Recomiendo:
0

Reseña de Jean Salem, "Lenin y la revolución". Península, Barcelona, 2010, traducción de José María Fernández Criado, 156 páginas; edición original 2006.

Reivindicación del pensamiento político del autor de El estado y la revolución

Fuentes: El viejo topo

En un libro muy aconsejable para cualquier lector de izquierda (El nuevo topo. Los caminos de la izquierda latinoamericana, El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2010), Emir Sader describe con detalle las numerosas temáticas en que estaban inmersos jóvenes de su edad en los años sesenta, «a eso dedicamos, lo mejor que teníamos, con la disponibilidad […]

En un libro muy aconsejable para cualquier lector de izquierda (El nuevo topo. Los caminos de la izquierda latinoamericana, El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2010), Emir Sader describe con detalle las numerosas temáticas en que estaban inmersos jóvenes de su edad en los años sesenta, «a eso dedicamos, lo mejor que teníamos, con la disponibilidad y el desprendimiento del que solo los jóvenes seguidores de las ideas humanistas son capaces». Hoy, en cambio, señala dolorosamente, cuando una parte de esa generación reniega de su propio pasado, pretende silenciar el momento probablemente más generoso de su vida, de su existencia, muchos continúan tercos intentando demostrar por el resto de sus vidas que ya no son lo que fueron, ni tan siquiera fueron lo que realmente fueron, pasando rápidamente del ex al anti, un trayecto, nos recuerda, que Deutscher caracterizó como el paso de hereje a renegado.

Jean Salem no es un renegado. Probablemente sea un hereje, como debería serlo cualquier miembro de una tradición que tiene entre sus autores e inspiradores más centrales a un filósofo que siguiendo a Bacon apuntaba que era bueno dudar de todo pero no de todos. Salem es profesor de filosofía en la Universidad de la Sorbonne, ha estudiado también Letras y Arquitectura, es especialista en filosofía clásica y dirige el Centro de Historia de los Sistemas del pensamiento moderno.

Su Lenin y la revolución consta de una Introducción, de detallados comentarios a las seis tesis de Lenin sobre la revolución que este profesor de filosofía clásica considera básicas, la conclusión, el epílogo y unas 300 anotaciones. Al margen de una parte de las notas de la introducción, la mayor parte de ellas remiten a obras y artículos de Lenin, sin apenas referencias a comentaristas de su obra.

Una aproximación a esta breve obra de este filósofo de la Sorbona parisina demanda, en mi opinión, una separación entre la Introducción y el epílogo por una parte, y las tesis comentadas y la conclusión por otra.

La introducción es un excelente texto crítico donde el autor no sólo se enfrenta al lugar común de considerar a Lenin, o a Marx, como un perro muerto, o nos da conmovedores detalles de cómo Lenin entró en su vida, o nos recuerda, la sombra de Benjamin afortunadamente es muy alargada, que la historia suelen escribirla y rescribirla los vencedores, o nos sugiere razones de por qué el nombre «Lenin» resulta hoy difícil de pronunciar, no sólo eso decía, sino que formula críticas agudas a la categoría totalitarismo, a los abusos estadísticos e ideológicos sobre el estalinismo y sus víctimas y a la misma consideración de la Revolución de octubre y su historia como un uniforme pasaje estalinista sin estadios ni fases desarrollándose en un paisaje sin apenas contornos ni presiones, e incluso, siguiendo a Losurdo, nos presenta ideas y datos para un balance más ajustado de Stalin como figura histórica. Por ejemplo, no es recordado frecuentemente que a finales de marzo de 1945, apenas un mes ante del final de la II Guerra Mundial, quedaban en el frente occidental 26 visiones del Ejército alemán mientras que en el frente oriental eran 170, 6,5 veces más, las divisiones alemanas, y que la ciudad de Leningrado, no ya Stalingrado, en sus novecientos (¡900!) días de asedio perdió un millón de habitantes de los dos millones y medio con los que contaba, el 40% de su población aproximadamente (página 21).

El epilogo -diez minutos, sólo diez minutos para acabar con el capitalismo- tiene momentos excelentes. Este por ejemplo: «La actualidad del marxismo se basa, pues, en primer lugar en que denuncia el capitalismo en tanto que sistema, y nos procura los instrumentos que hacen salir a una luz cegadora la inanidad de todo angelismo, la ineficiencia de los «reformadores de. detalle», la impostura de los que militan en la extinción del pauperismo… a partir de las diez de la noche (pp. 107-108). Sin embargo, no siempre el matiz acompaña la escritura de Salem. Por ejemplo, no destaca su presencia en este caso: «Los economistas clásicos, como Smith, Say o Ricardo, consideran al obrero poco más que como un animal de carga. No quisieron ver en el hombre más que una máquina de consumir y producir» (p. 108).

