -en cualquiera de las formas que esta pueda tener- y responder a la pregunta: «¿Qué hiciste cuando supiste que nuestro futuro estaba en peligro?»
A no ser que hayas estado escondido bajo una piedra estos últimos meses, o hayas estado poniéndote al día exclusivamente con las noticias de Fox News, probablemente sabrás que nuestro planeta se está enfrentando a una emergencia climática extrema que cada vez está más fuera de control. El Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) ha alertado a la humanidad de que solamente tenemos doce años para revertir la situación antes de pasar al punto de no retorno. Los gobiernos continúan dando rodeos e ignorando las estridentes sirenas. Las promesas que hicieron bajo el acuerdo de Paris 2015 nos llevarán a un calentamiento de 3 grados, lo que amenazaría los cimientos de nuestra civilización. Y ni siquiera están cumpliendo con esos compromisos. Incluso la advertencia urgente del IPCC es, en muchos sentidos, demasiado conservadora, ya que no tiene en cuenta los puntos de inflexión del sistema terrestre que potencian efectos de retroalimentación que podrían llevar las temperaturas mucho más allá de las peores predicciones del IPCC.
La gente está comenzando a asustarse viendo el desastre que nos acecha. Libros como el de David Wallace-Wells, La tierra inhabitable (Uninhabitable Earth) dibujan un escenario tan escalofriante que algunos ya sienten que todo está perdido. Está surgiendo un fenómeno nuevo extraño: mientras que los medios de masas ignoran la catástrofe inminente, cada vez más personas conectan con aquellos que dicen que ahora es «demasiado tarde» para salvar la civilización. El concepto de «adaptación profunda» está empezando a ganar aceptación, con su defensor Jem Bendell argumentando que «nos enfrentamos a un colapso social inevitable a corto plazo» y por eso debemos prepararnos para «la agitación social, la criminalidad y un colapso de la vida normal».
Hay mucha verdad en el diagnóstico de la adaptación profunda sobre nuestra situación, pero su enfoque está peligrosamente mal sustentado. Al dirigir la atención de la gente a que se prepare para la fatalidad, en lugar de concentrarse en un cambio de las estructuras políticas y sociales, la adaptación profunda amenaza con convertirse en la profecía que acaba cumpliéndose, aumentando el riesgo de colapso al diluir nuestros esfuerzos para realizar una transformación social.
Nuestro salto de cabeza al desastre
Estoy de acuerdo con el urgente balance de nuestras circunstancias. De hecho, las cosas se ven incluso peor si extendemos la mirada más allá de la emergencia climática. El colapso climático, en sí mismo, no es más que un síntoma de una crisis aún mayor: la catástrofe ecológica que se está extendiendo a cada esfera del mundo natural. Los bosques tropicales se están diezmando para dejar paso a enormes monocultivos de trigo, soja y plantaciones de aceite de palma. Los océanos se están convirtiendo en un vertedero, con estimaciones de que para 2050 tendrán más plástico que peces. Las poblaciones de animales se están siendo aniquilandas. Los insectos que conforman los cimientos de nuestro ecosistema global están desapareciendo: abejas, mariposas e incontables especies más están en rápido declive. La vida de nuestro planeta está siendo devastada sin piedad por el insaciable consumo humano, y ya no queda mucho.
Los defensores de la adaptación profunda van igualmente en la misma línea razonando que las soluciones incrementales son totalmente insuficientes. Incluso si se estableciese un precio mundial al carbón, y si nuestros gobiernos invirtiesen en renovables en lugar de subvencionar a la industria de los combustibles fósiles, todavía nos quedaríamos desafortunadamente cortos. La dura realidad es que, en lugar de dirigirnos hacia un cero neto, las emisiones globales alcanzaron números record el año pasado; Exxon, la mayor compañía privada de petróleo, recientemente anunció con orgullo que va a doblar la extracción de combustibles fósiles; y por cualquier lado que mires, viajes aéreos, transportes marítimos, consumo de carne, el gigante que nos está llevando a la catástrofe climática continua creciendo. Para acabar, con la destrucción ecológica y las emisiones mundiales ya insostenibles, la economía mundial espera triplicarse para 2060.
La razón principal de este salto de cabeza hacia el desastre es que nuestro sistema económico está basado en un crecimiento perpetuo -en la necesidad de consumir el planeta a un ritmo cada vez mayor. Nuestro mundo está dominado por las corporaciones trasnacionales, que ahora son sesenta y nueve de las cien mayores economías mundiales. El valor de estas corporaciones está basado en la esperanza de sus inversores en que continúen creciendo, lo que están resueltos a conseguir a cualquier precio, incluido el bienestar futuro de la humanidad y del mundo natural. Es un esquema Ponzi gigantesco que casi nunca se menciona porque las corporaciones también poseen los medios de comunicación dominantes, además de a la mayoría de los gobiernos. Las discusiones reales que necesitamos hacer sobre el futuro de la humanidad ni siquiera llegan a la mesa. Incluso unos objetivos políticos tan ambiciosos como el Green New Deal -rechazado por la mayoría de los comentaristas de los medios dominantes como totalmente impracticable -serían insuficientes para cambiar las cosas, porque no reconocen la necesidad de realizar una transición económica para no depender de un crecimiento infinito.
