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Acerca de mitos y asustaviejas para no pensar y actuar en consecuencia

Replicando que es gerundio: por quién replican las naciones

Fuentes: Rebelión

Dedicado a Juan Martínez y Augusto ARIAS por sus cursos, discursos y recursos cargados de sabias monsergas estalinistas Lo primero que quiero es agradecer el tono que usa en su réplica el profesor Santiago Armesilla. Al menos encaja bien las críticas y no sale cantando ni bailando por peteneras. Ahora bien, qué entiende por la […]

Dedicado a Juan Martínez y Augusto ARIAS por sus cursos, discursos y recursos cargados de sabias monsergas estalinistas

Lo primero que quiero es agradecer el tono que usa en su réplica el profesor Santiago Armesilla. Al menos encaja bien las críticas y no sale cantando ni bailando por peteneras. Ahora bien, qué entiende por la palabra o el término que más veces usa en su réplica, el de asustaviejas. No lo sé. Él sabrá lo que quiere decir con él. Yo no usé lo del stalinismo en ese plan. Pero, bueno… el caso es que el estalinismo supone mucho más que el mismo Stalin. Y es un vocablo que se utiliza las más de las veces para generar miedos, espasmos, convulsiones, generalizaciones e imprecisiones por doquier. Si nadie puede definir con precisión términos como cristianismo, liberalismo o marxismo, ¿qué podemos decir acerca de palabros como el de estalinismo? Mucho y malo siempre y además por ración doble o triple que en el caldo de las confusiones ideológicas cabe todo y a mogollón.

Lo segundo es corregir lo que no sé si es una errata o un hábil y feliz descubrimiento. Juega en varias veces con uno de mis apellidos, el segundo para más inri. Y mientras que a veces me alude bien, en varias ocasiones me hace partícipe de formar parte de una Peña en honor del yerno mulato de Carlos Marx, con lo cual quedo desfigurado como Peña Lafargue. Bienvenida sea, esa mágica e inesperada compañía. Es como si yo jugase ahora en mi contrarréplica e hiciera algo parecido y lo nombrara laicamente como Yago sin la santidad que pone la Iglesia católica, apostólica y romana, y le llamara algo así como «el armador de sillas»; de tal manera que se pudiera hasta reescribir la literatura shakesperiana y al personaje de «El mercader de Venecia» ahora lo nombrase como en su honor «El armador de sillas en Sevilla«. Sea un desliz por el otro. Así que tanto monta Delfargue/ Armesilla o monta tanto Lafargue /Armador de sillas…

En tercer lugar me congratula que gracias a mi breve reseña Santiago Armesilla haya escrito una excelente presentación en Rebelión de su magistral libro El Marxismo y la cuestión nacional española (ed. Intervención Cultural-El Viejo Topo, Barcelona, 2017). Me siento bastante feliz si gracias a mi anterior reseña he contribuido en algo a que se lea más y mejor esa obra. Y me complace saber que se esté ya catalogando en bibliotecas, espero que no sean sólo particulares sino públicas. Pues la escasez de nuestro patrimonio cultural es francamente lamentable.

En cuarto lugar, es cierto que el libro del profesor Armesilla no se reduce al hilo estalinista, hay mucho más en él. Una buena madeja de clásicos. A Stalin y su estudio sobre qué es una nación le dedica sólo un capítulo. El libro consta de once capítulos más presentados o divididos en tres partes. De ellas sólo la introducción y la última parte es la que se le dedica a analizar el tema de la cuestión nacional española. Pero si observa bien, como después ampliaré un poco más, en el mismo título Stalin está tan presente que lo que hace Armesilla es añadir española a una obra de similar título escrita por el joven Stalin. Así que no es una habilidad mía la de destacar esa relación, a los ojos de cualquiera está expuesta, sin necesidad siquiera de abrir el libro para leérselo. Esto último estaría bastante en la onda de una tradición muy hispánica: la de comentar obras sin leerlas siquiera. En eso se lleva la palma don Agapito Maestre cuando escribió en el desaparecido diario El Independiente una reseña de la obra de Gustavo Bueno Cuestiones quodlibetales sobre dios y la religión y lo de quodlibetales lo quiso leer en clave de quodliberales y hacía de la obra de don Gustavo un libro de filosofía política escrita por un materialista marxista español. ¡Demasié par body! Pero así está el patio de los catedráticos de Libertad Digital.

