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Reseña de la exposición de un precursor del sistema de intercambio de ideas y de trabajo en red sustraído al mercado del arte

Ray Johnson. «It is a nice day. How are you and all stuff?»

Fuentes: Rebelión

Ray Edward Johnson (1927-1995), hoy considerado mundialmente como padre del mail art (traducido generalmente al castellano como ‘arte por correo’ o ‘arte postal’), sigue siendo un artista tan desconocido para el gran público como la red que contribuyó a popularizar, alguien que incluso llegó a cargar con la muletilla de ser «el artista desconocido más […]

Ray Edward Johnson (1927-1995), hoy considerado mundialmente como padre del mail art (traducido generalmente al castellano como ‘arte por correo’ o ‘arte postal’), sigue siendo un artista tan desconocido para el gran público como la red que contribuyó a popularizar, alguien que incluso llegó a cargar con la muletilla de ser «el artista desconocido más famoso de Nueva York» (New York’s most famous unknown artist). El Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA) le dedica una exposición que durará hasta el próximo mes de enero.

El trabajo de Ray Johnson no puede más que dejar frío al crítico de arte típico. Comparte, sí, algunas de las características del pop art – escuela a la que pertenecía, aunque por su técnica él prefería definirse como «chop art artist» (por ‘chop’, corte en inglés)-, a saber : es ligero y aparentemente intrascendente, tiene un soterrado humor negro, hay un trabajo constante sobre temas recurrentes, private jokes y múltiples referencias a la cultura de masas y la subcultura gay. No se sabe exactamente cuándo empezó Johnson a enviar sus obras por correo: según muchos 1949, aunque hay quien asegura que en 1943 ya utilizó el correo como medio de expresión artística en su correspondencia con Arthur Secunda. Sí que sabemos que en los sesenta, establecido ya en Nueva York tras haber pasado por la Black Mountain College (donde tuvo como profesor a Josef Albers y conoció a John Cage, Elaine de Kooning y Jasper Johns entre otros), multiplicó estos envíos lo suficiente -empleando a amigos que franqueaban de manera encubierta los paquetes desde sus puestos de trabajo- como para bautizar la recién nacida red como New York Correspondance School, una parodia, al parecer, de un curso por correspondencia que ofrecía la New York School of Abstract Expressionism. Como escribe Stewart Home en El asalto a la cultura (Barcelona, Virus, 2004), lo cierto es que la extensión del movimiento Fluxus -con el que a pesar de estar inicialmente asociado, Johnson se distanciaría- y otros similares en esa misma época obligó a sus miembros a usar el correo para intercambiar ideas y objetivos. De la necesidad se hizo virtud, y pronto surgieron los sellos y los matasellos -que, por descontado, carecían de todo valor oficial- con los que adornaron las cartas y sobres que acompañaban a los collages. (La práctica, con todo, distaba de ser nueva, y pueden rastrearse precedentes hasta algunos experimentos dadaístas y surrealistas.)

Tras sufrir un atraco en el Lower Manhattan el mismo día en que Valerie Solanas atentaba contra Andy Warhol, Johnson decidió retirarse a Glen Cove, Long Island y después a Locust Valley, donde vivió modestamente hasta el fin de sus días. Allí Johnson continuó su trabajo e incrementó su actividad en la red de artistas postales al mismo tiempo que se fue apartando de la vida pública: desde 1975 dejó de exponer en las galerías de Nueva York y a partir de 1985 prohibió toda exhibición pública de sus obras. En sus últimas obras abundan las palabras ‘Failure’ (fracaso), ‘Not’ (no) y ‘Nothing’ (nada). En una carta a Albert M. Fine fechada el 10 de julio de 1965 escribe tan solamente: «Failure, failure, failure.» El 13 de enero de 1995 Johnson se suicidaba, siendo, al tenor de muchos, su última perfomance: «el 13 de enero de 1995, saltó por el puente de Sag Harbor en Long Island e hizo su última performance, se ahogó en las frías aguas del rio, su cuerpo fue encontrado al mediodía del sábado -reza la nota biográfica de Merzmail (http://www.merzmail.net/ray.htm)- Su suicidio fue meticulosamente preparado había cumplido 67 años el mes de octubre anterior (6+7=13), el lunes 13, cogió el coche y fue a la zona Sag Harbor a unas 70 millas de su casa, alquiló la habitación 247 (2+4+7=13) en el motel Baron’ Cove, fue a la oficina de correos, después aparcó alrededor de las 7 y 11 de la tarde en el parking 7-Eleven (7-11?) de un supermercado y alrededor de las 7 y 15 (7+1+5=13) se lanzó al río desde un puente.»

