La cumbre debe servir para diseñar una transición justa con derechos laborales, proteger y restaurar los ecosistemas y hacer pagar a los responsables
Las noticias que llegaban de la cumbre de Naciones Unidas, este junio en Bonn, no invitaban al optimismo. El último encuentro preparatorio antes de la COP30 de Belém certificaba lo que ya se temía: el proceso de negociación climática internacional está bloqueado. No hay avances en financiación, adaptación ni pérdidas y daños, y los países petroleros siguen dinamitando cualquier compromiso de abandonar los combustibles fósiles.
En esta parálisis persiste una guerra de reproches entre norte y sur global que complica cualquier posibilidad de consenso. Los países del Sur exigen –con toda la legitimidad histórica– una financiación climática que nunca llega y usan su capacidad de veto en mitigación como moneda de cambio. Algunos, además, se aferran a modelos económicos fósiles que agravarán la vulnerabilidad de sus poblaciones. Por su parte, el norte global, incapaz de asumir sus reparaciones históricas, intenta centrar el debate exclusivamente en la reducción de emisiones.
La Unión Europea ha sido incapaz de ponerse de acuerdo sobre sus objetivos para 2040
Y la cosa no mejora en casa. La Unión Europea ha sido incapaz de ponerse de acuerdo sobre sus objetivos para 2040. Gobiernos negacionistas o retardistas, como el checo, están dinamitando los escasos logros de legislaturas anteriores. En la cumbre de Naciones Unidas de septiembre pasado, la UE sólo pudo presentar una vaga declaración de intenciones.
Así que en este contexto de caos diplomático os planteamos desde tres miradas distintas del activismo climático qué nos jugamos en Belém. Las respuestas dibujan un mapa donde convergen justicia social, protección de ecosistemas y fiscalidad redistributiva. Tres piezas de un mismo puzle que, de no encajarse en la Amazonía, podría certificar el fracaso definitivo de la arquitectura climática global.
Manuel Riera, sindicalismo: “Sin derechos laborales, la transición será una estafa”.
En el movimiento sindical integrado en la Alianza por el Clima llevamos años insistiendo: no habrá justicia climática sin justicia social, y no habrá justicia social sin garantizar los derechos de las personas trabajadoras. La Transición Justa no es un eslogan para adornar discursos, sino una herramienta concreta para asegurar que la acción climática no la paguen los de siempre.
El posible Mecanismo de Acción para la Transición Justa que se podría aprobar en la COP30 es la oportunidad de dar contenido real a los compromisos de Dubái. Ahí se acordó poner fin a los fósiles, pero sin un marco que relacione ese objetivo con la solidaridad internacional, las condiciones laborales justas y la erradicación de la pobreza, ese acuerdo no vale nada.
Los derechos laborales fundamentales –libertad sindical, negociación colectiva, seguridad y salud en el trabajo– forman parte del mandato de la Organización Internacional del Trabajo desde hace más de un siglo. Pero en las negociaciones climáticas se ignoran sistemáticamente o se diluyen bajo etiquetas vagas. La COP27 de Sharm el Sheikh fue un paso histórico al reconocer explícitamente estos derechos. En la COP28 se formalizó con el Programa de Trabajo sobre Transición Justa. Pero en la COP29 ese programa se convirtió en moneda de cambio. El resultado: ningún acuerdo.
De cara a Belém, la exigencia sindical es clara: las políticas climáticas deben negociarse desde los territorios, con participación real de las personas trabajadoras. El riesgo es que voces interesadas vacíen de contenido el concepto. Si no hay unidad, la Transición Justa acabará siendo otro lavado de cara.
Ana Márquez, naturaleza: “Los bosques no son decorado, son la solución”.
Que la COP30 se celebre en la Amazonía no es casualidad. Es poner el foco en el territorio que concentra la mayor parte de la solución al problema climático. Por algo empiezan a llamarla “la COP de los Bosques”.
En la Alianza sabemos que estamos inmersos en una triple crisis ambiental –cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación– que avanza a pasos agigantados. El cambio climático ha pasado a estar entre las tres primeras amenazas para la biodiversidad según el IPBES (Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas). Sus impactos son dramáticos: glaciares derritiéndose, océanos acidificándose, especies desplazándose, incendios forestales más intensos.
