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¿Qué hacer con la socialdemocracia?

Fuentes: Colectivo Cádiz Rebelde

Ya sea en su versión Partido, Frente, Bloque, Movimiento o Coalición, en la Izquierda han coexistido, a lo largo del siglo XX, dos sectores, dos formas de interpretar la sociedad y el futuro. Por un lado, aquellas personas, más ligadas a las instituciones y a la idea de hacer un capitalismo con rostro humano, capaz […]

Ya sea en su versión Partido, Frente, Bloque, Movimiento o Coalición, en la Izquierda han coexistido, a lo largo del siglo XX, dos sectores, dos formas de interpretar la sociedad y el futuro.

Por un lado, aquellas personas, más ligadas a las instituciones y a la idea de hacer un capitalismo con rostro humano, capaz de ir mejorando las condiciones de los trabajadores desde dentro del sistema, para que sea esa propia inercia la que cambie la sociedad, y que tienen su tronco común en la fuente socialdemócrata que nace a principios del siglo pasado; y por otro, las personas que entienden la Izquierda como una herramienta para acabar con el capitalismo, sin escatimar ni descartar ninguna forma de lucha, y que perciben los procesos electorales como un mecanismo más, pero sin hacer de él un fin en sí mismo. Aunque es cierto que, en general, los sectores no socialdemócratas han acabado cediendo a la idea de avanzar y acumular fuerzas a través de mecanismos electorales burgueses, no lo es menos reconocer que siempre han existido personas que han entendido que al capitalismo sólo se le puede vencer destruyéndolo sin más atajos y sin caer en ninguna de sus trampas institucionales, que casi siempre absorben cuadros y dirigentes de izquierda con el secular precio del confort económico, que, al poco, modifica su discurso en aras de la real politik.

Con estas visiones e interpretaciones se ha navegado con menos éxito que más. En Europa, donde se conciben estas ideologías, es donde se da una mayor casuística, a saber: revolución soviética, pactos de gobierno entre socialistas y comunistas, movimientos de resistencia, lucha armada, el llamado socialismo de los países del Este, estado de bienestar escandinavo, pactos de socialdemócratas con derechas varias… Y como era previsible, este campo de pruebas se traslada a otros contextos geográficos, con ejemplos de convivencia, pero también de peleas irreconciliables.

Sería un error, que nos haría retroceder décadas, que la izquierda se quedase estancada en esos parámetros. Sería igual que pensar que la vida y las experiencias no enseñan, y que ese modelo de socialdemócratas y aliados por un lado -representando una izquierda pacífica, tranquila, dentro del sistema, y por tanto no transformadora-, y de revolucionarios con un proyecto de sociedad diferente, por otra -pero ambos en el campo de la Izquierda-, no fuera un proceso vivo y cambiante, sino un modelo que llegará al fin de los días.

Porque ni la socialdemocracia es lo que era (en el caso de que alguna vez fuera), ni el modelo de coexistencia pacífica y acumulación progresiva en un marco legal que le dejaron a la izquierda rebelde es lo que es. Por eso, una visión que reduzca todo el análisis a pensar que, visto lo vivido, no hay más camino que el planteado por la socialdemocracia, de ir sumando votos (que no conciencias ni participación) en torno a un único y conformista proyecto que se sintetizaría en las célebres «cambiar algo por lo menos», «crear riqueza y administrarla con honradez», «dar oportunidades a los pobres», «aliarnos con cualquiera para ser más fuertes», «la izquierda revolucionaria es utopía, alejada de la vida cotidiana de la gente», «ustedes comparen: o nosotros o la derecha cavernícola». Todo esto es demasiado simple y mentiroso, más sabiendo que con ese tipo de gobiernos moderados, los grandes intereses capitalistas han estado siempre cómodos, al punto de apoyarlos con entusiasmo en no pocas encrucijadas históricas. Hoy ya resulta indiscutible que la derechización en los valores y las cotidianidades de las actuales sociedades lleva a refugiarse en ese proyecto socialdemócrata a millones de trabajadores y clases medias que se ven seducidos (por no decir engañados) por los políticos profesionales de la izquierda moderada y aledaños que azuzan el fantasma del «que viene la derecha» para concentrar en ellos la máxima cantidad de votos, su única obsesión. Es como si estuvieran ejecutando a la perfección el papel para el que fueron contratados dentro del capitalismo, que no es otro que tener dentro del sistema, anestesiados y descabezados, a los sectores sociales más necesitados y con más posibilidades clasistas de dar la pelea.