En quinto lugar reconoce desde el principio que la impronta mayor de su armazón teórico no es otro que el materialismo filosófico de Gustavo BUENO. Y aquí es donde se podrían debatir las mayores diferencias entre mi lectura y la defensa que hace Santiago Armesilla de su obra. Espero con entusiasmo y muchas ansias el poder leer el libro que anticipa que ya está elaborando sobre este particular. Él echa mano a la discutible (aunque por ahora nadie lo haya puesto por escrito) clasificación de las izquierdas del maestro calcetense en su libro El mito de la izquierda. Donde Gustavo Bueno viene a sostener que no existe una única izquierda, sino una gran variedad de ellas. Y que muchas de ellas son radicalmente incompatibles entre sí. Eso es bastante cierto. Quizás ahí, escrito sea de paso, descanse uno de los mayores errores de Podemos: en creer que es fácil sobreponerse a esa realidad tan incontestable y aplastante. No es ilógico que eso se haga desde la parte de la izquierda más indefinida, más divagante, estrafalaria y diletante. Por lo que hablar de unidad de la izquierda es algo peor que un sinsentido: un imposible que nunca ha tenido lugar ni nunca lo tendrá. De ahí que una gran parte de la artillería de don Gustavo sea de calibre conceptual. Y de ahí que algunos de esos conceptos los usen algunos de sus lectores (¿discípulos?) como artillería en una especie de guerra de guerrillas en el campo filosófico de las ideas políticas. Y eso está bien, pues, al menos esas batallas son incruentas y de ellas, quizá, pueda surgir algún día algo verdaderamente en condiciones de ser tenido en cuenta y hasta posible de ser llevado a buen puerto. Mientras tanto, las disputas está más que servidas.

Decir de una izquierda que es definida o indefinida depende de muchos criterios. A veces, de poseer un programa donde se haya escrito negro sobre blanco lo que se propone en ámbitos como el Estado, la política económica, la justicia distributiva o la administración de los territorios. Pero saber definir (en latín, definere: llevar algo a su fin, delimitar, delinear, encajar en su sitio más propio y adecuado, etc) es como ser pilotos de una nave (definición griega de gobernante) y, por tanto, saber llevar a buen puerto lo que se desea o propone. Hoy se puede decir que la escasez de gobernantes es algo peor que un hecho evidente. Se carece de plan, de horizonte, de ortograma para saber a dónde se quiere ir y qué es lo que realmente se quiere hacer. Son los vientos huracanados del imprevisible cambio climático quienes conducen la nave Tierra a la deriva. Sin que haya nadie que sepa cómo diablos se puede pilotar la barca. En eso lleva bastante razón Jorge Riechmann cuando escribe: «Avanzamos a toda velocidad hacia el genocidio de la mayor parte o la totalidad de la especie humana… Pero «política» sigue significando Rita Barberá, «compi yogui» y si se venden o no suficientes automóviles. Qué enorme fracaso colectivo. (…) La única meta política suprema que se reconoce desde la cultura dominante es «cómo hacer que a los españoles les vaya bien en la globalización». No se ve nada más. (…) La gente habla del calentamiento climático como si se tratara del tiempo… y se trata del fin del mundo». Necesitamos un cambio de rumbo, con tripulantes capaces de saber gobernarnos y de responsabilizarnos en la tarea de una política comunista por el bien de nuestra común especie.

Y, volviendo a nuestra cuestión, creo que el mayor error de la obra de Santiago Armesilla es el de su propuesta política. Los teóricos del marxismo que estudia en su libro cambiaron mucho sus posiciones políticas a lo largo de su vida. Incluso las palabras no tenían el mismo significado en unos textos que en otros, dependían del contexto histórico. Eso ya lo señaló el propio Gustavo Bueno en una entrevista que se le hizo a principios de los años setenta del pasado siglo y que fue publicada en la revista valenciana Teorema. Cuando le preguntaron los de TEOREMA: «¿Qué salvarías de tu obra filosófica escrita en los años cincuenta?». Y Gustavo BUENO contestó: «Con la fecha debajo, casi todo; sin la fecha debajo, casi nada». Y eso creo que se podría decir de su obra posterior mucho más. No significa, por ejemplo, socialismo lo mismo en su obra Ensayos materialistas que en algunos de sus «Rasguños» en la revista digital El Catoblepas.

Téngase, por tanto, también en cuenta que cuando sus camaradas del exilio suizo le solicitan a Stalin un estudio sobre el tema de las nacionalidades, todos ellos militaban en la órbita de la socialdemocracia rusa. Y el propio Stalin tituló en 1913 su trabajo como «La socialdemocracia y la cuestión nacional«. Fue después del triunfo bolchevique en la Rusia soviética cuando se editara de nuevo aquel trabajo del joven Stalin con el título ya bastante cambiado: «El marxismo y la cuestión nacional«. Y si eso pasó en menos de un lustro, ¡ni se hable de cómo en la década de los años treinta desde la Komitern se usaba el término socialdemocracia como sinónimo de socialtraidores o socialfascistas! Las palabras y sus significados: ¡menudas transformaciones dialécticas sufren de unos contextos a otros! Por eso hacernos creer que el marxismo leninista es una izquierda definida merece de muchos más estudios pormenorizados que de acuñaciones dogmáticas siguiendo acríticamente la opinión de un gran maestro.

