El arte y la creación colectiva viven un momento de eclosión desde el mes de mayo.
El abogado del copyleft Javier de la Cueva describía el alumbramiento del 15M como «una cristalización de la conciencia colectiva de la red en el territorio físico».
El horizontal espíritu de este movimiento deambulaba ya en la conciencia de la gente mucho antes de que saliéramos a la calle. Pero esta conciencia colectiva no se fue tejiendo e indignando tan sólo debido al flujo de información y crítica que discurre por las redes sociales, sino que a este factor sin duda definitivo y estructural, han de sumársele otros de visible relevancia, como pueden ser las manifestaciones antibélicas, los foros antiglobalización, los documentales anticapitalistas, los temas de guerrilla rap, la teoría sociopolítica o el arte antagonista y participativo, por citar sólo algunos.
La cultura llevaba años machacando con las mismas preocupaciones por diferentes medios, visibilizándose en diferentes subcampos de lo social.
Esta década pasada, el arte político, colectivo y participativo (evitaremos la palabra ‘relacional’ para no meternos en esos barros) ha sufrido un crecimiento exponencial. La situación no era para menos. Todos sabemos de qué está hecho el círculo del arte, sabemos de su podrida lógica del fetiche, sabemos de la esclava condición de las obras de arte que se materializan en lujosas mercancías que otorgan valor de signo-status al coleccionista.
Prestigio, dinero, poder: Arte. Todos conocemos su carácter elitista, su eficiencia para lavar las gotas rojas del dinero, su espectacularización e instrumentalización por parte de los poderes. Todos estamos al tanto.
Pero también sabemos que cuando se hace arte, tanto más si el producto de ese arte es indiscernible formalmente de la realidad, ha de ser institucionalizado para comprenderse como tal. Para separar a la obra de arte de su disolución en lo social y poder ‘distinguirla’ como arte, como algo aparte de la realidad, generando así valor y significado.
Para ello, como bien comprendió George Dickie, la obra ha de ser legitimada por los agentes que actúan en un determinado mundo del arte, léase, los críticos que han de escribir sobre ella, los comisarios que han de seleccionarla, los directores de museos y centros de arte que han de exponerla, los galeristas que han de venderla, el coleccionista que ha de comprarla y claro, el artista, que ha de proponerla. El artista en medio de esta producción colectiva de valor simbólico y económico pasa a ser, como Pierre Bourdieu explicaba, un producto del campo cultural: «El mundo del arte produce al artista».
Ante esta paradójica situación, al artista, legitimado como tal, sólo le queda corroer desde dentro, intentar replantearse su mundo (el del arte y el otro) por medio de una crítica aguda en clave estética. Encontrar un camino que le permita actuar dentro y fuera. Porque si no estás dentro, no existes; y si no existes, nadie escuchará tu voz.
Decía Daniel Buren que los artistas constituyen el gremio más insolidario de todos. Puede ser, probablemente él haya tenido ocasión de comprobarlo en sus repetidas resistencias a la institución. Sin embargo el 15M está plagado de artistas, algunas asociadas, todas actuando como ciudadanas, con lo mejor que saben hacer: arte.
Y hacen arte debido no a su condición de artistas, sino a la de ser ciudadanos. El movimiento de los indignados despliega un dispositivo sígnico y estructural, con lenguajes, símbolos, lemas y cualidades propias que revelan un nivel de originalidad merecedor de un estudio profundo.
Queda pendiente entonces un trabajo sobre esta estética horizontal. Una tarea colectiva que estudie los procesos rizomáticos de colaboración, la creatividad ciudadana expresada en cartones y redes, los signos y metáforas digitales pasadas a rotulador, el grado de radicalidad visual, el mensaje inclusivo y su forma disgregada, el consenso en asamblea (digital y presencial) como procedimiento creativo de selección… No es este el espacio para hacerlo, pero sí para decir que a donde vamos, vamos trabajando, construyendo, experimentando formas horizontales y plurales de un hacer nuevo. Al servicio de lo común. Por el espíritu del 15M. Seguimos.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Redes-y-cartones-15M-y-compromiso.html