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Resistencia: situación trágica, mal menor y voluntad transformadora

Fuentes: Rebelión

Resistencia es un concepto sociopolítico fundamental para las izquierdas. Hace referencia a una situación de conflicto social, con una fuerte presión de los grupos poderosos y las derechas extremas. No es casual que, actualmente, vuelva al debate público, incluso resuene en el ámbito socialista y progresista y guíe una parte de su actitud en España y el mundo. Son evidentes las estrategias derechistas de acoso político, mediático y judicial contra el Partido Socialista, como ayer lo hicieron contra Podemos y los independentistas. Ante esa ofensiva es necesaria una buena defensiva… pero no solo. Resistencia se opone a pasividad o resignación. Es una actitud activa para impedir un retroceso y, al mismo tiempo, preparar el avance. Es voluntad para transformar. Supone una firme voluntad política y social de enfrentarse a los grupos poderosos y las derechas extremas, en condiciones de conflicto sociopolítico y, normalmente, en desventaja para las izquierdas y fuerzas progresistas y populares.

Hay un concepto similar, resiliencia, utilizado más en el ámbito económico-productivo y en el vital-familiar, que se ha puesto de moda. Ante situaciones de crisis y adversidades se trata de tener capacidad para remontarlas con los procesos adaptativos necesarios; supone persistir y, al mismo tiempo, considerar los nuevos equilibrios y porfiar en los objetivos emancipadores, por tanto, supone realismo adaptativo y voluntad de cambio.

No se trata de justificar el mal menor que, siguiendo a Hanna Arendt, siempre tiene un componente de mal que se suele esconder y, por tanto, es necesario explicitarlo y revertirlo. Frente al mal mayor, y si no hay otra alternativa, siempre es preferible el mal menor. Como decía Walter Benjamín, se trata de una situación trágica en la que lo sustantivo es no embellecerlo y ampliar el marco de lo posible para poder elegir el bien. Mientras tanto, el bien principal a preservar es el compromiso cívico por el cambio de progreso, no la resignación. Las situaciones trágicas, conflictivas y ambivalentes forman parte de la realidad social; no hay escapismo que valga, hay que darles respuesta concreta, junto con valores y principios universales y vinculados a unos objetivos finales.

Resistencia en condiciones trágicas

En la actual etapa del neoliberalismo, con fuerte carácter regresivo y prepotente de los grupos dominantes de poder europeos (y mundial), y a pesar de su amplia deslegitimación social, las fuerzas de progreso o críticas tienen grandes dificultades para conseguir sus objetivos de justicia social y democratización política.

También doy por supuesto la relativa debilidad de esas fuerzas alternativas y de izquierda para modificar a gran escala, a corto y medio plazo, las estructuras de poder hegemónico en la Unión Europea, en particular en los países mediterráneos, así como su relativo retroceso representativo en las recientes elecciones, junto con el reforzamiento de tendencias ultraderechistas y autoritarias. Estas dificultades, bloqueos y retrocesos están acompañados de una subjetividad entre bases alternativas de cierto desconcierto, impotencia, desánimo y sectarismo que contrasta con la ilusión y el optimismo anteriores, aunque todo ello haya sido paliado por la configuración del gobierno progresista de coalición y la expectativa de un nuevo ciclo político de cambio de progreso.

Esta dinámica contradictoria impide una claridad analítica y una renovación política que impulse un cambio transformador progresista o de izquierdas. Se necesita una reflexión estratégica. Por mi parte, aquí la abordo con esta aportación teórica en torno a un concepto tradicional en las izquierdas, resistencia, con una variante nueva, resiliencia, como actitud resistente, firme y adaptativa al mismo tiempo,ante importantes y complejas dificultades y con una actitud de fortaleza transformadora contraria a la simple resignación o pasividad.

Tiene conexión con otra idea antigua, proveniente de la conciencia trágica griega, también citada por Maquiavelo, la cultura del mal menor como elección obligada entre dos males ya que no es factible conseguir el bien, al menos de forma inmediata. Y otra referencia es la contradicción entre la ética de la responsabilidad, por las consecuencias de la acción, y la ética de la convicción, derivada de los principios morales, estudiada por Weber, que para la acción política prioriza la primera. Quizá el intelectual contemporáneo que ha profundizado mejor en el pensamiento trágico -y su experiencia vital- ha sido el filósofo de la Escuela de Frankfort, Walter Benjamín. Se trata de profundizar en un enfoque realista y crítico, con fuerte dilemas morales y estratégicos, que tiene grandes implicaciones políticas y que atraviesa el debate público.

