Conozco a Ángel Viñas desde hace muchos años, aunque ya antes de conocerlo personalmente había leído muchos de sus libros. Historiador, Técnico Comercial del Estado y diplomático, Ángel Viñas (Madrid, 2 de marzo de 1941) es, como se sabe, especialista en la guerra civil y el franquismo, particularmente en lo que se refiere a desmontar […]
Conozco a Ángel Viñas desde hace muchos años, aunque ya antes de conocerlo personalmente había leído muchos de sus libros. Historiador, Técnico Comercial del Estado y diplomático, Ángel Viñas (Madrid, 2 de marzo de 1941) es, como se sabe, especialista en la guerra civil y el franquismo, particularmente en lo que se refiere a desmontar los mitos creados por la historiografía franquista y que siguen repitiendo hoy muchos en España sin ninguna base documental fiable. El “oro de Moscú”, la “conspiración comunista” para hacerse con el poder y desbancar a los republicanos moderados, y un largo etcétera constituyen toda una serie de fabulaciones destinadas a justificar la necesidad del golpe militar franquista. Las investigaciones de Viñas, rigurosas y bien fundamentadas, han conseguido restablecer la verdad histórica.
Últimamente, Viñas ha publicado varios libros sobre aspectos relacionados con las finanzas de Franco, en los que éste, para sorpresa de muchos españoles, aparece como un auténtico depredador. Sí, aquel dictador sangriento era para muchos españoles un asesino “honrado”, es decir que asesinaba (o mandaba asesinar), pero no robaba. La que arramplaba con todo, particularmente joyas y antigüedades, sería únicamente su esposa, apodada “la Collares”, por los que solía llevar de perlas de varias vueltas, terror de todos los joyeros de España, que habían establecido un fondo común para protegerse de los frecuentes expolios de que eran objeto cada vez que “la Collares” se encaprichaba con una valiosa joya. ¿Qué joyero se hubiera atrevido a pasarle la factura a doña Carmen al Pardo? Así, es que en el imaginario se fue difundiendo cada vez más la idea de un dictador, con todas las lacras que suelen acompañar a este tipo de personajes, a quien se podía acusar de todo menos de ser un ladrón. Incluso, desde hace algunos años, se nos ha querido vender la imagen de un Franco como un “abuelete” inofensivo, si bien a veces algo gruñón y autoritario. A Franco, le habría interesado sobre todo el poder, pero no el dinero. Eso eran cosas de su mujer. Pues bien, esta creencia tan generalizada es la que ha desbaratado Viñas con sus nuevas investigaciones sobre las finanzas de Franco. Nuestra conversación con Viñas gira sobre todo en torno a este tema.
Ángel, has consagrado la mayoría de tus libros a la defensa de la Segunda República Española frente al alzamiento franquista- La soledad de la República, El escudo de a República, El desplome de la República– y a desmontar los mitos del 18 de julio, como lleva por título uno de tus libros, siempre sobre la base de documentos de archivo fiables. Últimamente, parte de tus investigaciones se han centrado en desvelar la “compra de voluntades” de generales españoles por parte del Gobierno británico. Ángel, ¿iniciaste esta investigación, que daría lugar a tu obra Sobornos, tras la desclasificación de algunos documentos británicos relativos al soborno de algunos generales españoles para evitar que España entrara en la Segunda Guerra Mundial al lado de Alemania, o bien ya tenías previamente el proyecto deliberado de investigar el tema? ¿Ignoraba la Inteligencia británica que a Hitler no le interesaba para nada la entrada, a su lado, de España en la guerra mundial? ¿Crees que las autoridades franquistas, aunque sabían pertinentemente que España no entraría en la guerra, hicieron el paripé de que podrían hacerlo con el objeto de cobrar gruesas sumas de dinero del Gobierno británico?
Me preguntas, implícitamente, si persigo algún plan de investigación prefijado. El único que he tenido desde el principio es restablecer facetas del pasado ateniéndome a un análisis crítico de las evidencias primarias relevantes de época. Lo hice cuando era un principiante, hace cincuenta años, y sigo haciéndolo hoy. En todos mis libros, o casi todos, explico lo que me ha llevado a ellos. En el que traté de la fortuna de Franco (amén de otros temas) la idea me la dio un periodista hace muchos años, Javier Otero, de la revista TIEMPO. Me preguntó por qué en las cuentas de Franco que tenía y tiene en su colección de documentos la Fundación Nacional del mismo nombre (y, desde hace unos años, digitalizados en gran parte y disponibles en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca) aparecía un concepto de ingresos por ventas de café.
