A: Periódico Diálogo. San Juan, Puerto Rico. De: Carmelo Ruiz Marrero. Director, Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico. De manera tardía llegó a mis manos una copia del ejemplar de Diálogo de octubre-noviembre de 2005, que tiene el titular de portada «Biotecnología: entre el progreso y la ética». Siendo director del Proyecto de Bioseguridad de […]
A: Periódico Diálogo. San Juan, Puerto Rico.
De: Carmelo Ruiz Marrero. Director, Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico.
De manera tardía llegó a mis manos una copia del ejemplar de Diálogo de octubre-noviembre de 2005, que tiene el titular de portada «Biotecnología: entre el progreso y la ética». Siendo director del Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico y habiendo investigado y escrito sobre el tema de la biotecnología por varios años, me veo en la necesidad de comentar los reportajes en el ejemplar mencionado y responder a lo que en ellos se plantea.
Con la honrosa excepción de «Debates globales en torno a la biotecnología» de Marie A. Custodio, los demás reportajes son poco más que un panfleto publicitario de la industria biotecnológica. Realmente decepciona la ausencia de información acerca de los riesgos y peligros de abrazar una tecnología nueva de manera acrítica y sin el debido escepticismo y precaución. En los artículos domina- de manera poco disimulada- uno de los temas principales de la propaganda de la industria: que los científicos están todos a favor del desarrollo irrestricto de la biotecnología y que los sectores de sociedad civil que presentan objeciones carecen de peritaje científico.
Riesgos reales
Tomemos por ejemplo la acalorada controversia mundial en torno a los cultivos y alimentos genéticamente alterados (transgénicos) que ya estamos consumiendo desde 1996. ¿Son seguros los transgénicos? El gobierno de Estados Unidos y la industria biotecnológica nos aseguran que sí, pero hasta el día de hoy no existe en la literatura científica un solo estudio independiente que demuestre que estos productos novedosos sean seguros para consumo o para el ambiente. El argumentar que no hay evidencia de que hagan daño no es meritorio, ya que no hay nadie haciendo averiguaciones a respecto. Además, ausencia de evidencia no equivale a evidencia de ausencia. Un número creciente de científicos está presentando serias interrogantes acerca de lo supuestamente seguros que son los productos transgénicos, pero sus planteamientos y advertencias han sido ignorados por la prensa estadounidense y puertorriqueña. Desafortunadamente, Diálogo no es excepción a esta tendencia.
* El 22 de mayo de 2005 el periódico inglés The Independent reportó la existencia de un informe secreto de la compañía de biotecnología Monsanto sobre su maíz transgénico Mon 863. Según el informe, ratas alimentadas con este maíz por trece semanas tuvieron conteos anormalmente altos de células blancas y linfocitos en la sangre, los cuales aumentan en casos de cáncer, envenenamiento o infección; bajos números de reticulocitos (indicio de anemia); pérdida de peso en los riñones (lo cual indica problemas con la presión arterial); necrosis del hígado; niveles elevados de azúcar en la sangre (posiblemente diabetes); y otros síntomas adversos.
* También en 2005, un guisante transgénico desarrollado en Australia por la Commonwealth Scientific and Industrial Research Organization provocó una fuerte reacción inmunológica en ratas de laboratorio. A este guisante se le había insertado un gen tomado de la habichuela rosada, el cual codifica un rasgo que ayuda a combatir plagas. Las pruebas que hicieron los australianos no son requeridas por ley para alimentos transgénicos en Estados Unidos. Por lo tanto, este producto hubiera entrado al mercado estadounidense si hubiera pasado por el sistema regulatorio de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) y el Departamento de Agricultura (USDA). No nos debe sorprender que productos transgénicos igual o más nocivos que el guisante en cuestión puedan estar en el mercado ahora mismo.
* El científico noruego Terje Traavik encontró que aldeanos filipinos cercanos a cultivos de maíz transgénico se enfermaban durante el período de polinización. Muestras de sangre demostraron que sus sistemas inmunológicos estaban reaccionando a una sustancia en el polen. Sus hallazgos son de conocimiento público por lo menos desde 2004.
* En un experimento realizado en la década de los 90, dirigido por el Dr. Arpad Pusztai del Rowett Research Institute de Escocia, ratas de laboratorio alimentadas con una papa transgénica sufrieron daños sustanciales a sus sistemas inmunológicos y reducción de peso en varios de sus órganos, incluyendo cerebro, testículos y el hígado. Algunas tuvieron crecimiento anormal en sus células intestinales, lo cual podría ser un síntoma pre-canceroso.
