William Greider es un analista de la revista The Nation que ha escrito extensamente sobre el Partido Demócrata de EEUU, siendo sus artículos un punto de referencia obligatorio para todo aquel que quiera conocer y comprender el comportamiento político del que fue durante muchos años el mayor partido político existente en EEUU. Este partido está […]
William Greider es un analista de la revista The Nation que ha escrito extensamente sobre el Partido Demócrata de EEUU, siendo sus artículos un punto de referencia obligatorio para todo aquel que quiera conocer y comprender el comportamiento político del que fue durante muchos años el mayor partido político existente en EEUU. Este partido está perdiendo apoyo popular de una manera muy marcada, de forma tal que es probable que en las próximas elecciones de noviembre tal partido pierda la mayoría en el Senado, pasando este a ser gobernado por el Partido Republicano, con lo cual este último partido pasaría a tener el control de las dos cámaras legislativas del Congreso de EEUU, es decir, la Cámara de Representantes y el Senado. Es también probable que pierda la Casa Blanca en las próximas elecciones presidenciales.
William Greider analiza en su último artículo el porqué de este declive. Descarta que dicho descenso del apoyo electoral en EEUU se deba a una derechización de la población estadounidense o del electorado que tradicionalmente apoyaba al Partido Demócrata, que son las clases populares, cuya base es la clase trabajadora estadounidense. La mayoría de esta clase (llamada clase media en aquel país) se ha venido absteniendo, y la minoría que votaba, votaba hasta hace poco predominantemente al Partido Demócrata. En realidad, las encuestas señalan que entre la opinión pública se ha ido acentuando más y más un rechazo hacia el establishment político estadounidense, con una radicalización de este rechazo y enfado que se expresa en el crecimiento de los dos polos opuestos del espectro político. Uno, el Tea Party, la ultraderecha que está tomando el control del Partido Republicano, y el otro el movimiento Occupy Wall Street, así como el movimiento contestatario de izquierdas que está surgiendo con cierta fuerza alrededor de figuras como la senadora Elizabeth Warren y el senador Bernie Sanders, las dos voces más críticas dentro de las izquierdas.
La enorme crisis económica que sufre el país y la incapacidad de los dos partidos, el Demócrata y el Republicano, para resolverla en términos favorables al bienestar de las clases populares está cuestionando la legitimidad del sistema político estadounidense y de sus instituciones representativas. Greider se pregunta por qué esta incapacidad. Y la respuesta es fácil de ver. Los aparatos de estos partidos han desarrollado un maridaje y complicidad con los mayores grupos de presión financieros y económicos del país (los principales componentes de lo que se llama en EEUU la Corporate Class, la clase corporativa). Entre estos grupos destaca el entramado de instituciones financieras radicadas en Wall Street, el centro financiero de EEUU. El aparato del Partido Demócrata, incluyendo el Presidente Obama y sus ministros en las áreas económicas y financieras, está ligado (y financiado) por los intereses de Wall Street. En realidad, la popular senadora Elizabeth Warren fue la que criticó y denunció con mayor contundencia estos lazos y complicidades entre el gobierno (tanto el ejecutivo como las dos cámaras legislativas, el Senado y la Cámara de Representantes) y Wall Street. Y esta realidad es ampliamente conocida y percibida por la población. Encuesta tras encuesta se señala que la respuesta mayoritaria a la pregunta «¿quién manda en este país?» es «la Corporate Class, la clase corporativa», seguida de «Wall Street», que es hoy el eje de tal clase.
Termina Greider con la pregunta «¿qué es lo que hoy explica que el Partido Demócrata esté perdiendo apoyo popular?» Irónicamente, acentúa que este partido siempre hace aparecer en su argumentario electoral la llamada a la lucha de clases, denunciando el incremento de las desigualdades sociales, y presentándose como el defensor del pueblo llano frente a los poderes económicos y financieros, para olvidarse de ella al día siguiente de las elecciones, contribuyendo a reproducir la lucha de clases desde el lado opuesto al cual decía pertenecer en su discurso electoral, sirviendo a aquellos poderes y diferenciándose del Partido Republicano solo en intensidad servil, pero no en voluntad de servicio.
La situación en España
Ni que decir tiene que las instituciones políticas y la cultura política en España son muy distintas de las del otro lado del Atlántico Norte. Pero ello no niega que haya también bastantes similitudes. Y una de ellas es el comportamiento del Partido Demócrata y del Partido Socialista. Estamos hoy viendo un declive muy notable del apoyo electoral del PSOE, pasando de ser de unos 11 millones de votos en 2008 a 3,6 millones hoy, siendo las causas del declive muy semejantes en ambos partidos. Y en ambos casos, una causa de este declive es la generalización de la percepción de que tales partidos siguen a pies juntillas lo que los poderes económicos y financieros les instruyen. En el caso del PSOE, el principal indicador de ello fue el Pacto Fiscal, aprobado casi con nocturnidad y alevosía (mediante un cambio de la Constitución, que se consideraba hasta entonces sacrosanta), que priorizaba de manera clara los intereses de la Corporate Class sobre los de las clases populares.
