La Segunda República se llamó así porque, antes, hubo una Primera. Verdad de perogrullo esta, en realidad no lo es tanto en un país cuyo movimiento republicano orilló de su memoria la primera experiencia española de un gobierno sin reyes. Duró poco: se proclamó en febrero de 1873, tras la marcha, en el tumultuoso contexto del Sexenio Revolucionario, de un Amadeo I de Saboya harto de los españoles; se terminó en enero de 1874, con el golpe del general Pavía, o, si admitimos como parte de su devenir la dictadura del general Serrano que le sucedió, en diciembre de 1874, con el pronunciamiento de Martínez Campos. Un año, o dos, en el que se sucedieron cuatro presidentes –Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar–, entre ardorosos debates sobre el carácter federal o unitario que debía tener la República asediada por tres guerras civiles a la vez: la carlista, la cantonal y la cubana.
Esa inestabilidad explica el orillamiento memorístico: el DRAE sigue registrando hoy, como una de las acepciones de la palabra república, la definición ‘lugar donde reina el desorden’, que proviene de aquella época. Sobre la Primera República, en este año en que se cumplen 150 de su proclamación, se acaban de publicar dos libros de distinto signo. Es conservador el de La Primera República Española (1873-1874), de Jorge Vilches, publicado por Espasa; un libro que abunda en la imagen de la anarquía desencadenada por izquierdas irresponsables y en el que resuenan los ecos de combates del presente cuando carga las tintas contra “el desorden público”, “el cuestionamiento de la unidad nacional” y una élite que “demostró su desprecio a la democracia prefiriendo la revolución, el golpe de Estado y la conspiración a la legalidad, el consenso y la educación del pueblo en costumbres públicas democráticas”. Vilches, politólogo y sociólogo, es colaborador de varios medios conservadores, de La Razón a Herrera en COPE, pasando por Libertad Digital o VozPópuli.
El otro título sobre la Primera República recién publicado se lanza desde una editorial progresista, Akal. La historiadora Florencia Peyrou razona en él que, “aunque se ha vinculado de manera duradera y persistente la Primera República con el caos y la anarquía, fue un momento de apertura que permitió la eclosión de debates y proyectos, la práctica efectiva de libertades y derechos largamente exigidos y una muy intensa movilización y politización popular, tanto en ámbito urbano como rural”.
El final de la experiencia –defiende la profesora de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Madrid– “no derivó tanto de la incapacidad de los líderes republicanos y de la vaguedad de sus programas y discursos, como del antipluralismo que dominaba las culturas políticas de la época y, sobre todo, de la organización de una trama conspirativa capaz de movilizar amplios recursos con el fin de acabar con ella”.
A debate
El debate historiográfico está servido, pero, más allá de la historia, emerge la pregunta de la memoria; de si la primera experiencia republicana española puede y debería ser reivindicada con más vigor por el republicanismo contemporáneo del país. Los historiadores Sergio Sánchez Collantes y Daniel Aquillué –que acaba de publicar España con honra: una historia del siglo XIX español–, expertos en en siglo XIX y el republicanismo decimonónico, coinciden en lamentar lo que el segundo caracteriza como “la omnipresencia de la memoria de la Segunda República” y cómo está oculta “no solo la Primera República, sino casi cualquier elemento progresista anterior”. No lo hizo la propia Segunda República, que, como recuerda Collantes, organizó homenajes de todo tipo a sus predecesores del 73: actos de recuerdo, sellos, postales o nombres de calles que el franquismo tuvo buen cuidado de extirpar del espacio público, en una operación que no distinguió los 14 de abril de los 11 de febrero, ni los personajes emblemáticos del republicanismo reciente de aquellos que ni siquiera habían vivido para ver el siglo XX.
La posible reivindicación renovada de la Primera República pasaría, en primer lugar, por desprenderse de la idea de que aquella experiencia naufragó exclusiva o fundamentalmente por errores de sus impulsores. Aquillué señala que, si la Primera fue un fracaso, lo fue como lo fueron “todos los sistemas que se ensayan en el siglo XIX español, europeo y americano, época de cambios y utopías factibles y horizontes políticos y sociales abiertos, en un mundo puesto del revés a partir de la Revolución francesa”.
Lo fue, por otro lado, por un contexto internacional desfavorable, que en la República española veía “el fantasma de la Comuna de París”, y por la conspiración sistemática de elementos conservadores y reaccionarios. En su opinión, como en la de Collantes, eso no debe ser óbice para tener mucho que reivindicar de un régimen que, pese a su corta duración y a su inestabilidad, logró conquistas legislativas como la prohibición del trabajo infantil o la abolición de la esclavitud.
Sánchez Collantes sugiere, de todas maneras, desencastrar la mirada de la corta experiencia de las dos Repúblicas y entenderlas como parte de un mismo gran flujo: un movimiento, el republicano histórico, que contribuyó a difundir valores democráticos; alumbró la sensibilidad hacia la cuestión social solapándose, de hecho, con el primer socialismo –“eran la misma gente”, apunta Sánchez Collantes, recordando nombres como los de Fernando Garrido o Sixto Cámara–; fue audaz en la formulación de propuestas de articulación territorial alternativas o tuvo ligazón, también, con el primer feminismo.
“Llama la atención ese desconocimiento del republicanismo anterior a la Segunda República, que también tuvo sus mártires, sus presos emigrados, sus periódicos y sus militantes que lucharon por unos ideales y unos valores que solo se reivindican para quienes los encarnaron en los años 30, cuando había una tradición de un siglo detrás”, lamenta el historiador gijonés, autor de trabajos sobre el republicanismo federal asturiano y profesor de la Universidad de Burgos.
Y señala otro olvido o desequilibrio memorístico: el énfasis puesto, en lo que respecta a la Primera República, en el Gobierno y las Cortes y no puesto en los municipios, desde los que se plantearon “medidas muy interesantes relacionadas con la escuela, la secularización o la sensibilidad hacia el tema social”. Como señala, coincidentemente, Aquillué, el republicanismo se inserta en una dinámica que se remonta “al fenómeno juntista de 1808, 1820, 1835, 36, 54, 56, 68…”.
Para Sánchez Collantes, reivindicar la Primera desde posiciones de izquierda es también una cuestión de inteligencia, no solo de justicia. “Los antirrepublicanostienen un discurso muy construido sobre la cantinela de la guerra civil y de la Segunda República y el achacar a esta la responsabilidad de la guerra. Si la izquierda manejara un concepto de republicanismo más amplio, el debate sería diferente”, razona. Pero no parece que se le vaya a hacer caso, fuera del debate académico animado por los libros ya citados u otros que aparezcan.
Fuente: https://www.lamarea.com/2023/04/14/reivindicar-la-primera/