* En el año 2003 una veintena de destacados científicos de siete países, que abarcan las disciplinas de agroecología, agronomía, biomatemática, botánica, química médica, ecología, histopatología, ecología microbiana, genética molecular, bioquímica nutricional, fisiología, toxicología y virología formaron el Grupo de Ciencia Independiente (Independent Science Panel) y presentaron un detallado informe sobre los productos transgénicos en el que sostienen que «Los peligros más graves de la ingeniería genética son inherentes al proceso mismo».
En realidad la FDA no fiscaliza los alimentos transgénicos. Lo que tiene la agencia es un proceso de «consulta voluntaria» que le permite a las corporaciones biotecnológicas decidir cuáles pruebas de seguridad llevarán a cabo, si alguna, y cómo se ejecutarán. La compañía determina cuáles datos, si algunos, son compartidos con las autoridades reglamentadoras. De hecho, la compañía hasta determina si va a consultar con la FDA o no.
En 2001 el Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos informó que la alimentación era responsable del doble de casos de enfermedad que siete años antes (un período de tiempo que coincide con la introducción masiva de alimentos transgénicos al mercado). Estamos hablando de 76 millones de casos anuales de enfermedad, de los cuales 325 mil resultan en hospitalización y 5 mil muertes. A esto le añadimos el aumento de 33% en los casos de diabetes entre 1990 y 1998, y el vertiginoso aumento en la obesidad y el cáncer. ¿Están por lo menos algunos de estos casos relacionados al consumo de transgénicos? No sabemos. Ningún científico se ha molestado en hacer la averiguación. Añadiendo a esto, el York Nutritional Center reportó los casos de alergia a la soya en Inglaterra aumentaron 50% en un período que coincidió con la introducción masiva de soya transgénica en el mercado inglés.
Contaminación genética
Se puede entender que por razones de espacio la redacción no haya podido cubrir la problemática de los transgénicos en todos sus variados aspectos y ángulos. Pero el no hacer la más mínima mención del fenómeno de la contaminación genética es una omisión fatal.
Los productos de la ingeniería genética son seres vivos, por lo tanto se reproducen, se mueven de un ecosistema a otro y en general se comportan de maneras no del todo predecibles. Los portavoces de la industria biotecnológica han alegado que los organismos transgénicos no se proliferarían de manera descontrolada, que no aparecerían donde no deben estar, que todo estaría bajo control, haciendo referencias a la precisión de sus tecnologías, la exactitud de sus inventarios y reglamentos federales supuestamente estrictos. Pero la realidad es otra:
* En 2000 salió a luz que cientos de productos de supermercado en Estados Unidos estaban contaminados con Starlink, un tipo de maíz transgénico prohibido para consumo humano. Aún hoy día, aparecen periódicamente trazas de este maíz en cargamentos de exportación.
* En 2001 Ignacio Chapela y David Quist, de la Universidad de California, descubrieron la presencia de maíz transgénico creciendo en el estado mexicano de Oaxaca, a pesar de que el gobierno había prohibido su siembra desde 1998. Estudios hechos desde entonces han confirmado la presencia subrepticia de este maíz en México, cruzándose con variedades tradicionales. Las consecuencias- especialmente a largo plazo- de esta masiva contaminación del centro de origen y diversidad del maíz- podrían ser potencialmente catastróficas.
* En noviembre de 2002 la soya de la cooperativa agrícola Aurora en Nebraska, Estados Unidos, fue contaminada con un maíz transgénico de la empresa Prodigene que producía una vacuna para cerdos. Personal del USDA logró intervenir justo antes de que toda esa soya acabara en productos de supermercado. Por este suceso, el gobierno multó a Prodigene por la risible suma de $500 mil.
* La Union of Concerned Scientists encontró en 2004 que 50% de las semillas de maíz, 50% de las de soya y 83% de las de canola que se venden a agricultores estadounidenses como supuestamente no transgénicas, están contaminadas con material transgénico.
En vista de estas y muchas otras instancias de contaminación genética a través del mundo reportadas en los últimos años, es increíble oír a estas alturas a académicos y profesionales de las ciencias decir que la contaminación genética causada por cultivos transgénicos no es real, y que si lo es, es pequeña y no es de consecuencia alguna. Tales alegaciones son insensatas e imprudentes; en el mejor de los casos son muestra de ignorancia, y en el peor de los casos evidencian motivos y agendas inmencionables.
No es posible indagar los pros y contras de la agricultura transgénica sin mencionar este problema de la contaminación genética, por lo que al no hacer mención alguna de éste, el periódico le hizo un favor a la industria y aportó a su campaña de propaganda. A veces callar es una manera de tomar partido.