Tampoco su aproximación a la economía matemática parece vindicable en todos sus nudos. Salem dedica su sexto minuto a «los medidores, los economedidores y otros proveedores de índices». El sarcasmo continúa. Marx, recuerda sin más precisión de año ni época, citaba a «Schulz, un economista socializante que denunciaba los cálculos de medias de los ingresos de los habitantes de una nación, cálculos que autorizan al filisteo (¡nada, definitivamente, ha cambiado!) a engañarse sobre la condición real de la clase numerosa de la población» (p. 110). Es obvio a estas alturas de la vida que ningún economista medianamente documentado, por moderado que pueda ser, se deja engañar, sin más consideraciones, por promedios sobre la situación real de las clases trabajadoras o desempleadas. El rechazo, por Salem vindicado del joven Marx, tomando pie en Hegel, de las matemáticas por abstractas, «es decir, por superpuestas al objeto, extrínsecas a la realidad de la vida concreta» (p. 111) es, digámoslo suavemente, un non sequitur. Añade Salem, para completar su amtimatematismo nada marxiano, que «de cualquier modo, la puesta en cifras de cualquier cosa, de cualquier valor humano, constituye uno de los cánceres de nuestra tan curiosa época».

El cuerpo central del libro no es en todo caso los apartados anteriores sino su comentario a las tesis que, en opinión del autor, recogen las principales ideas de Lenin sobre la revolución. Son las siguientes: 1. La revolución es una guerra y la política es, de manera general, comparable al arte militar., 2. La revolución política es, también, y sobre todo, una revolución social, un cambio en la situación de la clases en las que se divide la sociedad. 3. Una revolución está hecha de una serie de batallas; corresponde al partido de vanguardia facilitar en cada etapa una consigna adaptada a la situación objetiva; a é incumbe reconocer el «momento oportuno» de la insurrección 4. Los grandes problemas de la vida de los pueblos se resuelven solamente por la fuerza. 5. Los socialistas no deben renunciar a la lucha a favor de las reformas. 6. En la era de las masas, la política comienza allí donde se encuentran millones de hombres, incuso decenas de millones. Desplazamiento tendencial de los focos de la revolución hacia los países dominados.

Salem señala explícitamente «la actualidad de esas tesis, de los hechos que su autor invocaba y de las consideraciones que las han fundamentado, en esta época en que el orden mundial parece regresado a los tiempos de las conquistas de América, de Asia, de África y de Oceanía». Es decir, parece que el autor no sólo apunta a la validez, a la corrección, a la veracidad de la información y a la corrección del análisis y la argumentación políticas de Lenin en su contexto histórico y en sus circunstancias geográficas sino que, en su opinión, esas tesis revolucionarias tienen un alcance más general, acaso universal, a un tiempo que trascienden la época en la que el revolucionario e intelectual ruso vivió y combatió.

Es aquí donde es más difícil seguirle. Se puede estar de acuerdo en la larga y amplia validez histórica de algunas de esas consideraciones -por ejemplo, en la afirmación casi trivial de que los socialistas no deben renunciar a la lucha por las reformas o en la creencia de que una revolución política verdadera viene acompaña de una revolución social, «de un cambio en la situación de las clases en las que se divide la sociedad»- pero no es fácil acompañarle cuando reivindica la actualidad de otras tesis leninistas adecuadas sin duda en otros momentos históricos y en determinadas circunstancias. Sea el caso, por ejemplo, de la tesis tercera. La exteriorización del Partido, su misma unicidad, la consideración de éste como vanguardia desgajada, la omnisciencia otorgada al Partido como instrumento, la radical separación de las clases trabajadores respecto a la propia organización que defiende sus intereses inmediatos e históricos no parecen lugares muy transitables. Algo similar puede afirmarse del paso final con el que Salem concluye este apartado: «Esta serie de batallas (no esta «batalla única») que hay que entablar en vistas a las reformas económicas y democráticas en todos los ámbitos.. esta transición del capitalismo al socialismo, se parecerá más bien, por tomar una fórmula de K. Marx, a «un largo periodo de doloroso parto» porque la violencia es siempre la partera de la vieja sociedad» (p. 63). Pues acaso no siempre y sin olvidar que el supuesto parto revolucionario puede haber sido un mal suelo en algún caso.

Este mal clasicismo leninista acompaña en mi opinión también a las conclusiones del ensayo. Citando a Lenin, Salem recuerda que la revolución es una fiesta (p. 104), cosa que no es, o no es tan sólo, y que la vanguardia de la revolución, el proletariado avanzado, es el que expresará la verdad objetiva de esta lucha de masas disparatada de oprimidos y descontentos de toda especie.

En síntesis: una reivindicación un pelín leninista de las excelentes ideas políticas de un revolucionario que vivió en un tiempo y en determinados lugares con sus propias y singulares tradiciones culturales e históricas. El mismo Lenin, siguiendo a Marx, es probable que hubiera comentado en alguna ocasión que en lo que a él concernía tampoco él era leninista