Después de tres décadas de socialismo supuestamente planificado (1960-1990), a lo largo de las cuales lo que se «planificaba» por las estructuras de gobierno y Estado muchas veces se cumplía a medias, se perdía en el olvido por falta de control o de realismo, o en el mejor de los casos se ejecutaba de cualquier […]
Después de tres décadas de socialismo supuestamente planificado (1960-1990), a lo largo de las cuales lo que se «planificaba» por las estructuras de gobierno y Estado muchas veces se cumplía a medias, se perdía en el olvido por falta de control o de realismo, o en el mejor de los casos se ejecutaba de cualquier forma solo para cumplir el plan, los cubanos nos acostumbramos a vivir esperando (o sin esperar) a que la dirigencia política, financiada con las potentes subvenciones soviéticas, ideara una nueva «planificación».
Esta reorganización o proyecto entraba en nuestras vidas como una tromba, aunque luego podía desaparecer con la velocidad y consistencia del humo.
Aquella planificación idealista tuvo, sin embargo, un resultado: la gente se acostumbró a recibir órdenes y orientaciones en las que su decisión individual tenía poco o ningún peso. Si tenías un teléfono era porque el Estado te lo concedía; si viajabas, porque te lo permitía. y así hasta lo infinito.
Los años más duros de la crisis y carencias que siguieron a la desaparición de la Unión Soviética y sus subvenciones demostraron cuán poco preparado estaba el país para valerse por sí mismo, pues tantas planificaciones socialistas apenas habían logrado dotar a la economía nacional de una estructura capaz de sostenerse sin apoyos foráneos.
En los últimos seis, siete años, el Estado-gobierno-Partido único, dirigido por el general Raúl Castro luego de la salida del poder efectivo del hasta entonces máximo líder Fidel Castro, ha tratado de poner orden en la estructura económica y social con una planificación más realista, y lo refrendó con la elucubración de unos Lineamientos de la Política Económica y Social, aprobados como instrumento programático en el Congreso del Partido Comunista de 2011.
Amparada en esos lineamientos, la dirigencia ha introducido numerosos e importantes cambios en la vida económica y social de la nación. Pero entre el programa y la vida real, cotidiana, individual de los moradores de esta isla del Caribe, hay una distancia estresante que es la del desconocimiento de cómo, cuándo, en qué orden se concretarán las «actualizaciones» planificadas.
«El mayor número de ciudadanos vive al día (o más atrás del día), en malabáricas economías domésticas de subsistencia que se ven alteradas constantemente por un proceso de inflación que se desató en la década de 1990 y que no ha hecho más que incrementarse en una proporción inalcanzable para los salarios».
Me explico en dos palabras: a los cubanos les sigue resultando imposible, a pesar de las planificaciones, crear sus proyectos vitales pues cada vez deben modificarlos, rehacerlos u olvidarlos de acuerdo a lo que desde las alturas de decisión política les va llegando en el momento, la forma y con la intensidad que los rectores de la actualización decidan, con su elevada mirada macroeconómica o macrosocial, esas planificaciones o variaciones que muchas veces llegan sin que los ciudadanos tengan la posibilidad de hacer sus propias actualizaciones y replanificaciones.
Ahora mismo los cubanos que por una u otra vía han logrado capitalizar algún dinero tienen muy poca certeza de lo que será el futuro monetario del país, pues habrá una unificación de las monedas circulantes, pero sin una idea precisa de cómo ni cuándo se producirá, qué valor tendrá el dinero, etcétera.
Los aún más afortunados que, por ejemplo, aspiraban a adquirir un automóvil nuevo o de segunda mano vendido por el Estado, ahora tampoco saben si alguna vez, y cómo, podrán acceder a ese sueño que, por ocultas razones, sigue siendo controlado, limitado o negado por el Estado, aun cuando la venta de un automóvil en Cuba es uno de los más beneficiosos negocios con que pudiera soñar cualquier vendedor del universo (los autos nuevos están, o estaban, gravados con un 100 por ciento de impuestos, o sea, costaban el doble de su precio de mercado).
Pero esos afortunados son, como resulta fácil colegir en un país empobrecido, un porcentaje ínfimo de la población.
El mayor número de ciudadanos vive al día (o más atrás del día), en malabáricas economías domésticas de subsistencia que se ven alteradas constantemente por un proceso de inflación que se desató en la década de 1990 y que no ha hecho más que incrementarse en una proporción inalcanzable para los salarios que reciben los empleados públicos, que son alrededor de 80 por ciento de los que trabajan en Cuba.
Los artículos de primera necesidad (alimentos, higiene), además de la electricidad, el transporte y otros servicios se encarecen constantemente, según lo planificado centralmente, y dan al traste con la planificación con la que a duras penas se fueron arreglando cientos de miles de familias, millones de individuos.
Mientras se acerca otro cierre de año, la mayoría de los cubanos saben que ni las crípticas y poéticas predicciones que cada mes de enero hacen públicas los sacerdotes de Ifá (la santería, la religión animista y adivinatoria de origen africano más practicada en Cuba) les podrán dar una verdadera luz respecto a su futuro más inmediato, el que cada cual debe planificar para vivir su vida personal, la única que la biología (o tal vez algún dios), les concedió.
¿Cómo será el próximo año para los 11 millones de cubanos? Creo que ni el oráculo de Ifá lo sabe a ciencia cierta.
* Leonardo Padura, escritor y periodista cubano, galardonado con el Premio Nacional de Literatura 2012. Sus novelas han sido traducidas a más de 15 idiomas, y su obra «El hombre que amaba a los perros», tiene como personajes centrales a León Trotski y a su asesino, Ramón Mercader.