Patentando la vida
Más sorprendente fue el artículo «Interés por patentar invenciones futuras». El escrito reproduce con fidelidad el discurso de las corporaciones transnacionales en torno al tema de las propiedades intelectuales (patentes) al presentarlo como uno exento de controversia y nada problemático. No hace ni una mínima mención de la candente polémica a nivel mundial en torno a los derechos de propiedad intelectual (DPI), que tanto tienen que ver con la agricultura, la genética, la ecología y la globalización neoliberal. De nuevo, callar equivale a tomar partido.
En las últimas dos décadas las industrias de alta tecnología (mayormente biotecnología e informática) han logrado cambiar las leyes de DPI a su favor y en contra del interés público. Estos cambios se han dado no solamente a nivel nacional, sino a nivel internacional también mediante instituciones antidemocráticas y faltas de transparencia como la Organización Mundial de Comercio y arreglos regionales como el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. Hoy día se pueden patentar, es decir privatizar, secuencias genéticas, proteínas, árboles, variedades de granos y hasta células humanas. Reclamar propiedad privada sobre los elementos de la vida misma implica vastas consecuencias negativas en lo ético, político y socioeconómico, y puede amenazar la protección ambiental, la soberanía de las naciones, los derechos de los agricultores, la libertad académica, la integridad de la investigación científica, la alimentación mundial y los derechos humanos más básicos, como han denunciado en innumerables ocasiones organizaciones y movimientos populares y progresistas. Pero tales denuncias son regularmente ignoradas por los medios noticiosos, y fueron ignoradas en el artículo en cuestión.
Las patentes sobre semillas criminalizan la práctica ancestral y milenaria de guardarlas y compartirlas y desmienten de manera contundente las declaraciones de las compañías biotecnológicas al efecto de que se disponen a erradicar el hambre del mundo. Las nuevas legislaciones en torno a patentes sobre semillas son todas represivas y coercitivas, constituyen crecientes listas de prohibiciones que limitan las opciones y prerrogativas del agricultor y otorgan amplios derechos de monopolio a compañías de biotecnología. Esta tendencia es particularmente alarmante cuando uno considera que hace unos 30 años había alrededor de siete mil compañías semilleras y ninguna de ellas llegaba a controlar siquiera el 0.5% del mercado mundial. Hoy día, diez corporaciones controlan 49% del mercado mundial de semillas. De éstas, la mayor es la estadounidense Monsanto, que además controla aproximadamente 90% del mercado de semillas transgénicas.
La combinación de las patentes con contaminación genética está llevando a situaciones tétricas. El agricultor canadiense Percy Schmeiser sembró canola por décadas usando su propia semilla, pero un día encontró que su cosecha estaba contaminada por una variedad transgénica de Monsanto. La compañía lo demandó a él, acusándolo de piratería, de sembrar un producto patentado sin autorización. El caso llegó al Tribunal Supremo de Canadá en 2004, el cual falló en favor de la compañía. En su informe «Monsanto versus US Farmers», el Center for Food Safety documentó numerosos casos de agricultores cuyos cultivos fueron contaminados por intrusos transgénicos y fueron luego demandados por compañías de biotecnología que alegaron que se les estaba «infringiendo la patente». ¿Cuánto tiempo pasará antes de que Monsanto le pase factura a México por la contaminación genética?
A esto debemos añadir las expediciones etnobotánicas de llamados bioprospectores a zonas de alta biodiversidad, como la selva amazónica, para recolectar especímenes, incluyendo plantas comestibles y medicinales, los cuales son luego patentados. Los países pobres donde obtuvieron las plantas y las humildes comunidades que las descubrieron y compartieron libremente, ni reciben las gracias. Los pueblos indígenas y organizaciones solidarias le llaman a esta práctica «biopiratería».
Ni siquiera la integridad del ser humano ha sido respetada por la industria biotecnológica en su afán de patentar todo material viviente. El pasado 14 de octubre el diario Wall Street Journal reportó que 18.5% de los genes humanos ya están patentados. Tenemos el caso de John Moore, digno de una novela de Kafka, cuyas células fueron patentadas sin su conocimiento. Al tratar de reclamar soberanía sobre su cuerpo en las cortes, el Tribunal Supremo de California le falló en contra, poniendo la propiedad privada por encima de la dignidad humana.