Sin ecosistemas sanos, limitar el calentamiento a 1,5 grados es inalcanzable
Pero la biodiversidad juega un papel clave en la lucha climática por dos vías: como sumidero de carbono, y como barrera natural que puede aumentar la resiliencia. La naturaleza no es solo una estrategia ambiental. Es una solución climática esencial. Sin ecosistemas sanos, limitar el calentamiento a 1,5 grados es inalcanzable.
En la COP28 se reconoció la necesidad de detener la deforestación para 2030. Pero desde el conservacionismo se exige que Belém vaya más allá: reconocer el compromiso de proteger el 30% del planeta para 2030 y restaurar todos los ecosistemas degradados para 2050. Esta cumbre debe subrayar las sinergias entre biodiversidad y cambio climático de una vez por todas. Los ecosistemas naturales no son una preocupación secundaria. Son la primera línea de defensa.
Pedro Zorrilla, fiscalidad verde: “Que paguen quienes provocaron el desastre”.
Hay una pregunta que nos persigue: ¿con la emergencia climática todo el mundo sale perdiendo? No. Hay un pequeño grupo de irreductibles egoístas que están haciendo su agosto.
Mientras las familias ven arrasadas sus casas por danas e incendios, la industria fósil alcanza récords históricos de beneficios. Mientras España sufre olas de calor extremo en puestos de trabajo, colegios y residencias, los accionistas del carbón ven crecer sus cuentas. Nuestra vida está cambiando. Nuestros hijos no pueden jugar al aire libre. La crisis climática les está robando la infancia, mientras aumenta la mortalidad de nuestros mayores. Esto no es justo.
El norte global siempre pone la misma excusa: no tienen fondos públicos para aportar al sur global
Por eso es inaplazable cambiar las reglas fiscales. La industria fósil y otros grandes contaminadores tienen que pagar más impuestos. Deben aprobarse nuevos tipos impositivos a la extracción de combustibles fósiles, a los beneficios extraordinarios, a los jets privados y a la clase business. El dinero está ahí. Solo falta valor político.
En las COPs, el norte global siempre pone la misma excusa: no tienen fondos públicos para aportar al sur global. Pero ese dinero sí existe. Está en los bolsillos de la industria fósil. Sobra capital para financiar la adaptación climática, las pérdidas y daños, y la transición energética. Lo que falta es voluntad política.
Por justicia con el planeta y con quienes menos han provocado el cambio climático y más sufren sus consecuencias, la COP30 no puede cerrarse sin un acuerdo claro para aprobar una fiscalidad justa a la industria fósil.
Belém: ¿punto de inflexión o epitafio?
El sistema de negociaciones climáticas está al borde del colapso
Tres ámbitos del activismo, un mismo diagnóstico: el sistema de negociaciones climáticas está al borde del colapso. Y tres propuestas convergentes: transición justa con derechos laborales, protección y restauración de ecosistemas, fiscalidad que haga pagar a los responsables.
Las organizaciones de la Alianza por el Clima seguiremos aprovechando el encuentro de Belém para demandar justicia climática. La COP30 debe ser el momento en que los gobiernos comprendan que no hay más tiempo para dilaciones. Necesitamos un Mecanismo de Transición Justa ambicioso, un compromiso real con los ecosistemas, y una fiscalidad que haga pagar a quienes provocan la crisis.
Si conseguimos unir las luchas por la justicia social, ambiental y fiscal, Belém puede marcar un punto de inflexión. De lo contrario, seguiremos asistiendo al espectáculo de cumbres que prometen mucho y entregan poco, mientras el planeta y las personas más vulnerables pagan el precio. Y entonces, la COP30 no pasará a la historia como la cumbre de los bosques, sino como el epitafio del multilateralismo climático.
Autor@s:
Javier Andaluz, miembro de Alianza por el Clima.
Manuel Riera, miembro de UGT.
Ana Márquez, miembro de SEO Birdlife.
Pedro Zorrilla, miembro de Greenpeace.