Aunque lo que puede estar sucediendo es que no haya espacio para el trabajo político, dentro de las coordenadas institucionales que marcan los dueños del poder, para otra cosa que no sea la socialdemocracia, y que al resto de la Izquierda ( o a la Izquierda a secas, para de una vez por todas no considerar como tal a la socialdemocracia) no le quede más que buscar la forma de denunciar la opereta circense, hija del mercadeo y de la publicidad, en que han terminado cayendo los procesos electorales. O, lo que es más importante, ir denunciando la imposibilidad absoluta de que la gente mejore sus condiciones de vida, sólo y exclusivamente con el voto, alertando de la gran estafa que ellos llaman democracia.

Por tanto, el gran dilema que se plantea a la izquierda revolucionaria es qué tipo de relación hay que tener con esa socialdemocracia. Esta cuestión ha sido traumática para decenas de organizaciones, que con un pie dentro del sistema capitalista (en general los de sus dirigentes con sus intereses personales) y otro fuera (en particular los de los honrados militantes y afiliados), han visto cómo, en la respuesta, se han producido escisiones, huidas dolorosas y acomodaciones de diverso pelaje, todas fruto de peleas intestinas, que han hecho dudar de la eficacia misma de ese proyecto alternativo. Incluso se han conocido políticos y organizaciones que han definido con exactitud la naturaleza y el accionar de la socialdemocracia como la derecha moderna que es, y luego han tenido que pactar con ellos para frenar a la ultraderecha. En este espacio, la socialdemocracia y sus apoyos mediáticos han sabido moverse con inteligencia, absorbiendo a la izquierda real en pos de la utilidad del voto y de la necesidad de frenar a la derecha (léase a la otra derecha).

Pero nada de lo anterior soluciona el problema planteado en el titulo de este artículo, ya que las respuestas que surgen determinarían una táctica y una estrategia diferentes. Y es evidente que no es un tema menor, porque definir si la socialdemocracia es una aliada o una enemiga, marca para la izquierda revolucionaria toda una forma de actuar, de entender la política. Por eso no es lo mismo pensar de la socialdemocracia que:

· Como la ciudadanía los siente y considera de izquierdas, unámonos a ellos en cualquiera de sus vertientes; esto es, o bien en una única organización, donde la izquierda rebelde sería algo así como un grupo crítico pero en el seno de ese gran partido madre, o bien votando junto a ellos, cuantas más cosas mejor, para que nos admitan como miembros de su misma familia.

· Desde nuestra independencia, invitemos a la socialdemocracia a reflexionar sobre la necesidad que tienen de nosotros, y hagamos causa común con acciones conjuntas, listas unitarias si nos necesitan, y gobiernos que revelen lo plural que es la Izquierda.

· Mirémoslos con ojos críticos, sabiendo que forman parte del sistema capitalista, pero que por su historia y dependencia a las clases trabajadoras, van a tener siempre un compromiso con algunos valores connaturales de la Izquierda, como la defensa de lo público y la mejora de las clases desfavorecidas.

· Quitémosles la máscara de una vez; reconozcamos que son parte de una de las farsas ideológicas más importantes de la Historia del pensamiento, que han demostrado mil veces que son nuestros enemigos, y no perdamos un solo minuto más esperando a que recapaciten y cambien. Definirlos y ubicarlos al otro lado de la trinchera, sabiendo que nacieron para estar junto a los poderosos, para resolverles problemas cuando la derecha de siempre atraviesa dificultades, para ser el colchón que frene cambios profundos, fruto del cuestionamiento radical del sistema.

Ante esto, la pregunta que surge es si en una organización de izquierda transformadora, rebelde y revolucionaria, pueden convivir estas cuatro miradas. Es cierto que la razón de existir de una organización revolucionaria no puede basarse en cómo observamos a la socialdemocracia, en obsesionarse con su omnipresencia y poder, pero es importante para saber por dónde transitamos, para saber en qué lugar estamos detenidos y hacia dónde queremos avanzar.