La ambivalencia de la opción del mal menor

La opción del mal menor aparece cuando hay solo dos alternativas prácticas: una mala y otra peor. Aquí la polémica se establece en el plano analítico sobre si solo existen esas dos posibilidades ‘malas’ y no existe una tercera buena, al menos de forma inmediata y como opción práctica y aun sin renunciar a la actitud y el objetivo transformadores. En ese contexto trágico, la salida buena o mejor (avanzar, ganar) no existe o es parcial y relativa… evitar perder demasiado. El dilema no es entre el mal y el bien, elección que una vez dilucidado su contenido, no es complicada: siempre el bien. En ese caso, sin grises ni efectos ambivalentes, se elige lo bueno por interés propio o colectivo o por criterios éticos y políticos, salvo los entes malignos con la posición destructiva de cuanto peor (de los demás) mejor (para nosotros).

La situación trágica se produce ante la inevitabilidad de elección entre dos males, dando por supuesto que ambos generan daños o perjuicios para el campo propio. Y ahí la clave es el sentido y el alcance de esa inevitabilidad: no es posible… pero hay que hacerlo posible. La conciencia trágica consiste en ser realista, admitir ese daño parcial o inmediato y evitar una derrota más completa, un perjuicio irreparable… para luego ampliar el ámbito de lo posible y poder avanzar. Pero no es resignación o pasividad. Al mismo tiempo hay que tener la voluntad de modificar el campo de fuerzas y construir una alternativa práctica transformadora, a veces desde la heroicidad y la épica y cambiando el marco discursivo y de fuerzas presentes; es decir, ensanchar el campo de lo posible. Ése es el sentido trágico y ambivalente -positivo y negativo- de elegir una respuesta menos mala respecto de la peor, cuando no hay una tercera posibilidad real mejor. No elegir esa opción menos mala evita ese daño relativo, pero a costa de un daño superior, ya que es irreal salir indemne; tampoco vale ‘meter la cabeza de bajo del ala’, o sea, el escapismo de la realidad, sin responsabilización de los actos (o inacción) y sus consecuencias.

La elección del mal mayor conlleva una mayor destrucción propia, no es coherente o racional para un proyecto transformador, por mucho que se confíe en una ilusión de una relación de fuerzas deseable pero lejana y no operativa. La tragedia épica conlleva realismo, capacidad de sufrimiento, sabiduría, fortaleza y voluntad de cambio, no es posibilismo adaptativo ni resignación, pero tampoco suicidio político, temeridad o abandono. La inacción o el escapismo decisional tampoco es una opción real, las fuerzas adversarias te imponen unas condiciones y la salida siempre conlleva desventajas o sufrimiento, aunque el sentido trágico aporte una dimensión resistente para revertir ese mal menor, además de neutralizar el mal mayor (la muerte o destrucción colectiva). Y ello no supone despreciar el sentido épico y trágico del sacrifico personal o de un grupo social de asumir una derrota o un gran perjuicio colectivo con la expectativa, más o menos cierta y justificada pero verosímil, de recorrer una trayectoria victoriosa.

No obstante, hay dos interpretaciones de esa lógica del mal menor: una adaptativa y otra transformadora. La primera, moderada o inmediatista: al no vislumbrar ninguna salida positiva se resigna a asumir lo menos malo como lo bueno y frente al riesgo o amenaza de un retroceso mayor. No contempla las capacidades transformadoras de fondo ante la imposición de ese mal, con sus desventajas, y sin descartar su reversión. Lo delicado es cuando lo peor, el destrozo, conlleva impactos distintos para la gente y su representación política, se resquebraja la solidaridad y la identidad común y se renuncia o se debilitan las capacidades transformadoras a corto y medio plazo. Es la política adaptativa que criticaba Gramsci.

La segunda, transformadora, valora la voluntad y la potencialidad de cambio de ese marco, en cuanto hay capacidades sustanciales más o menos inmediatas para crear una tercera alternativa real que desbloquee ese fatalismo. La elección del mal menor es transitoria, es una tregua que evita el mal mayor y permite persistir en la conquista de un objetivo positivo sin males colaterales.

Así, aparece una tercera posición, voluntarista o vanguardista, de rechazar ese marco real de respuesta ambivalente y confiar en una salida ideal. Su problema es que no es suficiente tener esa opción solo en el plano discursivo o programático de una élite en la confianza de su traslación mecánica a la construcción de un sujeto liberador o una dinámica efectiva de cambio. La consecuencia también es la impotencia transformadora.

Por tanto, se trata de evaluar la capacidad de resistencia flexible (o resiliencia) para oponerse a lo malo y a lo peor porque permite construir una dinámica alternativa inmediata o la certeza y las condiciones para que, aun pasando coyunturalmente una travesía en el desierto de lo menos malo, permita avanzar en una solución transformadora con el cambio de marco sociopolítico.