En los años setenta yo había dirigido una investigación masiva sobre la política comercial española durante la República, la guerra civil y el franquismo (basada en EPREs) y no me cuadraba que Franco importase café ni que hubiese abierto, por persona interpuesta, un comercio para vender tan preciado producto en 1940, en plena guerra europea. Volví al tema cuando me propuse desmitificar algunos rasgos del comportamiento de Franco (su más que rápida adopción del Führerprinzip nazi -su voluntad era ley-, las Leyes Reservadas de la Jefatura del Estado, su querencia pronazi en el período anterior a la guerra europea, etc). Al final, se convirtió en un capítulo del libro La otra Cara del Caudillo en el que demostré que, mientras sus soldados morían en el frente o se desangraban en los hospitales de retaguardia, él se forraba el riñón. Era preciso investigar lo que había detrás del documento que publicó Otero.
Sobre los sobornos británicos a Franco reconozco que era un tema muy conocido que destapó hace muchos años un historiador irlando-canadiense amigo mío, Denis Smyth. Pero en 2013, los ingleses desclasificaron unos documentos complementarios y los abrieron al público en los archivos nacionales. Peio H. Riaño, que entonces trabajaba en EL CONFIDENCIAL, me preguntó si podía decir algo más de lo que se había publicado en EL PAIS y, creo, en el ABC, unas cuantas pinceladas en las que aparecía el nombre de Juan March. Fui a Londres, fotocopié los legajos desclasificados amén de muchos otros y, para cumplir, escribí una serie de articulitos. Al hacerlo, me di cuenta de que había detrás muchísimos aspectos que no se conocían, a pesar de los libros publicados por Smyth y muchos otros después. El resultado fue “Sobornos”, la primera vez que alguien reconstruyó completamente la operación y que fue la base fundamental sobre la cual se edificó la política británica para mantener a España fuera de la guerra al lado de Hitler, que naturalmente también manejó otros instrumentos (políticos, económicos y militares). Todo muy interesante, pero que ignoraban lo fundamental.
En ambos casos, he sido criticado acerbamente, pero nadie ha dicho que aquello no respondió a los hechos. Debo declarar, alto y claro, que, como la base documental es contundente, varios historiadores y periodistas españoles han llegado a afirmar que todo fue un montaje del embajador británico en Madrid y de alguno de sus funcionarios para estafar al Tesoro británico. Naturalmente, lo han afirmado, y han encontrado crédulos que se fían de ello, sin haber visto un papel inglés de la época. Debe aplicárseles, pienso, el recio dicho castellano del que cree el ladrón que todos son de su condición.
Tengo que decir que uno de los que más me sorprendió que cobrara fue el general Varela. Cuando a éste lo nombraron en 1945 alto comisario de España en Marruecos, el Foreign Office hizo grandes elogios de él por considerarlo monárquico y “amigo de los aliados”, y, luego, con ocasión de su fallecimiento en 1951, el informe del cónsul británico en Tetuán al Foreign Office se refiere al mencionado general como a alguien “personalmente honrado”, hasta que tú, en tu libro Sobornos demostraste, basándote en tus investigaciones en los Archivos Nacionales británicos, que se había dejado comprar por los británicos, para que España no entrara al lado de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Y es que Varela se había casado en octubre de 1941 con Casilda Ampuero de Gandarias, una de las mujeres más ricas de España, y no necesitaba ese dinero, aunque, como tú bien dices, “a nadie le amarga un dulce”. Yo, de Varela conozco sobre todo su gestión como alto comisario de España en Marruecos. ¿Qué opinión te merece este general franquista en términos generales?
Lo sé. También sé que Varela, casado con una mujer rica, no hacía ascos a la posibilidad de ganarse algún dinerillo extra. No puedo entrar en sus motivaciones. La experiencia diaria nos muestra en las noticias de los periódicos que existen fulanos que no dudan en amasar y amasar más de lo que pueden gastarse ellos y varias generaciones. Varela, personalmente muy valiente, no me inspira ningún sentimiento de simpatía. Dicho esto, con el debido respeto a sus hagiógrafos. Lo que dijera, a su fallecimiento el cónsul británico en Tetuán, no me sirve de prueba. En primer lugar, porque, probablemente, no conocía bien la historia del consulado en los años cuarenta (no imagino que los británicos dejaran la documentación del mismo mucho tiempo allí ante una España potencialmente beligerante. Tampoco lo hicieron con los consulados de Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife, por razones similares). En cualquier caso, el cónsul tenía, por fuerza, que ignorar la operación SOBORNOS, cuya inspiración y gestión en la época solo fue conocida de muy pocos altos funcionarios en Downing Street, el Foreign Office, el Tesoro y, tal vez, los militares más próximos a Churchill, quien inspiró la operación. Varela fue un hombre cruel, simpático y dicharachero, como buen gaditano. Sin demasiados escrúpulos, ni con el dinero ni con la sangre… de otros.