El aparato dirigente del PSOE, dirigido por el Sr. Rubalcaba, que había sido Vicepresidente del gobierno Zapatero, una vez elegido Secretario General, actuó con sectarismo, eliminando y purgando cualquier voz crítica de la dirección de tal partido. Carente de cualquier sentido autocrítico, su principal propuesta alternativa a las políticas de austeridad (que el gobierno Zapatero había iniciado) fue la versión light de dicha austeridad, sin nunca proponer un cambio radical favoreciendo políticas redistributivas, expansivas y de creación de pleno empleo, por considerarlo «utópico» o «demagógico», las expresiones utilizadas por el establishment político para marginar cualquier propuesta que afecte a los intereses de la Corporate Class.
En ambos partidos el aparato controla, sin fisuras, su vida política. Las primarias del PSOE han sido un ejemplo de ello. Aquí quisiera responder a los muchos comentarios que recibí (algunos con especial dureza, provenientes de círculos de la izquierda socialista) a mi artículo «Las primarias en el PSOE», Público, 08.07.14. En aquel artículo no hice distinciones entre los tres candidatos, indicando que no había oído o leído ninguna autocrítica del PSOE en ninguno de los tres candidatos. Varios comentaristas me indicaron que sí que las había habido por parte del candidato Tapias, que había criticado el Pacto Fiscal y la imposibilidad del PSOE de reconocer el carácter plurinacional de España.
Pero olvidan mis críticos que yo escribí el artículo antes de que tuviera lugar el debate entre los tres candidatos, no después. Me alegró que Tapias hiciera tal autocrítica, tanto en su desaprobación del cambio constitucional para incluir el Pacto Fiscal, como en su desaprobación de la falta de reconocimiento por parte del PSOE del carácter plurinacional de España. Tal autocrítica le distinguió claramente de los otros dos candidatos. Pero ruego a mis críticos de Izquierda Socialista que hagan la siguiente reflexión: ¿cómo es que yo y millones de españoles como yo no conocimos esta crítica que Tapias hizo a la dirección del partido antes?; ¿cómo es que no solo Tapias, sino las izquierdas en el PSOE, permanecieron tan en silencio y disciplinadas que el país no pudo conocer que había una protesta y rebelión dentro del PSOE?; ¿cómo es que hubo tanto silencio frente a tanto daño?; ¿dónde estaban las figuras de Izquierda Socialista o del guerrismo cuando se estaban aplicando tales políticas? El silencio fue ensordecedor. Es cierto que todos los medios de información están controlados por las derechas. Pero hay fórums digitales, como Público, donde deberían haber salido voces de dentro del PSOE denunciando aquellos comportamientos, y no hubo ninguna procedente ni de Izquierda Socialista ni del guerrismo. ¿El miedo a salirse de la foto? ¿Qué pasó con tanto silencio?
En realidad, este silencio fue un error enorme, pues hay una gran desafección entre las bases del PSOE que podría haberse canalizado. Aprovecho para denunciar la manipulación que el candidato vencedor, el Sr. Sánchez (el más próximo al aparato), hizo de la crítica que se ha hecho, con razón, a la casta que dirige el PSOE, indicando que este término era una ofensa a los militantes del PSOE, señalando que tales militantes no son casta, aclaración que era innecesaria pues nadie acusó ni a los electores ni a las bases del PSOE de ser casta. La crítica era a la dirección del PSOE, que ha estado muy distante de lo que sus electores y militantes desean y creen. Una gran mayoría de las bases del PSOE son de izquierdas; las políticas públicas de los equipos económicos del PSOE y su respuesta a la crisis no lo son ni lo fueron.
Por último, considero igualmente preocupante que el candidato vencedor, el Sr. Sánchez, acusara al movimiento Podemos de demagógico por incluir la propuesta de no pagar la deuda pública de España en los términos en los que tal deuda se expresa. Como he dicho en varias ocasiones, el término «demagogo» es ampliamente utilizado por las fuerzas conservadoras y liberales de este país para definir aquellas propuestas que afectan a sus intereses. Es de lamentar que el nuevo dirigente del PSOE utilice el insulto como estrategia de desprestigio del adversario. Por lo visto, el Sr. Sánchez no es consciente de cómo se ha generado la deuda pública en España, consecuencia de una estructura de gobierno del euro gobernada por el Banco Central Europeo (BCE), que sirve más a los intereses bancarios que no a las necesidades de los Estados miembros de la Eurozona. El BCE no es un banco central como puede serlo el Federal Reserve Board en EEUU, el Banco de Inglaterra o incluso el Banco de España cuando existía como banco central. El BCE imprime dinero, que se lo presta a unos intereses bajísimos a la banca privada para que esta compre deuda pública a unos intereses elevadísimos, que los Estados tienen que pagar al no estar protegidos por un banco central. En realidad, si el BCE fuera un banco central como el Federal Reserve Board, la deuda pública sería de un 30% del PIB en lugar de un 90%. Es, por lo tanto, justo y necesario que los países más afectados por esta situación, como Grecia, Portugal y España, exijan una redefinición de esta deuda pública. Es predecible que la banca llame a los que hacen esas propuestas «demagogos», pero es preocupante cuando un dirigente socialista también lo hace.
Vicenç Navarro. Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
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