El interés de las obras de Johnson no radica, como se puede suponer, exclusivamente en sus obras, sino en haber sido uno de los iniciadores de un sistema de intercambio de ideas y de trabajo en red sustraído al mercado del arte, de modo tal que a principios de los setenta existían varios grupos que publicaban listas de direcciones para gente interesada en este tipo de toma y daca, y como señala Home, al poco tiempo lo «que había sido un grupo de unos cientos de personas mandándose mensajes más o menos locuelos, de repente había mutado en miles y miles de individuos comprometidos con una nueva forma cultural.» Johnson además animó a los receptores de sus obras a añadir, completar, reenviar y devolverle la obra, enriqueciendo el objeto artístico -convertido en terreno de experimentación constante- con nuevas capas y haciendo muy difícil determinar dónde termina el trabajo de Johnson y empieza el de otro. No por casualidad una de sus series se tituló ‘Dolar bill’ (Billete de dólar), y en ella propuso a conocidos representantes de la cultura de masas y del arte codo junto a personas anónimas como nueva imagen del billete estadounidense. A todo ello hay que añadir que Ray Johnson casi nunca vendió alguna pieza suya de mail art. De hecho, se dice que en los cincuenta llegó a vender sus ‘moticonos’, recortes de fotografías de famosos (Elvis Presley, James Dean Marilyn Monroe y Shirley Temple) pegados y pintados sobre sencillos cartones, en la esquina del Lower East Side, donde trabajaba como dependiente de una librería en la que accedió a literatura sobre zen y taoísmo.

Visto retrospectivamente, puede afirmarse que con su red descentralizada de participantes y su fomento del autor colectivo, al hacer que diferentes personas (que son simultáneamente productores y consumidores de la obra) dejen su huella personal sobre la pieza, el mail art fue tanto el embrión de las posteriores identidades colectivas (Karen Eliot, Mario Rossi, Bob Jones, Luther Blissett y un largo etcétera, todas ellas nacidas en estas redes) como del net art, movimientos, sin embargo, que adolecen de las mismas flaquezas que la matriz de la que proceden: «El éxito popular del mail art se consiguió al precio de abandonar todo rigor teórico», escribe Home. «La gente que participa en esta red busca -por lo general- una actividad que refuerce una percepción de sí mismos como seres creativos, y mas allá de eso no tienden a ser particularmente críticos acerca de sus objetivos. El fenomenal crecimiento del mail art está en parte conectado con la expansión de la enseñanza media y superior durante los años 50 y 60. Para aquellos que lo perciben como arte sirve de simulacro y sustituto de las recompensas que la educación superior les prometió y nunca les proporcionó. De entre los millones de estudiantes que pasan por las escuelas de arte, sólo unos pocos siguen realmente una carrera como artistas profesionales.» Al juicio de Home cabe añadir que los museos han conseguido reintegrar a muchos de estos artistas postales en el circuito comercial, al precio de desdentar al león para exponerlo al público. Corolario y aviso para navegantes: «En tanto que red abierta, -concluye Home- el sistema de mail art tiene enormes posibilidades, pero para que éstas se realicen la mayoría de los participantes tienen que llegar a ser plenamente conscientes de la corriente subversiva de la que sus envíos son una parte incoherente.» También Johnson envió dos cartas al Museo Guggenheim. Claras y concisas, ambas tenían el mismo texto: «Dear Guggenheim Museum, I hate you. Love, Ray Johnson.» («Querido Museo Guggenheim, te odio. Con amor, Ray Johnson.»)

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.