Se supone que, después de terminada la guerra de España, Franco tenía que haber devuelto a los donantes lo que éstos habían aportado a la llamada Suscripción Nacional (SN). ¿Lo hizo o los donativos fueron a parar a una cuenta a nombre de Francisco Franco Bahamonde, cuenta que se confundía con la destinada a gastos de guerra? ¿Podrías explicarnos en unas palabras en qué consistía exactamente este truco, que le permitió a Franco embolsarse millones de pesetas, jugando con el equívoco de que las dos cuentas, la personal y la asignada a la “suscripción nacional”, no estaban bien deslindadas y no se distinguía muy bien lo privado de lo público?
No. No. Lo que los donantes entregaron no fue para que se lo devolvieran. Fue para la CAUSA. Muchos lo hicieron voluntariamente, otros forzados y muchos para no significarse. Tampoco hubo ningún truco. Franco se hizo con una fortuna a través de dos canales demostrables y, quizá, un tercero ya no demostrable. El primero fueron las transferencias de fondos abonados a ciertas suscripciones “nacionales” (empezó a hacerlo a las tres semanas de su “exaltación” a la Jefatura del Estado). El segundo, otra práctica cuando menos moralmente reprobable (venta del café que envió a España el dictador brasileño Getúlio Vargas por el intermedio de la CAT -Comisaría de Abastecimientos y Transportes- y abono del contravalor -no a precios de mercado negro sino de tasa- en sus cuentas en el Banco de España amén de cobrar un sueldecillo de la Telefónica -en manos norteamericanas). Y un tercer canal del que no puede decirse nada porque no ha quedado documentación que lo demuestre: los fondos autoasignados a la Jefatura del Gobierno y a la Jefatura del Estado. Toda la documentación que se utilizó para formar la Cuenta General del Estado durante la guerra desapareció. Y, aun cuando se hubiese conservado, hubiese sido imposible separar las detracciones “legales” que hiciera Franco para sufragar gastos “legales” de otras que fueron a sus bolsillos. Hay que tener en cuenta que Franco no derogó la añeja Ley de Contabilidad y Administración de la Hacienda Pública de 1911, que fue reforzada en los últimos de la Monarquía y a la que la República no tocó, que yo sepa. Si no tuvo escrúpulos en estafar a los donantes, hay que imaginarse que menos escrúpulos tendría para meter la mano en los dineros públicos.
Otro medio de enriquecerse, además de los donativos tanto en metálico como en joyas y en oro, fueron las fincas que recibió de regalo, como el famoso pazo de Meirás, cuya adquisición, contrariamente a la propaganda/leyenda difundida por el franquismo, no fue una donación del pueblo gallego, sino que fue financiada con aportaciones obligatorias. Tú te refieres en tu libro a los donativos de otras fincas, pero me extrañó no ver en esa relación el Palacio del Canto de Pico (Torrelodones), una finca en Arroyomolinos, y el edificio de Hermanos Bécquer en Madrid, donde la hija del dictador residió muchos años hasta su muerte, amén de palacios, chalés y pisos por toda España, así como aparcamientos, a menos que todas estas propiedades fueran adquiridas posteriormente con el dinero detraído al asignado a la Suscripción Nacional. Según el periodista Mariano Sánchez Soler, el que más ha estudiado el patrimonio de los Franco y su familia, el dictador dejaría a su muerte mil millones de pesetas, es decir, 6,01 millones de euros. Aunque es imposible saber hoy a cuánto asciende el capital de los Franco, se dice que ascendería a seiscientos millones de euros. Para un señor cuya nómina ascendía en noviembre de 1935, siendo jefe del Estado Mayor, a 2.493 pesetas, no está nada mal.
Al mismo tiempo, los hagiógrafos de Franco Payne/Palacios (Franco, una biografía personal y política) afirman que “ni la malversación de fondos ni el cobro de comisiones fueron nunca practicados por Franco”, lo cual nos lleva a pensar que con Franco se produjo el milagro de los panes y los peces, solo que, en este caso, el milagro serían los millones de pesetas. Ninguno de los biógrafos, o, más bien, hagiógrafos, de Franco- Ricardo de la Cierva o Luis Suárez Fernández- hacen la menor alusión a tan milagrosa multiplicación, como tampoco lo hace su primo Francisco Franco Salgado-Araujo, a pesar de que se permite hacer alguna crítica a su ilustre pariente, claro que después de muerto éste. En cualquier caso, no es de extrañar que “Pacón” no dijera ni pío sobre estos latrocinios, de los que era su principal encubridor y cómplice.
