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Realidad y compromiso en el pintor Manuel L. Acosta

Fuentes: Rebelión

En la extensa obra del artista Manuel L. Acosta hay pinturas que llaman la atención por su plasticidad y poder expresivo. Son cuadros que convocan a la reflexión y a la toma de conciencia. Una doble dimensión humana que convierte al artista en un retratista de su época y en enemigo declarado de las injusticias […]

En la extensa obra del artista Manuel L. Acosta hay pinturas que llaman la atención por su plasticidad y poder expresivo. Son cuadros que convocan a la reflexión y a la toma de conciencia. Una doble dimensión humana que convierte al artista en un retratista de su época y en enemigo declarado de las injusticias sociales, la depredación ecológica y las guerras insensatas.

Los mineros y el Tío

Es interesante observar cómo un pintor de origen malagueño puede sentirse seducido por el tema concerniente a los mineros bolivianos, cuyos antepasados fueron los mitayos de la colonia en tierras americanas. Se tratan de imágenes del más puro realismo que, intitulados «Y Dios creó al hombre» y «Mineros», nos transportan en la imaginación hacia los ámbitos telúricos del macizo andino, donde reina no sólo el Tío (deidad, dios y diablo de las minas), sino también la grandiosa y dadivosa Pachamama (Madre-Tierra), quien encierra en sus entrañas las riquezas minerales y, en su condición de divinidad femenina, es la principal fecundadora de la naturaleza. 

La pintura de Manuel L. Acosta, inspirada en fotograf ías captadas en el interior de la mina, es una revelación del trabajo dantesco de los mineros que, por su mente proclive a las supersticiones y el sincretismo religioso entre el paganismo ancestral y el catolicismo occidental, conviven en armonía con sus deidades del bien y del mal, como es el caso del temible y venerado Tío, cuya estatuilla de greda y cuarzo fue captada en plenitud por el fotógrafo suizo Jean Claude Wicky.

Los mineros, retratados con un trasfondo oscuro que contrasta con la luz fosforescente de las lámparas enganchadas en los guardatojos (cascos de protección), destacan con su fortaleza física, casi ciclópea y metálica, sujetando la perforadora en sus manos nudosas y taladrando la roca por encima de sus hombros desnudos debido a las altas temperaturas que se presentan en las galerías más recónditas de la mina.

El artista, acaso sin saberlo, está hermanado con los grandes muralistas bolivianos, como Miguel Alandia Pantoja y Wálter Solón Romero, quienes pintaron de un modo monumental la trágica realidad de los trabajadores del subsuelo, exaltando sus luchas, triunfos y derrotas, no sólo para dejar constancia de que fue una clase social revolucionaria por excelencia, sino también porque los mineros constituyeron la columna vertebral de la economía nacional durante el siglo XX. Fueron ellos quienes arrojaron sus pulmones para enriquecer a las oligarquías y fueron ellos las víctimas de la explotación capitalista.

Extraña mucho que este pintor malagueño, cuya infancia transcurrió en el norte de África, pinte la realidad de los Andes con tanta precisión como pinta las comarcas y los paisajes pirenaicos, los parajes solitarios y las altas montañas, tan duras y áridas como las del altiplano boliviano.

Sensibilidad y compromiso

Manuel L. Acosta, desconcertado ante el misterio de la creación y la vida, nos transmite, con sensualismo y dominio del oficio, manifestaciones visuales que su sensibilidad supo reelaborar en su fuero interno como revelando negativos en una cámara oscura, con matices diversos, donde resalta la mezcla de rojos y azules, claroscuros y contrastes que requieren los objetos atrapados en una magnífica obra de arte

No cabe duda de que estamos frente a un artista cuyas pinturas al óleo son una permanente búsqueda de técnicas que, unas veces retratando escenas de la vida real casi con precisión fotográfica y otras veces experimentando con técnicas surrealistas y abstractas, le permitan rescatar los colores a base de transparencias y nuevas texturas, en afán de crear obras destinados a trascender más allá de las galerías de arte y del ámbito comercial que tiende a estrangular al artista.

No es menos ponderable su actitud humanista, principio y fin de su credo pictórico. Se declara artista comprometido con su realidad y su tiempo, no en vano sus cuadros reflejan una clara preocupación social y existencial; una ideología que, identificada con los desposeídos y maltratados, queda plasmada en gran parte de su obra. Es cuestión de contemplar esa serie de pinturas dedicadas a la represión política, la tortura y el crimen institucionalizado por los sistemas de poder, que todavía están latentes en el pozo oscuro de la memoria colectiva de un continente que se desangró durante las dictaduras militares, cuyos atropellos de lesa humanidad sembraron el pánico y el terror.

Sin embargo, como todo artista de fuste, va mucho más allá de la simple observación del drama humano y las injusticias sociales, pues tiene cuadros que abordan tanto la naturaleza muerta como las revelaciones oníricas en sus más diversas facetas, sin caer en la pura expresión estética y decorativa, ni en el mundillo comercial donde suele degenerar el arte.

Manuel L. Acosta es un caso singular en este contexto, puesto que, a diferencia de los pintores comerciales que ejercen el arte por el arte, ha puesto su sensibilidad y talento al servicio de una causa justa. No en vano sus pinturas de denuncia social, que abordan los temas de la represión política, la tortura y el crimen, son gritos lacerantes de protesta y lo ubican entre los pintores que decidieron apostar por un modelo de sociedad más equitativo que el que ofrece el despiadado sistema imperante.

Manuel L. Acosta, consciente de que su obra es el reflejo y testimonio de su modo de percibir el entorno, forma parte de una pléyade de pintores modernos que, lejos del abstraccionismo decorativo y las modas impuestas por el mercado, busca expresiones pictóricas realistas con una carga mucho más humanista y espiritual, en un certero intento de trocar la realidad contemplada en una bella obra de arte.

Perfil del artista

Nace en Málaga, España, en 1944. En 1949 su familia se traslada a Tharguíst (Marruecos). Pasa su infancia en el norte de África. Con 12 años va a vivir a Plan, villa del valle de Chistau, en los Pirineos de Huesca. Años más tarde se traslada a Cataluña y sigue con intensidad los cambios derivados de la transición política. Actualmente está vinculado al movimiento ecologista Alternativa Verde.

Desde muy temprana edad siente interés por el arte y estudia el arte griego y el Renacimiento de manera especial. A los 18 años entra en la escuela-taller del maestro Eduard Tárrega, donde perfecciona el dibujo y la técnica pictórica, iniciando su participación en exposiciones y certámenes, en los cuales logra premios y reconocimientos.

Su primera etapa como pintor está influenciada por artistas que, como Honoré Daumier, transmitían la crítica social a través de sus obras. Reconoce también influencias del Goya negro, de la pintura expresionista y de artistas como Schiele, Von Stuck y Caspar Friedrich, así como las tendencias más abstractas y libres de Barceló o Antoni Clavé, que perfilan su actual estilo.