«Los que celebran la tecnología dicen que ésta nos ha dado un nivel más alto de vida, lo que significa mayor velocidad (la gente puede viajar más rápidamente y obtener más objetos e información con mayor prontitud), mayores opciones (a menudo interpretado como el correlativo de la libertad de elección y generalmente referido a la […]
«Los que celebran la tecnología dicen que ésta nos ha dado un nivel más alto de vida, lo que significa mayor velocidad (la gente puede viajar más rápidamente y obtener más objetos e información con mayor prontitud), mayores opciones (a menudo interpretado como el correlativo de la libertad de elección y generalmente referido a la posibilidad de elegir entre varios trabajos y productos), mayor tiempo libre (ya que la tecnología supuestamente ha reducido la carga y el tiempo vinculados al trabajo), y mayor lujo (más artículos de consumo y mayor confort material). Ninguno de estos beneficios nos informa acerca de la satisfacción humana, la felicidad, la seguridad o la capacidad de mantener la vida sobre la Tierra. Tal vez el poder llegar más rápido a los lugares hace más contentos a algunos o sentirse más realizados, pero no estoy tan seguro de ello. Tampoco me convence que una mayor gama de productos disponibles en el mercado otorgue la satisfacción, comparada, digamos con el amor, la amistad o el trabajo significativo. Tampoco creo que la elección equivalga a la «libertad», si es que se define esta última como la sensación de que uno tiene verdadero control sobre la propia mente y la experiencia. En cuanto al tiempo libre, creo que lo que se llama comúnmente «ocio» en nuestra sociedad es en realidad un rellenar el tiempo: ver televisión o comprar cosas (…) Las sociedades paleolíticas tenían más de dos veces el tiempo libre que tenemos hoy, lo que dedicaban al estudio de materias espirituales, a las relaciones personales y al placer. Finalmente, gente como Iván Illich han dicho que si sumamos todo el tiempo necesario para ganar el dinero que cuesta comprar y reparar todos los costosos artefactos «ahorradores de tiempo» en nuestras vidas, encontraremos que de hecho, la tecnología moderna nos priva de tiempo». Este es uno de los fragmentos recogidos en la obra de J. Mander En ausencia de lo sagrado, donde su autor realiza un análisis exhaustivo sobre el impacto de la tecnología y su influencia en las sociedades actuales, conduciéndonos irrevocablemente a lo que algunas corrientes de la filosofía contemporánea, tales como el estructuralismo, el postestructuralismo e incluso el postmodernismo han dado en llamar deshumanización. Estos párrafos seleccionados son un ejemplo del carácter crítico que el autor mantiene a lo largo de la obra, donde defiende y fundamenta una tesis básica para todos aquellos que en algún momento han puesto en entredicho a la cultura occidental y todo el sistema sobre el que esta se sustenta: «la tecnología no nos ha hecho más felices».
J. Mander |
Desde el comienzo de la Historia Moderna han sido muchos los pensadores, las doctrinas o las corrientes de pensamiento que han denunciado la artificialidad a la que los seres humanos estábamos sometiendo nuestras vidas, en aras del progreso, del bienestar o la comodidad personal. Pero es a finales del S.XIX y especialmente a lo largo del XX, cuando la tecnología se instaura en nuestro quehacer cotidiano hasta el punto de no poder concebir nuestra vida sin ella. La tecnología se ha convertido en la mejor aliada del sistema y del orden establecido, ya que resulta ser el principal elemento de control sobre la ciudadanía, presente en todas las facetas de nuestra vida, y a pesar de ello sus graves consecuencias pasan desapercibidas para gran parte de la población, repercusiones que resultan ser destructivas tanto para el planeta como para el propio individuo y las relaciones humanas, al alejarnos de aquello que somos en realidad, de nuestro mundo interior y de nuestros caracteres naturales más elementales. En esta obra, Mander pone de manifiesto todas estas cuestiones siguiendo la estela de algunos pensadores y corrientes de la filosofía, la sociología, la psicología o la antropología (como S. Freud, la Escuela de Frankfurt, el segundo Heidegger, L. Strauss o M. Foucault, por citar solo a algunos) que han denunciado desde sus campos de estudio las consecuencias que trae consigo el distanciamiento entre el hombre y la naturaleza, vínculo roto casi en su totalidad en el mundo tecnológico en que vivimos. En contraposición a la cultura occidental, Mander describe en su obra el modo de vida de los pueblos indígenas que han conseguido resistir a los envites de la tecnología, mostrándonos su cosmovisión particular, su manera de entender el mundo y las relaciones humanas y sobre todo, cómo viven realmente felices manteniendo una cultura milenaria de absoluto respeto hacia la naturaleza, donde los conocimientos se transmiten de forma oral en cada generación, priman valores como la cooperación o la ayuda mutua, y donde los niños crecen en libertad, en contacto permanente con sus padres y seres queridos, disfrutando todos de un auténtico tiempo libre, que en Occidente vemos reducido con suerte a domingos y festivos, momento en que podemos llevar a cabo algunas de las actividades de ocio dirigidas por el sistema para este fin, entre las que destacamos algunas de las más solicitadas, como los paseos por los centros comerciales, ver televisión o entablar relaciones humanas a través del ordenador.
En ausencia de lo sagrado nos invita cuando menos a reflexionar sobre el constructo artificial en el que vivimos y en el mejor de los casos, a reaccionar ante ello e iniciar la difícil tarea de cambiar nuestra mentalidad y nuestra concepción del mundo, curándonos de la ceguera a la que la tecnología nos tiene sometidos. Y esta toma de conciencia es de especial importancia dado el fracaso al que irremediablemente está condenada la tecnología, ya que esta se sostiene gracias a unos recursos energéticos finitos, al igual que todo nuestro sistema, con lo que será impracticable cuando la explotación de tales recursos sea físicamente imposible. Y puesto que las llamadas energías alternativas no son capaces de sustentar un mundo como el que hemos construido, ni pueden hacer que mantengamos nuestro actual estilo de vida (ya que no cuentan con la eficiencia energética de los combustibles fósiles) nuestra única alternativa para un futuro no muy lejano pasa por la vuelta a la naturaleza, restableciendo el vínculo con esta, perdido hace mucho tiempo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.