Yo no me he interesado por los fondos acumulados por Franco a lo largo de su carrera. Son un tema interesante, pero, si me apuras, menor en entidad. Yo me centré en el origen. Mencioné de pasada algunas “donaciones”. Hubo otras. Abordé con cuidado la mecánica que llevó a su inversión en la finca Valdefuentes, bajo la forma de una sociedad de responsabilidad limitada. Tenía un notario y un abogado de papel que, naturalmente, se encorvaron como las ramas del proverbial sauce. El proceso está al alcance del público y las escrituras de constitución se encuentran en el archivo mercantil de Madrid. No hay que irse al quinto pino. Ahí se ve cómo optó por la forma de SL en vez de SA, después de haberse promulgado el 17 de Julio de 1951 la correspondiente ley.
Personalmente, lo que dice Payne o su coautor (un exnazi reconvertido en periodista) me importa un pepino. Su biografía es atroz. Me incitó a coordinar un número extraordinario de la revista académica digital HISPANIA NOVA (que puede leerse en la Pampa, Vladivostok o cualquier universidad a lo largo y a lo ancho del planeta) dedicada a rebatir las barbaridades (históricas) que afirman. A mí, claro está, me daría vergüenza escribir cosas como las que ellos escriben, pero quizá tenga un sentido de la labor del historiador del que carecen. Lo único que encuentro interesante de ese libro es la muy poco velada alusión que hacen al final al “desconocido” paradero de los papeles de Franco (que no son los que se encuentran en la Fundación del mismo nombre) sino que -insinúan- probablemente los tenga la familia. A mi esa referencia no me extrañó. Ya me habían dicho, allá por 1981, que era muy verosímil que ello fuese cierto. Lo puse en conocimiento de a quién correspondía, pero no se hizo, que yo sepa, nada. Que la pareja los buscaba explica que poco antes escribieran otra biografía de Franco gracias al testimonio de su distinguida hija que, naturalmente, carece de cualquier valor histórico.
Yo ya me he cansado de decir que, desde principio de los años setenta, antes de la muerte de Franco, Payne había encontrado su camino de Damasco. La prueba documental figura en algunos papeles de Ricardo de la Cierva (otro “genio” de la historia) que se conservan en Salamanca y que di a la luz, creo, en un libro de 2013. Me ha valido algunos improperios. Son autores que esconden la mano y tiran la piedra. Unos héroes de la historiografía.
¿Crees que los mecanismos para hacer que los donativos de la Suscripción Nacional (SN) fueran a parar a la cuenta personal del jefe del Estado fueron ideados por Franco, o fueron su hermano Nicolás o su primo “Pacón” quiénes tuvieron tan brillante ocurrencia? Parece que se le ocurrió a él, aunque contara con la complicidad de otros para ponerlo en práctica. ¿Entra aquí en juego el Führerprincip, al que consagras tantas páginas en tu libro La otra cara del Caudillo? ¿Podrías decir unas palabras sobre las similitudes y diferencias entre el Führerprincip de Franco y el de Hitler? Tú estableces un paralelo entre Franco y Hitler, que aproxima a Franco a este último en varios aspectos, aunque en algún momento dices que Franco dejó a Hitler “en mantillas”.
No creo personalmente que Franco (de quien se dice que había leído muchas obras de historia, economía, etc) hubiese tenido contacto con las teorías de Carl Schmitt o de los juristas nazis que defendieron el principio de que la voluntad del Führer fuese ley (“der Führerwille ist Recht”). Pero en torno suyo sí hubo jurídico-militares que fueron sensibles a ellas. El hecho es que rápidamente se incorporaron a lo que los sublevados entendían como ley. Franco fue más respetuoso con las apariencias que Hitler. Este, por ejemplo, dejó de reunirse con sus ministros en Consejo. Despachaba con cada uno por separado y hacía después lo que le daba la gana a través del ministro correspondiente o de los órganos ejecutivos del nacionalsocialismo. Franco, hombre apegado a la tradición, reunía al Consejo de Ministros, pero jurídicamente se preocupó de dejar sentado que, en último término, la decisión la tomaba él, de nuevo a través de la capacidad ejecutiva del ministro correspondiente. Esta perla jurídica duró tanto como la dictadura. En la terminología propia del momento se habló del efecto de las “leyes de prerrogativa”, reforzadas en el BOE a finales de enero de 1938 cuando se formó el primer Gobierno. Hay nombres que pudieron estar detrás. Cabe excluir a “Pacón” (más ignorante y más torpón que su primo hermano) y probablemente también a Nicolás. Yo me inclinaría por algunos jurídico-militares, de nombres conocidos pero no puedo demostrar mi intuición. También es verdad que nadie, que yo sepa, ha trabajado en sus papeles. Algunos sé que existen.
