Con el parte del 1º de Abril de 1939, se ponía fin a la guerra en España, pero no al sufrimiento, al hambre o la muerte. Comenzaba otra fase que duraría demasiado tiempo.
Durante la guerra y en la zona ocupada por los sublevados, ya se había ejercido la represión y la depresión económica y el hambre se había sufrido en todo el territorio.
El día 18 de julio de 1936, dio comienzo la represión allí en donde triunfó el golpe de estado ilegítimo e ilegal, conservador, católico, centralista, militar, totalitario y fascista. Desde ese mismo instante, los españoles fieles a la República sufrieron los rigores de la guerra y más tarde, como perdedores, una represión que pretendía aniquilar a rojos y republicanos. Franco estaba dispuesto a conseguir sus objetivos al precio que fuera, aunque tuviera que fusilar a media España y casi lo consigue.
A la represión, se unió el hambre. Hasta 1951 los productos de primera necesidad se conseguían con cartillas de racionamiento: para comer se dependía de las instituciones franquistas. Para encontrar trabajo, viajar o cambiar de residencia era necesario un salvoconducto que solo conseguían los adictos al Movimiento Nacional. Con los hombres muertos y las cárceles llenas, muchas familias quedaron en la indigencia, mendigando o sobreviviendo de la caridad o trabajando por jornales de miseria.
Parece que fue ayer, cuando Madrid contaba con millón y medio de habitantes. Al alba de un día de julio, con las restricciones eléctricas habituales, todo comenzó para mí. Hacía tan solo diez años que había terminado la guerra y se dejaba sentir la gran represión política y social y la recesión económica que dejó como herencia. La Conferencia de Postdam, celebrada después de la Segunda Guerra Mundial, había condenado enérgicamente la política de Franco, que sumió a España en un completo aislamiento diplomático, por lo que no le permitió beneficiarse del Plan Marshall, cuyos millones de dólares favoreció la reconstrucción de Europa.
Los militares sublevados ganaron la guerra porque tenían las tropas mejor entrenadas, contaban con el poder económico y los vientos internacionales del nazismo soplaban a su favor. En la larga y cruel dictadura de Franco, reside la gran excepcionalidad de la historia de España del siglo XX. Fue la única dictadura, junto con la de Salazar en Portugal, creada en la Europa de entreguerras que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial. Muertos Hitler y Mussolini, Franco siguió treinta años más. El lado más oscuro de la guerra europea, de ese tiempo de odios, que acabó en 1945, tuvo larga vida en España. (Golpe de Estado, guerra civil y política de exterminio. Julián Casanova).
Desde el principio había una clara voluntad de exterminio físico, social, político e ideológico de aquellos considerados como la antipatria. Franco, su ejército y la falange fueron sus ejecutores y la iglesia testigo delator. España es el segundo lugar del mundo con más desaparecidos, por detrás de Camboya −durante el gobierno de los Jemeres Rojos, 1975 y 1979, desaparecieron entre dos y tres millones de personas−. «No existe equivalente en Europa respecto a la intensidad y duración de las atrocidades» producidas en España», dice Paul Preston en su obra El Holocausto español.
En la represión franquista, auténtica política de venganza, se observan varias etapas, en función del papel de España en el concierto internacional: La primera de ellas durante la guerra civil en la zona nacional; la segunda hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945; otra tercera hasta el comienzo del desarrollismo en los sesenta y hasta el final del régimen en 1975.
La dictadura franquista recurrió a lo largo de toda su existencia, a los métodos represivos propios de toda dictadura militar: penas de muerte, largas condenas de cárcel, destierros, confinamientos, multas, torturas y violencia física en todos sus grados y formas. Represión laboral y profesional, política, lingüística, educativa, cultural y económica, con incautaciones y embargos de bienes. La represión religiosa, muy católica, oficial del Estado, se dejó notar en todos y cada uno de los ámbitos públicos y hasta en las alcobas. La represión en el sistema educativo y cultural fue intensa, en toda su extensión y en todos los frentes. Obsesionados por el llamado «peligro separatista», fue perseguido todo sentimiento que no fuese español, prohibiendo el uso público de las lenguas distintas al castellano. Todas las instituciones consideradas subversivas fueron eliminadas, como la Residencia de Estudiantes. Los contenidos educativos fueron ajustados a los estrictos criterios políticos y religiosos del nuevo régimen.
