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Refutación consistente de un tópico generalizado (e interesadamente abonado) sobre políticos y heterogéneas igualaciones.

Fuentes: Rebelión

No tengo a mano ninguna de las últimas encuestas de CIS y no recuerdo bien si en alguna ocasión se ha requerido la opinión de la ciudadanía sobre el comportamiento de lo que suele llamarse «clase política» con preguntas del tipo «¿cree usted que todos los políticos son iguales?», o con formulaciones equivalentes. No hace […]

No tengo a mano ninguna de las últimas encuestas de CIS y no recuerdo bien si en alguna ocasión se ha requerido la opinión de la ciudadanía sobre el comportamiento de lo que suele llamarse «clase política» con preguntas del tipo «¿cree usted que todos los políticos son iguales?», o con formulaciones equivalentes.

No hace falta de hecho. Las respuestas afirmativas superarían probablemente el 90%. Entre mis alumnos, y desde hace años, todos ellos hijos o hijas de trabajadores, y, muy probablemente, ellos mismos, trabajadores cualificados si la suerte no se alía con el lado oscuro de la fuerza y les da la espalda, entre estos jóvenes estudiantes, decía, de ciclos y bachillerato, la afirmación es tan indiscutible como que el siguiente de 8 es un número divisible por 3 pero no por 2. Acaso la primera proposición tenga más fuerza y les haya penetrado mucho más hondamente. Ni que decir tiene que la conjetura es ampliamente confirmada por la mayoría de los profesores y profesoras de mi lugar de trabajo: todos los políticos son iguales y están para lo mismo, es afirmación compartida de desayunos, comidas e incluso de claustros. No es necesario que concrete la referencia de «lo mismo».

La falsedad, desde luego, no ha brotado por la propia naturaleza de las cosas ni ha sido impuesta por alguna instancia jupiterina. Ha sido amplia y cuidadosamente abonada desde instancias del poder y de la derecha (la «periférica» incluida of course), y ha recibido una confirmación difícilmente refutable por el comportamiento de amplios sectores de políticos institucionales que la ciudadanía de izquierdas ha considerado que eran de los suyos. Consecuencia: se ha puesto en el mismo saco, en el mismo taxón de inmundicia, a personas como Marcos Ana, nuestro Nelson Mandela, que merecen el máximo reconocimiento público, junto a individuos de la catadura moral y política de José María Aznar, Eduardo Zaplana, Lluís Prenafeta o Felipe González. Para llorar de rabia e indignación, y no calmarse.

Sin embargo, la inconmensurable infamia ha sido refutada, una vez más, por Julio Anguita. Entrevistado por Público el pasado martes, 25 de enero [1], se le preguntó sobre las pensiones de los diputados, un terreno que el PP, y organizaciones afines, han encontrado fértil para cultivar su calculada abyección

Se le preguntó, en primer lugar, al ex coordinador general de Izquierda Unida sobre si él percibía el complemento de pensión para ex diputados. Su respuesta: «Tenía derecho a ello porque fui diputado durante más de siete años y mi pensión no alcanzaba el máximo, pero lo rechacé». Por qué, se le pregunta a continuación. Se jubiló, comenta Anguita, y él mismo se dirigió por escrito a la mesa del Congreso de los Diputados rechazando el complemento. ¿Por qué ese rechazo? ¿Perdió la cabeza alguna tarde de vino y rosas? Sus razones: «por coherencia con el discurso que defendí durante años y porque consideré que con la pensión de mi puesto de trabajo anterior al de diputado profesor de escuela tenía suficiente». Ni Marx ni menos.

El periodista transita por la misma senda, hace bien: «¿considera que debería desaparecer ese privilegio?». Anguita se las sabe todas y no está dispuesto a cultivar lo peor de cada casa: hay mucha demagogia al respecto, señala. Si se propone una medida así como solución para la crisis, como el PP apunta en los últimos días para caldear los ambientes de sus hooligans y de ciudadanos poco atentos, «creo que antes se deberían implantar más impuestos para el capital o pedir cuentas a la banca». Ese privilegio, recuerda, en él no habita la desmemoria, «fue creado para muchos diputados que fueron reprimidos durante la dictadura y que, sin él, no podrían haber cobrado ningún tipo de pensión». Los ejemplos de luchadores antifranquistas comunistas a los que Anguita se está refiriendo son legión. Cipriano García fue un ejemplo; Miguel Núñez también probablemente.

Se le vuelve a insistir sobre el tema: «¿No cree que si desaparecen esas ventajas mejoraría la percepción ciudadana de los políticos?». La ciudadanía, admite Anguita, lo podría ver muy bien «pero hay que hacerle ver todo el dinero público que se destina a otros asuntos como la Iglesia católica [SLA: en torno a 6 mil millones] y que se podría suprimir para hacer frente a la crisis». Si una vez subidos los impuestos se sigue en una situación delicada, concluye el ex coordinador general, «sí se podría plantear, pero es poco serio hacerlo en este momento».

En la última de las preguntas -«¿también en el caso de los ex presidentes del Gobierno?»-, Anguita no se corta un pelo: «Es vergonzoso que no hayan renunciado a la pensión vitalicia trabajando en la empresa privada. Es poco ético y estético». Felipe González-Gas Natural et alteri, José María Aznar-Endesa et alteri, son los destinatarios del comentario.

Además, y por si faltara algo, hay en esta breve entrevista -«En tres minutos» se titulan- todo un ejemplo de crítica a la demagogia falsaria y una magnífica ilustración de la importancia de la pedagogía política y del ejemplo práctico como abono para la transformación de conciencia y actitudes.

Vale la pena insistir aunque sea remarcar lo ya sabido: de lo mejor que nos ha pasado, de lo más inteligente y coherente que ha dado la tradición marxista-comunista no sectaria en nuestro país.

Notas:

[1] Entrevista a Julio Anguita. Público, 25 de enero de 2011, p. 20.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.