¿Crees que los poderes omnímodos que le otorgaron, su visión de España como su “coto privado” o su “cortijo”, su convicción de ser él solo responsable “ante Dios y ante la Historia”, lo indujeron a pensar que podía permitírselo todo? Tú destacas en un momento dado los rasgos narcisistas de Franco y es muy cierto que muchos de los rasgos narcisistas que describes podrían serle aplicables. Pero ¿se creía Franco realmente superior o simulaba serlo porque en el fondo tenía un gran complejo de inferioridad? Voz atiplada, regordete, chaparro, era lo más opuesto al militar esbelto y gallardo que le habría gustado ser. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
Yo no soy, ni he querido ser, biógrafo de Franco. Sigo creyendo que la biografía escrita por Paul Preston recoge los rasgos esenciales. También hay otras. No he pretendido ni suplantarlas ni rectificarlas. Muchas de las facetas que he descubierto no figuran, o figuraban, en ellas. Por lo demás, hay que tener cuidado con la aplicación de la noción de “complejo de inferioridad”. Es posible que, al principio, cuando no lo conocía ni su padre, lo tuviera y lo sublimara. También es posible que terminase creyéndose que era un superhombre, si no à la Nietzsche sí à la Cid. Tenía un sentido agudo de las relaciones públicas, fue “pelota” cuando tuvo que serlo, le devoraba una ambición desbordante (el episodio de su primer y único intento en conseguir la Laureada por méritos de guerra es muy relevante) y siempre supo rodearse de gente que le alabó por encima de toda medida. Lo de que creyese que España era su “finca” no creo que fuese muy certero, pero no puedo entrar en la compleja sicología de Franco. Eso, que lo hagan los sicoanalistas. Yo reconstruyo acciones, porque son las que dejan huella documental. Por lo menos, hasta cierto punto. Lo que tú dices de mi tratamiento de los rasgos narcisistas de la personalidad de Franco lo discutí largo y tendida con una siquiatra española que hizo su carrera en Alemania y en el Reino Unido y que, lógicamente, no estaba “contaminada” por el respeto reverencial que en España se tiene todavía en ciertos círculos hacia la figura de Franco. Esta doctora me dio el nihil obstat y así lo indiqué en mi libro. Nunca me visto con ropa que no es la mía.
Me ha hecho gracia cuando describes a Franco como de “plastilina”, es decir moldeable o adaptable a cualquier situación o circunstancia según su conveniencia. Un personaje totalmente camaleónico. Así, cuando terminó la guerra en 1939 y los donativos a la “causa nacional” escasearon o cesaron, Franco se convirtió nada menos que en “vendedor de café”. Las páginas que consagras a lo que denominas “Operación café” nos sorprenden y nos hacen ver hasta qué punto Franco era capaz de recurrir a cualquier medio con tal de sacar dinero. Todo ello a la chita callando. A través de la Comisaría de Abastecimientos y Transportes (CAT), Franco vendió a la mayoría de las provincias españolas enormes cantidades de café, cuya venta ascendió a 7.536.140, 88 pesetas que fueron a parar a una de sus cuentas bancarias. Como bien dices, esta operación revela rasgos esenciales en el comportamiento de Franco, como su opacidad y su cautela. Es evidente que para llevar a cabo la “Operación café”, Franco contó con las complicidades de “gente de mano”. Y es que Franco cuidó mucho rodearse de fieles, de gente cuya adhesión fuese “inquebrantable”. En este sentido, la profusión de regalos fue tal que le permitió ser generoso con toda una serie de personas que le interesaba tener de su lado. Habiendo servido largos años en el ejército español en Marruecos, sabía bien la importancia de la “compra de voluntades” para tener bien sujeta a la gente, solo que, en vez de ser como en Marruecos, la compra de “caídes adictos”, aquí se trataba de la compra de españoles “adictos al régimen”. ¿Qué piensas de todo ello?
