Con toda la razón del mundo Clara Mallo escribe, en un artículo publicado en el digital «la IzquierdaDiario«, que Twitter y Facebook se han convertido en lugares preferidos por la Policía y la Guardia Civil para dar caza y captura a todos aquellos que hacen pública su disconformidad con algunos de los pilares fundamentales del […]
Con toda la razón del mundo Clara Mallo escribe, en un artículo publicado en el digital «la IzquierdaDiario«, que Twitter y Facebook se han convertido en lugares preferidos por la Policía y la Guardia Civil para dar caza y captura a todos aquellos que hacen pública su disconformidad con algunos de los pilares fundamentales del régimen político establecido en España después de la muerte del dictador Francisco Franco.
Muchos de los internautas acusados y procesados en los últimos años -apunta Mallo– han sido detenidos en razzias organizadas en Internet, al más puro estilo macartista, como la ya conocida «Operación Araña», protagonizada por la Guardia Civil en contra de lo que ellos denominan «enaltecimiento del terrorismo» y «humillación a las víctimas». En estas operaciones, los chistes o comentarios críticos sobre la Corona o contra aquellos que desempeñaron el papel de sangrientos sicarios de la dictadura, como el almirante Carrero Blanco, son más que suficientes para arrastrarlos hasta el banquillo.
El caso de la reciente imputación de una twittera por referirse al «viaje aéreo» de Carrero Blanco merece ser puesto en relación con el contexto histórico del pasado siglo XX, estableciendo los nexos políticos con la situación actual, para extraer de esa relación las correspondientes consecuencias conceptuales.
¿Por qué lo que es conmemorable en Alemania y en Italia es condenable en España?
Vayamos pues a ello. El 20 de julio de 1944, el coronel del Ejército alemán Claus von Stauffenberg ejecutó un atentado contra Adolf Hitler que estuvo a punto de acabar con la vida del Führer. El atentado fue el desenlace de una amplia conspiración en la que participaron destacados miembros de la jerarquía militar germana, entre ellos el celebérrimo mariscal Rommel, que previendo el desenlace fatal de la guerra intentaron poner fin a la misma liquidando a quien en aquellos momentos la dirigía. Desgraciadamente, el atentado resultó fallido y los conspiradores fueron detenidos y fusilados, no antes de que algunos de ellos fueran sometidos a indescriptibles torturas en los siniestro locales de la Gestapo.
La verdad es que los conspiradores que intentaron apurar la muerte de Adolf Hitler no eran precisamente «demócratas» que desearan reconquistar las libertades perdidas del pueblo alemán. En realidad, se trataba de un grupo de militares de alta graduación que habian compartido la idelogia y los triunfos de nazismo mientras Alemania invadía Europa en una fulminante guerra relámpago, sin apenas contar con resistencia.
Pero cuando el Tercer Reich emprendió la guerra contra la Unión Soviética, la suerte del conflico bélico dio un giro de 180 grados. A partir de la derrota de Stalingrado, el Ejército germano no sólo empezó retroceder vertiginosamente sobre sus propios avances, sino que sufrió tal cadena de catastróficos desastres que en el curso de apenas dos años el Ejército Rojo lo ubicó nuevamente en las fronteras del Este de la misma Alemania. Era evidente que las fuerzas del III Reich iban a ser derrotadas sin paliativos. Fue en ese contexto en el que el grupo de jefes y oficiales, pertenecientes a las aristocráticas élites de la Wehrmacht, preparó el atentado contra Hitler con la finalidad de facilitar las negociaciones con las fuerzas aliadas occidentales, EE.UU., Inglaterra y Francia.
En la actualidad, la memoria de esos oficiales es conmemorada en Alemania con monumentos, nombres de calles, galardones, libros e incluso películas. El hecho no es extraño. Históricamente siempre se recuerda la memoria de aquellos que acabaron con la vida de los dictadores, los tiranos o los déspotas, aunque en este caso las intenciones de los protagonistas no fueran precisamente «libertadoras».
Y es que hasta el propio teólogo cristiano Santo Tomás de Aquino, tan recurrido y admirado por los sectores más ultramontanos de catolicos españoles, se refiere -en el capítulo séptimo de su Suma Teológica- a la legitimidad que encierra el acto mismo del tiranicidio. Es decir, de acabar con la vida los tiranos que tantos sufrimientos han provocado en sus gobernados.
Pero alguna suerte de «retruécano histórico» debe funcionar en España que trastoca las cosas al revés, que convierte lo bueno en malo, y lo malo en bueno. De ahí que hace unas pocas fechas la Audiencia Nacional española procesara a la joven Cassandra Vera, una estudiante de 21 años, por el terrible delito de publicar en la red social twitter chistes sobre el vuelo a los cielos de Almirante Carrero Blanco, ejecutado mientras ejercía las tiránicas funciones que le había encomendado el dictador. No se trata de un hecho baladí sino que, por el contrario, contiene en sí mismo una notoriedad releveladora, con connotaciones políticas e históricas que resultan difícilmente eludibles.
Las razones por las que España sigue siendo «diferente»
¿Por qué en Alemania se celebra, como un hecho histórico digno de conmemorar, el intento de ejecutar a Adolfo Hitler y aquí un acontecimiento similar es motivo suficiente para arrastrar hasta el banquillo a una joven estudiante de 21 años? ¿Por qué los italianos conmemoran también como una efeméride memorable la muerte a manos del pueblo italiano del tirano Benito Mussolini, y aquí reproducir en internet unos chistes en relación con el «vuelo a los cielos» del presidente del gobierno de una dictadura sangrienta puede acarrear para su autora dos años y medio de cárcel y tres de libertad vigilada?
Las conclusiones que se pueden colegir de que cosas como estas continúen produciéndose en España. están meridianamente claras. En este paiis no se ha producido realmente ningún cambio de régimen político en las ultimas siete décadas. En 1978 lo que se produjo fue una duplicación de la precedente dictadura sobre un modelo de nuevo cuño, con renovados protagonistas,ciertamente, con algunas libertades formales, pero conservando las esencias principales del régimen anterior. Esa es una de las razones por las que la jurisdicción excepcional de la Audiencia Nacional -cuyo antecedente significativo fue el Tribunal de Orden Público de la propia dictadura- se ve hoy en la necesidad de proceder en contra de aquellos que se atreven a convertir en objeto de humor la ejecución de uno de los suyos.
Por ironías de la historia, tuvo que ser la propia nieta del almirante Luis Carrero Blanco la que vino a poner en evidencia la torpeza política y profesional de quienes le incoaron un proceso a la joven Casandra Vera, con una carta dirigida al periódico El País en la que expresaba que «me asusta una sociedad en la que la libertad de expresión, por lamentable que sea, pueda acarrear penas de cárcel». Es decir, es a la propia nieta de Carrero a quien «le asusta» justamente aquello que en vida hacía su abuelo, y que le proporcionó a sus victimarios las razones para acabar con su vida. Toda una lección de historia.