Para los pueblos indígenas y minorías étnicas, la apropiación corporativa de genes humanos cobra dimensiones abiertamente racistas. Estas poblaciones han denunciado hasta el cansancio los proyectos de investigación del sector público en los que se recolectan muestras de células de diferentes etnias, las cuales luego como por arte de magia aparecen patentadas por alguna universidad o corporación farmacéutica. ¿Cuánta gente sabe que hay genes humanos de Ecuador, Brasil, Guyana, México y hasta de Puerto Rico a la venta por internet?
En el breve artículo «Etica y biotecnología: el Proyecto del Genoma Humano», se toca el tema de la ética en las investigaciones sobre genes humanos de manera extremadamente superficial y se reproduce de manera acrítica el discurso de la industria biotecnológica. No se menciona para nada la privatización del genoma humano.
Puerto Rico como laboratorio
Preocupa grandemente en el artículo «Biotecnología: reto para la economía puertorriqueña» ver cómo la actual administración de gobierno y la Universidad de Puerto Rico se han tirado de lleno a abrazar la biotecnología- o mejor dicho, el pequeño puñado de corporaciones que la controla- sin el menor reparo. No creo exagerar ni faltar el respeto al decir que quienes dirigen el gobierno y la UPR no saben en qué se están metiendo.
En el artículo, Jorge Silva Puras, secretario de Desarrollo Económico y Comercio, habla de crear un ambiente favorable para las empresas biotecnológicas y agilizar los permisos. Dada la historia reciente de Puerto Rico, podemos concluir que esto significa que el interés público y la protección ambiental caerán en un segundo plano en aras de echar adelante la «revolución genética».
Traer experimentos de biotecnología a nuestro país no es ningún escenario futurista. Puerto Rico es en la actualidad el paraíso tropical de la industria de los transgénicos. Documentos del USDA muestran que para enero de 2005 se había otorgado un total de 1,330 autorizaciones (field releases) para experimentar con cultivos transgénicos en la isla, con las cuales se han realizado 3,483 experimentos (field test sites). De estas autorizaciones, 944 fueron para maíz, 262 para soya, 99 para algodón, 15 para arroz, 8 para tomate, una para papaya y una para tabaco.
Con la excepción de Hawaii, ningún estado de la unión americana tiene tantos de estos experimentos por milla cuadrada. Los únicos estados que han tenido más experimentos son Hawaii (5,413), Illinois (5,092) e Iowa (4,659). Consideren la enorme diferencia de tamaño: Illinois e Iowa tienen cada uno sobre 50 mil millas cuadradas, mientras que Puerto Rico tiene menos de 4 mil. Puerto Rico supera a California, que lleva 1,964 experimentos, aunque es 40 veces mayor que Puerto Rico y tiene una producción agrícola mucho mayor.
«Estos son experimentos al aire libre y sin control», afirmó Bill Freese, del grupo ecologista Amigos de la Tierra, comentando sobre la situación en Puerto Rico en entrevista con este servidor en 2004. «Estos rasgos transgénicos experimentales están casi sin duda contaminando los cultivos convencionales. Y los cultivos transgénicos experimentales ni siquiera son sujetos al proceso superficial de sello de goma por el cual pasan los que son comerciales. Por eso es que pienso que la alta concentración de pruebas experimentales con cultivos genéticamente alterados en Puerto Rico es definitivamente causa de preocupación.»
¿Por qué traen las compañías biotecnológicas tanto experimento a Puerto Rico? Varias respuestas a esta pregunta se ofrecieron en un simposio sobre biotecnología realizado en San Germán en 2002, organizado por el Servicio de Extensión Agrícola. Uno de los presentadores dio una razón muy interesante: dijo que Puerto Rico tiene «buen clima político».
Y a la industria se le hace cada vez más difícil encontrar «buenos climas políticos». Por todo el mundo hay ecologistas, agricultores, intelectuales, académicos progresistas, pueblos indígenas, estudiantes, biólogos, agrónomos y ciudadanos comunes y corrientes de todos los caminos de la vida, organizándose y educando y movilizando en contra de los cultivos transgénicos y en pro de una agricultura ecológica y socialmente justa. Están lo mismo en Bangladesh y Francia que en Brasil, Suráfrica y Estados Unidos, luchando por la soberanía alimentaria, la reforma agraria, por preservar la semilla como patrimonio de los pueblos, por una globalización solidaria y alternativa, y por demostrar que otro futuro es posible.