Bueno, que Franco supo rodearse de gentes que le servían bien es un hecho concluyente. Lo demostró cuando preparó concienzudamente la forma y manera de deshacerse del general Balmes en julio de 1936. Es un tema al que he dedicado una parte de un libro y un grueso tomo con la ayuda de un piloto y de un anatomopatólogo. Nunca le faltaron auxiliares. No hay que olvidar que Franco representaba la encarnación viva de muchos de los odios y miedos que habían sentido durante los años republicanos, que azuzó la propaganda de guerra hasta la extenuación y que, lógicamente, llegaron a creérsela: la necesidad de eliminar política e incluso físicamente a los “enemigos de la Patria”, entendiendo por tales a todo lo que representaba la normalidad: liberales, socialistas, comunistas, anarcosindicalistas, masones, librepensadores. Es decir, la “anti-España”. Azuzados por una Iglesia de Cruzada antes de que la guerra la pusiera en una posición preeminente. Fue el trasunto de la “Ecclesia militans” contra los herejes. No es de extrañar que a los masones que abjuraban de su pertenencia a la Secta (casi siempre con mayúscula) se les obligara a aceptar todos los dogmas de la Iglesia, empezando por los asentados en el Concilio de Trento.
Las inseguridades de Franco, su temor a verse sin medios económicos y su obsesión por amasar un buen peculio ¿no revelan, en realidad, a un personaje acomplejado por sus orígenes sociales y las estrecheces que conoció en su casa? A él le habría gustado ser un aristócrata, cuando, en realidad, era de clase media baja. ¿Sabías que su coche llevaba el escudo de los Andrade, una familia de la aristocracia gallega, con cuyo nombre- Jaime de Andrade- firmó su engendro de novela Raza? El protagonista de “Raza” representa el ideal de lo que a Franco le habría gustado ser. Muy revelador. ¿Crees que estos factores pudieron influir en su apego al dinero?
Personalmente creo que Franco debió de ser algo inseguro en el momento (como muy tarde hacia finales de abril de 1936) en el que ya consideró sumarse a la sublevación. Pasó a la acción un mes y medio más tarde, pero quizá con la mente puesta en el destino que le tenía reservado el teniente general Sanjurjo, nada menos que la bicoca de Alto Comisario de España en Marruecos, una de las ilusiones de su vida. En este aspecto, me fío de lo que dijo de él Pedro Sainz Rodríguez, que llegó a conocerlo como si lo hubiese parido. De haber triunfado el golpe de Estado es muy probable que hubiera ido a Marruecos. Como no triunfó, y de pronto se encontró receptor de las ayudas de Hitler y de Mussolini, debió de pensar dos cosas: que tenía que vivir bien de todas las maneras y que el destino (o el “ángel de la guarda”) le había puesto en una excelente situación para “colarse” en el hueco que habían dejado las muertes de Calvo Sotelo y, sobre todo, de Sanjurjo. Luego, Caudillo, pudo poner en marcha todas sus fantasías. La versión original de “Raza” es un compendio maravilloso de los rasgos más grotescos de su personalidad.
Ángel, creo que, gracias a tus investigaciones sobre esta faceta oculta de Franco- la de sus finanzas- , se han podido desentrañar muchos rasgos de su carácter, en los que predomina siempre el secretismo y la opacidad. Aunque aún queda mucho por investigar, tú has empezado a desenredar la maraña. Por último, quisiera saber si piensas que la lectura de “Raza” y de “Diario de una bandera” puede contribuir a desvelarnos otros rasgos oscuros del carácter de Franco.
Debo reconocer, con cierta vergüenza, que tengo una de las versiones edulcoradas del Diario en mi ordenador y que cada vez que he querido ponerme a leerlo siempre he encontrado alguna otra cosa más interesante. Sé que, al decir esto, algunos se me echarán al degüello pero, insisto, no he querido nunca ser biógrafo de Franco. Se pueden contar por decenas las biografías (al menos una la tengo en casa). Yo lo que he querido alumbrar es “la otra cara del Caudillo”, no solo en el libro al que puse este título sino, cuando ha sido necesario, en toda mi obra. Empecé en 1974 y no veo la razón para no seguir. En mi tetralogía sobre la República en guerra (el cuarto tomo y último con la inspirada colaboración de Fernando Hernández Sánchez) me preocupé de no dejar de lado aspectos esenciales de la política de Franco a lo largo del conflicto, entre otros la demostración clara y documentada de algo que pocos historiadores pro-franquistas se han atrevido a hacer: su deseo de prolongar la guerra incluso cuando la República iba tocada del ala. Rectifico: Payne escribió, más o menos, que Franco se puso a las órdenes de Hitler como si fuera un recluta y renunció en abril de 1938 a proseguir el avance hacia Barcelona, despejado de obstáculos y en una carretera recta, desde Lérida. Yo, que no tengo simpatía por Franco, (es imposible ser historiador y tenerla), no he ido nunca tan lejos. En mi próximo libro volverá a salir con otro rasgo que nunca se ha interpretado. Pero no es un libro sobre Franco.