¿Adaptación profunda… o transformación profunda?
En vista de esta realidad, entiendo porque los seguidores de la adaptación profunda se echan las manos a la cabeza desesperados y se preparan para el colapso. Pero creo que es un error y una irresponsabilidad declarar que es definitivamente demasiado tarde – que el colapso es «inevitable». Es demasiado tarde, quizá, para las mariposas monarca, que han descendido en un 97% y se dirigen a la extinción. Demasiado tarde, probablemente para los arrecifes de coral que se calcula no sobrevivirán más allá de mitad de siglo. Demasiado tarde, claramente, para los refugiados del clima que ya están huyendo desesperadamente de sus hogares, solo para encontrarse rechazados, explotados y devueltos por aquellos que ven sus comodidades amenazadas. Hay mucho por lo que apenarse en esta catástrofe que está teniendo lugar -es una parte valida y esencial de nuestra respuesta al luto por las pérdidas que ya estamos viviendo. Pero mientras estamos de luto, debemos actuar, no rendirnos a la falsa creencia en lo inevitable.
El derrotismo frente a unas mínimas posibilidades es algo a lo que yo, quizá, le tengo una aversión especial después de haber crecido en la Gran Bretaña de la postguerra. En los oscuros días de 1940 la derrota parecía inevitable para los británicos, viendo como los nazis se extendían por Europa amenazando con una invasión inminente. Para muchos, el único curso de acción prudente era negociar con Hitler y convertir a Gran Bretaña en un estado vasallo, una estrategia que casi se impuso en una funesta reunión del Gabinete de Guerra en mayo de 1940. Cuando se publicaron los detalles sobre este gabinete, durante mi adolescencia, recuerdo que un escalofrío me recorrió el cuerpo. Nacido de una familia judía, me di cuenta de que probablemente debía mi misma existencia a aquellos que con valentía eligieron sobreponerse a la desesperación y pelear en lo que parecía una lucha imposible.
Una lección que debemos aprender de esto -y de otros incontables episodios históricos- es que la historia raramente progresa mucho tiempo en línea recta. Hace virajes imprevistos que solo tienen sentido cuando se analizan después. Durante diez años, Tarana Burke usó la frase me too para llamar la atención sobre el abuso sexual, sin saber que un día ayudaría a hacer caer a Harvey Weinstein, y a potenciar un movimiento para la transformación de las normas culturales abusivas. Los obstáculos de la historia están a nuestro alrededor. Nadie puede predecir con precisión cuando sufriremos la próxima crisis del mercado financiero, y mucho menos cuando se desmoronará la civilización misma.
Hay una segunda lección, igualmente importante, que aprender de las transformaciones no lineales que hemos visto a lo largo de la historia, como el sufragio universal femenino o la legalización del matrimonito entre personas del mismo sexo. No suceden por si solas -son el resultado de las tenaces acciones de una masa crítica de ciudadanos implicados, que ven que algo está mal y que, sin importarles los aparentemente insuperables obstáculos, siguen empujando movidos por su sentido de urgencia moral. Como parte del sistema, todos nosotros participamos colectivamente en cómo evoluciona ese sistema, seamos conscientes de ello o no, queramos o no.
Paradójicamente, la misma precariedad de nuestro sistema actual, tambaleándose entre extremos de desigualdad brutal y devastación ecológica, aumenta el potencial para un cambio estructural profundo. Las investigaciones sobre sistemas complejos revelan que, cuando un sistema es estable y seguro, es muy reacio al cambio. Pero cuando los eslabones dentro del sistema comienzan a soltarse es mucho más probable poder realizar la clase de reestructuración profunda que nuestro mundo necesita.
La adaptación profunda no es lo que necesitamos ahora mismo -necesitamos una transformación profunda. El dilema urgente en el que nos encontramos actualmente lanza un mensaje alto y claro para cualquiera que esté escuchando: Si queremos mantener un planeta medianamente sano para finales de este siglo, tenemos que cambiar los cimientos de nuestra civilización. Necesitamos cambiar de un sistema que está basado en la riqueza a uno que esté basado en la vida -una nueva forma de sociedad construida sobre principios que afirmen la vida, a menudo descrita como una Civilización Ecológica. Necesitamos un sistema mundial que devuelva el poder a las personas; que controle los excesos de las corporaciones globales y de la corrupción política; que sustituya la locura de un crecimiento económico infinito por una transición justa hacia una economía estable, igualitaria, que optimice el florecimiento humano y natural.