El propio Lenin, meses antes de la revolución de octubre y en el mismo año 1917, publicaría su valioso panfleto El Estado y la revolución donde proponía que la lucha comunista tendría como objetivo la extinción del Estado. Pero, para llegar a esa meta anarquista, antes se precisaba de un fuerte período de tránsito donde se implantara una estricta dictadura del proletariado. Saber lo que se ha de entender por ese constructo no es nada fácil. En los años sesenta y setenta los grupos althusserianos (desde el mismo Althusser, pasando por Etiènne Balibar o en España el de Gabriel Albiac de los años setenta) no se apartaban ni una coma de «esa» exigencia leninista. Sin embargo, de abril a octubre de aquel horrible y espantoso 1917 Lenin giró su posición al menos 180º y tuvo motivos muy importantes para dar un volantazo tan espectacular. Lo que ahora me interesa es precisamente destacar eso: qué Lenin es el que forma parte de la izquierda bien definida. ¿El de la crítica del Qué hacer o el que escribiera Materialismo o empiriocriticismo o el de los mítines en las plazas moscovitas en los agitados y convulsos años de 1918 a 1921 o el de los chascarrillos a diplomáticos extranjeros? Pues: ya se sabe que los últimos tres años en la vida de Lenin muchos de sus presuntos discursos fueron manipulaciones de brocha gorda, pues él ya estaba bastante impedido física y psíquicamente tras sufrir las fuertes secuelas del atentado llevado a cabo contra él por Fanni Yefímovna Kaplán. Pero aunque eso es un tema menor ahora: el caso es que en esos años fue cuando en la URSS se construyó el mito del marxismoleninismo; cuando ya Lenin estaba en un estado de parálisis premomificada y sus «sobras completas» fueron expurgadas y sacralizadas por el Kremlin. Lo que quiero subrayar es que es bastante ingenuo el tomarse en serio la clasificación taxonómica de las izquierdas elaborada por el profesor Bueno. Lenin tuvo que tragarse sus escritos en más de una ocasión como las profecías del padre Malaquías. Y actuar o tomar decisiones inmediatas en contra de sus propias reflexiones o convicciones más íntimas, pensadas, escritas y publicadas. Por lo tanto, es bastante complicado saber qué se quiere decir con lo del ser leninista o con meterle dentro de una izquierda definida con precisión y rigor.

Pensar que la revolución soviética se hizo siguiendo las instrucciones de un manual es una falacia histórica. Una idiotez muy propia de las sectas miopes de intelectuales que no tienen más experiencia de la política que el sectarismo de cátedra. Pero contra esas posiciones ya escribieron páginas imborrables los propios Marx y Engels, desde el manuscrito póstumamente editado y conocido como La ideología alemana hasta El manifiesto del Partido Comunista. Otra cosa es que sea muy complicado liberarse de esa concepción y más en nuestro pésimo horizonte político ya académico. El propio Fidel Castro en uno de sus últimos discursos, allá por el 19 de noviembre de 2005, en la Universidad de La Habana reconocía públicamente que nadie sabía a ciencia cierta qué demonios era eso de construir el socialismo. Que su revolución era más fruto de la ignorancia y de la improvisación que del diseño racional e inteligente de los presuntos planes quinquenales.

Por tanto, no era mi intención el usar el término estalinista como un espantapájaros para asustar a ninguna vieja. Quizás hayan sido otros los que no han parado de utilizar ese trampantojo para no querer analizar lo que realmente se hizo en la URSS en los tiempos del camarada Stalin. Y en aquellos tiempos hubo muchas sombras, pero también muchas luces. No seré yo el que pretenda alargar la sombra de Stalin al comentar el buen quehacer teórico de Santiago Armesilla. Y está muy bien que en medio de tanta leyenda negra aparezcan rayos de claridad y lucidez. Otra cosas será que eso sirva para algo. Y que ese algo sea algo bueno, bello y justo.

Pero eso no quiere decir que no tuviera fallos mi escrito anterior sobre su libro. Me alegro de que esté siendo leído y presentado en espacios públicos como radios, bibliotecas y demás. Creo que es interesante que se discutan con rigor sus valiosas aportaciones y que haya debates cargados de razones, pues para emociones y sentimientos nacionales ya tenemos bastante con el independentismo soberanista catalán o con el españolismo más ramplón, fascista y agresivo.

Así que si pueden leer el excelente libro de Santiago ARMESILLA El marxismo y la cuestión nacional española aprenderán mucho acerca de nuestra historia, pues es un libro que cuenta la historia de España y de Europa desde parámetros absolutamente innovadores. Hay páginas que difícilmente encontrarán en otros libros. Y forman parte de esta historia de naciones que se replican por doquier. Ojalá mi presunción anterior sea errónea y realmente sea un libro utilísimo y de plena actualidad política. Lo deseamos de corazón: por el bien de todos y de cada uno de nosotros.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.