Ángel, no quisiera terminar esta conversación contigo sin referirme a tu último libro “¿Quién quiso la guerra civil? Historia de una conspiración”. Creo que este libro es fundamental para desbaratar la versión propalada por la propaganda franquista, según la cual el 18 de julio había sido una necesidad para salvar a España de la toma del poder por los comunistas, haciendo en este sentido especial hincapié en la revolución de Asturias de 1934 y en el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936. Habría que responderles ¿y de la Sanjurjada en agosto de 1932, qué? Tú pruebas en tu libro que desde el primer momento de instaurarse la República en abril de 1931 hubo el designio deliberado de derrocarla. Antes de que Franco recibiera la ayuda masiva de la Alemania nazi y de la Italia fascista, ya se había puesto en marcha la “conspiración” contra la República. Los primeros intentos fueron obra de monárquicos alfonsinos. ¿Cuál fue el papel de Alfonso XIII en los primeros contactos con la Italia fascista?
¡Ah!, has puesto el dedo en la llaga. No hay mucha documentación ni tampoco testimonios que liguen directamente al exrey con la conspiración. Los que he encontrado los he indicado en el libro. Pero es obvio que tuvo que estar al corriente de ella, desde el principio hasta el final. Yo, como profesional, me pregunto, sin embargo, si los detalles finales (la negociación y firma de los contratos del 1º de julio de 1936 con los italianos) los siguió o no. Por ejemplo, la cosa era tan tremenda que bien hubiese podido pensarse que no le pusieran al corriente. Pero, después de darle muchas vueltas y con algunos detalles sueltos adicionales que he ido añadiendo al relato, creo que estuvo al tanto. Es más, se negó a que los conspiradores monárquicos apoyaran a su hijo Don Juan. Alfonso XIII se consideró siempre rey y tenemos el testimonio, por lo que valga, de Juan Antonio Ansaldo de que en 1932 les dio carta blanca para, en su nombre, solicitar fondos a la nobleza con los cuales ir montando el “tesoro de guerra” para financiar el derrocamiento de la República.
De todas maneras, en mi libro he señalado que para precisar el tema sería necesario que los archivos de la Corona fuesen abiertos a la investigación. Personalmente, pienso que podría ser un motivo excelente para que el rey Felipe VI diera ese paso al frente. Después del “ejemplo” que ha ofrecido su augusto padre al mundo sería una cierta compensación en términos de recuperación de la historia. ¿Qué hay que temer que sea peor que las actuaciones ya conocidas de Juan Carlos I?
Hubo una trama civil y una trama militar. ¿Quiénes fueron los elementos más relevantes de la trama civil? ¿Calvo Sotelo? ¿Goicoechea? ¿Y de la trama militar? ¿Sanjurjo? ¿Barrera? ¿Qué papel desempeñó la Unión Militar Española (UME)?
Cada uno tuvo su papel. En el plano civil, el más importante sin la menor duda le correspondió a Calvo Sotelo. Era la pieza fundamental para la restauración monárquica en términos políticos, aunque él tirara más bien no hacia Alfonso XIII sino hacia el hijo. Comprometido con la conspiración y con los fascistas hasta el tuétano, accesible a los cantos de sirena que emanaban del sistema mussoliniano, hombre que pensaba siempre políticamente, Calvo Sotelo fue el pilar fundamental entre los civiles. Goicoechea, por quien yo siento una antipatía irrefrenable (lo confieso abiertamente), actuó de “escudero”. Fue, sin embargo, el hombre de contactos con Mussolini desde el principio hasta el final. No hay que olvidar que fue él quien le desveló los planes de los conspiradores civiles y militares cuando en octubre de 1935 le dijo que si en un futuro las izquierdas volvían al poder “nos sublevaremos”. Como las izquierdas llegaron en febrero de 1936, lo único que había que hacer fue acelerar los preparativos y crear una situación que evocara en los sectores derechistas de la sociedad española y en la mayor parte del ejército que la sublevación respondería a hacer frente a un supuesto “estado de necesidad”. Por otro lado, no hay que olvidar a Pedro Sainz Rodríguez, tan conspirador o más que el resto de la jerarquía monárquica y, después de Calvo Sotelo, sin duda el más listo.
En la medida en que la deseada sublevación aspiraba a restaurar la Monarquía, tras un intervalo de duración no definida a priori, el amparo militar lo daba el teniente general Sanjurjo, futuro regente o similar tras el esperado triunfo del golpe. Para entonces Barrera, que se había agitado mucho entre 1931 y 1933 estaba más que amortizado. Sanjurjo se apoyaba esencialmente en Mola, Galarza y Goded. ¿La UME? Muy importante. Es la que batía los tambores de guerra en los cuarteles. Si lo que dijeron los monárquicos a los británicos después de la guerra fue cierto, la UME estaba dirigida por un grupito monárquico y militar. Salvo que se demuestre lo contrario, es algo muy verosímil porque Goicoechea cuando habló con Mussolini en octubre de 1935 lo hizo también en nombre de la UME.