Son una situación y una elección complejas en la que se forjan los buenos liderazgos y las grandes decisiones estratégicas en condiciones extremas desfavorables o trágicas.

Tres experiencias históricas

Tres ejemplos históricos pueden ilustrar la trascendencia de este debate. La primera experiencia es la actitud del Gobierno británico (y del mundo occidental) ante el ascenso del nazi-fascismo en los años treinta con una política inicial de ‘apaciguamiento’ adaptativo a su expansionismo militarista y totalitario, seguido de la firmeza antifascista aliada, con la alianza popular del pueblo británico, con su primer ministro Churchill a la cabeza (conservador e imperialista pero resistente anti-nazi), y la colaboración soviética y la resistencia europea, a la que se sumó EEUU, de confrontar abiertamente con Hitler, con grandes riesgos y sufrimientos, aunque finalmente con la victoria aliada.

El segundo ejemplo, también clásico en la teoría política, es el de la paz de Brest-Litov que dio término a la Primera Guerra mundial en el frente oriental. La opción menos mala que defendía Lenin era, por una parte, la concesión soviética al ejército alemán de una parte de su territorio invadido a cambio de la paz y, por otra parte, la concentración de las fuerzas revolucionarias en construir el Estado soviético y garantizar el pan y la libertad a su pueblo; la opción de continuar la guerra, que defendía Trotsky para evitar ese mal menor, era irreal y voluntarista, basado en las hipotéticas tendencias revolucionarias europeas, y hubiera llevado a un mayor fracaso del país socialista ante la superioridad alemana, la desarticulación popular y el aislamiento internacional.

El tercer hecho es la actitud de las distintas izquierdas ante el conflicto de la Primera Guerra Mundial, polarizado por los nacionalismos y la competencia interimperialista entre los dos bloques. Por una parte, Alemania y sus aliados. Por otra parte, Francia y Reino Unido al que se suma la Rusia zarista. Pues bien, desde el comienzo se produce una fuerte división en las izquierdas entre, por una parte, las tendencias pro-nacionalistas de defensa del propio Estado y su burguesía, para su mayor papel en el reparto colonizador, con la incorporación masiva a la guerra, en un clamor inicialmente mayoritario; y, por otra parte, las tendencias internacionalistas y pacifistas, con la crítica al militarismo del propio país, en un principio minoritarias, pero que particularmente en Rusia y, en menor medida en Francia y Alemania, tuvieron gradualmente un respaldo significativo… hasta promover la propia revolución democrática y luego socialista en Rusia. La primera posición fue defendida por los partidos mayoritarios socialdemócratas, vinculados a la II Internacional socialista. La segunda, por los bolcheviques rusos y minorías socialistas en Francia y Alemania que, más tarde, fundaron la III Internacional comunista.

Lo que interesa destacar aquí es que la posición posibilista de la izquierda en cada bloque consistía en apoyar los intereses nacionalistas-imperiales de los grupos de poder de su bloque respectivo y apoyar su cruel guerra para sacar ventaja estratégica y colonial; mientras la posición coherente con la tradición política y solidaria de las izquierdas aparecía como utópica, radical y minoritaria, pero con representatividad y arraigo entre el creciente malestar popular por la evidencia de sus graves consecuencias sociales y, en particular, para los procesos emancipatorios e igualitarios de las clases trabajadoras.

La conclusión es que, al final, aparte de la gravedad de la muerte y el sufrimiento generalizados, supuso la derrota ideológica, moral y política de las izquierdas posibilistas y militaristas y la victoria y legitimidad cívica de las izquierdas transformadoras y pacifistas que, a pesar de su represión y aislamiento, supieron combinar principios políticos y éticos con realismo de los intereses y dinámicas generados, así como arraigo social entre las mayorías populares. La conciencia trágica se oponía a tener que elegir la colaboración con uno u otro bloque, hegemonizado por los poderosos y autoritarios que pretendían ampliar su poder imperialista mundial; los dos bandos eran ‘malos’, no cabía el mal menor, como apoyo al propio país. Se debía apostar por una tercera posición activa, la paz y, por tanto, con el riesgo de ser acusados de alta traición en cada bloque. Y esa opción era minoritaria y difícil en un principio, pero susceptible, valorando las condiciones y dinámicas globales así como una firme voluntad política, de articular una respuesta masiva. Y, en todo caso, en otros países fuera del escenario central, como España, guardando la neutralidad.