Nuestro encuentro moral con el destino
¿Te parece poco probable? Seguro, me parece poco probable a mí también, pero la «posibilidad» y la «inevitabilidad» están muy alejadas la una de la otra. Como apunta Rebecca Solnit en Esperanza en la Oscuridad (Hope in the Dark), la esperanza no es una predicción. Adoptar una postura optimista o pesimista sobre el futuro puede justificar el lavarse las manos. Un optimista dice, «Todo saldrá bien así que no necesito hacer nada». Un pesimista replica, «Nada de lo que haga va a cambiar algo así que no me hagas perder el tiempo». La esperanza, por el contrario, no tiene en cuenta las posibilidades. La esperanza es un estado activo de la mente, un reconocimiento de que el cambio no es lineal, es impredecible, y surge de la implicación consciente.
Bendell responde a esta versión de la esperanza haciendo una comparación con un paciente de cáncer terminal. Sería cruel, sugiere, decirles que mantuviesen la esperanza, empujarles a «pasar el resto de sus días luchando y negando, en lugar de descubrir lo que puede ser importante después de la aceptación.» Esta es una equivalencia falsa. Una condición de cáncer terminal tiene una historia estadística, derivada de los resultados de muchos miles de situaciones similares. Nuestra situación actual es única. No hay historia disponible sobre miles de civilizaciones que globalmente están llevando a su ecosistema planetario a un punto de no retorno. Esta es la única que conocemos, y sería negligente rendirse basándonos en una serie de proyecciones. Si un médico le dijese a tu madre, «Este cáncer es único y no tenemos ninguna experiencia de su pronóstico. Hay cosas que podemos probar pero puede que no funcionen,» ¿le aconsejarías que se rindiese y se preparase para la muerte? No voy a perder la esperanza con la madre naturaleza tan fácilmente.
En realidad, el colapso ya está sucediendo en distintas partes del mundo. No es un interruptor binario de encendido y apagado. Es la cruel realidad que está afectando a los más vulnerables de entre nosotros. La desesperación que están experimentando ahora mismo hace incluso más imperativo implicarse que declarar el juego terminado. Los millones que han quedado desamparados en África por el ciclón Idai, las comunidades asoladas en Puerto Rico, los viejos árboles baobab de dos mil años muriendo de repente en masa, y la cantidad incontable de personas y especies que serán devastadas por el ecocidio global, todos necesitan que aquellos de nosotros que estamos en una posición de poder y privilegio relativo nos pongamos en marcha, no que nos echemos las manos a la cabeza en desesperación. Ahora se está discutiendo mucho sobre la abrumadora diferencia entre un calentamiento global de 1,5º y 3º. Mientras haya gente en peligro, mientras haya especies luchando por sobrevivir, no es demasiado tarde para evitar un desastre mayor.
Esto es algo que muchos de nuestros jóvenes parecen entender intuitivamente, dejando a sus mayores en vergüenza. Como declaró la adolescente Greta Thunberg en su discurso ante la ONU en Polonia el pasado noviembre, «nunca eres demasiado pequeño para cambiar las cosas… imagina todo lo que podríamos hacer juntos, si realmente quisiéramos.» Thunberg se imaginó a sí misma en 2078, con sus propios nietos. «Me preguntaran» dijo, «por qué no hicimos nada mientras había tiempo de actuar.»
Ese es el encuentro moral con el destino al que cada uno de nosotros se enfrenta hoy. Sí, todavía hay tiempo de actuar. El mes pasado, inspirados por el ejemplo de Thunberg, más de un millón de escolares en más de cien países salieron a la calle demandando acción por el clima. Incluso Jem Bendel abandonó algunos de sus propios argumentos sobre la adaptación profunda para apoyar las protestas. Extinction Rebellion (XR) lanzó una campaña masiva de desobediencia civil el año pasado en Inglaterra, bloqueando puentes en Londres y demandando una respuesta adecuada a nuestra emergencia climática. Se ha extendido a otros 27 países.
Hay estudios que han mostrado que una vez que el 3,5% de la población se compromete sosteniblemente a movimientos en masa no violentos para alcanzar cambios políticos, estos siempre tienen éxito. Eso se traduciría en 11,5 millones de americanos en las calles, o 26 millones de europeos. Nos queda un largo camino hasta alcanzarlo, pero ¿es realmente imposible? No estoy preparado, todavía, para apostar contra la habilidad humana de transformarse a sí misma o contra el poder de regeneración de la naturaleza. XR está planeando una semana de acción directa a nivel mundial, que empezará el lunes, 15 de abril, como un primer paso hacia una rebelión de base coordinada a nivel mundial contra el sistema que está destruyendo la esperanza en un futuro próspero. Puede que sea solo el comienzo de otro de los giros de 180º de la historia ¿Quieres mirar a tus nietos a los ojos? Sí, yo también. Allí nos vemos.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión.org como fuente de la tradución.