Dentro del elemento civil es importante el papel desempeñado por el banquero mallorquín Juan March, a quien ya vimos en tu obra “Sobornos” como agente escogido por el Gobierno británico para comprar a toda una serie de generales del régimen y conseguir que éstos influyeran en Franco para impedir que entrara en la guerra mundial al lado de la Alemania nazi. Para ti, March fue el financiador más importante de la conspiración monárquica desde abril de 1932. ¿Qué tipo de régimen querían estos monárquicos instaurar en España? ¿Se trataba de instaurar una monarquía con un rey pelele como Víctor Manuel III de Italia y un Mussolini a la española (¿Calvo Sotelo?) que fuese realmente quien mandara? ¿Sería una vuelta a la monarquía como ésta era bajo la dictadura del general Miguel Primo de Rivera? ¿Por qué falló esta conspiración? Para todo historiador que te lea es reconfortante que tu reconstrucción de los hechos históricos se base en lo que denominas Evidencia Primaria Relevante de Época (EPRE) y no en leyendas propagandísticas o relatos mitificados.
Dos cosas. March aportó a la conspiración lo que esta no tenía: money, el nervio de la guerra, pero en divisas. Por algo tenía una parte de su cuantiosa fortuna fuera de España. Fue él quien pagó los aviones contratados en 1º de julio de 1936. Fue él quien puso a disposición de Franco (muertos Calvo Sotelo y Sanjurjo) cuantiosos recursos en divisas y en oro, que era lo que más se necesitaba (las pesetas papel solo servían para pagar sueldos y crímenes). Un personaje clave. Luego, en sobornos, incluso más fundamental. Sin él, los británicos no hubieran podido hacer mucho. Por desgracia, la familia no ha abierto sus papeles, si es que quedan. Me pregunto por qué. ¿Es que se tiene miedo a la historia?
La idea de los conspiradores era, claro, la restauración, pero no para volver a 1931. No se habían hecho, que yo sepa, planes detallados, excepto que Sanjurjo hubiera sido regente durante algún tiempo mientras Calvo Sotelo actuaría como “jefe del Ejecutivo”. Los historiadores españoles y extranjeros se han dejado engañar por el papelín distribuido por Mola sobre el Directorio y su obra inicial. Esto fue un señuelo para captar adictos. De haberse pronunciado en favor de una restauración pura y simple, muchos militares quizá no se hubieran presentado. Todo quedó muy tamizado. Lo que sí cabe afirmar, salvo prueba en contrario, es que a los carlistas no se les daba mucha beligerancia. Los contactos con Italia entre 1935 y 1936 se hicieron sin ellos. Lo nuevo, en todo caso, era la incorporación del vector fascista, muy caro a Calvo Sotelo (y cuidadosamente silenciado). Es, por lo demás, algo que hacía tilín a Mussolini.
Todos los planes se vinieron abajo porque a Calvo Sotelo le pegaron cuatro tiros y a Sanjurjo se lo cargó su piloto Ansaldo, un tipo egotista y no siempre fiable. La conspiración quedó descabezada y, en el hueco, se coló Franco.
Hay una cosa que no he podido acreditar con EPRE y es si Franco supo de los contactos con los fascistas o no. Me inclino a pensar que sí porque desde mayo de 1936 (cuando estaba en contacto con Mola y ya daba vueltas a la idea de si no habría que acabar con el general Balmes en Las Palmas) Orgaz estuvo con él y Orgaz, un tipejo que se ha escabullido en los intersticios de la historia, conocía de tales contactos y estuvo unos cuantos días en junio en la península, donde se pondría al corriente de por dónde iban los tiros.
Mira, sobre la conspiración se ha escrito mucho y, generalmente, de forma superficial y en términos macrohistóricos. Carecemos de mucha documentación. Lo más probable es que se haya destruido. Franco se autoelevó a la categoría de deux ex machina de la misma (lo dejó grabado para siempre en la historia sobre los antecedentes de la guerra civil que publicó el Servicio Histórico Militar en 1945 y que habría que republicar urgentemente en una edición comentada). Hay que ir a la documentación que queda, en parte en archivos españoles, británicos e italianos. Es lo que he tratado de hacer. Y, luego, por un proceso inductivo y analítico ir quitando las costras que se han ido superponiendo para desfigurar los hechos, es decir, las acciones de los conspiradores y su lógica inmanente.