A principios de los años cincuenta proliferaron por Madrid los barrios de chavolas. Andaluces, extremeños y manchegos, huyendo de la miseria de la tierra, en busca de trabajo, se instalaban en donde podían; también los rojos represaliados que no tenían sitio en el Madrid oficial. Pozo del Tío Raimundo, Palomeras, Entrevías, «la ciudad sin ley», en La Elipa baja y en el «Arroyo Abroñigal», de ponzoñosas aguas que desemboca en el Manzanares. Recuerdo visitar con mi madre a mi tío Pepe. Vivía con su mujer y cinco hijos en las cuevas horadadas en la tierra, junto al puente de Las Ventas del Espíritu Santo. La miseria se veía, se vivía, se sentía y se sufría.
Muchas de las víctimas fueron enterradas en fosas comunes repartidas por toda España, fuera de los cementerios y diseminadas por los campos y cunetas, sin que su muerte fuese inscrita en los registros civiles. Desde principios de los años 2000, diversas asociaciones de víctimas del franquismo, como la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, se han encargado de localizar las fosas, para identificar los restos de los ajusticiados y entregarlos a sus familiares para una sepultura digna.
Con el «cautivo y desarmado el Ejército rojo», continuó la estrategia represiva y de terror, pilar fundamental del nuevo Estado. Un elemento de represión de primer orden, fueron los campos de concentración militarizados, donde se amontonaron hasta 500.000 presos, 192.000 fueron fusilados. En 1946 todavía estaban operativos 137 campos de trabajo y 3 de concentración, albergando a 30.000 prisioneros políticos. En 1940 la población reclusa era de 270.719 presos y alrededor de 100.000 todavía permanecían entre rejas en 1943. Los últimos 120 presos políticos de Franco, comenzaron a ser liberados en octubre de 1977, en aplicación a la ley de amnistía. Las cinco últimas ejecuciones en 1975, mostraron que Franco murió matando.
Hasta 1952, España no empezó a recuperar los niveles de vida que tuvo en 1935. Estados Unidos, valoró como muy positiva, la situación geoestratégica de la España atlántica, mediterránea y pirenaica y en su beneficio, convinieron el pacto con la dictadura franquista y la instalación de sus bases militares, que aquí siguen. Eran los años del hambre, del estraperlo, de la escasez de los productos más necesarios, del racionamiento, de las enfermedades contagiosas, de la falta de agua, de las restricciones eléctricas, del empeoramiento de las condiciones laborales, del frío y los sabañones; de la leche en polvo y del queso amarillo-naranja americano, que nos daban en el colegio.
En febrero de 1939 se promulgó la Ley de Responsabilidades Políticas, que vulneraba el principio de irretroactividad penal −propio de todo Estado de Derecho−. En 1940, se abrió la Causa General, vigente hasta 1969, con la misión de investigar e instruir hechos delictivos, cometidos durante la «dominación roja». Los funcionarios del Estado Republicano, fueron sometidos a un proceso de depuración, con penas de cárcel y traslados forzosos, suspensión de empleo y sueldo, inhabilitación o separación de la carrera. Hasta donde llegaría lo de la buena conducta, que en 1972, yo mismo, quise obtener el carné de conducir y no pudo ser, al negarme la policía tal certificado.
Las mujeres sufrieron una doble represión, por rojas y por mujeres. Muchos hijos de republicanas murieron en las cárceles o se dieron en adopción sin su consentimiento, perdiendo su custodia. Se criminalizó a los homosexuales, aplicándoles la ley de vagos y maleantes. La represión fue llevada a cabo en todos los ámbitos productivos, con despidos, inhabilitaciones laborales y profesionales. Las organizaciones patronales realizaban listas de «rojos» o «sindicalistas» para que nadie les volviera a contratar. Los colegios profesionales se encargaron de la represión de los profesionales liberales. Se prohibieron los partidos políticos, sindicatos, asociaciones, se anuló la libertad de expresión y se estableció la censura para todos los medios de comunicación.
La posguerra fue una época de «mucho miedo y poco pan»; la comida era un bien escaso que había que racionar. Muchos acudían a Legázpi a por los deshechos del mercado de abastos. Aquella busca salvó a mucha gente a morir de inanición. En los últimos tiempos se ha puesto en evidencia una nueva categoría social: los trabajadores pobres, que ha trastocado el concepto de pobreza, como consecuencia de los bajos salarios y la baja la calidad de los empleos y ahora por la crisis del coronavirus, volvemos a ver las colas del hambre.
Si la represión estatal es una forma relevante de violencia política, permitir que la población pase hambre, es otra forma de violencia contra la dignidad de las personas. Parece que volvemos a tiempos que pensábamos habían quedado atrás par siempre.
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