Adaptación, resistencia y voluntarismo

La cultura política de las izquierdas todavía está influida por esas experiencias, y sus tres fundamentos de adaptabilidad resignada, resistencia en condiciones trágicas y voluntarismo idealista e impotente, impactan en las decisiones estratégicas de los grupos progresistas.

Por tanto, ante este tipo de relaciones de fuerza desventajosas y a la defensiva inmediata, las fuerzas alternativas y de cambio de progreso, más allá de los discursos gramscianos de la guerra de posiciones y la guerra de movimientos, inspirados en la lejana experiencia de la Primera Guerra mundial, deben combinar esta conciencia trágica junto con la capacidad de resistenciatransformadora no de resignación: resistencia, flexibilidad y adaptación ante dificultades extremas para conformar una salida recuperadora del bienestar público y el reequilibrio anterior de fuerzas sociales.

Así, frente a un análisis realista y una estrategia transformadora caben dos tipos de desorientación basados en una percepción irreal de la situación: Uno, derivado de la simple adaptación o resignación (salvando algunos muebles), de carácter moderado; otro, voluntarista o subjetivista, de carácter izquierdista, de intentar superar unas relaciones de poder vía discurso o programa, sobrevalorando su potencial articulador, lo que depende, sobre todo, de la disponibilidad y el refuerzo de fuerzas sociopolíticas sustanciales para pugnar por el cambio.

En este caso, el error voluntarista consiste en la sobrevaloración de una acción discursiva-programática, sin suficientes apoyos sociales y consistencia que son la base para una acción política transformadora, sea en el campo de las condiciones y derechos para la gente, sea para el fortalecimiento de una fuerza social y una modificación en la relación de fuerzas que favorezcan ese cambio a medio plazo. Como en otras corrientes de pensamiento esta falta de clarificación de las opciones estratégicas tiende al idealismo o al voluntarismo político, es decir, al aislamiento social y el debilitamiento de las capacidades transformadoras.

Por otro lado, en estos momentos de presentismo político, inmediatismo sin horizontes estratégicos y de pugna por el relato, es decir, por la propaganda legitimadora de la posición de poder y el interés corporativo de cada parte, las situaciones y respuestas defensivas u ofensivas se intercambian permanentemente, sobre todo, en el ámbito mediático, sin discernir las tendencias de fondo ni ser coherente con una estrategia a medio y largo plazo. Quedan huérfanos el debate y la orientación estratégica y la propia cohesión de las fuerzas transformadoras, imprescindibles para compartir un proyecto común y generar un reequilibrio de fuerzas en el campo social e institucional.

La experiencia de la construcción reciente de las fuerzas del cambio de progreso en España en sus dos fases, la cívica y sociopolítica (entre los años 2010/2014), con fuerte desafección al bipartidismo gobernante, y la político-electoral e institucional (2014/2020/2024), con la conformación de todo el conglomerado alternativo y su participación gubernamental, está inserta en estas tres variantes interpretativas, más o menos realistas, y estratégicas -adaptativas, transformadoras y radicales- frente a los poderes establecidos.

El llamado ‘mal menorismo’, como opción resignada y adaptativa al mal menor, con su justificación embellecida, no es una opción transformadora. El voluntarismo subjetivista, con la desconsideración de las constricciones reales y las posibilidades inmediatas de cambio, también lleva a la impotencia transformadora. Ante unas condiciones trágicas, a corto plazo, siempre es necesaria una estrategia de preservación y acumulación de fuerzas sociopolíticas para modificar el marco de la relación de fuerzas y ensanchar el marco de lo posible… para hacer posible el cambio.

Pero es en el mientras tanto defensivo cuando, a veces, hay que aceptar un mal menor como única opción para evitar un mal mayor, en este caso la destrucción de las fuerzas imprescindibles para continuar la acción resistente y transformadora, configurada como el bien a salvaguardar, tras la tregua pactada. Los dos riesgos de esa paradójica doble posición, la adaptación e incorporación a una dinámica continuista y la salida subjetivista de quedar en el limbo ideal del discurso, confluyen en una misma consecuencia: la ausencia de la acción resistente preservadora de la capacidad transformadora, todavía más grave cuando las fuerzas contrarias son poderosas e imponen retrocesos.

Así, las distintas izquierdas alternativas están fracturadas en esas tres tendencias básicas que compiten en su interior y pugnan por su hegemonía y liderazgo respectivos. El problema son las dificultades para su debate y elaborar consensos mínimos que permitan una acción común democrático-igualitaria respetando una convivencia plural y un talante democrático. Es el otro reto, el de la articulación democrática interna, para conformar una alianza más unitaria, abierta y sólida que fortalezca todo el conglomerado de las fuerzas progresistas.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.