Un futuro agroecológico para Puerto Rico
Alternativas las hay de sobra. No hay necesidad de recurrir a los cultivos transgénicos para alimentar a los hambrientos o para vitalizar la economía puertorriqueña. Ni siquiera hay necesidad alguna de recurrir a venenos tóxicos para combatir plagas o causar algún daño ambiental para hacer agricultura. Una esperanzadora revolución agroecológica está arropando el mundo, en países pobres y ricos por igual, que se manifiesta en huertos caseros, jardines comunitarios, mercados agrícolas, cooperativas de alimentos, intercambios de semillas, movimientos en pro de la soberanía alimentaria y la reforma agraria, y el auge de la agricultura orgánica.
La agricultura orgánica es un conjunto de prácticas y conceptos encaminados a unir la producción de alimentos saludables con la protección ambiental. En ella se evita el uso de sustancias tóxicas como insecticidas y herbicidas, las cuales han sido científicamente vinculadas a la destrucción ambiental y a enfermedades degenerativas en seres humanos.
Quienes creen que este tipo de producción agrícola no es práctico ni pasará de ser un mercado de nicho especializado simplemente no están debidamente documentados. Hoy día 59 millones de acres alrededor del mundo están dedicados al cultivo orgánico, según Miguel Altieri, profesor de agroecología de la Universidad de California. Nueve millones de estos acres están en Europa: Alemania tiene alrededor de ocho mil fincas orgánicas, mientras que Italia tiene unas 18 mil. La Unión Europea y sus países miembros tienen directrices específicas para ayudar y fomentar este tipo de agricultura. Se espera que para 2010 de 30% a 50% de la agricultura europea sea orgánica. El mercado global de alimentos orgánicos alcanzó los $23 mil millones en 2002.
«Estudios han comprobado que las fincas orgánicas pueden ser tan productivas como las convencionales, pero sin usar agroquímicos», dice Altieri. «También consumen menos energía, a la vez que conservan los suelos y el agua». La evidencia muestra de manera contundente que «los métodos orgánicos pueden producir alimentos para todos, y hacerlo de generación en generación sin desgastar recursos naturales».
Las ventas de alimentos orgánicos en el mercado estadounidense sobrepasaron los $11 mil millones en 2002. Se espera que el mercado para productos orgánicos en EEUU llegue a los 30 mil 700 millones de dólares para 2007, con un crecimiento promedio anual de 21.4%, según la firma Datamonitor. El USDA tiene un Programa Nacional Orgánico y su Agencia de Manejo de Riesgo asegura a los cultivos orgánicos. Encima de todo esto, la Cámara de Representantes tiene ahora un caucus orgánico que promueve esta nueva agricultura.
Ante esta encrucijada, nuestro gobierno probablemente pretenderá promover ambas cosas por igual: el desarrollo desbocado de cultivos transgénicos junto con la agricultura orgánica. Tal postura es inherentemente absurda, ya que las instancias de contaminación genética demuestran que la coexistencia de ambas agriculturas es imposible. Además, tratar de acomodar el modo de producción orgánico al modelo imperante agroindustrial- inherentemente antiecológico, socialmente retrógrado, que existe solo para lucrar a corporaciones transnacionales- convertiría la agricultura orgánica en una patética parodia de sí misma.
Estoy en la mejor disposición de abundar sobre estos y otros temas relacionados a la biotecnología. Reitero mi gran decepción con los reportajes sobre el tema publicados en su ejemplar de octubre-noviembre de 2005.
BIBLIOGRAFIA PARCIAL:
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Freese, William y David Schubert. «Safety Testing and Regulation of Genetically Engineered Foods». Biotechnology and Genetic Engineering Reviews – Vol. 21, Noviembre de 2004.
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Smith, Jeffrey (2005). «Genetically Modified Peas Caused Dangerous Immune Response in Mice». http://www.gmwatch.org/archive2.asp?arcid=6076
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Union of Concerned Scientists (2004). «Gone to Seed: Transgenic Contaminants in the Traditional Seed Supply». http://www.ucsusa.org/food_and_environment/genetic_engineering/gone-to-seed.html
PROYECTO DE BIOSEGURIDAD DE PUERTO RICO Edificio Darlington, apartamento #703 San Juan, Puerto Rico 00925 [email protected] http://www.bioseguridad.blogspot.com/ http://groups.yahoo.com/group/proyectodebioseguridad/
El Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico fue formado para educar a la ciudadanía acerca de las implicaciones éticas, ecológicas, políticas, económicas y de salud pública de los cultivos y productos genéticamente alterados, y acerca de las alternativas que existen. En el 2006 estaremos ofreciendo charlas y talleres por todo Puerto Rico, y presentando el libro «Balada Transgénica: Biotecnología, Globalización y el Choque de Paradigmas» de Carmelo Ruiz Marrero.